JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Una oleada de protestas y
levantamientos populares recorren estos últimos tiempos las repúblicas de
América Latina: Chile, Argentina, Ecuador, Bolivia, Perú y recientemente
Colombia…. tanto en países con gobiernos de derecha como de izquierda Y muchos
nos preguntamos qué es lo que realmente está pasando en esta región. No es,
desde luego, fácil entenderlo. Pero, sin duda, unos movimientos de esta entidad
no se producen sin que medien causas y cambios
profundos en esos países y es necesario volver los ojos a las
transformaciones económicas, sociales y políticas que han experimentado esos países en las últimas décadas para tratar de
encontrar en ellas las razones de fondo de la profunda crisis que están atravesando.
En la primera década de este siglo, en América
Latina se implementó un modelo de economía nuevo denominado por algunos
teóricos como como “neoextractivo” que consistió en una especialización de sus economías
en la producción y venta en los mercados internaciones de materias primas en
una coyuntura de alza de precios de esas materias. Las posibilidades sociales y
políticas que ese modelo suponía para
región fueron grandes. E incluso América Latina pudo salvarse de la Gran
Recesión y llegó a hablarse del milagro económico latinoamericano. Pero la
realidad, como demuestra la penosa situación actual que están padeciendo, es
que aquella favorable coyuntura no fue
aprovechada.
De hecho, ese modelo supuso un cierto aumento
del gasto social en el PIB y
crecieron los salarios mínimos y los reales
y se produjo incluso una cierta movilidad social ascendente,
mientras los países industrializados se
sumían en la grave crisis financiera y económica causada por la Gran Recesión.
Pero aquella coyuntura era, sin duda, el momento propicio, quizás el mejor que
la región había tenido desde la Independencia, para asentar estados y gobiernos
fuertes que, además de poner los
pilares para establecer verdaderas democracias, fueran también estableciendo las bases para acabar con la
pobreza y la desigualdad que dominaban en aquellas
sociedades. Pobreza y desigualdad con las había que acabar no sólo por razones
de justicia social, sino también como base para poder establecer economías
modernizadas con una mayor diversificación
para no seguir dependiendo exclusivamente el modelo extractivo e ir estableciendo un desarrollo sostenible
con protección de los recursos naturales .
Sin embargo, esas políticas
económicas y sociales no llegaron a tomar cuerpo de manera clara y continuada
bien por razón de medidas incorrectas,
bien por la oposición de las élites económicas y sociales de aquellos países
que veían sus intereses y dominio social tradicional en peligro con la modernización que se trataba
de llevar a cabo. Baste recordar que
esos cambios suponían entre otras muchas medidas establecer un sistema
fiscal progresivo y conceder derechos laborales a la masa de la población trabajadora.
Las transformaciones que posibilitaban aquella coyuntura económica idónea o no se
hicieron o se hicieron sólo a retazos, de manera incompleta y sólo, y en cierta
medida, beneficiaron a funcionarios o trabajadores formales, o sea, sólo
aproximadamente a menos de la mitad de
la población y el resto siguió viviendo en condiciones precarias y dentro del
sector informal sin estabilidad contractual y con ingresos bajos , sin que se
pusiera fin ni a la pobreza dominante ni
a la acentuada desigualdad tradicional en aquellos países. Son, pues, países
que a pesar de aquella coyuntura favorable
con ingresos elevados del Estado, no lograron crear un sistema de servicios públicos de calidad
y accesible a la mayoría. Ni la educación ni la salud ni las infraestructuras
mejoraron con aquellas potenciales posibilidades que aportaba el alza de
precios de sus materias primas. Sin
embargo, las élites económicas pudieron mantener sus patrimonios e incluso
aumentarlo y las clases medias se ampliaron, mientras las clases populares siguieron
viviendo en condiciones precarias.
Cuando en la segunda década de este siglo aquellas condiciones cambiaron
radicalmente con la bajada del precio de las materias primas aquel edificio
inestable ha terminado por venirse abajo y loa gobiernos de la región han tomado medidas drásticas, muchas de ellas
inspiradas por el FMI y otros organismos
internacionales, que han recaído sobre las espaldas de los
sectores sociales más débiles que han mostrado su descontento y su protesta por
la situación llevándolos a la calle. Sin duda, la década anterior fue la de una
gran oportunidad para las
transformaciones estructurales en positivo de la región. Por eso, hay quien ya la
considera como la “década perdida” de
América Latina.
(Publicado
en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)