viernes, 26 de diciembre de 2014

LA hUELGA DEL SILENCIO

¨                                         LA HUELGA DEL SILENCIO
                                  
                                                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

La furia y el silencio.
Asturias, primavera de 1962
Jorge M. Reverte
282 páginas
Espasa, 2008


Jorge Reverte relata con rigor y amenidad el  importante movimiento huelguístico de 1962 en Asturias

        


    La huelga de Asturias de  1962 fue, sin duda, el punto de inflexión  en el movimiento de oposición al franquismo. Significó, por una parte, la cristalización de la nueva oposición que había emergido en la década anterior al socaire de los cambios que aportaron los primeros y tímidos ensayos de liberalización económica; y, por otra, supuso  el despegue definitivo de una nueva y fortalecida oposición al franquismo en el contexto del profundo cambio económico y social que experimentó nuestro país con el desarrollismo que trajeron los tecnócratas y  el final  de la autarquía..
            Los      historiadores  hemos reconstruido ese movimiento huelguístico  con pelos y señales con motivo de su correspondiente  aniversario. Ahora Jorge Reverte ( La furia y el silencio. Planeta, 2008) da una nueva vuelta de tuerca  a aquellos episodios que desencadenaron  los siete mineros del pozo Nicolasa de Mieres que perdieron e hicieron perder el miedo a la dictadura no sólo a los mineros asturianos, sino a casi toda la clase obrera  española como demuestra  el impresionante  movimiento huelguístico que desencadenó en Asturias y terminó difundiéndose por toda España. Además de tener  un gran  eco internacional. Tanto que fue uno de los motivos de la negativa a la petición por el régimen franquista del ingreso de España  en el  Mercado Común. 
  El  libro de Reverte no añade nada nuevo a lo que ya sabíamos sobre aquel importante episodio, sino que su cualidad específica y relevante es, como ya se ha dicho, cómo lo cuenta. El escritor madrileño ha puesto a punto en sus libros sobre la guerra civil española una peculiar y efectiva  manera de contar la historia que está a medio camino entre el relato del novelista, el reportaje periodístico y la reconstrucción histórica para lo cual utiliza las fuentes primarias como base de sus relatos. Ésta es también la fórmula que utiliza Reverte en este caso para contarnos aquellos tres meses que desde Asturias iluminaron España, como cantaban los versos de Goytisolo
En su papel de historiador, Reverte reconstruye minuciosamente los hechos, a base, sobre todo, de los informes de la Brigada de Investigación Social y la Guardia Civil. Como periodista  recurre  a la  información significativa y  de interés  humano que ha extraído  de las entrevistas realizadas  con los actores de ambos frentes de la huelga,  tanto de represores como de huelguistas Entrevistas efectuadas por él mismo o que proceden de los trabajos de historia oral llevados a cabo por los historiadores. Sin que falten, casi a modo de un reportaje informativo y de divulgación, las aclaraciones y referencias para los  lectores no versados en la mina todos aquellos aspectos y peculiaridades que presenta el trabajo minero.
  Como novelista, ensambla magistralmente  toda esa compleja y variada  información dándole forma de un relato ágil, de fácil lectura, que adopta  en determinados pasajes un profundo tono literario que trasluce el gran amor que Reverte siente por Asturias. A la  vez que todo él está teñido de un profundo tono épico que refleja el  gran impacto que el imaginario de aquella generación de jóvenes opositores a la dictadura tuvieron los “ incidentes del Norte”, como eufemísticamente les denominó el dictador en alguno de sus discursos. Incidentes que llegaron- como decía nuestro siempre recordado Vázquez Montalbán (¡cuánto te echamos de menos, Manolo!),  a convertir el “Asturias, patria querida” en un canto revolucionario.   
            Reverte ha sabido leer con la perspicacia del novelista y el periodista los informes policiales y detectar cómo traslucen el asombro y desconcierto de las autoridades franquistas ante una huelga que no sólo fue, contrariamente a la tradición bronca y revolucionaria  (1917,1934,1936) de los mineros asturianos, tan pacífica que se la ha llegado a calificar como “la huelga del silencio”. Los mineros  huelguistas y sus mujeres (las cuales fueron uno de los actores fundamentales de la huelga) crearon, incluso, códigos simbólicos como las siembras de maíz en las entradas de las minas por parte de éstas o el gesto de no recoger las lámparas o no bajar las perchas de la ropa de trabajo, sin tener que recurrir a  las asambleas para tratar de evitar las represalias. Actitud pacífica que no evitó la violencia de la represión por parte de del régimen que fue realmente duro con los huelguistas con detenciones, deportaciones, torturas, además de la utilización de otros medios de presión por parte de las empresas como el cierre de los economatos o la pérdida de la antigüedad de los mineros huelguistas.
             El tratamiento que realiza Reverte de  la participación de los obreros católicos de la JOC y la HOAC y sus consiliarios en la huelga nos parece bastante correcto, aunque hemos detectado algunos datos erróneos que se derivan de  haberlos  trasladado sin corregir al libro  desde  los informes policiales y de la guardia civil. Del mismo modo  que  el silencio sobre ellos de las fuentes que ha utilizado, le han llevado a no mencionar a algunos actores importantes de aquella huelga, como es el caso de uno de los principales líderes de los obreros católicos, el empleado Rodolfo Alonso Astoreca, del lado de los huelguistas; y de parte de los represores, al arzobispo- coadjutor de Oviedo Segundo García de Sierra  quien adoptó una postura represora extremadamente  beligerantemente contra los sacerdotes que habían participado en el movimiento huelguístico en consonancia con su acendrado nacionalcatolicismo.
            Pero todo esto no es óbice para  que Reverte haya logrado relatarnos con éxito en 300 páginas de  manera  rigurosa y a la vez amena y asequible, lo que los historiadores hemos contado en miles de páginas. En muchos casos, con prosa plúmbea, de difícil digestión.
( Publicado en Cultura, suplemento cultural de La N

sábado, 20 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                          LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias

