LA
HISTORIA DEL SIGLO XXI
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Eric Hobsbawm es el historiador del siglo
XX por excelencia. No sólo porque es el
que mejor ha historiado la pasada
centuria, sino también por la calidad del conjunto de su obra historiográfica.
Hasta tal punto que esa valoración positiva ha logrado una no rara, sino
excepcional unanimidad por toda clase
de historiadores y lectores de todo el arco
ideológico y de diferentes niveles intelectuales. Lo que es todavía más
difícil siendo como es un historiador que se mueve dentro de las coordenadas
teóricas del materialismo histórico a las que nunca ha renunciado
Y no ha renunciado a sus fundamentos teóricos
a pesar de la crisis que han experimentado desde los últimos decenios de ese
siglo los paradigmas “fuertes” historiográficos como el vinculado al pensamiento marxiano. Pero siempre lo ha hecho el historiador
británico al margen de cualquier planteamiento esencialista doctrinal. Y siempre ha tenido, además, como prioridad defender en la teoría y en la práctica el
carácter científico del conocimiento histórico por el que ha hecho una apuesta decidida en toda su obra,
huyendo de cualquier veleidad o inclinación hacia esa nueva historia “blanda”
posmoderna y narrativa que se ha puesto de moda en los últimos tiempos. Quizás
sea la conjunción de estas dos características lo que explique en parte esa aceptación generalizada
que tiene su obra.
Paradójicamente, siendo como es el gran
historiador del siglo XX, pocos historiadores como él nos han contado con tanta
fiabilidad la historia del siglo XIX. Y, además, como nos demuestra su último libro, a sus lúcidos 90 años,
rizando el rizo, pronostica, conjugando
de manera magistral el análisis del
pasado y del presente, cómo puede ser el futuro de la historia del siglo
XXI.
Efectivamente,. Guerra y paz en el
siglo XXI (Editorial Crítica,
2007) reúne un conjunto de conferencias dictadas por Hobsbawm en importantes
foros políticos, culturales y académicos internacionales, que fueron editadas
después en diversas revistas especializadas. Tratan estos artículos acerca de cinco de las grandes cuestiones políticas a las que se
enfrenta hoy la humanidad en el nuevo milenio: los problemas de la paz y la
guerra; del imperio y las prácticas imperialistas; la nación y el nacionalismo;
la realidad de la democracia liberal; y el de la violencia social y el
terrorismo
Historia no profética
Precisemos el contenido del libro y su
significado. No trata concretamente nuestro historiador en él de los problemas
económicos mundiales. Pero deja claro que en el fondo de esos graves problemas
políticos están la gran capacidad tecnológica y de transformación del medio que
el hombre ha llegado alcanzar. Así como los profundos cambios que nuestra
civilización ha experimentado desde la segunda mitad de la pasada centuria.
Cambios que considera como un verdadero salto cualitativo desde la implantación
de la revolución neolítica. Y destaca, sobre todo, como telón de fondo de esos
graves problemas políticos, el proceso de globalización realmente existente con
las secuelas de polarización económica y
social que ha producido a escala mundial y dentro de los estados. Lo que lo
convierte por ello en el otro foco generador de inestabilidad política y social
que padece el mundo hoy.
Tampoco está en la intención de Hobsbawm
hacer de profeta. Sino de practicar algo que sí
se ha considerado siempre una de las funciones sociales más importantes
de la historia: contribuir a explicar el
presente y a arrojar toda la luz posible
sobre el futuro que nos espera. Práctica que ahora se desdeña por esa historia que dedica sus esfuerzos a explicar
acontecimientos tan “relevantes” como una matanza de gatos, asunto de una de
las obras emblemáticas de esa historia culturalista y narrativa que nos ha
traído el posmodernismo. Pero no trata de ser adivino ni de arañar la costra
del presente para predecir el futuro ni de determinar lo que va a suceder desde
ninguna ortodoxia doctrinal. Sino que intenta, desde el análisis en profundidad
de los procesos históricos políticos seculares y sus tendencias actuales, identificar
las diferentes y probables alternativas que esas graves y fundamentales
cuestiones políticas pueden tener para el futuro de la humanidad.
