viernes, 26 de diciembre de 2014

LA hUELGA DEL SILENCIO

¨                                         LA HUELGA DEL SILENCIO
                                  
                                                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

La furia y el silencio.
Asturias, primavera de 1962
Jorge M. Reverte
282 páginas
Espasa, 2008


Jorge Reverte relata con rigor y amenidad el  importante movimiento huelguístico de 1962 en Asturias

        


    La huelga de Asturias de  1962 fue, sin duda, el punto de inflexión  en el movimiento de oposición al franquismo. Significó, por una parte, la cristalización de la nueva oposición que había emergido en la década anterior al socaire de los cambios que aportaron los primeros y tímidos ensayos de liberalización económica; y, por otra, supuso  el despegue definitivo de una nueva y fortalecida oposición al franquismo en el contexto del profundo cambio económico y social que experimentó nuestro país con el desarrollismo que trajeron los tecnócratas y  el final  de la autarquía..
            Los      historiadores  hemos reconstruido ese movimiento huelguístico  con pelos y señales con motivo de su correspondiente  aniversario. Ahora Jorge Reverte ( La furia y el silencio. Planeta, 2008) da una nueva vuelta de tuerca  a aquellos episodios que desencadenaron  los siete mineros del pozo Nicolasa de Mieres que perdieron e hicieron perder el miedo a la dictadura no sólo a los mineros asturianos, sino a casi toda la clase obrera  española como demuestra  el impresionante  movimiento huelguístico que desencadenó en Asturias y terminó difundiéndose por toda España. Además de tener  un gran  eco internacional. Tanto que fue uno de los motivos de la negativa a la petición por el régimen franquista del ingreso de España  en el  Mercado Común. 
  El  libro de Reverte no añade nada nuevo a lo que ya sabíamos sobre aquel importante episodio, sino que su cualidad específica y relevante es, como ya se ha dicho, cómo lo cuenta. El escritor madrileño ha puesto a punto en sus libros sobre la guerra civil española una peculiar y efectiva  manera de contar la historia que está a medio camino entre el relato del novelista, el reportaje periodístico y la reconstrucción histórica para lo cual utiliza las fuentes primarias como base de sus relatos. Ésta es también la fórmula que utiliza Reverte en este caso para contarnos aquellos tres meses que desde Asturias iluminaron España, como cantaban los versos de Goytisolo
En su papel de historiador, Reverte reconstruye minuciosamente los hechos, a base, sobre todo, de los informes de la Brigada de Investigación Social y la Guardia Civil. Como periodista  recurre  a la  información significativa y  de interés  humano que ha extraído  de las entrevistas realizadas  con los actores de ambos frentes de la huelga,  tanto de represores como de huelguistas Entrevistas efectuadas por él mismo o que proceden de los trabajos de historia oral llevados a cabo por los historiadores. Sin que falten, casi a modo de un reportaje informativo y de divulgación, las aclaraciones y referencias para los  lectores no versados en la mina todos aquellos aspectos y peculiaridades que presenta el trabajo minero.
  Como novelista, ensambla magistralmente  toda esa compleja y variada  información dándole forma de un relato ágil, de fácil lectura, que adopta  en determinados pasajes un profundo tono literario que trasluce el gran amor que Reverte siente por Asturias. A la  vez que todo él está teñido de un profundo tono épico que refleja el  gran impacto que el imaginario de aquella generación de jóvenes opositores a la dictadura tuvieron los “ incidentes del Norte”, como eufemísticamente les denominó el dictador en alguno de sus discursos. Incidentes que llegaron- como decía nuestro siempre recordado Vázquez Montalbán (¡cuánto te echamos de menos, Manolo!),  a convertir el “Asturias, patria querida” en un canto revolucionario.   
            Reverte ha sabido leer con la perspicacia del novelista y el periodista los informes policiales y detectar cómo traslucen el asombro y desconcierto de las autoridades franquistas ante una huelga que no sólo fue, contrariamente a la tradición bronca y revolucionaria  (1917,1934,1936) de los mineros asturianos, tan pacífica que se la ha llegado a calificar como “la huelga del silencio”. Los mineros  huelguistas y sus mujeres (las cuales fueron uno de los actores fundamentales de la huelga) crearon, incluso, códigos simbólicos como las siembras de maíz en las entradas de las minas por parte de éstas o el gesto de no recoger las lámparas o no bajar las perchas de la ropa de trabajo, sin tener que recurrir a  las asambleas para tratar de evitar las represalias. Actitud pacífica que no evitó la violencia de la represión por parte de del régimen que fue realmente duro con los huelguistas con detenciones, deportaciones, torturas, además de la utilización de otros medios de presión por parte de las empresas como el cierre de los economatos o la pérdida de la antigüedad de los mineros huelguistas.
             El tratamiento que realiza Reverte de  la participación de los obreros católicos de la JOC y la HOAC y sus consiliarios en la huelga nos parece bastante correcto, aunque hemos detectado algunos datos erróneos que se derivan de  haberlos  trasladado sin corregir al libro  desde  los informes policiales y de la guardia civil. Del mismo modo  que  el silencio sobre ellos de las fuentes que ha utilizado, le han llevado a no mencionar a algunos actores importantes de aquella huelga, como es el caso de uno de los principales líderes de los obreros católicos, el empleado Rodolfo Alonso Astoreca, del lado de los huelguistas; y de parte de los represores, al arzobispo- coadjutor de Oviedo Segundo García de Sierra  quien adoptó una postura represora extremadamente  beligerantemente contra los sacerdotes que habían participado en el movimiento huelguístico en consonancia con su acendrado nacionalcatolicismo.
            Pero todo esto no es óbice para  que Reverte haya logrado relatarnos con éxito en 300 páginas de  manera  rigurosa y a la vez amena y asequible, lo que los historiadores hemos contado en miles de páginas. En muchos casos, con prosa plúmbea, de difícil digestión.
( Publicado en Cultura, suplemento cultural de La N