Eric Hobsbawm es el historiador del siglo XX por excelencia. No sólo porque  es el que mejor ha historiado la pasada  centuria, sino también por la calidad del conjunto de su obra historiográfica. Hasta tal punto que esa valoración positiva ha logrado una no rara, sino excepcional unanimidad  por toda clase de  historiadores y lectores de todo el arco ideológico y de  diferentes  niveles intelectuales. Lo que es todavía más difícil siendo como es un historiador que se mueve dentro de las coordenadas teóricas del materialismo histórico a las que  nunca ha renunciado
Y no ha renunciado a sus fundamentos teóricos a pesar de la crisis que han experimentado desde los últimos decenios de ese siglo los paradigmas “fuertes” historiográficos  como el vinculado al pensamiento marxiano.  Pero siempre lo ha hecho el historiador británico al margen de cualquier planteamiento esencialista doctrinal. Y siempre  ha tenido, además, como prioridad  defender en la teoría y en la práctica el carácter científico del conocimiento histórico por el que  ha hecho una apuesta decidida en toda su obra, huyendo de cualquier veleidad o inclinación hacia esa nueva historia “blanda” posmoderna y narrativa que se ha puesto de moda en los últimos tiempos. Quizás sea la conjunción de estas dos características lo que  explique en parte esa aceptación generalizada que tiene  su obra.  
Paradójicamente, siendo como es el gran historiador del siglo XX, pocos historiadores como él nos han contado con tanta fiabilidad la historia del siglo XIX. Y, además, como nos demuestra  su último libro, a sus lúcidos 90 años, rizando el rizo,   pronostica, conjugando de manera magistral el análisis del  pasado y del presente, cómo puede ser el futuro de la historia del siglo XXI.
Efectivamente,. Guerra y paz en el siglo XXI  (Editorial Crítica, 2007) reúne un conjunto de conferencias dictadas por Hobsbawm en importantes foros políticos, culturales y académicos internacionales, que fueron editadas después en diversas revistas especializadas. Tratan estos artículos  acerca de cinco de las  grandes cuestiones políticas a las que se enfrenta hoy  la humanidad en el  nuevo milenio: los problemas de la paz y la guerra; del imperio y las prácticas imperialistas; la nación y el nacionalismo; la realidad de la democracia liberal; y el de la violencia social y el terrorismo 
Historia no profética
Precisemos el contenido del libro y su significado. No trata concretamente nuestro historiador en él de los problemas económicos mundiales. Pero deja claro que en el fondo de esos graves problemas políticos están  la gran capacidad  tecnológica y de transformación del medio que el hombre ha llegado alcanzar. Así como los profundos cambios que nuestra civilización ha experimentado desde la segunda mitad de la pasada centuria. Cambios que considera como un verdadero salto cualitativo desde la implantación de la revolución neolítica. Y destaca, sobre todo, como telón de fondo de esos graves problemas políticos, el proceso de globalización realmente existente con las secuelas de  polarización económica y social que ha producido a escala mundial y dentro de los estados. Lo que lo convierte por ello en el otro foco generador de inestabilidad política y social que padece el mundo hoy.
Tampoco está en la intención de Hobsbawm hacer de profeta. Sino de practicar algo que sí  se ha considerado siempre una de las funciones sociales más importantes de la historia: contribuir a  explicar el presente y a arrojar toda la luz posible  sobre el futuro que nos espera. Práctica que ahora se desdeña por esa  historia que dedica sus esfuerzos a explicar acontecimientos tan “relevantes” como una matanza de gatos, asunto de una de las obras emblemáticas de esa historia culturalista y narrativa que nos ha traído el posmodernismo. Pero no trata de ser adivino ni de arañar la costra del presente para predecir el futuro ni de determinar lo que va a suceder desde ninguna ortodoxia doctrinal. Sino que intenta, desde el análisis en profundidad de los procesos históricos políticos seculares y sus tendencias actuales, identificar las diferentes y probables alternativas que esas graves y fundamentales cuestiones políticas pueden tener para el futuro de la humanidad.      
 Guerra y paz
            La desaparición de los países del socialismo realmente existente  ha cambiado radicalmente el marco político internacional y con ello ha aparecido un nuevo escenario de la guerra y la paz desde las últimas décadas del pasado siglo. No sólo ha desaparecido el anterior equilibrio de la amenaza nuclear, sino también el  orden internacional creado en el siglo XVII tras la Guerra de los Treinta Años, basado en estados territoriales que tenían un verdadero monopolio de la fuerza dentro de sus fronteras y dirimían sus conflictos dentro de ciertas reglas. Su sustitución por un nuevo orden internacional basado en una sola superpotencia como quiere el actual gobierno de Estados Unidos no podrá, según Hobsbawm, mantener la paz mundial. El siglo XXI será un siglo de guerras endémicas, si no epidémicas. Pero no tanto entre estados como dentro de cada estado, alimentadas por las intervenciones militares de otros estados, dada la crisis y falta de legitimidad que padece el estado- nación y la ausencia de una eficaz y verdadera institución arbitral de carácter supraestatal global. Del mismo modo que por esa y otras razones la violencia social que ha padecido el mundo en  la centuria pasada se hará recurrente Sostiene nuestro historiador, sin embargo, que, a pesar de la nueva naturaleza del terrorismo actual, la lucha contra el mismo no puede considerarse como una verdadera guerra. Su verdadero peligro está más en la manipulación que de él hagan los gobiernos, como ya está ocurriendo.              
De imperios y naciones
Con el nuevo siglo y tras el atentado de las Torres Gemelas, el gobierno de G. W, Bush practica una nueva política imperialista que ha supuesto un cambio radical de la anterior práctica imperial norteamericana. Busca implantar un nuevo modelo de imperio. Se trata de un imperio global que se distingue de todos los imperios históricos que se han conocido. Ningún imperio histórico tuvo ese proyecto de dominio global como se pretende alcanzar ahora. Ni siquiera puede reconocerse en  el modelo más cercano posible, el Imperio inglés del siglo XVIII y XIX. Ésta es la conclusión a la que llega  Hobsbawm tras un magistral análisis del nuevo proyecto imperial norteamericano y sus causas y el que llevaron a la práctica los británicos. Si bien es cierto que éste también tuvo un alcance global, nunca buscó el dominio global. Y su finalidad fue prioritariamente  la explotación  económica de los territorios dominados, no el control estratégico de todo el planeta como pretende ahora el actual  gobierno norteamericano.
Hobsbawm, que  ha sido además  un excepcional y cualificado testigo del fin de algunos de esos imperios regionales del pasado siglo (como nos ha contado en su brillante autobiografía), considera los imperios no sólo como una forma política injusta de dominio, sino también inoperante para mantener el orden político y social, como pretenden algunos de sus propugnadores. Nunca hubo realmente  ni Pax  Romana ni Pax Británnica. Como tampoco hay hoy Pax Americana. No la puede haber bajo un sistema de dominación imperial, porque, como predica el viejo dicho: “Puedes hacer lo que quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella”.  Por eso en todos los imperios, dentro y fuera de ellos, los historiadores han constatado siempre rebeliones  y conflictos entre los dominados que los padecen  y no se creen las justificaciones imperiales. En los imperios históricos, la legitimación era la implantación de la civilización como si de un cultivo se tratara. Sobre  aquellas “razas inferiores y sin ley” de las que  hablaba Kipling. (Por cierto, uno de los autores de cabecera del señor Aznar). En el americano actual son los derechos humanos y la democracia liberal. Lo que Hobsbawm denomina como “imperialismo de los derechos humanos”.
             Para el historiador británico el actual modelo de imperio americano tiene escasa o ninguna viabilidad. No sólo a largo plazo porque la historia demuestra que todos imperios fenecen víctimas de sus contradicciones. Sino que por razones propiamente internas no tendrá gran duración. Ni los propios ciudadanos americanos están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial; ni la economía estadounidense está en condiciones de sostener uno y otra. Tampoco la actual política imperial de Bush hijo satisface a los intereses de importantes sectores del capitalismo norteamericano. Por todo ello, deduce Hobsbawm, llegará  un momento en que los electores y otro gobierno decidirán que es mucho más importante concentrarse en la economía y los asuntos domésticos que en esa desorbitada e irracional  aventura imperial. La actuación de la oposición demócrata y las manifestaciones actuales de  la opinión pública  estadounidense parecen confirmar tal pronóstico.
            Hobsbawm es autor de uno de los más importantes estudios que se han realizado sobre la historia del nacionalismo. De ahí que su análisis y reflexiones sobre la situación actual y el futuro de la nación-estado y el nacionalismo tengan un especial interés. Y la verdad es que a pesar de su corta extensión, su enfoque y contenido no sólo no  defrauda, sino que sabe a poco.
El autor de Nación y nacionalismo desde 1780  evalúa la situación por la que atraviesan la nación-estado y el nacionalismo al comenzar el siglo XXI como un estado de crisis  y ambigüedad. Situación que relaciona con dos importantes transformaciones que afectan al mundo actual y origina una de las más graves consecuencias que padece, a saber. Por una parte, está la inestabilidad política internacional surgida tras el colapso de la URSS  y su secuela de intervenciones militares de las potencias occidentales en los denominados “estados fallidos”. Entre cuyos gobiernos y poblaciones provocan por reacción un fuerte resentimiento contra ellas bajo la forma de un  renovado y virulento nacionalismo.
 La otra causa que mencionábamos son los flujos migratorios internacionales masivos de la globalización que han producido una situación de creciente cosmopolitismo en los viejos estados- naciones, rompiendo su homogeneidad cultural nacional. La carta de la identidad  ciudadana  comienza ya a no ser la partida de nacimiento, sino el pasaporte. Esa dialéctica entre reacción nacionalista y avance cosmopolita no expresa sino la crisis que vive hoy el estado- nación y cuya principal manifestación y consecuencia es el avance en nuestras sociedades de la xenofobia. Hobsbawm ilustra esa contradictoria situación, como buen británico, con  un expresivo, sociológico y delicioso ejemplo sobre la actual situación del fútbol. Pero, no se atreve a pronosticar, si esa crisis finalmente  se consumara, cuál puede ser el posible sustituto del estado-nación.
Democracia de baja calidad.
El siglo XX ha terminado con la difusión por todo el planeta de la democracia liberal como forma política más valorada y aplicada Pero ahora en los umbrales del nuevo siglo, tras la desaparición de los regímenes del socialismo real, la conciencia sobre sus limitadas virtualidades es todavía más evidente. El escepticismo que latía en la conocida sentencia de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás”, se ha hecho ahora, sin duda, más visible. Pero, además, el nuevo escenario económico y político mundial ha agravado aún más, según Hobsbawm, la condición de baja calidad inherente a la democracia liberal, poniendo incluso en peligro sus elementos positivos. Cumple ya con dificultad las tres funciones y condiciones  básicas que venia realizando: tener más poder  que otras unidades que operan en su territorio; la aceptación sin reservas por sus ciudadanos de su autoridad; y, sobre todo,  la prestación al ciudadano de los servicios que comprende el Estado de bienestar. El capitalismo globalizado neoliberal  vigente ha privatizado muchos de esos servicios. Subordina con ello sectores vitales para el interés público  a los intereses del mercado Y no sólo reduce la extensión y eficacia de tales servicios, sino que contribuye a adelgazar aún más la ya escasa participación ciudadana en la política que existe en la democracia liberal. Por ello, la soberanía del mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una verdadera alternativa a la misma.        
      En fin, Hobsbawm nos vuelve a dejar con este libro una muestra de su gran capacidad de reflexión y finura de análisis histórico, además de su consumada habilidad en el manejo de una vasta y significativa erudición. Esperemos que no sea el último y su lucidez nos pueda seguir iluminando, hasta donde sea posible, el futuro con sus profundos y magistrales análisis del pasado. 

