PRESENTE, PASADO Y FUTURO DE LA
CULTURA
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Este
libro, Un tiempo de rupturas. Sociedad y
cultura en el siglo X X (Crítica,
2013) es la obra póstuma del que fue uno de los grandes historiadores del
siglo XX, Eric Hobsbawm, historiador británico marxista de origen judío,
fallecido todavía no hace un año, en octubre de 2012. Su contenido es un conjunto de ensayos, muchos de ellos
expuestos como conferencias, otros (más de la mitad) inéditos, que tratan sobre la evolución de la cultura en el siglo XX en su interconexión con la sociedad y
analizada tanto desde la perspectiva del
pasado, esto es, de la cultura burguesa del siglo anterior como desde una
visión prospectiva de lo que pueda llegar a ser la cultura en este nuevo siglo.
Algún lector podría pensar por la
breve caracterización anterior que estamos ante una obra menor del gran
historiador británico, en la que, a modo de cajón de sastre y como suelen hacer
frecuentemente en las postrimerías de su
vida profesional muchos autores, trata de reunir y sacar en letra impresa trabajos, artículos
e intervenciones orales de tono menor. Pero, desde luego no es este el caso.
Estamos ante una obra espléndida, llena de sugerencias e ideas originales y en
la que se manifiesta toda la maestría
que siempre nos asombró y hemos admirado en sus grandes obras En estas páginas están presentes su gran capacidad para pasar de lo
particular y concreto a lo general y abstracto; su visión integradora de los
fenómenos históricos, en la que siempre dedicó una especial atención a la
cultura ; el enorme bagaje de sus conocimientos ( incluidos aspectos de la
cultura de masas de nuestro tiempo como
el fútbol y el jazz): la originalidad de
sus planteamientos; y la gran capacidad de expresión literaria caracterizada
por el hallazgo de expresiones originales y certeras para caracterizar los
fenómenos que describe, algunas de la cuales han quedado ya consolidadas en la
historiografía como: “el corto siglo XX”, “rebeldes primitivos”, “la invención
de la tradición” , por mencionar sólo, a modo ilustrativo, algunas de ellas.. .
Las preguntas que trata de responder Hobsbawm en este conjunto de ensayos son por qué y cómo la alta y elitista cultura burguesa, fraguada en el XIX, se
desvaneció con la generación posterior a 1914, cuánto de ella
se ha conservado en el siglo XX, cuáles son las líneas maestras de la cultura
que la han sustituido en parte en el siglo XX y finalmente, por si fuera poco
todo lo anterior, cuál puede ser el
futuro de esa nueva cultura en el siglo actual.
Sus respuestas a ese fundamental
repertorio de preguntas no son sólo coherentes, sino también tan originales y
sugerentes que ponen en solfa numerosos de los tópicos que abundan en las
respuestas que se han dado acerca de muchas de esas cuestiones.
Baste mencionar, a modo
ilustrativo, su análisis acerca del crucial tema de los efectos de la
globalización y los grandes movimientos de población de nuestro mundo actual
sobre la cultura. Su interpretación se aleja del extendido tópico que concluye que la última consecuencia de ese fenómeno universal
será la homogeneidad cultural impuesta a escala global por la matriz cultural
anglosajona, más concretamente norteamericana. Él mantiene, en cambio, con
abundancia de datos y sólidos argumentos, todo lo contrario: que el
resultado de todo ese proceso será más bien – lo
está siendo ya- el sincretismo
cultural. O su brillante ensayo acerca
de los importantes cambios que el nuevo siglo ha traído en el incremento de las
creencias y la práctica religiosas. Cambios que se explican menudo por
historiadores y sociólogos como una inesperada involución en el proceso de secularización que se creía estrechamente vinculado con el avance de la
modernización capitalista. En el fino análisis de Hobsbawm, sin embargo, ambos procesos no son excluyentes, porque lo
que realmente ha reverdecido hoy es la religión pública y política,
reverdecimiento que es perfectamente
compatible con la continuidad del proceso de secularización.
Otras muchas sugerentes
interpretaciones podemos encontrar en sus ensayos dedicados a analizar la
cultura burguesa del XIX como los que
tratan de la contribución de los judíos a
su desarrollo o de los cambios que
experimentó el papel de las mujeres en aquélla. Y en los que tratan de la cultura del siglo XX ,
los que reflexionan acerca de la función
de la ciencia y los intelectuales o la relación del arte y el poder y la del arte
y la revolución en el pasado siglo. O sus interesantes ideas acerca del devenir de las artes en este nuevo
siglo fundamentadas en el
análisis de su relación con la política y el mercado que han sido incapaces de
sacarlas del callejón sin salida en que se encontraron tras la disolución del
anterior arte burgués. Así se constata, según él, en el fracaso y decadencia de las vanguardias del pasado
siglo incapaces de reflejar la modernidad, esto es, la sociedad-máquina y las
nuevas experiencias que ha traído la sociedad
de masas; vanguardias lastradas, además, en parte, con el pesado
fardo de su obsolescencia tecnológica.
Lo que le lleva a augurar el escaso futuro que les espera a las artes visuales
tradicionales (pintura y escultura) y el fin de la concepción del arte tal y
como se entendió en la cultura burguesa decimonónica. No es extraño, pues, que
Hobsbawm tenga una visión pesimista del
futuro que le espera a la cultura de nuestro siglo, dado que ésta se encuentra hoy en una encrucijada que
parece conducir a ninguna parte.
La tesis central del libro, el
hilo argumental que anuda todos los trabajos reunidos es él,
es el supuesto de que la lógica
tanto del desarrollo capitalista como el de la
cultura burguesa llevaba en su seno el germen de su autodestrucción al
ser una cultura elitista y minoritaria que no pudo resistir el triple golpe de
la revolución científica y tecnológica del siglo XX, de la sociedad de consumo
generada por la explosión de las
economías occidentales y la entrada y
participación de las masas en la escena política, al ir desapareciendo
las anteriores oligarquías políticas de la era liberal.
En fin, Hosbsbawn en estado puro y un cierre con broche de oro de su
fértil y brillante obra historiográfica.
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