sábado, 20 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                          LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias

Eric Hobsbawm es el historiador del siglo XX por excelencia. No sólo porque  es el que mejor ha historiado la pasada  centuria, sino también por la calidad del conjunto de su obra historiográfica. Hasta tal punto que esa valoración positiva ha logrado una no rara, sino excepcional unanimidad  por toda clase de  historiadores y lectores de todo el arco ideológico y de  diferentes  niveles intelectuales. Lo que es todavía más difícil siendo como es un historiador que se mueve dentro de las coordenadas teóricas del materialismo histórico a las que  nunca ha renunciado
Y no ha renunciado a sus fundamentos teóricos a pesar de la crisis que han experimentado desde los últimos decenios de ese siglo los paradigmas “fuertes” historiográficos  como el vinculado al pensamiento marxiano.  Pero siempre lo ha hecho el historiador británico al margen de cualquier planteamiento esencialista doctrinal. Y siempre  ha tenido, además, como prioridad  defender en la teoría y en la práctica el carácter científico del conocimiento histórico por el que  ha hecho una apuesta decidida en toda su obra, huyendo de cualquier veleidad o inclinación hacia esa nueva historia “blanda” posmoderna y narrativa que se ha puesto de moda en los últimos tiempos. Quizás sea la conjunción de estas dos características lo que  explique en parte esa aceptación generalizada que tiene  su obra.  
Paradójicamente, siendo como es el gran historiador del siglo XX, pocos historiadores como él nos han contado con tanta fiabilidad la historia del siglo XIX. Y, además, como nos demuestra  su último libro, a sus lúcidos 90 años, rizando el rizo,   pronostica, conjugando de manera magistral el análisis del  pasado y del presente, cómo puede ser el futuro de la historia del siglo XXI.
Efectivamente,. Guerra y paz en el siglo XXI  (Editorial Crítica, 2007) reúne un conjunto de conferencias dictadas por Hobsbawm en importantes foros políticos, culturales y académicos internacionales, que fueron editadas después en diversas revistas especializadas. Tratan estos artículos  acerca de cinco de las  grandes cuestiones políticas a las que se enfrenta hoy  la humanidad en el  nuevo milenio: los problemas de la paz y la guerra; del imperio y las prácticas imperialistas; la nación y el nacionalismo; la realidad de la democracia liberal; y el de la violencia social y el terrorismo 
Historia no profética
Precisemos el contenido del libro y su significado. No trata concretamente nuestro historiador en él de los problemas económicos mundiales. Pero deja claro que en el fondo de esos graves problemas políticos están  la gran capacidad  tecnológica y de transformación del medio que el hombre ha llegado alcanzar. Así como los profundos cambios que nuestra civilización ha experimentado desde la segunda mitad de la pasada centuria. Cambios que considera como un verdadero salto cualitativo desde la implantación de la revolución neolítica. Y destaca, sobre todo, como telón de fondo de esos graves problemas políticos, el proceso de globalización realmente existente con las secuelas de  polarización económica y social que ha producido a escala mundial y dentro de los estados. Lo que lo convierte por ello en el otro foco generador de inestabilidad política y social que padece el mundo hoy.
Tampoco está en la intención de Hobsbawm hacer de profeta. Sino de practicar algo que sí  se ha considerado siempre una de las funciones sociales más importantes de la historia: contribuir a  explicar el presente y a arrojar toda la luz posible  sobre el futuro que nos espera. Práctica que ahora se desdeña por esa  historia que dedica sus esfuerzos a explicar acontecimientos tan “relevantes” como una matanza de gatos, asunto de una de las obras emblemáticas de esa historia culturalista y narrativa que nos ha traído el posmodernismo. Pero no trata de ser adivino ni de arañar la costra del presente para predecir el futuro ni de determinar lo que va a suceder desde ninguna ortodoxia doctrinal. Sino que intenta, desde el análisis en profundidad de los procesos históricos políticos seculares y sus tendencias actuales, identificar las diferentes y probables alternativas que esas graves y fundamentales cuestiones políticas pueden tener para el futuro de la humanidad.      