            

viernes, 12 de diciembre de 2014

La vía española a la modernización


                      LA  VÍA ESPAÑOLA A LA MODERNIZACIÓN

 

                                          JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

          
  De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España / porque termina mal…/  Estos versos de  Gil de Biedma expresan mejor que cualquier  tratado histórico el que fue el  paradigma dominante (casi hasta ayer) de la excepcionalidad (negativa) de la historia de España. Una historia contemporánea llena de violencia en la que la excepción  fue la democracia y la norma, la inestabilidad política y las guerras civiles, anormalidad que  habría llegado a su máxima expresión  en  la guerra civil de 1936. Evolución que habría culminado con la excepcionalidad (positiva) de la  Transición en la democracia tras el final de la Dictadura. Una historia en la que la revolución industrial habría sido un fracaso, el proceso secularizador, incompleto ( incluso hasta hoy mismo) por el dominio abrumador  de una  Iglesia católica, siempre en lucha con el anticlericalismo beligerante e intenso que habría constituido uno de los rasgos peculiares de nuestro proceso histórico contemporáneo. Una historia, en fin, que nos había separado de Europa que siempre fue el camino a seguir y la meta a llegar para todos los intelectuales y políticos  progresistas que en España han sido en los siglos XIX y XX para los que España se vio y se escribió siempre como “problema”: institucionistas, generaciones del 98 y del 14....

            Sin embargo, hoy tras los avances de la historiografía más reciente ese paradigma  de la anormalidad  negativa ya no se sostiene y cada vez aparece más claro que la historia de España no fue tan diferente a las  historias de los otros países de Europa Occidental  En realidad, esta visión de la historia española ha dejado claro que aquella percepción de anormalidad ocultaba un planteamiento equivocado. No había, en realidad, tal “problema de España”, como se denominaba a la pretendida excepcionalidad española. Porque, en realidad, no hay una historia “normal” europea: los grandes estados europeos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, y el resto de los pertenecientes a lo que se ha denominado Europa occidental se “modernizaron” (digámoslo sin tapujos: accedieron al capitalismo industrial con democracia liberal) por vías claramente diferentes. No hay pues una historia de Europa “normal” ( a no ser la idealizada por nuestros intelectuales y políticos) que haya supuesto ni un camino común ni implique unas etapas prefijadas: las rutas hacia la modernización de Gran Bretaña, Francia y Alemania  fueron claramente diferentes entre sí. La pregunta pertinente para España es, pues, ¿cómo fue la vía que siguió nuestro país hacia la modernización? Y la  respuesta sólo puede venir de la historia comparada y desgraciadamente los historiadores españoles no la han practicado con frecuencia y todavía la practican escasamente.

 De ahí la oportunidad de este libro que trata de hallar respuesta a esa pregunta por la vía comparativa. Me refiero a “¿Es  España diferente?. Una mirada comparativa (siglos XIX y XX) (Taurus 2010) que ha  dirigido el profesor de la Universidad Complutense, Nigel Townson y en el que intervienen, además de él, otros destacados historiadores españoles y anglosajones: José Álvarez Junco (la cuestión nacional), María Cruz Romeo Mateo ( la violencia y la inestabilidad políticas), Edward Malefakis ( la II República), Nigel Townson ( la secularización y el anticlericalismo y  el franquismo) y Pamela Radcliff (la Transición), autora por cierto (por qué no recordarlo otra vez) de un excelente libro sobre la clase obrera gijonesa.

            Las contribuciones de estos historiadores demuestran que, si en ciertas etapas y algunos de los aspectos de la contemporaneidad tratados en este libro, España ha sido diferente, eso mismo se puede atribuir a las diferentes historias de los países europeos: desde las de  Gran Bretaña y Francia hasta la de Alemania, pasando por  las de Italia y Portugal y demás países de nuestro entorno, cada una de las cuales tiene sus propias peculiaridades y rasgos, ritmos y períodos históricos diferenciados.

