viernes, 28 de agosto de 2015

Asturianos y vaqueiros de alzada


 LOS  ASTURIANOS Y  VAQUEIROS DE ALZADA A LUZ DE LA
 
BIOANTROPOLOGIA

                                                        JULIO ANTONIO VAQEURO IGLESIAS

 
 
 
 

PEDRO G´GOMEZ GÓMEZ ( sgundo por la izquierda)


 Comienza a ser frecuente en los últimos tiempos la publicación por profesores universitarios jubilados o a punto de serlo de libros en los  que, a modo de testamento  intelectual o académico, se recoge la visión y aportaciones que sobre su disciplina han ido elaborando y produciendo a lo largo de su vida profesional. Éste es el sentido que nos parece  que tiene esta obra (Los asturianos, los vaqueiros de alzada y el mito de la raza. Una lección de antropología biológica. Universidad de Oviedo y Fundación Valdés –Salas) del antropólogo y profesor jubilado de nuestra Universidad Pedro Gómez Gómez. Con el añadido de sus últimas investigaciones, el contenido que  desarrolla en ella su autor no es sino su concepto  de la materia que ha enseñado e investigado en la universidad ovetense a lo largo de sus cuatro décadas de labor universitaria y el resultado de la aplicación de esa concepción a su  práctica investigadora que ha versado dominantemente sobre  la población del territorio asturiano. De modo que este libro es una excelente muestra de lo que sabemos hoy sobre la Antropología biológica de Asturias y, a la vez, la prueba de la coherencia de la práctica investigadora de su autor.

   La Antropología biológica como ciencia, el análisis de los diversos  grupos y tipos biológicos  comarcales y étnicos asturianos y el estudio en profundidad de los caracteres bioantropológicos de los vaqueiros de alzada y  su relación con su modo de vida trashumante son los tres grandes temas que  desarrolla nuestro antropólogo en este libro.

   Pedro Gómez concibe la antropología biológica como una ciencia interdisciplinar  que no sólo busca  la descripción y evolución  biológicas de los diversos tipos humanos, sino que también trata de explicar las causas de su diversidad , lo que conlleva al análisis de las aportaciones de múltiples disciplinas  como la genética, la anatomía y la fisiología humanas, la demografía, la sociología, la geografía y la historia  y todas aquellas otras que le proporcionen datos y explicaciones para su visión integradora de la ciencia antropológica. Desde esa perspectiva teórica, el autor analiza las categorías nucleares de su disciplina como raza, etnia y casta  y valora  cómo, definitivamente tras el descubrimiento de  las estructuras básicas del material hereditario y de la transmisión de los caracteres genéticos, el racismo, con su idea  sobre la superioridad de una raza sobre las otras  y su corolario: el mito de la  pureza de la raza, no tiene ningún fundamento científico, sino que ha sido históricamente (y desgraciadamente todavía sigue siendo hoy) un mecanismo ideológico para justificar empresas colonizadoras, la exclusión de grupos humanos rivales o sometimientos redentores.

              En cuanto a la población asturiana, nuestro antropólogo llega a la conclusión  que ésta  no responde a unos rasgos biotipológicos  y genéticos específicos propios, como demuestran los datos aportados por la genética y el ADN, sino que  comparten  un substrato biológico común  que abarca todo el norte de España, zona  que constituye una amplia región antropológica con fuertes similitudes biotipológicas. Sin embargo, sí detecta históricamente, un profundo cantonalismo biológico o reproductor en toda la región. La endogamia local y comarcal ha sido en ella pronunciada, como demuestran los miles y miles de datos matrimoniales extraídos de los archivos parroquiales examinados de diferentes consejos representativos de medios ecológico- geográficos y sociales diferentes (en este caso los pescadores pixuetos y los vaqueiros de alzada). Ese cantonalismo reproductor comienza a desaparecer en la segunda mitad del siglo XIX en las zonas industriales y mineras y termina por generalizarse en toda Asturias  en las décadas de los 50 y 60 del XX.

    La parte final del libro está dedicada a un amplio análisis de la bioantropología  de la minoría vaqueira tradicionalmente marginada por los campesinos estantes o xaldos. E incluye, además, un pormenorizado y excelente estudio del modo de vida trashumante de los vaqueiros que el autor contrasta con el de los pasiegos cantábricos. Las conclusiones son, sin duda, significativas y en gran  medida desmitificadoras. No existen diferencias biológicas significativas  entre vaqueiros y asturianos. La endogamia entre los vaqueiros es algo más pronunciada que la que se da en el resto de los asturianos, y es una endogamia limitada a cada comarca vaqueira y no difundida entre el conjunto la población vaqueira. Lo que puede significar, deduce este crítico, que la realidad de una comunidad vaqueira, con una identidad  de conjunto perfectamente definida, no  parece ser sino otro de los mitos que el folclore  ha difundido sobre esa población.

      Sin duda, estamos ante un libro de gran interés que trata de aspectos escasamente conocidos y dado su enfoque didáctico entra perfectamente dentro de la rúbrica de alta divulgación y como tal es asequible para cualquier clase de lector interesado por estos temas.          

( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO  Cultura  DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)              

                                          

LAS MENTIRAS DE HIROSHIMA

                                                                                JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 

 
SOMBRA EN LA ESCALERA DE UN HOMBRE SENTADO TRAS LA EXPLOSIÓN DE LA BOMBA ATÓMICA EN HIROSHIMA
 

Este 6 de agosto se han cumplido los 70 años del bombardeo nuclear  norteamericano de Hiroshima que fue con el de Nagasaki, tres días después, el  preludio del final definitivo de la II Guerra Mundial.  Pero todavía hoy al cumplirse este aniversario colea  el asunto de  cuáles fueron las motivaciones y razones políticas  últimas del presidente Truman para tomar una decisión  de tal envergadura. Muchas generaciones de norteamericanos  hasta hoy  han crecido dando como válida  la versión de que el lanzamiento de las  bombas sobre  Hiroshima y  Nagasaki no fue sino una decisión forzada  del presidente Truman para poner fin a la guerra evitando así la proyectada invasión del territorio japonés y con ello el ahorro de decenas de miles de vidas de jóvenes americanos.

 Sin embargo en la actualidad predomina entre los historiadores otra versión muy diferente sobre esa decisión que puso fin  al conflicto mundial, pero dio origen  a la que podría considerarse como la Tercera Guerra Mundial, la Guerra Fría, que provocó  en varias ocasiones situaciones límites que pusieron a la humanidad al borde del  holocausto nuclear. 