Guerra y paz
La
desaparición de los países del socialismo realmente existente ha cambiado radicalmente el marco político
internacional y con ello ha aparecido un nuevo escenario de la guerra y la paz
desde las últimas décadas del pasado siglo. No sólo ha desaparecido el anterior
equilibrio de la amenaza nuclear, sino también el orden internacional creado en el siglo XVII
tras la Guerra de los Treinta Años, basado en estados territoriales que tenían
un verdadero monopolio de la fuerza dentro de sus fronteras y dirimían sus
conflictos dentro de ciertas reglas. Su sustitución por un nuevo orden
internacional basado en una sola superpotencia como quiere el actual gobierno
de Estados Unidos no podrá, según Hobsbawm, mantener la paz mundial. El siglo
XXI será un siglo de guerras endémicas, si no epidémicas. Pero no tanto entre
estados como dentro de cada estado, alimentadas por las intervenciones
militares de otros estados, dada la crisis y falta de legitimidad que padece el
estado- nación y la ausencia de una eficaz y verdadera institución arbitral de
carácter supraestatal global. Del mismo modo que por esa y otras razones la
violencia social que ha padecido el mundo en
la centuria pasada se hará recurrente Sostiene nuestro historiador, sin
embargo, que, a pesar de la nueva naturaleza del terrorismo actual, la lucha
contra el mismo no puede considerarse como una verdadera guerra. Su verdadero
peligro está más en la manipulación que de él hagan los gobiernos, como ya está
ocurriendo.
De imperios y naciones
Con el nuevo siglo y tras el atentado de
las Torres Gemelas, el gobierno de G. W, Bush practica una nueva política
imperialista que ha supuesto un cambio radical de la anterior práctica imperial
norteamericana. Busca implantar un nuevo modelo de imperio. Se trata de un
imperio global que se distingue de todos los imperios históricos que se han
conocido. Ningún imperio histórico tuvo ese proyecto de dominio global como se
pretende alcanzar ahora. Ni siquiera puede reconocerse en el modelo más cercano posible, el Imperio
inglés del siglo XVIII y XIX. Ésta es la conclusión a la que llega Hobsbawm tras un magistral análisis del nuevo
proyecto imperial norteamericano y sus causas y el que llevaron a la práctica
los británicos. Si bien es cierto que éste también tuvo un alcance global,
nunca buscó el dominio global. Y su finalidad fue prioritariamente la explotación económica de los territorios dominados, no el
control estratégico de todo el planeta como pretende ahora el actual gobierno norteamericano.
Hobsbawm, que ha sido además
un excepcional y cualificado testigo del fin de algunos de esos imperios
regionales del pasado siglo (como nos ha contado en su brillante autobiografía),
considera los imperios no sólo como una forma política injusta de dominio, sino
también inoperante para mantener el orden político y social, como pretenden
algunos de sus propugnadores. Nunca hubo realmente ni Pax Romana ni Pax Británnica. Como
tampoco hay hoy Pax Americana. No la puede haber bajo un sistema de
dominación imperial, porque, como predica el viejo dicho: “Puedes hacer lo
que quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella”. Por eso en todos los imperios, dentro y fuera
de ellos, los historiadores han constatado siempre rebeliones y conflictos entre los dominados que los padecen
y no se creen las justificaciones
imperiales. En los imperios históricos, la legitimación era la implantación de
la civilización como si de un cultivo se tratara. Sobre aquellas “razas inferiores y sin ley” de las
que hablaba Kipling. (Por cierto, uno de
los autores de cabecera del señor Aznar). En el americano actual son los
derechos humanos y la democracia liberal. Lo que Hobsbawm denomina como
“imperialismo de los derechos humanos”.