            La gran laguna del libro, a pesar de ciertas referencias puntuales que se hacen a ello, es la ausencia de un capítulo dedicado al supuesto fracaso  económico español. Precisamente, uno de los pocos aspectos de nuestra supuesta excepcionalidad que los historiadores españoles han tratado ya comparativamente llegando a la conclusión de que no hubo tal fracaso, sino cierto retraso en el XIX y un brusco frenazo en el XX consecuencia del paréntesis que supuso la guerra civil. Y quizás también la guerra civil hubiese requerido dentro del libro un tratamiento con entidad propia.  A pesar de ello, estamos ante un libro aprovechable que deja claramente obsoleto el paradigma de la anormalidad de la historia española y bien puede servir  como punto de partida para continuar con el debate historiográfico de cuál fue la vía española a la modernidad. Debate que, sin duda, se convertirá, a medida que la historia comparada vaya avanzando en nuestro país,  en una de las cuestiones más sugestivas y necesarias  para el conocimiento de  la historia de España.          
( Publicado en Cultura, suplemento cultural de La Nueva España de Oviedo)
 


viernes, 5 de diciembre de 2014

ESPAÑA NO FUE (TAN) DIFERENTE


                                          ESPAÑA NO FUE (TAN) DIFERENTE

                                                            JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

          
  Santos Juliá ha escrito libros memorables sobre  la historia contemporánea de España y siempre tendremos que agradecerle su excelente edición de las obras completas de Manuel Azaña. Pero también una parte  importante de su obra  ha sido expuesta en ensayos y estudios históricos de menor dimensión cuyo soporte de publicación han sido revistas históricas especializadas o culturales, libros colectivos y hasta en reseñas críticas en suplementos culturales y en revistas de libros. Precisamente, su último libro,  Hoy no es ayer ( RBA, 2010), recoge   trece de esos trabajos dispersos  (sólo uno  no estaba todavía publicado), pero no menores  que  no sólo componen un conjunto de gran coherencia temática que abarca todo el proceso histórico del siglo XX español, sino que, además, tratan de  algunos de los aspectos fundamentales y más controvertidos de esa historia sobre los que Juliá ha venido manteniendo interpretaciones originales y solidamente fundamentadas que, en algunos casos, rebaten convincentemente algunos de los tópicos más arraigados de esa historia, y, en otros, han suscitado la polémica y la confrontación historiográfica.

            En el artículo inicial, Santos Julia desarrolla la tesis central del libro que recorre, explícita o implícitamente, la mayor parte de  los ensayos y estudios recopilados. Frente a la interpretación de la historia de España bajo el paradigma  de la excepcionalidad que se concreta en la anomalía , dolor, fracaso y decadencia de España, y  que adquirió carta de naturaleza a partir del 98 y se mantuvo como interpretación dominante de nuestra historia  casi todo el siglo XX (y aún hoy sigue impregnando las páginas de muchos de los  libros de texto de nuestros estudiantes de secundaria y bachillerato), nuestro autor mantiene, tras los pasos que en ese sentido había iniciado la historia económica, que, con cierto atraso, también en España existió en las tres primeras décadas del siglo XX un importante cambio social que supuso la introducción en nuestro país un poderoso avance en el proceso de modernización económica y social con el desarrollo de la industrialización, la urbanización, la transformación demográfica en el mismo sentido que habían seguido las grandes naciones europeas. Cambio que se interrumpió con la Guerra Civil  y volvió a reemprenderse en los años sesenta de la Dictadura. La historia de  España no fue, pues, en ese aspecto tan diferente a la de los países de su entorno como nos decía la interpretación de la decadencia y el fracaso.

Sin embargo, esa “modernización”  de la sociedad no tuvo su correlato en cuanto a la forma de estado y al sistema político que, sometidos a numerosos vaivenes y graves limitaciones  durante el siglo XX, han tenido enormes dificultades para transformarse en un Estado democrático homologable a los que establecieron los grandes países europeos. La secuencia de veintitrés años de monarquía constitucional; siete de dictadura con monarquía y sin constitución; ocho de república, de los que tres fueron de guerra civil y con una dictadura en una gran parte del territorio nacional; treinta y seis de dictadura, tres de transición y veintitrés de democracia, es una  palpable y significativa prueba de las dificultades que tuvo España para alcanzar la estabilidad democrática.

La República  – mantiene Santos Juliá- no fue , pues,  un régimen inmaduro que llegó a destiempo, sino el fruto granado de una alianza entre las clases medias y la clase obrera surgidas  de aquel  desarrollo económico- social originado con el inicio del siglo. Por ello, nada había de ineluctable para que aquella primera democracia no pudiera consolidarse y terminase  inevitablemente  en una guerra civil, como todavía  mantiene  cierta historiografía de  la derecha. Como tampoco, en sentido contrario, el cambio social derivado del desarrollismo franquista fue la causa necesaria  y suficiente que trajo automáticamente la democracia. Ésta fue el fruto  de una acción política no sólo proveniente de un pacto entre las elites políticas de  dentro del sistema (una vez que los intentos de reforma  desde dentro del  régimen fracasaron) y las de la oposición tradicional, sino también de una intensa movilización política de una oposición de amplia base social, surgida en gran medida de los cambios sociales traídos por el desarrollismo, y que ya desde los sesenta  había roto el tiempo de silencio que la feroz represión de las primeras etapas del franquismo había impuesto.

Especial interés tienen los artículos finales de  la recopilación que tratan  de los usos y abusos de la memoria histórica no sólo por su actualidad, sino también por el carácter polémico  de su tesis principal. Santos Juliá hace  en ellos un análisis impecable de las causas de ese uso obsesivo de la memoria histórica que estamos viviendo en los últimos tiempos, del concepto de  memoria histórica como memoria colectiva  y de sus  fines ideológicos e instrumentales. Pero defiende la tesis (aplicándola al caso de la memoria histórica de la guerra civil y el franquismo) de que nunca se puede imponer ninguna memoria colectiva desde el poder ni siquiera la democrática ni la antifascista , por la incompatibilidad insuperable que ve  entre  esa clase de memoria y la objetividad del conocimiento histórico.  Una tesis que ha recibido numerosas críticas a las que me uno. Porque una cosa es imponer y otro fomentar y siempre podría difundirse una memoria colectiva democrática modulada y matizada  por la historia.

Eso sí, esa tesis no le impide reconocer explícitamente la justicia de la recuperación de los muertos  todavía insepultos de la guerra civil y del franquismo, de la anulación de las causas penales de los represaliados  por la dictadura  y de las debidas reparaciones que se merecen. Ni, coherentemente, criticar por ello  al Partido socialista por las limitaciones que en ese sentido ha tenido su Ley de Memoria Histórica.    
(Publicado en Cultura , suplemento cultural de La Nueva España de Oviedo)

jueves, 27 de noviembre de 2014

EL NUEVO REPUBLICANISMO

                                 EL NUEVO REPUBLICANISMO

                                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS


 







Como cada  abril, desde  aquel fundacional de 1931, la Segunda República cumple este mes un nuevo e inexorable aniversario. Pero esta vez es el primero después de su 75 cumpleaños. Y quizás, pasado ya el umbral de los  tres cuartos de siglo y la frontera de un nueva centuria y milenio, sea un momento idóneo otra vez para  preguntarse, tras tantos cambios y mutaciones históricas, qué es lo que es hoy la ideología y el ideal republicanos.