  En mayo de 1945 la guerra había finalizado en Europa y en el frente del Pacífico los japoneses se batían en retirada, esperando la invasión proyectada para noviembre por el general Marshall. Mientras  tanto el ejército norteamericano practicaba  una estrategia de tenaza sobre las islas japonesas basada en el bloqueo por mar y aire  y en  una cruel campaña de bombardeos  aéreos  sobre la población  japonesa con bombas incendiarias compuestas  por napalm, termita, fósforo blanco y otros materiales inflamables  que habían causado ya la casi destrucción de más de un centenar  de poblaciones  japonesas y  cientos de miles de víctimas civiles abrasadas y asadas en vida hasta morir. A ello había que sumar la amenaza de la  intervención de la Unión Soviética  en la guerra del Pacífico programada  en la conferencia de los aliados  en Yalta, una vez que se hubiese puesto fina  fin al frente europeo  

  Los datos son incontestables y echan por tierra la imagen que se difundió después de que el  japonés  era un pueblo de fanáticos dispuesto a resistir  hasta el final costase lo que costase. Al contrario, el emperador y la mayoría de los miembros del alto mando militar   japonés eran conscientes ya al comenzar 1945 de que   la guerra estaba perdida  y trataron de llegar  a una rendición condicionada que salvase el kokutai , esto es, el régimen imperial y al emperador Hirohito. Sin embargo, Truman y parte de  su gobierno con el total  apoyo  de Churchill  no aceptaron las proposiciones de paz japonesas. Sólo les servía  una  rendición incondicional  que suponía para los japoneses poner  en peligro la supervivencia del sistema  imperial. Todo esto a pesar, incluso, de que algunos sectores e importantes políticos demócratas y republicanos  eran partidarios  de aceptar la paz condicionada que proponían los japoneses.

    ¿Cuáles fueron, pues, las razones que llevaron  a Truman a no aceptar esa paz condicionada buscada por los japoneses,  y a tomar por el contrario la trascendente decisión de lanzar las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki?

 En cierta medida pesaron en esa decisión algunas razones de carácter interno. Entre ellas  el temor  de que  aceptar   una  rendición con condiciones  que permitiese sobrevivir el régimen imperial japonés, podía ser mal vista por una opinión pública como la norteamericana  que odiaba literalmente a los japoneses con un odio casi visceral y de índole racista. Ese odio  se expresaba en insultos como “ monos amarillos”, “carne de mono”, “ japos”, “no hombres”, etcétera. Y no distinguía entre las élites dirigentes del país asiático que habían promovido la guerra y el resto de la población, como sí lo habían hecho  los norteamericanos con “los criminales  nazis” y “los buenos  alemanes”. Esa actitud discriminatoria  era ya anterior  al miserable y traidor  ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 y, sin duda, se acentuó después del mismo. La expresión material más significativa de esa  actitud  fue el maltrato y el internamiento masivo  en campos de concentración que sufrieron los norteamericanos de origen japonés en Estados Unidos durante  la mayor parte del conflicto mundial. No podía, pues, ser bien vista por la mayoría de los norteamericanos una rendición de los japoneses que les concediera el mínimo respeto y aceptase la supervivencia de su  régimen militarista . Del mismo modo que  la opinión pública no había protestado por la brutal y antihumana campaña de bombardeos con bombas incendiarias sobre la población civil japonesa, tampoco el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki  era previsible que fuese a ser  motivo de descontento civil y político contra la Administración Truman. Al contrario: las bombas atómicas al  facilitar la posible  rendición incondicional de Japón,  iban a ser bien vistas por la ciudadanía norteamericana  por hacer innecesaria la invasión norteamericana programada y, con ello, la salvación de innumerables vida de jóvenes soldados americanos.

  Estas fueron las razones que  adujeron Truman y su Gobierno  para aprobar el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El presidente norteamericano  las mantuvo y defendió hasta su  muerte sin reconocer  ninguna clase de  duda ni arrepentimiento por su decisión. Y ello a pesar de que importantes políticos, incluso de su Gobierno, como fue el caso de su propio secretario de la Guerra Stimson, y algunos de los  más importantes  militares del momento como Eisenhower y MacArthur la desaprobaron, porque estaban convencidos de que no era necesario su  utilización dada la situación de profunda  debilidad de Japón.

 Sin embargo, tenemos hoy bastantes pruebas  de que el  motivo último de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki   estuvo relacionado con el intento del Gobierno Truman de mantener la hegemonía  en el futuro escenario internacional dejando en inferioridad  de condiciones a la Unión Soviética. En realidad casi podría decirse  que Hiroshima y Nagasaki fueron en realidad  las víctimas propiciatorias para conseguir el dominio norteamericano sobre la Unión Soviética en la lucha por el dominio del mundo  que se avecinaba entre los dos imperios  después del conflicto mundial.

 La expresión en el entorno más cercano a Truman de la verdadera motivación del empleo de la bomba atómica sobre Japón está documentada en varias ocasiones entre los colaboradores más próximos al presidente. Es el caso de uno de los asesores con mayor  influencia en estos asuntos sobre él, James  Byrnes. En  una reunión con varios científicos que pretendían  entrevistarse con Truman para  aconsejarle que no emplease la bomba nuclear, les manifestó sin ninguna clase de rodeos que él como el resto del Gobierno eran conscientes  de que Japón estaba ya derrotado, pero que lo que les inquietaba mucho más era la influencia rusa en Europa y que gracias a la utilización de la bomba en Japón, la Unión Soviética sería más manejable en ese continente.  Las palabras literales  que dirigió a Truman el   general Groves, director militar del Proyecto Manhattan dedicado a la fabricación de la bomba atómica y estrecho colaborador de Truman en todo lo relativo a  la bomba atómica,  son meridianamente claras sobre la finalidad  de aquel proyecto : “ (Con la bomba) bien podríamos estar en condiciones  de imponer  nuestras condiciones una vez que termine la guerra. De hecho, Truman trató por todos los medios, como así ocurrió en el último momento , tener a punto la bomba para la conferencia de Potsdam y utilizarla  como instrumento diplomático contra Stalin.

      ¿Quién le iba a decir a Einstein que las tres cartas que dirigió a Roosevelt pidiéndole (después lo reconoció como uno de los graves errores de su vida) que se acelerara la investigación para fabricar la  bomba atómica como elemento disuasorio para  evitar su posible empleo en la guerra por  la Alemania hitleriana, iban a terminar con  su utilización por el Gobierno  norteamericano como instrumento para lograr su hegemonía en el mundo tras el fin de la guerra?  
( PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO, CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO DEL 70 ANIVERSARIO DEL LANZAMIENTO DE LA BOMBA DE HISROSHI

viernes, 21 de agosto de 2015

La Junta asturiana y la revolución liberal


                     LA JUNTA  ASTURIANA Y LA REVOLUCIÓN LIBERAL

 

                                                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

Sala capitular de la catedral de Oviedo donde se reunia la Junta General del Principado
 

           

 En los últimos tiempos han  aparecido varios trabajos  acerca de la guerra de la Independencia que vuelven a mantener la tesis tradicional de la historiografía conservadora sobre los significados de la sublevación popular y las juntas a las que el levantamiento de la guerra de la independencia dio origen.