 Guerra y paz
            La desaparición de los países del socialismo realmente existente  ha cambiado radicalmente el marco político internacional y con ello ha aparecido un nuevo escenario de la guerra y la paz desde las últimas décadas del pasado siglo. No sólo ha desaparecido el anterior equilibrio de la amenaza nuclear, sino también el  orden internacional creado en el siglo XVII tras la Guerra de los Treinta Años, basado en estados territoriales que tenían un verdadero monopolio de la fuerza dentro de sus fronteras y dirimían sus conflictos dentro de ciertas reglas. Su sustitución por un nuevo orden internacional basado en una sola superpotencia como quiere el actual gobierno de Estados Unidos no podrá, según Hobsbawm, mantener la paz mundial. El siglo XXI será un siglo de guerras endémicas, si no epidémicas. Pero no tanto entre estados como dentro de cada estado, alimentadas por las intervenciones militares de otros estados, dada la crisis y falta de legitimidad que padece el estado- nación y la ausencia de una eficaz y verdadera institución arbitral de carácter supraestatal global. Del mismo modo que por esa y otras razones la violencia social que ha padecido el mundo en  la centuria pasada se hará recurrente Sostiene nuestro historiador, sin embargo, que, a pesar de la nueva naturaleza del terrorismo actual, la lucha contra el mismo no puede considerarse como una verdadera guerra. Su verdadero peligro está más en la manipulación que de él hagan los gobiernos, como ya está ocurriendo.              
De imperios y naciones
Con el nuevo siglo y tras el atentado de las Torres Gemelas, el gobierno de G. W, Bush practica una nueva política imperialista que ha supuesto un cambio radical de la anterior práctica imperial norteamericana. Busca implantar un nuevo modelo de imperio. Se trata de un imperio global que se distingue de todos los imperios históricos que se han conocido. Ningún imperio histórico tuvo ese proyecto de dominio global como se pretende alcanzar ahora. Ni siquiera puede reconocerse en  el modelo más cercano posible, el Imperio inglés del siglo XVIII y XIX. Ésta es la conclusión a la que llega  Hobsbawm tras un magistral análisis del nuevo proyecto imperial norteamericano y sus causas y el que llevaron a la práctica los británicos. Si bien es cierto que éste también tuvo un alcance global, nunca buscó el dominio global. Y su finalidad fue prioritariamente  la explotación  económica de los territorios dominados, no el control estratégico de todo el planeta como pretende ahora el actual  gobierno norteamericano.
Hobsbawm, que  ha sido además  un excepcional y cualificado testigo del fin de algunos de esos imperios regionales del pasado siglo (como nos ha contado en su brillante autobiografía), considera los imperios no sólo como una forma política injusta de dominio, sino también inoperante para mantener el orden político y social, como pretenden algunos de sus propugnadores. Nunca hubo realmente  ni Pax  Romana ni Pax Británnica. Como tampoco hay hoy Pax Americana. No la puede haber bajo un sistema de dominación imperial, porque, como predica el viejo dicho: “Puedes hacer lo que quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella”.  Por eso en todos los imperios, dentro y fuera de ellos, los historiadores han constatado siempre rebeliones  y conflictos entre los dominados que los padecen  y no se creen las justificaciones imperiales. En los imperios históricos, la legitimación era la implantación de la civilización como si de un cultivo se tratara. Sobre  aquellas “razas inferiores y sin ley” de las que  hablaba Kipling. (Por cierto, uno de los autores de cabecera del señor Aznar). En el americano actual son los derechos humanos y la democracia liberal. Lo que Hobsbawm denomina como “imperialismo de los derechos humanos”.
