NUNCA JAMÁS
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Tras las aportaciones de A.Bullock, R.Cartier, R. Payne, J. Fest., M. Steiner, D. Irving que componen con otras varias una importante y copiosa bibliografía sobre la biografía de Hitler, pensábamos que poco más podría decirse ya sobre el megalómano dictador nazi. Pero esta monumental biografía del profesor de la Universidad de Sheffield, uno de los principales especialistas mundiales sobre Hitler y el nazismo, Ian Kershsaw, demuestra lo equivocado de nuestra impresión. Estamos, sin duda, ante una de las obras más completas no sólo sobre la figura de Hitler, sino también sobre el régimen nazi. Como en el primer tomo, aparecido el año pasado en España con gran éxito de crítica, en este segundo que acaba de publicarse , Hitler 1936-1945, (Península, 2000), el historiador británico realiza eso que ha venido en llamarse una biografía de contexto. El pensamiento y la acción de Hitler aparecen aquí analizados dentro de su marco histórico, con tal cantidad de datos y tan finamente, que Kershaw no sólo nos proporciona una visión significativa y matizada del personaje , sino que también traza un cuadro global del periodo nazi de gran densidad y rigor.
Y esto es así no porque Kershaw
identifique estrictamente la etapa nazi con la obra del dictador. Precisamente
la tesis que defiende esta biografía es la contraria. El nazismo y sus
monstruosidades no son sólo obra y responsabilidad de un loco visionario que
impuso por la fuerza su visión del mundo
a una sociedad con una crisis de identidad y graves problemas pero moderna y
compleja como era la sociedad alemana de entreguerras, arrastrándola , con su
fanatismo ideológico, hacia el objetivo
de la hegemonía mundial alemana en un “nuevo orden” basado en la supremacía de
la raza aria. Sino que con él colaboraron de manera no forzada sino interesada
y libre importantes sectores de las elites de poder no nazi - del ejército, los
negocios, la industria y el funcionariado-, del mismo modo que el dictador y
su régimen contaron con el apoyo de una parte importante del pueblo alemán.
En este segundo tomo, Kershaw analiza a
través de 17 capítulos que suman algo más de mil páginas el proceso de expansión territorial nazi, el
desarrollo de la guerra mundial que
provoca y la némesis final que para el siniestro personaje y su
entorno, pero también para Alemania, supuso la derrota.
En realidad, el contenido de ese racista y
criminal proyecto imperialista que Hitler trató de llevar a la práctica estaba
ya diseñado como programa en Mein Kampf en 1924. Una vez en el
poder a partir de 1933, fueron sus propias obsesiones personales y unas
circunstancias internacionales propicias los factores que le
llevaron a creer que tal proyecto podría hacerlo realidad por entero el
mismo y en breve tiempo.
De ahí que, como se desprende del libro de
Kershaw, su política revisionista del Tratado de Versalles y de integración
nacional no fueron más que los prolegómenos de su intento preconcebido de
dominio mundial. Hasta después del Acuerdo de Munich que sancionaba los hechos
ya consumados de la remilitarización del
Rhin, la anexión de Austria y los
Sudetes y pasaba por encima una práctica diplomática basada en la mentira, la
agresión y el miedo, las débiles democracias occidentales no supieron o no
quisieron verlo así. Y esa actitud no
sólo favoreció la continuación de la expansión nazi, sino que también ayudó a
Hitler a conseguir el apoyo del pueblo alemán que terminó viendo en él el caudillo que, sin guerra, les devolvía
el orgullo y el prestigio nacionales perdidos en Versalles. Es revelador en ese
sentido lo que nos cuenta Kershaw de la
frustración del dictador nazi ante el pacto de Munich. No sólo lo interpretó
como una debilidad y cobardía de los líderes
de las democracias europeas, sino que lo valoró negativamente por
considerarlo como un retraso en su pretensión de la anexión completa de
Checoslovaquia. Con Polonia repitió la misma estrategia. Utilizó como pretexto la ocupación de Danzig y el
control del corredor polaco para dominar aquel estado eslavo sin llegar a la
confrontación bélica con los países occidentales y precavidamente lo hizo en
connivencia con Stalin. Pero fue un error de cálculo que supuso para sus planes
un no buscado adelanto de algunos años
del enfrentamiento con las democracias europeas que él consideraba ineludible.
La creación de ese imperium
germánico estaba vinculada en la mente de Hitler a la destrucción del
judeobolchevismo. Judíos y comunistas no eran sino las dos caras de la misma
moneda. Su pacto con la Unión Soviética fue, por tanto, sólo un pragmático paréntesis hasta que llegó la
oportunidad de aniquilar la patria del bolchevismo judío y convertirla en una
colonia de la que extraer riqueza y reasentar en ella a lo judíos de todo el
mundo.
Pero, según Kersahw, por una parte, cuando
esa oportunidad llegó, la tenaz resistencia soviética impidió esa “solución
territorial” del problema judío y, por otra, la entrada en guerra de los EE.
UU., supuso para él momento del cumplimiento de aquella cínica y amenazadora
“profecía” que había proclamado ante el Reichstag en 1939, en la que
“vaticinó” la aniquilación de los
judíos si “provocaban” otra guerra mundial. Tales
circunstancias dieron paso a la
“solución final” que tomó cuerpo a finales de 1941 y comenzó a hacerse realidad
en 1942 en los campos de exterminio de Belzec, Sobibor, Treblinka y Auschwitz y
que supuso ya a finales de ese año el asesinato en masa industrializado en las
cámaras de gas de unos cuatro millones
de judíos.
Al contrario que en el aspecto militar en
el que con su intervención directa,
asumió la expresa y plena
responsabilidad de la dirección de la guerra, Hitler tuvo un cuidado
“exquisito” de no implicarse personalmente en el exterminio judío. Kershaw
demuestra, sin embargo, claramente, a través de numerosos indicios, su
implicación y su responsabilidad directas en él. Como
también fue el inductor, al comienzo
de la guerra, del programa
eufemísticamente llamado la “acción eutanásica”- Aktion-T4- para matar enfermos
mentales e incurables alemanes, y en cuya eliminación ya se utilizó el gas.
Editada por primera vez en 1947 y
reeditada en numerosas de ocasiones, Los últimos días de Hitler
es ya una obra clásica sobre Hitler y el nazismo, de la que Alba Editorial acaba de publicar una nueva
edición. Su origen es el informe que el historiador Hugh Trevor- Roper,
entonces oficial del servicio de contraespionaje británico, realizó sobre la
muerte de Hitler. Los soviéticos que habían sido los primeros ocupantes del
búnker del dictador mantenían un actitud ambigua sobre la suerte que había
corrido el caudillo nazi y hasta el propio Stalin llegó a declarar que Franco lo tenía escondido en
España. Trevor- Roper , además de recrear brillantemente esos últimos días de
la “corte” nazi, demostró en su informe la realidad del suicidio de Hitler y la
posterior cremación de los cadáveres de él y Eva Braun. Y en 1947 recogió todas sus averiguaciones en este
libro, en el que trató también de dar respuesta a la gran pregunta de cómo fue
posible que parte pueblo alemán colaborase con aquel régimen genocida, buscando
la respuesta en la peculiaridad de la historia anterior de Alemania.
Hoy, cuando Mein Kampf se ha
convertido otra vez en un best-seller y en la Red se incuba de nuevo el huevo
de la serpiente, la lectura de estos dos libros, además de un buen ejercicio de
historia, puede servir para mantenernos alerta para que nunca jamás pueda
volver a reproducirse una barbarie como aquélla.