viernes, 27 de noviembre de 2015

Biografia de Hitler


                        NUNCA JAMÁS

                                                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias


    

 Tras  las aportaciones de A.Bullock, R.Cartier, R. Payne, J. Fest., M. Steiner, D. Irving que componen con otras varias una importante y copiosa bibliografía sobre la biografía de Hitler, pensábamos que poco más podría decirse ya sobre el megalómano dictador nazi. Pero esta monumental biografía del profesor de la Universidad de Sheffield, uno de los principales especialistas mundiales sobre Hitler y el nazismo, Ian Kershsaw, demuestra  lo equivocado de nuestra impresión. Estamos, sin duda, ante una de las obras más completas no sólo sobre la figura de Hitler, sino también sobre el régimen nazi. Como en el primer tomo, aparecido el año pasado en España con gran éxito de crítica, en este segundo que acaba de publicarse , Hitler 1936-1945, (Península, 2000), el historiador británico realiza eso que ha venido en llamarse una biografía de contexto. El pensamiento  y la acción de Hitler aparecen aquí analizados dentro de su marco  histórico, con tal cantidad de datos y tan finamente, que Kershaw no sólo nos proporciona una visión significativa y matizada del personaje , sino que también traza un cuadro global del periodo nazi de gran densidad y rigor.

            Y esto es así no porque Kershaw identifique estrictamente la etapa nazi con la obra del dictador. Precisamente la tesis que defiende esta biografía es la contraria. El nazismo y sus monstruosidades no son sólo obra y responsabilidad de un loco visionario que impuso por la fuerza su  visión del mundo a una sociedad con una crisis de identidad y graves problemas pero moderna y compleja como era la sociedad alemana de entreguerras, arrastrándola , con su fanatismo ideológico, hacia  el objetivo de la hegemonía mundial alemana en un “nuevo orden” basado en la supremacía de la raza aria. Sino que con él colaboraron de manera no forzada sino interesada y libre importantes sectores de las elites de poder no nazi - del ejército, los negocios, la industria y el funcionariado-, del mismo modo que el dictador y su  régimen contaron con el apoyo de  una parte importante del pueblo alemán.

    En este segundo tomo, Kershaw analiza a través de 17 capítulos que suman algo más de mil páginas  el proceso de expansión territorial nazi, el desarrollo de la guerra mundial que  provoca y la  némesis  final que para el siniestro personaje y su entorno, pero también para Alemania, supuso la derrota.

    En realidad, el contenido de ese racista y criminal proyecto imperialista que Hitler trató de llevar a la práctica estaba ya diseñado como programa en Mein Kampf en 1924. Una vez en el poder a partir de 1933, fueron sus propias obsesiones personales y unas circunstancias internacionales propicias los factores  que le  llevaron a creer que tal proyecto podría hacerlo realidad por entero el mismo  y en breve tiempo.

    De ahí que, como se desprende del libro de Kershaw, su política revisionista del Tratado de Versalles y de integración nacional no fueron más que los prolegómenos de su intento preconcebido de dominio mundial. Hasta después del Acuerdo de Munich que sancionaba los hechos ya consumados de  la remilitarización del Rhin,  la anexión de Austria y los Sudetes y pasaba por encima una práctica diplomática basada en la mentira, la agresión y el miedo, las débiles democracias occidentales no supieron o no quisieron verlo así. Y esa  actitud no sólo favoreció la continuación de la expansión nazi, sino que también ayudó a Hitler a conseguir el apoyo del pueblo alemán que terminó viendo en  él el caudillo que, sin guerra, les devolvía el orgullo y el prestigio nacionales perdidos en Versalles. Es revelador en ese sentido lo que nos cuenta Kershaw  de la frustración del dictador nazi ante el pacto de Munich. No sólo lo interpretó como una debilidad y cobardía de los líderes  de las democracias europeas, sino que lo valoró negativamente por considerarlo como un retraso en su pretensión de la anexión completa de Checoslovaquia. Con Polonia repitió la misma estrategia. Utilizó  como pretexto la ocupación de Danzig y el control del corredor polaco para dominar aquel estado eslavo sin llegar a la confrontación bélica con los países occidentales y precavidamente lo hizo en connivencia con Stalin. Pero fue un error de cálculo que supuso para sus planes un no buscado  adelanto de algunos años del enfrentamiento con las democracias europeas que él consideraba ineludible.