Para el
historiador británico el actual modelo de imperio americano tiene escasa o ninguna
viabilidad. No sólo a largo plazo porque la historia demuestra que todos
imperios fenecen víctimas de sus contradicciones. Sino que por razones
propiamente internas no tendrá gran duración. Ni los propios ciudadanos
americanos están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial; ni
la economía estadounidense está en condiciones de sostener uno y otra. Tampoco
la actual política imperial de Bush hijo satisface a los intereses de
importantes sectores del capitalismo norteamericano. Por todo ello, deduce
Hobsbawm, llegará un momento en que los
electores y otro gobierno decidirán que es mucho más importante concentrarse en
la economía y los asuntos domésticos que en esa desorbitada e irracional aventura imperial. La actuación de la
oposición demócrata y las manifestaciones actuales de la opinión pública estadounidense parecen confirmar tal
pronóstico.
Hobsbawm es
autor de uno de los más importantes estudios que se han realizado sobre la
historia del nacionalismo. De ahí que su análisis y reflexiones sobre la
situación actual y el futuro de la nación-estado y el nacionalismo tengan un
especial interés. Y la verdad es que a pesar de su corta extensión, su enfoque
y contenido no sólo no defrauda, sino
que sabe a poco.
El autor de Nación y nacionalismo desde
1780 evalúa la situación por la que
atraviesan la nación-estado y el nacionalismo al comenzar el siglo XXI como un
estado de crisis y ambigüedad. Situación
que relaciona con dos importantes transformaciones que afectan al mundo actual
y origina una de las más graves consecuencias que padece, a saber. Por una
parte, está la inestabilidad política internacional surgida tras el colapso de
la URSS y su secuela de intervenciones
militares de las potencias occidentales en los denominados “estados fallidos”.
Entre cuyos gobiernos y poblaciones provocan por reacción un fuerte resentimiento
contra ellas bajo la forma de un
renovado y virulento nacionalismo.
La
otra causa que mencionábamos son los flujos migratorios internacionales masivos
de la globalización que han producido una situación de creciente cosmopolitismo
en los viejos estados- naciones, rompiendo su homogeneidad cultural nacional.
La carta de la identidad ciudadana comienza ya a no ser la partida de
nacimiento, sino el pasaporte. Esa dialéctica entre reacción nacionalista y
avance cosmopolita no expresa sino la crisis que vive hoy el estado- nación y
cuya principal manifestación y consecuencia es el avance en nuestras sociedades
de la xenofobia. Hobsbawm ilustra esa contradictoria situación, como buen
británico, con un expresivo, sociológico
y delicioso ejemplo sobre la actual situación del fútbol. Pero, no se atreve a
pronosticar, si esa crisis finalmente se
consumara, cuál puede ser el posible sustituto del estado-nación.
Democracia de baja calidad.
El siglo XX ha terminado con la difusión
por todo el planeta de la democracia liberal como forma política más valorada y
aplicada Pero ahora en los umbrales del nuevo siglo, tras la desaparición de
los regímenes del socialismo real, la conciencia sobre sus limitadas
virtualidades es todavía más evidente. El escepticismo que latía en la conocida
sentencia de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, a
excepción de todas las demás”, se ha hecho ahora, sin duda, más visible.
Pero, además, el nuevo escenario económico y político mundial ha agravado aún
más, según Hobsbawm, la condición de baja calidad inherente a la democracia
liberal, poniendo incluso en peligro sus elementos positivos. Cumple ya con
dificultad las tres funciones y condiciones
básicas que venia realizando: tener más poder que otras unidades que operan en su
territorio; la aceptación sin reservas por sus ciudadanos de su autoridad; y,
sobre todo, la prestación al ciudadano
de los servicios que comprende el Estado de bienestar. El capitalismo
globalizado neoliberal vigente ha
privatizado muchos de esos servicios. Subordina con ello sectores vitales para
el interés público a los intereses del
mercado Y no sólo reduce la extensión y eficacia de tales servicios, sino que
contribuye a adelgazar aún más la ya escasa participación ciudadana en la
política que existe en la democracia liberal. Por ello, la soberanía del
mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una verdadera
alternativa a la misma.
En fin, Hobsbawm
nos vuelve a dejar con este libro una muestra de su gran capacidad de reflexión
y finura de análisis histórico, además de su consumada habilidad en el manejo
de una vasta y significativa erudición. Esperemos que no sea el último y su
lucidez nos pueda seguir iluminando, hasta donde sea posible, el futuro con sus
profundos y magistrales análisis del pasado.