 El fracaso y caída del socialismo real y los desequilibrios y aumento de las desigualdades  que trajo en estos últimos decenios la ola de capitalismo globalizado neoliberal, han tenido  graves consecuencias todavía hoy vigentes  que han obligado a replantearse los presupuestos y estrategias de la izquierda. Por una parte, el fin del  consenso  social que, tras la Segunda Guerra Mundial, condujo a la constitución del Estado de bienestar. Y con él el intento por los estados mayores del capitalismo mundial  de su eliminación o su recorte máximo hasta rozar los límites de la cohesión social. Y, por otra, la percepción cada vez más nítida  por los ciudadanos de la  degradación  acentuada de la democracia liberal y su obsolescencia para dar solución a los  nuevos y graves problemas políticos, económicos y sociales que vive la humanidad en esta convulsa etapa de su historia.

El viejo-nuevo republicanismo

No es extraño que ante ese escenario hayan surgido nuevas propuestas por parte del pensamiento de izquierda que van más allá, tanto de los planteamientos del fracasado socialismo real de economía centralizada y totalitarismo político como de los ideales de la socialdemocracia del Estado social dentro del marco de las democracias liberales. La historia ha sancionado la muerte del primero, y la inviabilidad de la propuesta reformadora de la socialdemocracia parece que ha fracasado como solución estable y permanente para la domesticación del capitalismo. O al menos así entienden hoy muchos teóricos y políticos de la izquierda  tras el curso que han seguido  los acontecimientos.

 Aparte de ese monstruo híbrido de la llamada Tercera Vía  que no es sino el resultado de un cruce “antinatura”  entre el socialismo y el liberalismo económico, la propuesta que está teniendo un cierto desarrollo hoy en el campo de la filosofía y el pensamiento políticos (en la práctica desde luego, menos) de la izquierda es precisamente esa tendencia que ha venido en denominarse republicanismo o neorrepeublicanismo.

 Este pensamiento neorrepublicano hunde sus raíces en la tradición republicana clásica que entendía la democracia como el gobierno de los pobres. Esa tradición fue el tronco ideológico común del que se nutrieron después teóricos políticos del Renacimiento como Maquiavelo, y posteriormente algunos de los más importantes representantes  de la Ilustración y los revolucionarios franceses más avanzados como Robespierre. Y, finalmente, también  parte de la tradición y el pensamiento  socialista hunden sus raíces en ese republicanismo histórico como fue el caso del propio Marx.

 Como ha demostrado Antoni Doménech (2004), esa tradición  socialista del republicanismo democrático fue recogida por los regímenes parlamentarios que surgieron tras la Primera Guerra Mundial y sobrepasaron los meros regímenes liberales constitucionales del siglo XIX. Sus  epígonos  fueron la República de Weimar y  la II República española. Los Parlamentos  en esos  sistemas políticos parlamentarios siempre tuvieron  competencias para limitar la propiedad privada y transformarla en  propiedad social en función de los intereses generales de la ciudadanía. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, la contrapartida al pacto entre capital y sindicatos que se plasmó en el Estado de bienestar, fue la renuncia  por parte de los Parlamentos a  las competencias sobre la propiedad social. Y con ello vino el fin de la tradición social republicana hasta hoy en que  ese pacto ha comenzado a tambalearse con las políticas económicas neoliberales.       

El neorrepublicanismo se define hoy como un pensamiento contrario, antagónico, de las otras dos grandes tendencias de la filosofía política actual. Es un pensamiento contrario al comunitarismo que  enfatiza el papel de la comunidad en la tarea de formar y definir a sus miembros. Y lo hace  tanto contra  su versión multicultural como la nacionalista. Desde el republicanismo de orientación socialista, es en España Félix Ovejero Lucas (2006) el filósofo político que ha llegado más allá en la crítica del nacionalismo.

Rechaza Ovejero no sólo la existencia de verdaderas  naciones en el supuesto de que son inventadas  por el nacionalismo cultural o étnico. Sino que  niega  también con un gran fundamento y racionalidad desde lo principios de la izquierda, su premisa mayor. Aun si la nación cultural o étnica existiera por sí y no fuera una mera construcción o una burda invención de los nacionalistas, de ello no podría deducirse según él, desde los valores cívicos y igualitarios de de un republicanismo de izquierdas, su derecho a asumir la soberanía política. Porque el sujeto de ésta deben de ser  todos los ciudadanos y no sólo los pertenecientes a un determinado pueblo o cultura. De ahí que Ovejero no considere compatible ser a la vez nacionalista y de izquierdas. Su posición la define expresivamente aquel chiste de El Roto en el que un nacionalista lee con aceptación un cartel electoral que exhibe la siguiente leyenda: “Defiéndete de los intrusos. Vota Cromagnon”. 

 Pero el pensamiento político neorrepublicano también niega los principios del  reciclado liberalismo clásico que campea hoy  bajo la fórmula de neoliberalismo. Y, en sentido inverso, el desarrollo de sus premisas ideológicas implica un claro acercamiento al socialismo y a la concepción radical de la democracia que lo diferencia sustancialmente de la democracia realmente existente y de los principios del liberalismo.

 La nueva-vieja ideología republicana entiende que ésta, la democracia liberal realmente existente, no es sino un  procedimiento para la elección de las élites gobernantes cada cierto período años, sin referencia a ningún contenido político positivo Aleja, por ello, más que fomenta la participación ciudadana en el gobierno del demos y, con ello, permite en nuestras sociedades  la supremacía de los  poderes económicos y demás poderes fácticos a través de la presión social y mediática. La democracia liberal impide, por tanto, el ejercicio de una verdadera ciudadanía activa en el marco de una democracia deliberativa que haga realidad el autogobierno de los ciudadanos. Éste es el modelo político al que aspiran los neorrepublicanos. Sólo dentro de una democracia de esa clase se podría conseguir  la realización de la verdadera y auténtica  libertad e igualdad. Esto es, las condiciones necesarias para el objetivo final que debe  pretender  toda sociedad política  que es la autorrealización de sus ciudadanos.

Libertad e igualdad republicanas

“Verdadera y auténtica libertad e igualdad”, hemos escrito porque una y otra la entiende esta ideología de manera diferente  a como  lo hace el pensamiento liberal La libertad del neorrepublicanismo no es la libertad negativa del liberalismo. No se es libre, como proclama éste, sólo cuando nuestras acciones no están obstaculizadas por cualquier interferencia de terceros; sino que la libertad hay que entenderla en sentido positivo.

 Se es libre sólo y cuando (Ph. Pettit, 1999) no se está subordinado a nadie y cuando se poseen las condiciones materiales para poder elegir. La condición necesaria de la libertad es la ausencia de dominación. Y ésta, la dominación, está estrechamente vinculada a la falta de medios materiales. La desigualdad social impide la libertad. “El hombre, escribió Marx, que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo ha de ser, de forma necesaria, en cualquier estado social y de civilización, esclavo de otros hombres (…). Y no podrá trabajar ni, por lo tanto, vivir, si no es con su permiso”. De ahí que los neorrepublicanos, en mayor o menor grado, propongan medidas para eliminar la desigualdad social y conseguir una sociedad igualitaria. Desde evitar los excesivos desequilibrios sociales hasta la búsqueda de una sociedad anticapitalista, pasando por la propuesta de un subsidio universal o renta básica para todos y cada uno de los ciudadanos (Daniel Raventós, 2001).