             Para el historiador británico el actual modelo de imperio americano tiene escasa o ninguna viabilidad. No sólo a largo plazo porque la historia demuestra que todos imperios fenecen víctimas de sus contradicciones. Sino que por razones propiamente internas no tendrá gran duración. Ni los propios ciudadanos americanos están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial; ni la economía estadounidense está en condiciones de sostener uno y otra. Tampoco la actual política imperial de Bush hijo satisface a los intereses de importantes sectores del capitalismo norteamericano. Por todo ello, deduce Hobsbawm, llegará  un momento en que los electores y otro gobierno decidirán que es mucho más importante concentrarse en la economía y los asuntos domésticos que en esa desorbitada e irracional  aventura imperial. La actuación de la oposición demócrata y las manifestaciones actuales de  la opinión pública  estadounidense parecen confirmar tal pronóstico.
            Hobsbawm es autor de uno de los más importantes estudios que se han realizado sobre la historia del nacionalismo. De ahí que su análisis y reflexiones sobre la situación actual y el futuro de la nación-estado y el nacionalismo tengan un especial interés. Y la verdad es que a pesar de su corta extensión, su enfoque y contenido no sólo no  defrauda, sino que sabe a poco.
El autor de Nación y nacionalismo desde 1780  evalúa la situación por la que atraviesan la nación-estado y el nacionalismo al comenzar el siglo XXI como un estado de crisis  y ambigüedad. Situación que relaciona con dos importantes transformaciones que afectan al mundo actual y origina una de las más graves consecuencias que padece, a saber. Por una parte, está la inestabilidad política internacional surgida tras el colapso de la URSS  y su secuela de intervenciones militares de las potencias occidentales en los denominados “estados fallidos”. Entre cuyos gobiernos y poblaciones provocan por reacción un fuerte resentimiento contra ellas bajo la forma de un  renovado y virulento nacionalismo.
 La otra causa que mencionábamos son los flujos migratorios internacionales masivos de la globalización que han producido una situación de creciente cosmopolitismo en los viejos estados- naciones, rompiendo su homogeneidad cultural nacional. La carta de la identidad  ciudadana  comienza ya a no ser la partida de nacimiento, sino el pasaporte. Esa dialéctica entre reacción nacionalista y avance cosmopolita no expresa sino la crisis que vive hoy el estado- nación y cuya principal manifestación y consecuencia es el avance en nuestras sociedades de la xenofobia. Hobsbawm ilustra esa contradictoria situación, como buen británico, con  un expresivo, sociológico y delicioso ejemplo sobre la actual situación del fútbol. Pero, no se atreve a pronosticar, si esa crisis finalmente  se consumara, cuál puede ser el posible sustituto del estado-nación.
Democracia de baja calidad.
El siglo XX ha terminado con la difusión por todo el planeta de la democracia liberal como forma política más valorada y aplicada Pero ahora en los umbrales del nuevo siglo, tras la desaparición de los regímenes del socialismo real, la conciencia sobre sus limitadas virtualidades es todavía más evidente. El escepticismo que latía en la conocida sentencia de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás”, se ha hecho ahora, sin duda, más visible. Pero, además, el nuevo escenario económico y político mundial ha agravado aún más, según Hobsbawm, la condición de baja calidad inherente a la democracia liberal, poniendo incluso en peligro sus elementos positivos. Cumple ya con dificultad las tres funciones y condiciones  básicas que venia realizando: tener más poder  que otras unidades que operan en su territorio; la aceptación sin reservas por sus ciudadanos de su autoridad; y, sobre todo,  la prestación al ciudadano de los servicios que comprende el Estado de bienestar. El capitalismo globalizado neoliberal  vigente ha privatizado muchos de esos servicios. Subordina con ello sectores vitales para el interés público  a los intereses del mercado Y no sólo reduce la extensión y eficacia de tales servicios, sino que contribuye a adelgazar aún más la ya escasa participación ciudadana en la política que existe en la democracia liberal. Por ello, la soberanía del mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una verdadera alternativa a la misma.        
      En fin, Hobsbawm nos vuelve a dejar con este libro una muestra de su gran capacidad de reflexión y finura de análisis histórico, además de su consumada habilidad en el manejo de una vasta y significativa erudición. Esperemos que no sea el último y su lucidez nos pueda seguir iluminando, hasta donde sea posible, el futuro con sus profundos y magistrales análisis del pasado. 

