jueves, 30 de julio de 2015

LA DÉCADA ULTRA


                                                   LA DÉCADA ULTRA

                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS                  
 
 
         
                                      

            Catedrático emérito de la Universidad Pompeu Fabra en la actualidad,  con sus setenta y cinco años , Josep Fontana no es sólo  uno de los historiadores más destacados del panorama historiográfico español, sino que goza también de un gran  prestigio como tal  en Europa y el ámbito latinoamericano. Excelente historiador de la economía española, su obra rebasa con mucho su especialidad y abarca un amplio registro. Fontana  ha dedicado una parte sustancial de sus investigaciones al análisis histórico de lo que se ha denominado la crisis del antiguo régimen en España y es autor  de una las más potentes   teorías  sobre el significado de la revolución liberal- burguesa en nuestro país.

 Pero también ha destacado el historiador catalán  como uno de los más agudos  y lúcidos analistas de la historia de la historiografía y sus cambios más recientes  en estos últimos tiempos en los que los  paradigmas dominantes en que se movía  esta ciencia desde la segunda mitad del siglo XX.  se han removido en sus raíces, sobre todo, por efecto del posmodernismo. Y como historiador coherente con un planteamiento teórico dentro de la tradición del materialismo histórico, la obra de Fontana ha incidido también en la función social de la historia y ha recogido su preocupación y ha tratado  acerca de la  enseñanza de la historia. Amén de haber realizado, como asesor de  la editorial Crítica, una impagable tarea en la publicación y difusión en España y América Latina de una gran parte de la mejor producción historiográfica mundial. Como puede deducirse de todo lo anterior, ningún historiador ni profesor de historia español  puede ser ajeno, para aceptarla plena o críticamente  o rechazarla,  a la labor historiográfica de Fontana. Y de ahí que la publicación de cada una de sus obras requiera su  inmediata y atenta lectura

  De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-1833 (Editorial Crítica, 2006)  es el último libro publicado por Fontana. Trata de cerrar con él su visión sobre la etapa de la crisis del antiguo régimen en España -de la que es, como hemos dicho. el gran especialista español, con un análisis de la última etapa del reinado de Fernando VII, el denominado decenio  o década absolutista (1823-1833).(El título es una frase literal del decreto de mayo 1814 por el que Fernando VII rechazaba la obra de las cortes de Cádiz e imponía la primera restauración absolutista de su reinado)

            El  autor de La crisis del Antiguo Régimen considera que la  década absolutista , del mismo modo que la figura de Fernando VII, han tenido un tratamiento historiográfico deformado tanto por la historia liberal como por el  posterior y más reciente revisionismo  de tendencia ultraconservadora practicado por los historiadores de la escuela de Navarra. La interpretación maniquea de la historiografía liberal, que  fue la que bautizó  como ominosa a la década absolutista  y  caracterizó al borbón como un  rey felón, no sólo era una visión ideologizada y simplista de ese decenio y del personaje real, sino, además, y esto era todavía más deformante, respondía a una subyacente  manera de entender la revolución burguesa española como una revolución fidedigna a los valores democráticos de de la revolución de 1789 y superadora del viejo sistema absolutista. Absolutismo que habría finalizado, pues,  en España con la segunda restauración de Fernando VII, tras diez años que fueron la expresión más acabada de la ignominia y los abusos que propiciaba y permitía ese régimen. El revisionismo de este período por parte de la derecha ultraconservadora revalorizaba, en cambio,  la figura del rey e interpretaba  concretamente ese decenio como diez años de reformas y desarrollo benefactor que condujo finalmente a la instalación de un liberalismo moderado y conservador.

            Ni una ni otra visión de la década es la interpretación  que nos  proporciona en este libro Fontana. Para nuestro historiador  la revolución burguesa no fue sino en España  un pacto entre las nuevas fuerzas que se desarrollaban en Europa y emergían en España y los viejos grupos privilegiados del antiguo régimen. Los ultras dominaron esta etapa y pretendieron infructuosamente  conservar la realidad social tal cual, sacando “de en medio del tiempo” todas las reformas liberales que en Cádiz y en el Trienio se habían adoptado. De modo que destacar  con gruesos trazos negros la obra del decenio y la figura de Fernando VII para conseguir el resalte, por contraste, con nítidos  rasgos blancos, de  la bondad del régimen liberal en España no es de recibo para  el historiador catalán. El nuevo sistema liberal dejaría intactos, en gran medida, los intereses de los grupos privilegiados e incorporaría los de las nuevas capas propietarias y, en  ambos casos, en contra los intereses de las capas  populares, sobre todo, las campesinas.