Esa  tesis de la historiografía conservadora mantenía que el levantamiento y la revolución, por decirlo con los términos del libro del conde de Toreno, había que  entenderlos, el primero, el levantamiento, como un movimiento integrado mayoritariamente por  parte del  pueblo tradicional con un evidente contenido y significado conservador en defensa del Antiguo Régimen y de sus dos pilares el Altar y el Trono. El segundo, esto es: en cuanto la actuación de las juntas, que ésta no habría tenido nada que ver con la revolución liberal. La composición social dominante de las Juntas estaría formada  por nobles, funcionarios  y clérigos de clara significación ideológica tradicional y por ello sus actuaciones habrían sido también de una orientación defensiva  conservadora.

 . En realidad, estos historiadores  vuelven a reproducir- como bien ha visto Francisco Carantoña-  dos de las  interpretaciones contemporáneas de los hechos, legitimadoras del proceso que se estaba produciendo, y que implicaban dos valoraciones divergentes. Por una parte, era  la interpretación de ese proceso entendida como la defensa necesaria, en clave casi de supervivencia, de la monarquía y los valores religiosos tradicionales. Y, por otra, desde la perspectiva de los invasores y los afrancesados, la acción de esos actores tradicionales, pueblo y élites tradicionales se entendía como la actuación de un  pueblo ignorante, el “populacho”, dirigido por unas élites defensoras del Antiguo Régimen, que rechazaban la “modernización” que traía el nuevo poder. Porque, decían, suponía una ideología reaccionaria que, en realidad, lo que pretendía era encubrir la defensa de sus intereses materiales, sociales y políticos.

El propio Alvaro Flórez Estrada era consciente de que, al menos, Napoleón no podía aceptar esa interpretación como verdadera, sino como una racionalización ideológica, como un elemento más de la guerra de propaganda que también fue la Guerra de la Independencia: “.A pesar de todo lo que aparentaba,  Bonaparte no ignoraba- argumentaba Flórez- que los verdaderos autores de la revolución eran las luces. Los que han contribuido con más calor a inflamar a sus conciudadanos han sido aquellas personas de todas las clases que más odiaban el despotismo y la injusticia; han sido aquellos hombres más ilustrados acerca de la libertad  y de la dignidad  a que debe aspirar todo el que no se halle corrompido por el crimen o la bajeza, aquellos mismos, finalmente , que más defendían la causa de los franceses cuando luchaban por recobrar su libertad” ( Introducción para la historia de la revolución de España)    

            No parece, sin embargo, que la vuelta a esa interpretación por parte de  estos historiadores actuales  signifique un revisionismo de naturaleza ideológica como sí es evidente hoy en el caso del que se está realizando sobre  la guerra civil. Sus defensores son más bien historiadores profesionales y algunos claramente progresistas como es el caso de Javier Varela. Pero, a mi entender, supone una interpretación errónea porque  deja a un lado dos significados relevantes  de ese proceso histórico. Uno, que el movimiento popular que produce y da legitimidad a  la formación de las juntas no es sino la prolongación del descontento anterior  de las clases populares contra Carlos IV y Godoy y que había tenido una de sus principales expresiones  en el motín de Aranjuez y se tradujo en demandas de cambios y reformas sociales. Y, dos, que, a pesar de la presencia, incluso mayoritaria, en las juntas de las élites tradicionales, no se puede obviar, asimismo, la participación en las juntas de elementos ilustrados y liberales cuya actuación fue decisiva para el triunfo final, aunque temporal, del  primer liberalismo español en las Cortes gaditanas.

            En el caso asturiano estos dos hechos  me parecen  indiscutibles. Los acontecimientos de la sublevación popular del 9 de mayo en Oviedo vinieron precedidos de otras manifestaciones de descontento en Gijón y en Oviedo y el sustrato popular de esas sublevaciones claramente espontáneas puede apreciarse en la sociología de los amotinados: estudiantes y los armeros vizcaínos de  la Fábrica de armas, además de otras gentes del diferentes clases sociales   y de ambos géneros. Las dos mujeres más significadas en esos hechos eran miembros de los estratos  bajos de la sociedad ovetense. María Andallón era  tabernera, criada, madre de una hija  ilegítima y tampoco parece ser de elevada cuna, Xuaca Bobela, que tuvo, además, una destacada intervención en los acontecimientos del 24/25 de mayo. También está documentada la participación  de mujeres en los motines que se produjeron en Gijón. Ahora que la historia de las mujeres es un nuevo campo de la historiografía, creo que tendría interés  intentar investigar con detalle la presencia y actuación  femenina en estos acontecimientos. De hecho, en las historias generales de Asturias esa participación femenina ni siquiera se menciona.

            La intervención de personajes de ideología ilustrada o preliberal en la preparación del golpe de mano que concluye en la noche del 24 al 25 de mayo es también otro dato perfectamente documentado. Cuando la Audiencia logra reconducir el motín del 9 de mayo y rectificar los acuerdos tomados por la Junta General bajo la presión de la multitud que llenaba este claustro catedralicio y la Corrada del Obispo, van a ser tres personas claramente reformistas las que preparan el golpe de mano posterior: Ramón Llano Ponte, José Argüelles Cifuentes y Antonio Merconchini.

            Del mismo modo, el documento en el  que se  explicitaban  las “demandas de la voluntad del pueblo de esta capital, fiel intérprete de la de todos los del Principado”  y pedía la formación de una Junta Suprema con plena soberanía, fue redactado por otro reformista, José García del Busto y de los 15 miembros requeridos en ese documento para formarla, cinco al menos pueden considerarse por su trayectoria ideológica posterior claramente afectos al ideario ilustrado- liberal.