            

viernes, 12 de diciembre de 2014

La vía española a la modernización


                      LA  VÍA ESPAÑOLA A LA MODERNIZACIÓN

 

                                          JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

          
  De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España / porque termina mal…/  Estos versos de  Gil de Biedma expresan mejor que cualquier  tratado histórico el que fue el  paradigma dominante (casi hasta ayer) de la excepcionalidad (negativa) de la historia de España. Una historia contemporánea llena de violencia en la que la excepción  fue la democracia y la norma, la inestabilidad política y las guerras civiles, anormalidad que  habría llegado a su máxima expresión  en  la guerra civil de 1936. Evolución que habría culminado con la excepcionalidad (positiva) de la  Transición en la democracia tras el final de la Dictadura. Una historia en la que la revolución industrial habría sido un fracaso, el proceso secularizador, incompleto ( incluso hasta hoy mismo) por el dominio abrumador  de una  Iglesia católica, siempre en lucha con el anticlericalismo beligerante e intenso que habría constituido uno de los rasgos peculiares de nuestro proceso histórico contemporáneo. Una historia, en fin, que nos había separado de Europa que siempre fue el camino a seguir y la meta a llegar para todos los intelectuales y políticos  progresistas que en España han sido en los siglos XIX y XX para los que España se vio y se escribió siempre como “problema”: institucionistas, generaciones del 98 y del 14....

            Sin embargo, hoy tras los avances de la historiografía más reciente ese paradigma  de la anormalidad  negativa ya no se sostiene y cada vez aparece más claro que la historia de España no fue tan diferente a las  historias de los otros países de Europa Occidental  En realidad, esta visión de la historia española ha dejado claro que aquella percepción de anormalidad ocultaba un planteamiento equivocado. No había, en realidad, tal “problema de España”, como se denominaba a la pretendida excepcionalidad española. Porque, en realidad, no hay una historia “normal” europea: los grandes estados europeos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, y el resto de los pertenecientes a lo que se ha denominado Europa occidental se “modernizaron” (digámoslo sin tapujos: accedieron al capitalismo industrial con democracia liberal) por vías claramente diferentes. No hay pues una historia de Europa “normal” ( a no ser la idealizada por nuestros intelectuales y políticos) que haya supuesto ni un camino común ni implique unas etapas prefijadas: las rutas hacia la modernización de Gran Bretaña, Francia y Alemania  fueron claramente diferentes entre sí. La pregunta pertinente para España es, pues, ¿cómo fue la vía que siguió nuestro país hacia la modernización? Y la  respuesta sólo puede venir de la historia comparada y desgraciadamente los historiadores españoles no la han practicado con frecuencia y todavía la practican escasamente.

