LA DÉCADA ULTRA
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Catedrático
emérito de la Universidad Pompeu Fabra en la actualidad, con sus setenta y cinco años , Josep Fontana
no es sólo uno de los historiadores más
destacados del panorama historiográfico español, sino que goza también de un
gran prestigio como tal en Europa y el ámbito latinoamericano.
Excelente historiador de la economía española, su obra rebasa con mucho su
especialidad y abarca un amplio registro. Fontana ha dedicado una parte sustancial de sus
investigaciones al análisis histórico de lo que se ha denominado la crisis del
antiguo régimen en España y es autor de
una las más potentes teorías sobre el significado de la revolución
liberal- burguesa en nuestro país.
Pero también ha destacado el historiador
catalán como uno de los más agudos y lúcidos analistas de la historia de la
historiografía y sus cambios más recientes
en estos últimos tiempos en los que los
paradigmas dominantes en que se movía
esta ciencia desde la segunda mitad del siglo XX. se han removido en sus raíces, sobre todo,
por efecto del posmodernismo. Y como historiador coherente con un planteamiento
teórico dentro de la tradición del materialismo histórico, la obra de Fontana
ha incidido también en la función social de la historia y ha recogido su preocupación
y ha tratado acerca de la enseñanza de la historia. Amén de haber realizado,
como asesor de la editorial Crítica, una
impagable tarea en la publicación y difusión en España y América Latina de una
gran parte de la mejor producción historiográfica mundial. Como puede deducirse
de todo lo anterior, ningún historiador ni profesor de historia español puede ser ajeno, para aceptarla plena o
críticamente o rechazarla, a la labor historiográfica de Fontana. Y de
ahí que la publicación de cada una de sus obras requiera su inmediata y atenta lectura
De en medio del tiempo. La segunda
restauración española, 1823-1833 (Editorial Crítica, 2006) es el último libro publicado por Fontana.
Trata de cerrar con él su visión sobre la etapa de la crisis del antiguo
régimen en España -de la que es, como hemos dicho. el gran especialista
español, con un análisis de la última etapa del reinado de Fernando VII, el
denominado decenio o década absolutista
(1823-1833).(El título es una frase literal del decreto de mayo 1814 por el que
Fernando VII rechazaba la obra de las cortes de Cádiz e imponía la primera
restauración absolutista de su reinado)
El autor de La crisis del Antiguo Régimen considera
que la década absolutista , del mismo
modo que la figura de Fernando VII, han tenido un tratamiento historiográfico
deformado tanto por la historia liberal como por el posterior y más reciente revisionismo de tendencia ultraconservadora practicado por
los historiadores de la escuela de Navarra. La interpretación maniquea de la historiografía
liberal, que fue la que bautizó como ominosa a la década
absolutista y caracterizó al borbón como un rey felón, no sólo era una visión ideologizada
y simplista de ese decenio y del personaje real, sino, además, y esto era
todavía más deformante, respondía a una subyacente manera de entender la revolución burguesa
española como una revolución fidedigna a los valores democráticos de de la
revolución de 1789 y superadora del viejo sistema absolutista. Absolutismo que
habría finalizado, pues, en España con
la segunda restauración de Fernando VII, tras diez años que fueron la expresión
más acabada de la ignominia y los abusos que propiciaba y permitía ese régimen.
El revisionismo de este período por parte de la derecha ultraconservadora revalorizaba,
en cambio, la figura del rey e
interpretaba concretamente ese decenio
como diez años de reformas y desarrollo benefactor que condujo finalmente a la
instalación de un liberalismo moderado y conservador.
Ni una ni otra
visión de la década es la interpretación
que nos proporciona en este libro
Fontana. Para nuestro historiador la
revolución burguesa no fue sino en España un pacto entre las nuevas fuerzas que se
desarrollaban en Europa y emergían en España y los viejos grupos privilegiados
del antiguo régimen. Los ultras dominaron esta etapa y pretendieron
infructuosamente conservar la realidad
social tal cual, sacando “de en medio del tiempo” todas las reformas liberales
que en Cádiz y en el Trienio se habían adoptado. De modo que destacar con gruesos trazos negros la obra del decenio
y la figura de Fernando VII para conseguir el resalte, por contraste, con
nítidos rasgos blancos, de la bondad del régimen liberal en España no es
de recibo para el historiador catalán.
El nuevo sistema liberal dejaría intactos, en gran medida, los intereses de los
grupos privilegiados e incorporaría los de las nuevas capas propietarias y, en ambos casos, en contra los intereses de las capas
populares, sobre todo, las campesinas.