            Todos sabemos, además, el claro liderazgo que ejerció en esa Junta Suprema, después, de nuevo, Junta General, su procurador general Alvaro Florez Estrada y las ideas avanzadas que defendía. Y si bien es cierto que, como ocurrió con otras Juntas en el resto de España, hubo un claro predomino numérico de  sus miembros conservadores, Flórez Estrada, dada la relación de fuerzas o los intereses comunes,  tuvo que contar y apoyarse en los más importantes miembros de la nobleza titulada asturiana presentes en la Junta, en sus enfrentamientos con la Audiencia y la Iglesia asturiana. Lo que explica las contradicciones de la obra de la Junta  y los fracasos que cosechó al tratar de adoptar disposiciones de claro contenido liberal como ocurrió con  el  intento de la aprobación de un decreto sobre la libertad de imprenta, mientras  consiguió que otras medidas de esa clase fueran aceptadas como sucedió con el intento de una convocatoria de Cortes no estamentales en Oviedo, fundamentado ya en el principio de la  soberanía nacional. “La soberanía, se dice en ese acuerdo, reside siempre en el pueblo, principalmente, cuando no existe la persona en la que la haya cedido y el consentimiento máximo de una nación autoriza todas las funciones que quiera ejercer”

            El caso de la Junta asturiana no es excepcional como mantienen algunos de estos historiadores, sino paradigmático. No sólo, como la asturiana, la junta barcelonesa propone unas reformas de claro contenido liberal, sino que prácticamente en todas las juntas  está presente un destacado grupo de “liberales”: Tilly en la sevillana, Calvo de Rozas en la aragonesa, Romero Alpuente o Antillon en la de Teruel, el vizconde de Quintanilla, en la de León; o Bertran de Lis, en la de Valencia y otros más. La mayor parte de ellos terminaron formando después, en las Cortes gaditanas, el “partido liberal” que condujo la revolución liberal a buen puerto a partir de 1810. La Juntas fueron, sin duda, un espacio en el que  esos liberales trataron hacer realidad sus ideas y donde  adquirieron vital experiencia  política para su práctica parlamentaria posterior. Es decir, fueron  un espacio fundamental  para su propia socialización política, pero también para  la de algunos otros sectores de la población española  Por eso, me reafirmo en la consideración de que ese inicial movimiento juntero hay que entenderlo, más allá de esas recientes, pero, en realidad, viejas interpretaciones  a las que me he referido, como la fase inicial de la revolución liberal en España.

 Este texto fue presentado por el autor  el pasado 25 de mayo en el tradicional acto conmemorativo del histórico pronunciamiento del 25 de mayo de 1808 de la Junta General del Principado, organizado por las sociedades Amigos del País de Asturias, Asociación Asturias 2008 y Sociedad de Amigos del País de Avilés y comarca. Y fue publicado en La Nueva España, de Oviedo. 

 

 

 

 

 

 

 

¿ qué es el fascismo?


                                     ¿QUÉ ES EL FASCISMO?

                                                               Julio Antonio Vaquero Iglesias

 

     
Sobre la historia del  fascismo (genérico) se han escrito ríos de tinta. Casi se puede hablar ya de una auténtica historia de la historiografía sobre esa ideología. Los últimos capítulos de esa larga historia han aportado un profundo proceso de revisión de las teorías clásicas sobre el fascismo desde las nuevas y recientes perspectivas históricas   A esa larga lista bibliográfica se añade ahora este ensayo histórico, Anatomía del fascismo (Península, 2005), del historiador norteamericano y profesor de la Universidad de Columbia, Robert O. Paxtón,  reconocido especialista en la historia del fascismo francés.

       El historiador norteamericano pretende  bucear en ese inmenso mar bibliográfico y extraer de él -¡ casi nada! -, una pulida., sencilla y concreta definición de lo que sea el fascismo.

       Ese abordaje lo realiza, como no podía ser de otro modo, con una buena dosis del empirismo y pragmatismo que caracteriza la labor de  los historiadores anglosajones. No trata de hallar el mínimo denominador común fascista (esto es, lo que sería la esencia del fascismo) a partir de lo que decían los fascistas de sí mismos (el concepto de ideología como falsa conciencia está fuera de sus instrumentos conceptuales), sino deducirlo de un análisis comparativo de las actuaciones de los fascismos realmente existentes, o al menos de los que se han venido considerando como tales. Y a ese análisis positivista y empirista sin teoría previa- explícita, claro-, le añade el autor una finalidad  de aplicación práctica. Si sabemos verdaderamente  lo que es el fascismo, podremos tomar medidas preventivas certeras para que no pueda volver a desarrollarse.         

   El empleo del método comparativo lo aplica a las diferentes etapas que distingue en los fascismos históricos a partir de los procesos completos que cubrieron los fascismos clásicos, el alemán y el italiano. Cinco son las etapas que distingue: la de la creación de los movimientos fascistas, la de su arraigo, las de la  llegada al poder y su  ejercicio y, finalmente, la de  su agotamiento derivado de su radicalización o normalización.

       Sin duda, esos análisis comparativos entre las mencionadas etapas del desarrollo del fascismo, en cuyo ejercicio el autor demuestra un gran conocimiento y erudición sobre el fascismo histórico y actual, son lo más aprovechable y positivo del libro. En cambio, su conclusión es decepcionante. Su definición del fascismo es meramente descriptiva y laxa. No aparece en ella ninguna concreción sobre su raíz y origen y pierde con ello toda la potencialidad explicativa que contienen las interpretaciones que  abordan el fascismo como un fenómeno de clase y de dominio capitalista, sean cuales sean las limitaciones que puedan atribuirse a éstas.


      Está claro. Desde esa interpretación no sólo existe hoy el fascismo en Europa y Estados Unidos en su primera etapa. Pero el peligro no está tanto en los movimientos neonazis, pura estética fascista obsoleta, sino en los partidos de extrema derecha y la posible colaboración con ellos de los partidos conservadores o liberales. Sin  duda, acierta ta en los síntomas, pero el diagnóstico es equivocado.

( Publicado en el suplemento cultural de La Nueva España, de Oviedo)

jueves, 13 de agosto de 2015

SEMILLA DE PEREJIL


                                                  SEMILLA DE PEREJIL

                                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

           

 

 Hay libros oportunos y oportunistas. Estos dos que reseñamos aquí -Los moros que trajo Franco... ( Ediciones Martínez Roca, 2002) de Mª Rosa de Madariaga y Abrazo Mortal (Península, 2002) de Sebastián Balfour- entran, sin duda, en la primera categoría. El actual agravamiento de las relaciones diplomáticas  entre los gobiernos de  España y Marruecos ha tenido su expresión mediática en el sainete bélico-cómico de la toma del islote de Perejil por los militares marroquíes y de  su desalojo por las fuerzas españolas ( realizado “al alba”, como comunicó a los medios nuestro ministro de Defensa en una  versión teñida de connotaciones épico-patrióticas que casi parecía que rememoraba el heroico desembarco de Alhucemas). Pero la dimensión menos cómica de estos acontecimientos ha sido la  necesaria  intervención mediadora de EE UU para la solución del incidente. Lo cual, por un lado, nos remite al presente contexto neoimperialista y de“pax americana” en que se mueve el mundo globalizado de la posguerra fría. Y, por otro, pone sobre el tapete los problemas todavía no resueltos que ha dejado la descolonización española y la vigencia de actitudes por parte de uno y otro gobierno que, en cierto modo, tienen su explicación a partir del contexto histórico en el que se desarrolló el largo proceso de acción colonialista  de España en Marruecos.