 De ahí la oportunidad de este libro que trata de hallar respuesta a esa pregunta por la vía comparativa. Me refiero a “¿Es  España diferente?. Una mirada comparativa (siglos XIX y XX) (Taurus 2010) que ha  dirigido el profesor de la Universidad Complutense, Nigel Townson y en el que intervienen, además de él, otros destacados historiadores españoles y anglosajones: José Álvarez Junco (la cuestión nacional), María Cruz Romeo Mateo ( la violencia y la inestabilidad políticas), Edward Malefakis ( la II República), Nigel Townson ( la secularización y el anticlericalismo y  el franquismo) y Pamela Radcliff (la Transición), autora por cierto (por qué no recordarlo otra vez) de un excelente libro sobre la clase obrera gijonesa.

            Las contribuciones de estos historiadores demuestran que, si en ciertas etapas y algunos de los aspectos de la contemporaneidad tratados en este libro, España ha sido diferente, eso mismo se puede atribuir a las diferentes historias de los países europeos: desde las de  Gran Bretaña y Francia hasta la de Alemania, pasando por  las de Italia y Portugal y demás países de nuestro entorno, cada una de las cuales tiene sus propias peculiaridades y rasgos, ritmos y períodos históricos diferenciados.

            La gran laguna del libro, a pesar de ciertas referencias puntuales que se hacen a ello, es la ausencia de un capítulo dedicado al supuesto fracaso  económico español. Precisamente, uno de los pocos aspectos de nuestra supuesta excepcionalidad que los historiadores españoles han tratado ya comparativamente llegando a la conclusión de que no hubo tal fracaso, sino cierto retraso en el XIX y un brusco frenazo en el XX consecuencia del paréntesis que supuso la guerra civil. Y quizás también la guerra civil hubiese requerido dentro del libro un tratamiento con entidad propia.  A pesar de ello, estamos ante un libro aprovechable que deja claramente obsoleto el paradigma de la anormalidad de la historia española y bien puede servir  como punto de partida para continuar con el debate historiográfico de cuál fue la vía española a la modernidad. Debate que, sin duda, se convertirá, a medida que la historia comparada vaya avanzando en nuestro país,  en una de las cuestiones más sugestivas y necesarias  para el conocimiento de  la historia de España.          
( Publicado en Cultura, suplemento cultural de La Nueva España de Oviedo)
 


viernes, 5 de diciembre de 2014

ESPAÑA NO FUE (TAN) DIFERENTE


                                          ESPAÑA NO FUE (TAN) DIFERENTE

                                                            JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

          
  Santos Juliá ha escrito libros memorables sobre  la historia contemporánea de España y siempre tendremos que agradecerle su excelente edición de las obras completas de Manuel Azaña. Pero también una parte  importante de su obra  ha sido expuesta en ensayos y estudios históricos de menor dimensión cuyo soporte de publicación han sido revistas históricas especializadas o culturales, libros colectivos y hasta en reseñas críticas en suplementos culturales y en revistas de libros. Precisamente, su último libro,  Hoy no es ayer ( RBA, 2010), recoge   trece de esos trabajos dispersos  (sólo uno  no estaba todavía publicado), pero no menores  que  no sólo componen un conjunto de gran coherencia temática que abarca todo el proceso histórico del siglo XX español, sino que, además, tratan de  algunos de los aspectos fundamentales y más controvertidos de esa historia sobre los que Juliá ha venido manteniendo interpretaciones originales y solidamente fundamentadas que, en algunos casos, rebaten convincentemente algunos de los tópicos más arraigados de esa historia, y, en otros, han suscitado la polémica y la confrontación historiográfica.