¿Es neorrepublicano Zapatero?

José Luis Rodríguez Zapatero ha mencionado, como es sabido, varias veces al ideario neorrepublicano como una de  las fuentes ideológicas de su pensamiento político. Y se ha confesado como un lector estudioso y aplicado de la obra de Philipp Pettit. Sin embargo, ese “enfant terrible” del pensamiento neomarxista- neoleninista casi podríamos decir- que es  Slavoj  Zizec ha calificado recientemente a Zapatero como gobernante de la Tercera Vía. Y no le falta cierta razón si atendemos a algunas de las ambiguas medidas de su gobierno.

            Tal discordancia, ¿es la diferencia entre lo que se pretende ser y lo que realmente se es? ¿O es la que existe entre lo que se pretende ser y lo que realmente se puede hacer? La respuesta depende, claro está, de la ideología y las expectativas políticas de cada ciudadano.

 Pero lo que si es cierto e indudable es que si Zapatero quiere ser considerado como un neorrepublicano consecuente  tiene una hercúlea  obra  por delante. Repasemos algunas de esas tareas simplemente a título ilustrativo. Para avanzar en el camino de la democracia deliberativa y la ciudadanía activa,  ¿por qué no comenzar por  democratizar  a fondo  el funcionamiento interno de su propio partido?  O para que los jóvenes “mileuristas” y “precaristas” españoles puedan ejercer una verdadera libertad republicana, ¿por qué no tomar medidas más radicales que las que se han adoptado para solucionar el problema de las condiciones leoninas de trabajo y el de la imposibilidad del acceso al disfrute de una la vivienda que padecen una  mayoría de ellos y  los convierte en inquilinos forzosos de sus padres y en casi esclavos de sus empleadores?  ¿O por qué no tratar de poner fin a la partitocracia imperante y estimular los espacios deliberativos de la democracia? ¿O adoptar las medidas pertinentes para que esas abrumadoras cargas de las hipotecas y sus intereses no nos conviertan a una gran mayoría de ciudadanos en rehenes de los bancos para toda nuestra vida? ¿Y por qué no abandonar el accidentalismo en cuanto a la forma de gobierno y defender la vieja tradición republicana del Partido Socialista?  … .


 Sólo tratando de dar solución a   problemas básicos como los mencionados que atañen directamente a la libertad e igualdad, tal y como las concibe el nuevo republicanismo, se podrían eliminar las dudas de si Zapatero es o no un gobernante neorrepublicano realmente  o sólo de talante. Sólo así, remedando el famoso dictum de Indalecio Prieto, podría decir él que es socialista a fuer de ser un nuevo republicano cabal.

Philipp Pettit (1999), Republicanismo: una teoría  sobre la libertad y el gobierno .Editorial Paidós

Daniel Raventós (2001), El derecho a la existencia. La propuesta del subsidio universal garantizado. Editorial Ariel

Antoni Doménech (20004), El eclipse de la fraternidad. Editorial Crítica

Félix Ovejero Lucas (2006),  Contra Cromagnon .Nacionalismo ,ciudadanía, democracia. Editorial Montesinos

 

 

viernes, 21 de noviembre de 2014

AZAÑA Y EL ESTATUTO DE AUTON9MIA


AZAÑA Y EL ESTATUTO DE AUTONOMÍA DE CATALUÑA

                       Julio Antonio Vaquero Iglesias

           


¿Es el Manuel Azaña, valedor y  protagonista determinante de la aprobación del Estatuto republicano de Autonomía de Cataluña de 1932 el espejo en que se mira Zapatero hoy para tratar de sacar adelante el actual proyecto de Estatuto catalán? ¿Podemos extrapolar al momento actual lo que sucedió con el Estatuto de la etapa republicana o extraer  alguna lección de lo que entonces pasó para la situación actual? 

Independientemente de si tales preguntas son pertinentes o no y, si lo son, cuáles serían sus posibles respuestas, el hecho es que, al calor del debate político que se está desarrollando con motivo de  la presentación y discusión en las Cortes del Proyecto de Estatuto catalán, las menciones, comentarios y análisis de la actuación de Azaña  en relación con el republicano de 1932 se han multiplicado en estos últimos meses  bajo la forma de conferencias, artículos y  libros.

 Concretamente, son ya varios las obras  publicadas que recogen y analizan los discursos y  escritos de Azaña sobre este asunto. Algunos de esos análisis ven en aquella actuación del político republicano un precedente positivo para la actual reforma del Estatuto  catalán, mientras que otros se alinean, a la inversa, entre los que valoran la labor de Azaña, el contenido y el resultado  su aplicación en la España republicana como una demostración  palpable de todo lo contrario.

  Dentro de las interpretaciones del segundo grupo más bien parece que hay que clasificar este libro que nos sirve de base para nuestro comentario. Es el titulado Sobre la autonomía política de Cataluña (Tecnos, 2005), de cuya selección de textos  y estudio preliminar se encarga el reconocido jurista y Premio Príncipe de Asturias, Eduardo García de  Enterría.

Nuestro reputado jurista  ha seleccionado para este libro el discurso pronunciado por Azaña en 1930 en Barcelona como presidente del Ateneo de Madrid durante la visita que realizó en apoyo de Cataluña un grupo de intelectuales madrileños,  y las  principales intervenciones de Azaña en las Cortes republicanas sobre la autonomía catalana durante el proceso constituyente y en el transcurso de la discusión y aprobación por la Cámara del dictamen del Estatuto catalán. Se incluyen también varios textos suyos referidos a los  problemas de la aplicación del Estatuto  durante la guerra civil como son una anotación en su  Cuaderno de la Pobleta  y dos artículos de la serie   Artículos  sobre la guerra de España, escritos ya en su  exilio francés.

   A través de la glosa de esos discursos y escritos y del análisis de la bibliografía y otras fuentes, García de Enterría nos presenta en su introducción la evolución del pensamiento y la actitud de Azaña ante la cuestión de la autonomía catalana.

La articulación de Cataluña dentro del marco de España es para él una de las cuestiones  fundamentales a las que tiene que enfrentarse el impulso modernizador de la II República. “Una de las cosas que tiene que hacer la República - responde Azaña a Miguel Maura en las Cortes Constituyentes en el debate sobre la Constitución- es resolver el problema de Cataluña , y si no lo resolvemos la República habrá fracasado, aunque viva cien años”  No es extraño, pues, que su protagonismo fuese determinante en la discusión y aprobación  del Estatuto de Autonomía de Cataluña. A esa labor de moderar   y encauzar dentro de la Constitución republicana, el Proyecto de Estatuto de planta federal que la Generalidad había presentado a las Cortes Constituyentes, dedicará  Azaña todo su empeño y en ella comprometerá toda su inteligencia y capacidad política a través del verbo encendido de su oratoria, la más brillante de las Cortes republicanas.