            Por eso, estos dos libros son realmente oportunos por esclarecedores de muchos de los aspectos de la actual  crisis hispano- marroquí. Ambos se publicaron antes de producirse ésta y por ello no puede decirse que sean libros  oportunistas en ese aspecto. Pero, sobre todo, su verdadera oportunidad, y desde la que fueron planteados, es de naturaleza historiográfica: la necesidad de proporcionar una visión global que no existía de la formación del militarismo africanista en el marco de la acción colonial española en Marruecos y sus implicaciones y conexiones con el origen y desarrollo de la guerra civil.

            Autora de una tesis sobre  España y el Rif y de varios trabajos sobre el ejército de África, Mª Rosa de Madariaga es una profunda conocedora del proceso colonial español en Marruecos y de las relaciones de los dos  países. Concretamente, en relación con la crisis de Perejil, ha defendido con sólidos argumentos la no inclusión del islote entre los territorios de soberanía española. En este libro, trata de completar esos trabajos con un  análisis  en profundidad de la intervención de las tropas coloniales en la guerra civil. El verso de la canción popular que da título al libro expresa claramente ese objetivo: Los moros que trajo Franco/ en Madrid quieren entrar./ Mientras queden milicianos/ los moros no pasarán.

 Pero su contenido no se limita exclusivamente a la intervención del ejército de África en la guerra civil. Sino que realiza también un profundo, documentado y detallado análisis de la formación, ideología y actitudes  los militares “africanistas” que formaron los cuadros de oficiales que dirigieron esas tropas coloniales: la Legión o los Regulares. La autora prefiere la denominación para ellos de  “africanomilitaristas”. “Africanistas” sería para ella la denominación del sector de militares españoles del ejército colonial, poco numeroso, por cierto, preocupado por el conocimiento de la cultura marroquí  y partidarios de una penetración y un control pacífico del territorio colonial. Éstos, los “africanomilitaristas”, mayoritarios y dominantes después de las carnicerías  de Annual, de Zeluán y Monte Arruit serán, en cambio, los que propugnen y lleven a cabo los métodos belicistas represores y violentos para dominar el Protectorado y adopten unas actitudes ideológicas autoritarias, antiparlamentarias, antidemocráticas y ultranacionalistas relacionadas con un talante y unos rasgos psicológicos que la autora relaciona con el fascismo: el  culto a la muerte y la mística de la violencia; el voluntarismo irracionalista y la afición a la parafernalia de los símbolos. Y entre los que quizás habría también que incluir su actitud racista hacia el “moro”.

MARIA ROSA DE MADARIAGA
La autora también trata de otros antecedentes necesarios para explicar coherentemente lo que constituye el objeto del libro, como son el origen y composición de las fuerzas del ejército colonial español: regulares y legionarios; y las actitudes y decisiones tomadas durante la II República sobre el ejército colonial y el Protectorado. El núcleo de la obra lo constituye todo lo referente a la intervención de las fuerzas coloniales en la guerra civil. Esto es: el análisis la formación, composición y organización de esas fuerzas coloniales dentro del ejército franquista, la justificación ideológica que empleó, casi a modo de encaje de bolillos, el bando sublevado para explicar la intervención de musulmanes en una guerra cuya legitimación religiosa, expresada en el término de “Cruzada”, se basaba en la defensa a ultranza de la religión católica contra el ateísmo marxista. Además de las actitudes del nacionalismo marroquí ante la guerra civil y la actuación concreta que tuvo ese ejército colonial en ella.

En realidad, en gran medida, todo ese interesante y coherente contenido  busca prioritariamente contestar a dos  cuestiones historiográficas que se han venido planteando los historiadores sobre este tema y a otra apenas tratada. En primer lugar, la de si Franco y los otros dirigentes de su ejército se plantearon y se utilizaron conscientemente los brutales métodos de la guerra colonial- razias, mutilaciones, violaciones, bombardeos y gases asfixiantes- con el objeto de difundir el terror entre el ejército republicano y la población civil afecta a la República para conseguir una victoria rápida y eficaz. Con la excepción del empleo de los gases asfixiantes -sobre cuyo uso los dos bandos se acusaron de utilizarlos o de haber intentado hacerlo como recurso de la guerra de propaganda y psicológica  por la desmoralización que producía  entre la población civil su mortífero empleo-, Mª Rosa de Madariaga demuestra con datos concretos la práctica consentida de las salvajadas y barbaridades que el ejército de África cometió antes de llegar y ser detenido a las puertas de Madrid. Pero también después, cuando se integró en otras unidades orgánicas y siguió siendo la fuerza de choque de aquéllas. En realidad, esos métodos fueron  una reproducción de los empleados en Asturias en la revolución del 34  por el general López  Ochoa, bajo la batuta de Franco, para acabar con el movimiento revolucionario, difundiendo el terror entre los participantes y sus familias.

Algunos historiadores han defendido que el trato que la II República dio al Ejército de África y su actitud ante el nacionalismo marroquí no aceptando la independencia del Protectorado ni siquiera su autonomía, habrían sido los factores que explicarían el apoyo de los marroquíes  al bando sublevado y la acentuada animosidad de los “africanomilitaristas” contra la República y su apoyo sin fisuras al bando sublevado. Los análisis de la autora rechazan esos hipotéticos ejercicios de prospectiva   histórica probable. La actitud ideológica contraria a la República de aquellos era clara. Y en el caso de los nacionalistas marroquíes, su influencia sobre las tribus en que se realizó el reclutamiento masivo de soldados para el ejército franquista fue muy escasa.

Finalmente, la historiadora analiza el aspecto escasamente tratado por la historiografía de la guerra civil de cómo se llevó a cabo la manipulación de la idea tradicional de Cruzada para legitimar simbólicamente la participación del “moro“ en ella. El viejo ideal de la Reconquista, la cruz contra  la media luna, se trasmuta ahora, por la necesidad de los hechos, en la cruz y la media luna contra la hoz y el martillo ateo. Las tropas marroquíes utilizaron símbolos cristianos como el Sagrado Corazón de Jesús e incluso hubo iniciativas por algunos sectores de convertir a sus miembros y hasta Franco tuvo que prohibir esos intentos de proselitismo.