Pero aún más
carece de sentido de la realidad histórica la
interpretación positiva de los historiadores ultraconservadores. El
cuadro que traza Fontana de la década absolutista y de la personalidad y
actuación del rey es todavía más negro que el que nos habían presentado los
historiadores liberales con el añadido de que la reconstrucción es en este caso
minuciosa y concreta y va acompañada de la mirada aguda, sarcástica y ácida del historiador.
El capítulo que dedica a analizar la
represión y depuraciones de los liberales del Trienio nos remonta, sin duda, a uno de los tiempos
de mayor ignominia y fanatismo por los que ha pasado nuestra historia, que no
ha sido precisamente parca en esos episodios
como sabemos. Pero ese tiempo de
brutalidad, persecución y silencio impuesto (se llegaron a cerrar las
universidades) no sólo fue responsabilidad de los sectores ultra que le
secundaron y le presionaron para mantener España fuera del tiempo, como
pretende la historiografía revisionista del reinado, sino que el propio rey fue
uno de sus más fervientes inductores. Lo demuestra el que una vez restaurada la monarquía
absoluta por segunda vez , comenzó
nombrando un gobierno de ultras despiadados, dirigidos
por aquel bípedo con sotana que fue el
canónigo Sáez, que alimentó la represión liberal, se negó a la concesión de la
amnistía de los liberales y pretendió reimplantar la Inquisición. Lo que llevó
a las potencias absolutistas europeas
que habían patrocinado la invasión francesa de la España del Trienio a forzar
su destitución y el nombramiento de un
gobierno moderado e impedir la restauración de la Inquisición. Fernando VII fue implacable con sus opositores,
fuesen “negros”, esto es, liberales o carlistas como ocurrió con los responsables de
la revuelta de los Agraviados en 1827. El colmo de su piedad con los opositores fue, por ejemplo, con motivo de
la celebración de su boda con Maria
Cristina, sustituir la horca por el garrote vil u ordinario y aprobó verdaderos
actos de crueldad como fue el de la ejecución de Cayetano Ripoll en Valencia.
Su
apoyo a las políticas reformadoras no fue sino hacer de la necesidad
virtud por la imposibilidad de mantener otra postura por la presión de las potencias
absolutistas europeas o por tratar de remediar la angustiosa situación
hacendística por la que atravesó la Monarquía en este decenio a causa de la
crisis agraria, las ruinosas consecuencias de la guerra de la Independencia y
la pérdida jamás aceptada por el rey y sus gobiernos de nuestras colonias
americanas continentales. Situación que trató “inútilmente”- dicho sea en la
doble acepción de la palabra- de remediar el ministro de Hacienda López
Ballesteros. Labor que Fontana analiza con detalle y críticamente en estas
páginas.
La
realidad fue que durante gran parte de la década el poder de los ultras fue dominante en la
corte y en el país a través de un instrumento, los voluntarios realistas y los apoyos
de la mayoría del clero y del consejo de Estado, que fue el búnker
desde donde se planeaba el obstruccionismo a las tímidas y pragmáticas reformas
que trataban de imponer los moderados. Reformas que el rey no tenía más remedio
que aceptar granjeándose con ello la enemiga del poder ultra que terminó
apoyando al infante Carlos María Isidro y organizando el movimiento carlista,
alimentado a partir de 1830 por la cuestión sucesoria. Cuestión sucesoria que,
como es sabido, tuvo uno de sus principales episodios en la intriga o conjura, como le denominaron
después los cristinos, del Palacio de la Granja, en la que los ultras, con su
presión sobre la reina consorte Maria
Cristina, consiguieron la revocación temporal de la Pragmática Sanción en
beneficio de los intereses reales de Carlos María Isidro. Fontana reconstruye
este episodio y nos da una nueva versión del mismo, en la que el protagonismo
que se venía concediendo al ministro
ultra Calomarde pierde importancia y se resalta la decisiva intervención indirecta que en él tuvo
Metternich a través de algunos representantes del cuerpo diplomático.