    La creación de ese imperium germánico estaba vinculada en la mente de Hitler a la destrucción del judeobolchevismo. Judíos y comunistas no eran sino las dos caras de la misma moneda. Su pacto con la Unión Soviética fue, por tanto, sólo  un pragmático paréntesis hasta que llegó la oportunidad de aniquilar la patria del bolchevismo judío y convertirla en una colonia de la que extraer riqueza y reasentar en ella a lo judíos de todo el mundo.

   Pero, según Kersahw, por una parte, cuando esa oportunidad llegó, la tenaz resistencia soviética impidió esa “solución territorial” del problema judío y, por otra, la entrada en guerra de los EE. UU., supuso para él momento del cumplimiento de aquella cínica y amenazadora “profecía” que había proclamado ante el Reichstag en 1939, en la que “vaticinó”  la aniquilación de los judíos  si  “provocaban” otra guerra mundial. Tales circunstancias dieron  paso a la “solución final” que tomó cuerpo a finales de 1941 y comenzó a hacerse realidad en 1942 en los campos de exterminio de Belzec, Sobibor, Treblinka y Auschwitz y que supuso ya a finales de ese año el asesinato en masa industrializado en las cámaras de gas de  unos cuatro millones de judíos.

    Al contrario que en el aspecto militar en el que con su intervención  directa, asumió la expresa y  plena responsabilidad de la dirección de la guerra, Hitler tuvo un cuidado “exquisito” de no implicarse personalmente en el exterminio judío. Kershaw demuestra, sin embargo, claramente, a través de numerosos indicios, su implicación y su responsabilidad directas en él.  Como  también fue el inductor,  al comienzo de la guerra,  del programa eufemísticamente llamado la “acción eutanásica”- Aktion-T4- para matar enfermos mentales e incurables alemanes, y en cuya eliminación  ya se utilizó el gas.   

        Editada por primera vez en 1947 y reeditada en numerosas de ocasiones, Los últimos días de Hitler es ya una obra clásica sobre Hitler y el nazismo, de la que  Alba Editorial acaba de publicar una nueva edición. Su origen es el informe que el historiador Hugh Trevor- Roper, entonces oficial del servicio de contraespionaje británico, realizó sobre la muerte de Hitler. Los soviéticos que habían sido los primeros ocupantes del búnker del dictador mantenían un actitud ambigua sobre la suerte que había corrido el caudillo nazi y hasta el propio Stalin llegó a  declarar que Franco lo tenía escondido en España. Trevor- Roper , además de recrear brillantemente esos últimos días de la “corte” nazi, demostró en su informe la realidad del suicidio de Hitler y la posterior cremación de los cadáveres de él y Eva Braun. Y en 1947  recogió todas sus averiguaciones en este libro, en el que trató también de dar respuesta a la gran pregunta de cómo fue posible que parte pueblo alemán colaborase con aquel régimen genocida, buscando la respuesta en la peculiaridad de la historia anterior de Alemania.

   Hoy, cuando Mein Kampf se ha convertido otra vez en un best-seller y en la Red se incuba de nuevo el huevo de la serpiente, la lectura de estos dos libros, además de un buen ejercicio de historia, puede servir para mantenernos alerta para que nunca jamás pueda volver a reproducirse una barbarie como aquélla.

  (PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE "LA NUEVA ESPAÑA" DE oVIEDO)

 

 

 

 

 

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