   Por su parte, Balfour trata también en su libro de establecer esa conexión entre la guerra colonial y la guerra civil. Pero lo hace desde una perspectiva más global  que el libro anterior. El balance negativo para España- al que alude su título haciendo referencia a una frase de Donoso Cortés- del colonialismo en Marruecos es similar, según él, al que obtuvieron las experiencias coloniales de otros países occidentales. Y del mismo modo que R. de Madariaga- aunque con más extensión y detalle- el hispanista inglés trata el tema- hasta ahora poco conocido e incluso ocultado- de la guerra química utilizada por España en la guerra colonial e, incluso, ha identificado la contaminación actual y las terribles  consecuencias que padecen todavía hoy  los afectados por el gas mostaza..

En fin, dos buenos libros que, además del fracaso del colonialismo español en Marruecos y su nefasta influencia en el siglo XX español, nos permiten comprender mejor también  la semilla de la que ha brotado este Perejil de hoy.

( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

MARCOS ANA, POETA DE LA DIGNIDAD

                                              

                                                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

MARCOS ANA
         
 
   23 años estuvo preso en las cárceles franquistas Marcos Ana (Fernando Macarro Castillo), de los 19  a  los  41 años, toda su juventud y parte de su vida adulta.  Sentenciado  a muerte en dos ocasiones e indultado por los tribunales franquistas y conmutada su sentencia por una condena de  30 años, Marcos Ana (pseudónimo compuesto con los nombres de su madre y de su padre)  fue el único preso  que en 1961, cuando fue excarcelado, cumplía  en la prisión de Burgos la condición  establecida por el indulto del gobierno franquista: llevar más de 20 años ininterrumpidos en las cárceles de España.

             Marcos Ana ostenta el triste honor de ser el decano de los presos políticos del franquismo. Pero, como nos cuenta ahora  en estas  memorias el poeta comunista, su verdadero honor fue haber sido la voz y el símbolo de los presos políticos franquistas hasta la muerte del dictador. Y no sólo después de haber sido puesto en libertad, sino, y esto es lo más llamativo y extraordinario, sino antes, durante su propio cautiverio, utilizando para ello, como único instrumento, su poesía. Marcos Ana se hizo poeta en la cárcel. Más concretamente, se inició en la poesía  en una celda de castigo, cuando sus compañeros lograron introducir en su colchón algunas páginas sueltas  con poemas  de Neruda. Alberti y Machado, que, después de leer y releer mil veces, despertaron en él su sensibilidad poética y le llevaron a construir sus propios poemas memorizándolos. Cuando los puso después sobre el papel y los dio a conocer a algunos de sus compañeros de cárcel poetas, éstos le animaron a  seguir escribiendo y a sacar sus poemas al exterior para convertir sus versos en la voz de los miles y miles de presos políticos encarcelados.

Así, de manera clandestina, de diversas formas, y con el apoyo de Rafael Alberti y Maria Teresa León, sus poemas se fueron difundiendo en el exterior y convirtieron a Marcos Ana, desde la cárcel, en un poeta consagrado, cuya voz traspasaba los muros de la prisión  y llegaba  a todos aquellos que  en Europa o en América combatían la dictadura franquista. Sus poemas eran no sólo  la voz desgarrada y angustiada de quien no tenía libertad como decía en su poema “Mi corazón es patio”, dedicado a Maria Teresa León, que comenzaba con estos versos: La tierra no es redonda/ es un patio cuadrado/ donde los hombres giran/ bajo un cielo de estaño.  Sino también poesía militante que secundaba desde la cárcel la lucha contra el franquismo, como aquel poema que escribió desde la prisión  de Burgos con motivo de la huelga minera  de 1957 en Asturias: Mineros del mundo ¡Alerta¡/ Del corazón de las minas/ subid a la luz de España/ porque Asturias está en Huelga./ Asturias, siempre es Asturias/ de los pies a la cabeza/ (…) .

 Tras ser excarcelado en 1961, Marcos Ana consiguió pasar a París, desde donde realizó en los años siguientes una intensa campaña de solidaridad con los presos políticos del franquismo, pidiendo su amnistía y la democratización para  España. Esa actividad le llevó por toda Europa y parte de  América Latina  y a través de ella llegó  a conocer a   algunos  los más destacados líderes políticos e intelectuales del momento. Ninguna tan emocionante para él, desde luego, como su encuentro en Isla Negra, con Pablo Neruda, quien a su salida de la cárcel le había dirigido  una emotiva  carta. Posteriormente y  hasta la muerte de Franco, Marcos Ana fue, con Teodulfo Lagunero, el alma de del CISE, organización dedicada a la solidaridad con las víctimas de la represión franquista, cuyo presidente de Honor fue el propio Pablo Picasso.

Marcos Ana fue este año candidato al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Como demuestra esta memoria de su prisión y de su vida, había sobradas razones para concedérselo. Siempre defendió la reconciliación entre los españoles y la única venganza a la que ha aspirado sobre  aquellos  que le robaron la mitad de su vida y le llevaron hasta olvidar cómo es un árbol, es la del triunfo de sus ideales. Pero, sobre todo, como dice José Saramago en el prólogo de estas memorias que van ya por su 5ª edición, Marcos Ana es el poeta de la dignidad. Nosotros hemos podido decirle cómo es un árbol, pero él nos ha dado con su vida una profunda lección de dignidad.

( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑADE OVIEDO)        

 

     

viernes, 7 de agosto de 2015

Sobre la marginación de los vaqueiros de alzada"


SOBRE LA MARGINACIÓN DE LOS VAQUEIROS

                                                         Julio Antonio Vaquero Iglesias

                                                        Catedrático de Historia del IES ”Alfonso II”


            Este domingo pasado, Javier Cuartas publicó en el suplemento dominical “Siglo XXI” de este diario un excelente reportaje sobre la discriminación de los vaqueiros de alzada. El motivo fue  la petición de perdón que por tal agravio histórico realizó el párroco de Tineo ante las reivindicaciones en ese sentido de la recién creada Asociación de Vaqueiros.

            En el citado reportaje, Cuartas, utilizando las fuentes clásicas y alguno de los trabajos más recientes existentes sobre ese tema, hace un detallado y claro repaso de las causas y formas religiosas - también las hubo de carácter civil- de la discriminación a que fue sometida por la iglesia asturiana la minoría vaqueira. Y menciona las  normas legales que se dieron en el siglo XIX para tratar de ponerles fin, estableciendo como el inicio de las mismas el Trienio Liberal en el marco de la igualdad jurídica implantada por la Constitución gaditana, vigente entre 1820-1823 y se apoya para ello en datos aportados por Constantino Cabal y Aurelio de Llano.

             Lo cierto es que hoy sabemos que no fue esa etapa liberal cuando se implantaron las primeras normas legales contra la discriminación vaqueira, sino durante la primera restauración fernandina, entre 1814 y 1820, y no bajo el espíritu de la igualdad jurídica liberal, sino en la el marco de la recuperación de las poblaciones marginadas que trató de llevar a cabo el Reformismo borbónico, cuya estela impregna todavía el gobierno de  esa etapa absolutista del reinado de Fernando VII.