            En el artículo inicial, Santos Julia desarrolla la tesis central del libro que recorre, explícita o implícitamente, la mayor parte de  los ensayos y estudios recopilados. Frente a la interpretación de la historia de España bajo el paradigma  de la excepcionalidad que se concreta en la anomalía , dolor, fracaso y decadencia de España, y  que adquirió carta de naturaleza a partir del 98 y se mantuvo como interpretación dominante de nuestra historia  casi todo el siglo XX (y aún hoy sigue impregnando las páginas de muchos de los  libros de texto de nuestros estudiantes de secundaria y bachillerato), nuestro autor mantiene, tras los pasos que en ese sentido había iniciado la historia económica, que, con cierto atraso, también en España existió en las tres primeras décadas del siglo XX un importante cambio social que supuso la introducción en nuestro país un poderoso avance en el proceso de modernización económica y social con el desarrollo de la industrialización, la urbanización, la transformación demográfica en el mismo sentido que habían seguido las grandes naciones europeas. Cambio que se interrumpió con la Guerra Civil  y volvió a reemprenderse en los años sesenta de la Dictadura. La historia de  España no fue, pues, en ese aspecto tan diferente a la de los países de su entorno como nos decía la interpretación de la decadencia y el fracaso.

Sin embargo, esa “modernización”  de la sociedad no tuvo su correlato en cuanto a la forma de estado y al sistema político que, sometidos a numerosos vaivenes y graves limitaciones  durante el siglo XX, han tenido enormes dificultades para transformarse en un Estado democrático homologable a los que establecieron los grandes países europeos. La secuencia de veintitrés años de monarquía constitucional; siete de dictadura con monarquía y sin constitución; ocho de república, de los que tres fueron de guerra civil y con una dictadura en una gran parte del territorio nacional; treinta y seis de dictadura, tres de transición y veintitrés de democracia, es una  palpable y significativa prueba de las dificultades que tuvo España para alcanzar la estabilidad democrática.

La República  – mantiene Santos Juliá- no fue , pues,  un régimen inmaduro que llegó a destiempo, sino el fruto granado de una alianza entre las clases medias y la clase obrera surgidas  de aquel  desarrollo económico- social originado con el inicio del siglo. Por ello, nada había de ineluctable para que aquella primera democracia no pudiera consolidarse y terminase  inevitablemente  en una guerra civil, como todavía  mantiene  cierta historiografía de  la derecha. Como tampoco, en sentido contrario, el cambio social derivado del desarrollismo franquista fue la causa necesaria  y suficiente que trajo automáticamente la democracia. Ésta fue el fruto  de una acción política no sólo proveniente de un pacto entre las elites políticas de  dentro del sistema (una vez que los intentos de reforma  desde dentro del  régimen fracasaron) y las de la oposición tradicional, sino también de una intensa movilización política de una oposición de amplia base social, surgida en gran medida de los cambios sociales traídos por el desarrollismo, y que ya desde los sesenta  había roto el tiempo de silencio que la feroz represión de las primeras etapas del franquismo había impuesto.

Especial interés tienen los artículos finales de  la recopilación que tratan  de los usos y abusos de la memoria histórica no sólo por su actualidad, sino también por el carácter polémico  de su tesis principal. Santos Juliá hace  en ellos un análisis impecable de las causas de ese uso obsesivo de la memoria histórica que estamos viviendo en los últimos tiempos, del concepto de  memoria histórica como memoria colectiva  y de sus  fines ideológicos e instrumentales. Pero defiende la tesis (aplicándola al caso de la memoria histórica de la guerra civil y el franquismo) de que nunca se puede imponer ninguna memoria colectiva desde el poder ni siquiera la democrática ni la antifascista , por la incompatibilidad insuperable que ve  entre  esa clase de memoria y la objetividad del conocimiento histórico.  Una tesis que ha recibido numerosas críticas a las que me uno. Porque una cosa es imponer y otro fomentar y siempre podría difundirse una memoria colectiva democrática modulada y matizada  por la historia.

Eso sí, esa tesis no le impide reconocer explícitamente la justicia de la recuperación de los muertos  todavía insepultos de la guerra civil y del franquismo, de la anulación de las causas penales de los represaliados  por la dictadura  y de las debidas reparaciones que se merecen. Ni, coherentemente, criticar por ello  al Partido socialista por las limitaciones que en ese sentido ha tenido su Ley de Memoria Histórica.    
(Publicado en Cultura , suplemento cultural de La Nueva España de Oviedo)