Desde luego que, a pesar de tratar de rebasar el
esquemático retrato de Fernando VII, trazado por los historiadores liberales y
reconstruir su compleja personalidad, el cuadro psicológico y moral que traza Fontana
del monarca borbón, no le favorece en absoluto. “Cuando se siguen de cerca-
escribe nuestro historiador- los incidentes de la vida de Fernando, se puede
advertir la permanencia de unos determinados rasgos de carácter -cobardía,
temor de que cualquier situación que pudiese conducir hacia la revolución,
recurso a la mentira y a la simulación para sortear los momentos difíciles y
capacidad de soportar todas la humillaciones en silencio, incubando un odio que
aflorará en forma de venganza cuando llegue la hora del triunfo.. Pero, por
encima de todo, hay en él soledad y desconfianza, una desconfianza que los años
se encargarán de justificar al ver que
el fallaban todos aquellos en cuya lealtad había confiado, incluyendo a su
hermano (…)”
Se ha dicho
que Fontana con este libro ha introducido un nuevo registro en su obra con la vuelta a la tradicional historia de los acontecimientos y se dice
esto con cierto matiz peyorativo. Pero me parece, en primer lugar, que es
preciso tener en cuenta que el historiador catalán ha escrito un libro de historia política
referido a un tiempo corto en el que,
como es pertinente en esa clase de historia, se deben analizar los acontecimientos con detalle. Lo que hace
Fontana sin olvidar sus relaciones con
los otros aspectos históricos, a la vez que reconstruye el contexto
internacional de esos hechos, aspecto del que no sabíamos gran cosa. En ese sentido, el capítulo que dedica a los
revoluciones de 1830 en Europa y su influencia en la política española de la
década absolutista son de gran interés. Lo mismo que las relaciones de la
España fernandina con el movimiento absolutista miguelista en Portugal.
Además
es preciso añadir, por otro lado, que tampoco abandona Fontana los principios
teóricos que han constituido la base de su metodología historiográfica Su concepción, dentro de la tradición del
materialismo histórico, de una historia abierta en la línea del marxismo
británico, concretamente de los planteamientos thompsonianos, ajena ya al
etapismo y de la misión histórica y teleológica de la clase
obrera del marxismo clásico, está presente en todas la páginas del libro.. La
interpretación que realiza en ese sentido Fontana de la participación de una
parte importante del campesinado y el artesanado español en las filas carlistas
no responde, pues, a la visión tradicional que la explica a través del influjo del púlpito
sobre una masa inculta e iletrada; sino que esas capas sociales responden y
actúan con una actitud consciente descontenta
con las transformaciones de una revolución burguesa como la española cuyos
cambios dañaban claramente los intereses de esos grupos sociales. Pero sin que
se produjese una identificación plena
con las elites ultras y contrarrevolucionarias que se oponían a ella.
Todo
lo cual permite entrever otras alternativas históricas que no se cumplieron,
pero que no implicaban el triunfo ineluctable
de aquellos grupos sociales que fueron los beneficiarios de la implantación
definitiva del liberalismo en España. Pues éste tenía poco de revolucionario,
si de revolución social hablamos, y poco de democrático, si a los valores
prístinos de la democracia contenidos en
los principios del 89, nos referimos. Tratar de explorar esos caminos
alternativos que no triunfaron, es la tarea próxima futura que se propone acometer Josep Fontana para dar
por su parte como definitivamente terminado ese campo de investigación de la
crisis del antiguo régimen en España que le ha acompañado a lo largo de toda su
vida de historiador. Por el bien de los que amamos la historia seria, bien
hecha y reconocemos la importante función social que tiene el conocimiento
histórico, como es la historia que practica y difunde Fontana, nuestro deseo es
que el historiador catalán pueda cumplir
con esa tarea. de recorrer esos caminos
que llevaban “ por el corredor que no tomamos/ hacía la puerta que no abrimos”.
LA EJECUCIÓN QUE
ESCANDALIZÓ A EUROPA
J. A. V. I.
Entre
tanta represión, depuraciones y ejecuciones hubo una que por sus
circunstancias agravantes escandalizó
a Europa Fue la ejecución de Cayetano
Ripoll, ocurrida en Valencia en 1826, condenado a muerte por un tribunal
eclesiástico por “sus enseñanzas impías”
y “reo de herejía formal.” Vestido con
ropa negra, esposado y a caballo de un asno, fue llevado, la mañana del 31 de
julio de 1826, a la plaza del Mercado de la ciudad de Valencia, donde la horca
estaba instalada permanentemente, tan frecuente era su uso en estos años de
terror. Murió serenamente y su cuerpo metido en un tonel pintado de llamas, lo
llevaron a un puente lo lanzaron desde lo alto al río, en medio de los gritos y
las burlas de los presentes (…). El nuncio del Vaticano en España comentaba,
pocos días después, que Ripoll era un deísta fanático que corrompía a la gente
con su falsa virtud. Sólo le preocupaba que los periódicos extranjeros se
pusieran a criticar, como de costumbre, a los españoles y a la Iglesia. En
efecto, unas semanas más tarde, el Times de Londres explicaba , a
partir de una carta recibida en Madrid, la historia de la muerte de ese hombre
que, según todas las noticias, era una persona caritativa que daba a los pobres todo lo que no le era absolutamente
necesario (…)”. Página 209..