            En un trabajo del que soy autor con Adolfo Fernández, publicado ya en 1986 en la revista  Ástura ( “ Nuevos datos sobre la marginación de los vaqueiros de alzada”,nº 5/1986, págs. 11-24) se analizan, con fuentes documentales notariales inéditas, dos episodios, los protagonizados por los vaqueiros de brañas  de Vidural y Brañues, en el concejo de Navia, donde los citados vaqueiros para defenderse por vía judicial de varios casos de discriminación  aldeana, se apoyaron en una “ (…) Circular del Consejo de 15 de julio de 1817 por la qual (sic) se abolieron las prerrogativas y distinciones con que los vecinos de los lugares quieren abroquelarse en perjuicio de los moradores de las brañas”. Y también se documenta que  ese mismo año  los vaqueiros de Faedo, del concejo de Pravia, consideraron  insuficiente esa norma. “No bastan- decían- los otros decretos religiosos dirigidos a contener a los desvergonzados y blasfemos en los límites de la honestidad y la modestia”, puesto que “debiendo ser remediados por los párrocos y justicias son sostenidos por estas autoridades preocupadas o seducidas por los intereses de los malos, llegando a tal extremo de infelicidad y persecución de los que representan que en algunos pueblos no les permiten vivir sino en barracas o casillas hechas fuera del círculo de vecindad, pero no por esto les eximen de pagar las contribuciones que como vecinos les corresponden y muchas más que la malicia y el interés y demás sórdidas pasiones se hacen cargar sobre las débiles fuerzas de esta apreciable, aunque odiada parte del Estado”.  De ahí que presentaran un recurso al Rey para que se prohibiese al pueblo asturiano el uso de la expresión vaqueiro , pues se venía utilizando para ultrajarlos e insultarlos. Aunque no conocemos la resolución que tomó el Consejo de Castilla ante tal demanda, sí sabemos que el informe que emitió la Diputación para que a su vez la Audiencia instruyese el suyo respondiendo a la solicitud que en ese sentido le había hecho el Consejo, fue favorable a las peticiones de los vaqueiros.

            Promulgadas en la primera restauración fernandina, estas primeras normas favorables a los vaqueiros hay que inscribirlas más en el contexto del intento de racionalización de la sociedad estamental que pretendió llevar a cabo la Monarquía ilustrada española, que en la doctrina liberal de la igualdad jurídica en el que surgieron las posteriores a las que se refiere Javier Cuartas en su reportaje. De hecho, ese es el fundamento que propone el ilustrado Miguel de Lardizábal para acabar con las minorías discriminadas en su Apología por los agotes de Navarra y los chuetas de Mallorca, con una breve digresión a los vaqueiros de Asturias. Y, como mantenemos por diversos indicios en nuestro trabajo, es muy probable que éste  y otro ilustrado asturiano- naviego, por más señas- Juan Pérez Villamil, personajes que ocuparon elevados puestos en el aparato burocrático fernandino, fuesen los valedores de los vaqueiros para la aprobación de esas primeras normas legales antidiscriminatorias.  
 
( ARTÍCULO DE OPINIÓN PUBLICADO EN LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
 

               

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ALAS ADENTRO


ALAS ADENTRO

                                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

    La mejor y más completa biografía de Clarín concebida como “escritura viva”

 


A Cristina Alas, nieta de Clarín e hija del rector Alas ,compañera  de claustro docente y amiga de tantos años, quien ha sobrellevado con encomiable dignidad el silencio impuesto sobre la ignominiosa muerte de su padre  y conservado  celosamente la memoria de su abuelo. 

                                                    

LEOPOLDO ALAS, CLARIN
  
  La asturiana editorial Ediciones Nobel cierra la edición de las obras completas de Leopoldo Alas Clarín con la publicación de su biografía, Leopoldo Alas, Clarín, en sus palabras (1852-1901), cuyo autor es el profesor e investigador y catedrático francés, Yvan Lissorgues, uno de los grandes especialistas en la obra periodística del autor asturiano. 

            Biografía interna y abierta

            Dedicar más de mil páginas al análisis de la vida de Leopoldo Alas sólo tiene sentido si se considera que el pensamiento de Clarín es la parte fundamental de su biografía. Su vida externa como catedrático de provincias, buen padre y esposo, apenas tiene interés, aún incluso teniendo en cuenta sus debilidades humanas  como su afición al juego o su talante harpagónico, de excesivo apego por el dinero, rasgos que, en realidad, según su biógrafo, han sido también en cierta medida exagerados. Su vida intelectual fue, en cambio, de una gran riqueza. Leopoldo Alas fue mucho más que un importante creador, un conocido y temido crítico literario, además de un reconocido catedrático universitario. Su vida  fue, sobre todo, como se decía entonces, la de un “escritor público”, esto es, un “intelectual” avant la lettre de que  su admirado y discutido Zola pusiese en circulación tal término.

            En efecto, Leopoldo Alas vivió creando y pensando y lo hizo con una clara vocación de intervenir en la vida pública y cultural de su tiempo. Y, hecho, fue uno de los más destacados intelectuales republicanos de su época como periodista defensor de los ideales democráticos del  sexenio y opositor al sistema oligárquico de la  Restauración De ahí, la  pertinencia y la importancia de contar con una biografía  como ésta. Esto es: una biografía intelectual que no sólo rebasa sino que incorpora dándole un sentido más preciso a  su  faceta de creador literario.

El biógrafo no trata aquí - como es lo canónico en el género biográfico o, al menos, lo más frecuente- de  proporcionarnos una visión cerrada, objetiva, de la vida de su personaje, sino de  darle la voz y la palabra y dejar que sea el lector el que forme su opinión sobre el biografiado a través de la lectura de sus escritos y el seguimiento de su peripecia vital. Que  sea, incluso, el mismo lector el que de  respuesta por sí mismo a los numerosos interrogantes que plantean aquellos aspectos de  su pensamiento y comportamiento que no tienen una contestación  unívoca Para ello, su biógrafo ha tratado de utilizar una estrategia intermedia entre la perspectiva objetiva y la subjetiva: deja hablar a Leopoldo Alas, Clarín, pero a la vez contextualiza su pensamiento y obra creativa en el marco biográfico personal e histórico en que discurre su vida.

 Estamos, pues, ante una biografía interna y abierta del escritor asturiano, una “escritura viva”, que es lo que significa literalmente biografía. De ahí lo  adecuado, por preciso, de su título, Leopoldo Alas, Clarín, en sus palabras Como oportuna es también la emocionada dedicatoria que el autor dirige al hijo de Clarín, el rector Alas. Dedicatoria que modificando su puntuación y persona verbal, podría convertirse en otra apócrifa de padre a hijo de profunda significación: "En memoria de Leopoldo Alas Argüelles, Polín, víctima de una barbarie que nunca pude imaginar”. Clarín, su padre.