 Sin embargo, iniciada la guerra civil, la actuación de la Generalidad  sobrepasará los límites de  sus competencias   en los campos militar y de la producción industrial. Azaña, como Presidente de la República, ordenará a Negrín, recién nombrado jefe de Gobierno, tomar medidas para corregir tales extralimitaciones. Lo que  enemistó a don Manuel con los políticos catalanistas y le llevó a cambiar en sentido negativo su actitud ante la autonomía catalana   

Así, pues, del estudio realizado por el editor de la obra se deduce que Azaña no sólo no fue un jacobino centralista, sino que hizo  compatible su nacionalismo español democrático con su  ideal de una forma de Estado compuesto que aunase la tradición histórica española con  la razón democrática. Y ésa fue una nueva  forma de estado compuesto, el estado regional, que por su impulso alumbrará la Constitución de 1931 como una alternativa a las otras formas de estado federal, confederal o centralista y dentro de la cual pretendió resolver el problema del catalanismo político. .

Volvamos ahora  a las preguntas iniciales de este escrito. Lo que constatamos en el contenido de este libro  son, sin duda, ciertos paralelismos entre los escenarios y situaciones en que tuvo que actuar Azaña para sacar adelante el Estatuto catalán de 1932  y los que se dan hoy en el marco del proceso de discusión del proyecto  que se está actualmente tramitando en la Comisión Constitucional. Pero la historia, como dijo “el innombrable”, no se repite sino es como farsa. Es difícil aceptar  que el fracaso en que culminó el intento de Azaña de integrar  Cataluña dentro de España, tenga que repetirse necesaria e ineluctablemente otra vez con la reforma del actual. La prueba en contrario es que, paradójicamente, fue su modelo de estado regional (del que Azaña, al menos para el caso de Cataluña, terminó renegando en su etapa final) el que cristalizó definitivamente en la Constitución de 1978.

Aquel escenario republicano era  radicalmente diferente del actual. No estamos hoy en la coyuntura de un régimen político naciente en trance de una difícil consolidación, como era el caso de la II República. Tampoco aparece en  el horizonte la amenaza creíble de alguna  sombra de ruptura democrática, como sí ocurría entonces. La estrategia del miedo  promovida por la derecha actual a través de sus casandras mediáticas alimenta, sin duda, ese ambiente de crispación política que vivimos. No sólo acusan al gobierno  de crear con la reforma del Estatuto catalán un clima de implosión democrática, sino que tratan también de asustarnos con el vaticinio de la  amenaza de una probable disgregación patria. Pero todo ello no deja de ser sólo eso, ruido mediático que la derecha política  española  trata de convertir en votos para volver al poder. Y también reflejo ideológico del añejo centralismo uniforme conservador y del nacionalismo españolista reaccionario que profesan, respectivamente, sus dos principales  facciones.   

   No sabemos si Zapatero se ha mirado o no en el espejo de Azaña al tratar de llevar a cabo la reforma  del Estatuto catalán. Pero, en ese sentido, nos parece una buena guía  para abordarla, por una parte,  dos de  las ideas o  planteamientos de Azaña en aquellas circunstancias. Y por otra, la necesidad de dejar claro lo que sí estuvo  en el debate sobre el Estatuto republicano. La plena competencia de las Cortes republicanas para discutirlo y cambiar  su contenido dentro de los límites constitucionales,  y no solo para aprobarlo.

 En cuanto a las dos ideas que nos parecen todavía hoy pertinentes, la primera se refiere a la condición necesaria que debía cumplir, según Azaña, el Estatuto. No debía establecer ningún privilegio fiscal para Cataluña. Y  aquella otra que sostenía que el encaje de Cataluña en España, no era, como mantenía  Ortega y Gasset, un problema irresoluble. Lo cual no era, según el intelectual republicano, sino  otra “ocurrencia” del filósofo madrileño, como denominaba malévolamente el político republicano a su pensamiento. Esto es: un falso  problema que era la expresión de  una concepción mítica de una   historia dramática de España, cuya única solución sólo podía  ser, según Ortega, el de conllevarlo. Para Azaña, al contrario, era un problema político real y concreto de la historia española del momento y al que había que encontrarle  una solución. “La solución que encontremos- decía el político alcalaíno en su decisiva y más brillante intervención en las Cortes con motivo de la aprobación del Estatuto-, ¿va a ser para siempre? Pues, ¡quién lo sabe!. Siempre, es una palabra que no tiene valor en la historia y por consiguiente que no tiene valor en política”.

 La otra  enseñanza a la que me refería que podemos extraer para hoy del debate del  Estatuto republicano es la siguiente. En aquella circunstancia, los partidos catalanistas pretendieron que el proyecto de Estatuto que presentaron a las Cortes Constituyentes fuese admitido tal cual, sin el más mínimo cambio ni retoque. Lo que no  consiguieron. El catalanismo político  terminó aceptando la competencia de las Cortes para  adaptarlo a los límites  constitucionales y acató sus decisiones.

 De la misma manera hoy  los partidos catalanistas, que  han enviado su proyecto de Estatuto a las Cortes Generales para  establecer su constitucionalidad, deben reconocer, no sólo por legalidad, sino también por coherencia, los posibles límites constitucionales de sus demandas y aceptar las decisiones finales que las Cortes soberanas establezcan al respecto.

 Otra cosa es el legítimo derecho de Cataluña  a buscar  su independencia y “si algún día dominara en ella otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitírselo”, como, en 1930, dijo Azaña  Aunque ya no fuera ésa  su opinión a partir de la guerra civil y hasta el  final de sus días. 

martes, 18 de noviembre de 2014

Simón Bolívar y la independencia hispanoamericana


SIMÓN BOLIVAR Y  LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA

                                                           JULIO ANTONIO VAQUERO

Simón Bolívar


                A los inmigrantes hispanos que viven entre nosotros. Con mi sentimiento de fraternidad en las próximas fiestas, que muchos de ellos deberán pasar  separados de  sus seres queridos

 La biografía de Simón Bolívar en el marco de la nueva historiografía sobre la independencia

         En 1808, con  el vacío de poder originado en la monarquía hispana por la guerra de la independencia,  se inicia el proceso de liberación de nuestras colonias americanas continentales que culminará simbólicamente en 1824 en la derrota de los realistas en Ayacucho. Con esta derrota los españoles perdían el último reducto colonial  en su poder, el virreinato de Perú. Estamos, pues, en vísperas de la conmemoración bicentenaria del inicio del proceso de la independencia, y parece oportuno  y de interés  trazar un sumario estado historiográfico de la cuestión que vamos a realizar a partir del análisis de la última biografía de Simón Bolívar, el Libertador, escrita por el historiador e hispanista británico Jonh Lynch:  Simón Bolivar.  Crítica, 2006.

            Desde los años sesenta, la interpretación   dominante procedente de  las historias nacionales de los países surgidos del proceso de independencia comenzó a ser  superada por una historiografía renovada que dejaba a un lado la visión idealizada que el enfoque nacionalista proponía. Éste  entendía que la  nación y el pueblo hispanoamericanos,  conducidos por los Padres de la Patria y la élite criolla, habrían sido los sujetos  protagonistas de la independencia frente a la opresión colonial de la monarquía española. En los años sesenta, en el contexto de la descolonización y el triunfo de la revolución cubana, esa interpretación no fue ya de recibo. Los historiadores  comenzaron a proponer otras que rebajaban el papel histórico de los líderes libertadores, “los hombres de bronce” como se les denominó, y a ver a los criollos como una élite que descontenta con el neoimperialismo  español  desatado  por las reformas borbónicas (Jonh Lynch), dirigió el proceso independentista en su beneficio, lo que explicaba la continuidad de las estructuras económicas  y sociales en la  etapa poscolonial y abonaba la teoría de la dependencia de América Latina que dominaba  en esos años.     

            La ola democratizadora que a partir de los años ochenta  inundó América Latina tras las oprobiosas dictaduras militares supuso un punto de inflexión en esa historiografía de la independencia. Además de seguir manteniendo en un segundo plano el papel de los Libertadores, se insistió ahora por los historiadores americanos y europeos en  las posiciones que ante el proceso independentista habían mantenido los grupos marginales y subalternos como los pardos (negros y mulatos libres), los esclavos negros, los indígenas, los  llaneros, y también en la actuación e ideología  de los no patriotas, los realistas. Pero, sobre todo, en la búsqueda de antecedentes para esa ola democratizadora del continente, se analizaron las ideologías de los sublevados, no sólo de los líderes, y las actitudes, prácticas políticas y electorales y  sociabilidades de aquellas sociedades durante el proceso de de independencia ( François.- Xavier Guerra).

El cuadro resultante fue de una compleja gama de matices, más allá de cualquier tendencia interpretativa maniquea. La ideología ilustrada que inundaban los planteamientos de Simón Bolivar no habría sido el motor  exclusivo ni siquiera dominante de la independencia en el ámbito de las ideologías independentistas, sino que las ideas políticas del pensamiento tradicional neoescolástico español  habrían tenido también una gran importancia en la justificación de los ideales revolucionarios de los patriotas. Los hispanoamericanos que lucharon contra los realistas no sólo habrían defendido el proyecto de independencia liderado por los Padres de la Patria, Simón Bolivar, Sucre, San Martín, Artigas, Francia, Morelos…, sino que un sector importante de  ellos  pretendía no la independencia  y la separación de España  sino sólo la autonomía de sus países.

 Los estados- naciones  resultantes vivieron, según estas interpretaciones, la vida republicana no sólo en el marco de las instituciones representativas copiadas de Europa, sino que también pusieron a punto o reavivaron instituciones y  estructuras de sociabilidad política propias de la región y del mundo colonial anterior. Entre ellas, el caudillismo. Frente al paradigma interpretativo de Liynch, fundamentado en el origen del levantamiento por el descontento de las reformas borbónicas en la colonia (y que ha sido el dominante en los medios académicos españoles), la escuela de Guerra ha insistido en el escaso alcance de las reformas del neoimperialismo borbónico, y ha buscado la etiología de la independencia en la propia crisis interna de la monarquía española espoleada por la crítica  coyuntura de la guerra de la independencia frente a Napoleón.

Es en el contexto de esa historiografía renovada en el que Lynch ha construido su biografía de Bolivar. No sólo estamos ante una nueva visión de la vida, la obra y el legado del prócer venezolano, sino también ante un matizado e informado cuadro del significado e implicaciones del proceso independentista hispanoamericano. Más allá  de la retahíla de mitos y condenas que ha recorrido la figura de Bolívar, Lynch traza un retrato completo, objetivo, ni hagiográfico ni demonizador, del Libertador, cuya acción revolucionaria dio carta de naturaleza a seis naciones hispanoamericanas.

Como intelectual, el Bolivar de Lynch aparece como un pensador con una sólida formación cultural basada en la lectura  de los filósofos  ilustrados, sobre todo, franceses, cuyas obras conoció durante su estancia en París, y de los autores clásicos grecolatinos. En la penumbra deja el biógrafo sus sentimientos religiosos y en la más completa oscuridad su supuesta adscripción a la masonería que ni siquiera menciona ni para afirmarla o desmentirla.

Como militar, faceta que el propio Libertador consideró como su más genuina aportación, la minuciosa descripción que hace el hispanista británico de sus campañas bélicas durante los cerca de veinte años que duró el proceso independentista, nos transmite una valoración ambivalente. Pero el balance global es positivo como demuestra su éxito final en este aspecto.

    Y, finalmente, como político y estadista, Lynch  interpreta al prócer americano como un hombre pragmático, que quiso rebasar con su obra política los intereses del grupo social criollo al que pertenecía. Pero no en  el sentido de implantar en la América liberada profundas transformaciones revolucionarias, sino en el de realizar una obra reformista con la aplicación de una limitada libertad e igualdad en las nuevas sociedades  republicanas. Lo que ni siquiera pudo conseguir por los obstáculos y la oposición tanto de los criollos como de las clases populares, dificultades que le llevaron a unos planteamientos centralistas  y autoritarios que terminaron en el fracaso y en su propio  exilio.

                                            HUGO BOLÍVAR
                                                     J. A. V. I
El legado de Bolívar ha sido mitificado incesantemente desde el mismo momento de su muerte. No sólo por las nuevas naciones que él contribuyó a crear, sobre todo, por su patria de nacimiento, Venezuela. En los años sesenta el castrismo en su lucha contra el imperialismo norteamericano promovió el culto a su memoria por su lucha por la liberación nacional y por promover en el Congreso de Panamá una unidad supraestatal entre todos los países hispanos de América. Hugo Chávez, por su parte, lo ha convertido en el símbolo de su régimen, que ha pasado a denominarse  Republica Bolivariana de Venezuela, viendo en él, además de lo anterior, el luchador por las clases populares y oprimidas. Lo que si,  por una parte, casa mal con la interpretación que Lynch nos proporciona en esta biografía del Libertador, por otra no parece entrar en contradicción con  la idea eje del pensamiento político bolivariano de que la América hispana no debía copiar literalmente los sistemas políticos representativos europeos, sino adaptarlos, implantando los suyos específicos, acordes con la realidad genuina de sus sociedades. Ni  tampoco  parece ser contradictorio  con la tendencia a la centralización del poder y la idea de un ejecutivo fuerte  que Chávez defiende, aspectos que Bolívar también vio como instrumentos necesarios para  la transformación de los nuevos Estados.

 

                                       BOLÍVAR VISTO POR MARX
                                                            J. A. V. I
              Bolívar ha sido un personaje mitificado positivamente por unos, pero también  condenado duramente por otros.. Una de las más importantes biografías sobre el Libertador, la de Salvador de Madariaga, fue escrita en clave rigurosamente  crítica con su obra.  En el repaso que Lynch hace del legado de Bolívar se olvida  de una de  esas condenas, quizás la más dura,  que se ha vertido sobre su vida y su obra, emitida nada menos que por Marx en un  ensayo biográfico que era un encargo destinado a ser publicado en un enciclopedia norteamericana, titulado “ Bolívar y Ponte”.En él  llega a calificar a Bolívar  de  “vil dictador” de la causa aristocrática.  Marx se inspiró para escribirlo en varias obras detractoras de la persona y la obra de  Bolívar depositadas en el Brithis Museum de Londres, obras que contenían numerosos datos históricos incorrectos. El propio Marx reconoció, incluso, a  Engels los defectos de su ensayo. 
  (Artículo publicado en el suplemento Cultura de la Nueva España de Oviedo)