             Clarín en sus actos

               Como hemos dicho, Lissorgues ha renunciado a ser un biógrafo omnisciente. Pero de ello no se deriva una biografía proteica, postmoderna, de cuya lectura cada lector pueda sacar la imagen del Clarín escritor, del Leopoldo Alas intelectual que mejor combine con su ropaje ideológico. Ése es su mayor mérito. Porque de  las palabras que delinean el pensamiento de    LA, Clarín, Zoilito  y sus otros pseudónimos contrastadas con su peripecia vital emerge ante el lector un único Leopoldo Alas. Un intelectual profundamente coherente, un espíritu libre y un librepensador que defiende a pluma e idea su derecho al “libre examen”, como se decía en la época. Un “escritor público” imbuido de una ideología progresista, que todavía valorarían los neoconservadores de hoy como excesivamente avanzada; demócrata, de arraigadas y tempranas convicciones republicanas. Católico liberal, sincero y profundo y a la vez crítico acerbo de la Iglesia tradicional y de sus ritos externos. Debelador de neos (católicos antiliberales tradicionales) y mestizos (católicos antiliberales colaboracionistas con el sistema liberal). Pero también  furibundo  crítico de Cánovas y  la “comedia” – el término es suyo- de la Restauración.

Pero, sobre todo y más allá de su causticidad polémica al servicio de la lucha ideológica, Clarín fue un  intelectual de elevados vuelos, riguroso y profundamente crítico con la realidad que le tocó vivir. Además de un literato que  triunfó en todos los géneros que practicó, desde la crítica literaria y el periodismo hasta el cuento y la novela, menos, paradójicamente, en aquel  que él siempre quiso descollar: el género dramático.

 Ése es el Clarín indubitable  que la paleta de Lissorgues, cual pintor impresionista, consigue que  el lector construya por sí mismo en su retina mental. En efecto,esta biografía, aunque no pueda ni deba considerarse como definitiva, porque, entre otras cosas, su propio contenido abre nuevas y matizadas miradas y preguntas sobre el escritor y su obra, deja claro que en lo substancial no hay otro Clarín que éste. Lo entendió bien la derecha reaccionaria del pasado que persiguió su memoria y trató de enterrarlo fuera del panteón oficial, en el corralito de la historia, de modo análogo a como en aquel entonces  se inhumaba aparte, fuera de la tierra sagrada, a los que pensaban por sí mismos y  morían al margen del dogma eclesial y oficial. Pero también lo  comprendió así la derecha actual que, en su ya abandonado y olvidado viaje hacia el centro, ni siquiera trató de  patrimonializar ni apropiarse de su figura, como lo intentó, por ejemplo y entre otras, con las de Jovellanos, Azaña o Rafael Altamira.

 Sin duda, esta biografía de Lissorgues es una  importante y excelente contribución para que Clarín repose donde es debido. En el panteón de escritores  ilustres e intelectuales honestos y coherentes que ha dado la historia de España.

                                                                      

                                      

                                       CLARIN, REPUBLICANO
                                                              J. A. V. I.                                                                   .                 
El republicanismo ha estado vinculado históricamente con la implantación de la democracia. Mientras que la monarquía constitucional ha sido, en cambio, la fórmula política ligada al liberalismo doctrinario y oligárquico. Leopoldo Alas fue precozmente proclive al ideario democrático y por ello también partidario del sistema republicano. En ese sentido, Leopoldo Alas, Clarín, fue, podemos decir, republicano por demócrata.
Alas fue ya  un republicano precoz como demuestran las páginas de su particular periódico Juan Ruiz, en el advenimiento de La Gloriosa y cuando él estudiaba todavía bachillerato. Y después, un joven intelectual que apoyó  las revolucionarias  transformaciones del sexenio democrático. Ese corto e intenso período histórico coincidió grosso modo con su estancia en Madrid como estudiante de Filosofía y Letras y de Doctorado.  Esos pocos años fueron  decisivos en su biografía. Durante ellos pone las bases de su fama y  reconocimiento  posterior como uno de los más destacados periodistas políticos y crítico literario de la Corte, a la vez que experimenta un proceso de maduración intelectual, política y religiosa en su contacto con los catedráticos krausistas de la Universidad Central: Salmerón, Giner y Azcárate, sobre todo.
 Restaurada la monarquía en la persona de Alfonso XII bajo la tutela de Cánovas, y con ella el liberalismo doctrinario oligárquico, Clarín siguió defendiendo los ideales republicano-democráticos del sexenio. Apoyó el proyecto de  unidad  de las diferentes fracciones del republicanismo histórico español y se opuso, en principio, a los planteamientos posibilistas- esto es, de colaboración con el régimen de la Restauración- de Castelar.  Pero terminó, finalmente, entrando en el Partido  Republicano posibilista castelarino y no en el de Salmerón en el que militaba el grueso de los más destacados intelectuales republicanos krausistas.  Sin embargo, nunca aceptó la decisión de su jefe político de disolver el partido e integrarse en las filas del Liberal de Sagasta: “ Estoy- escribió Clarín  al respecto-  entre los que, si no por historia, por conciencia, continuamos siendo republicanos, pero castelarinos, con toda la benevolencia que se quiera para los liberales, menos el horror monárquico. Consta, pues, que usted no me disuelve”

 

 
                                       

                                   MARTILLO DE CACIQUES
                                          J.V.I.                                                                                                                        
Clarín fue un inmisericorde y brillante martillo de caciques asturianos como, entre otros, el conde de Toreno y Alejandro Pidal. Al primero, aludiendo a sus parciales nombramientos de catedráticos como ministro de Fomento, se refirió con aquel “Buen Toreno te  dé Dios, hijo” que le valió no ser designado por él para una cátedra en la Universidad de  Salamanca cuando había sido el primero de la terna propuesta por el Tribunal. De Alejandro Pidal, el cacique de Villaviciosa, tiene  menciones de ingenio y sarcasmo antológicas como aquella que escribió al enterarse que el político conservador asturiano iba a ser recibido como  académico de la Lengua con un discurso sobre Fray Luis de León:” Todos esos elogios de Fray Luis de León suenan a hueco. Ser religioso de veras es más difícil de lo que Pidal piensa; para ello se necesita no pasar la vida repartiendo estanquillos a los electores y persiguiendo a los enemigos políticos”.

   (PUBLICADO  EN EL SUPLEMENTO CULTURAL "cULTURA" DE LA NUEVA ESPAÑA 
 
ESPAÑA, DE OVIEDO)