            Pero aún más carece de sentido de la realidad histórica la  interpretación positiva de los historiadores ultraconservadores. El cuadro que traza Fontana de la década absolutista y de la personalidad y actuación del rey es todavía más negro que el que nos habían presentado los historiadores liberales con el añadido de que la reconstrucción es en este caso minuciosa y concreta y va acompañada de la mirada  aguda, sarcástica y ácida del historiador.

El capítulo que dedica a analizar la represión y depuraciones de los liberales del Trienio  nos remonta, sin duda, a uno de los tiempos de mayor ignominia y fanatismo por los que ha pasado nuestra historia, que no ha sido precisamente parca en esos  episodios como sabemos.  Pero ese tiempo de brutalidad, persecución y silencio impuesto (se llegaron a cerrar las universidades) no sólo fue responsabilidad de los sectores ultra que le secundaron y le presionaron para mantener España fuera del tiempo, como pretende la historiografía revisionista del reinado, sino que el propio rey fue uno de sus más fervientes inductores. Lo demuestra  el que una vez restaurada la monarquía absoluta por segunda vez ,  comenzó nombrando  un   gobierno de ultras despiadados, dirigidos por aquel bípedo con sotana que  fue el canónigo Sáez, que alimentó la represión liberal, se negó a la concesión de la amnistía de los liberales  y  pretendió reimplantar la Inquisición. Lo que llevó  a las potencias absolutistas europeas que habían patrocinado la invasión francesa de la España del Trienio  a  forzar  su destitución y el nombramiento de un gobierno moderado e impedir la restauración de la Inquisición.  Fernando VII fue implacable con sus opositores, fuesen “negros”, esto es, liberales o  carlistas como ocurrió con los responsables de la revuelta de los Agraviados en 1827. El colmo de su piedad con  los opositores fue, por ejemplo, con motivo de la  celebración de su boda con Maria Cristina, sustituir la horca por el garrote vil u ordinario y aprobó verdaderos actos de crueldad como fue el de la ejecución de Cayetano Ripoll en Valencia.  

Su  apoyo a las políticas reformadoras no fue sino hacer de la necesidad virtud por la imposibilidad de mantener otra postura por la presión de las potencias absolutistas europeas o por tratar de remediar la angustiosa situación hacendística por la que atravesó la Monarquía en este decenio a causa de la crisis agraria, las ruinosas consecuencias de la guerra de la Independencia y la pérdida jamás aceptada por el rey y sus gobiernos de nuestras colonias americanas continentales. Situación que trató “inútilmente”- dicho sea en la doble acepción de la palabra- de remediar el ministro de Hacienda López Ballesteros. Labor que Fontana analiza con detalle y críticamente en estas páginas.

 La realidad fue que durante gran parte de la década  el poder de los ultras fue dominante en la corte y en el país a través de un instrumento, los voluntarios realistas y los apoyos de  la mayoría del clero  y del consejo de Estado, que fue el búnker desde donde se planeaba el obstruccionismo a las tímidas y pragmáticas reformas que trataban de imponer los moderados. Reformas que el rey no tenía más remedio que aceptar granjeándose con ello la enemiga del poder ultra que terminó apoyando al infante Carlos María Isidro y organizando el movimiento carlista, alimentado a partir de 1830 por la cuestión sucesoria. Cuestión sucesoria que, como es sabido, tuvo uno de sus principales episodios en  la intriga o conjura, como le denominaron después los cristinos, del Palacio de la Granja, en la que los ultras, con su presión sobre la reina consorte  Maria Cristina, consiguieron la revocación temporal de la Pragmática Sanción en beneficio de los intereses reales de Carlos María Isidro. Fontana reconstruye este episodio y nos da una nueva versión del mismo, en la que el protagonismo que se venía concediendo al  ministro ultra Calomarde pierde importancia y se resalta la decisiva  intervención indirecta que en él tuvo Metternich a través de algunos representantes del cuerpo diplomático.

  Desde luego que, a pesar de tratar de rebasar el esquemático retrato de Fernando VII, trazado por los historiadores liberales y reconstruir su compleja personalidad, el cuadro psicológico y moral que traza Fontana del monarca borbón, no le favorece en absoluto. “Cuando se siguen de cerca- escribe nuestro historiador- los incidentes de la vida de Fernando, se puede advertir la permanencia de unos determinados rasgos de carácter -cobardía, temor de que cualquier situación que pudiese conducir hacia la revolución, recurso a la mentira y a la simulación para sortear los momentos difíciles y capacidad de soportar todas la humillaciones en silencio, incubando un odio que aflorará en forma de venganza cuando llegue la hora del triunfo.. Pero, por encima de todo, hay en él soledad y desconfianza, una desconfianza que los años se encargarán de justificar al  ver que el fallaban todos aquellos en cuya lealtad había confiado, incluyendo a su hermano (…)”  

            Se ha dicho que Fontana con este libro ha introducido un nuevo registro en su  obra con la vuelta a la tradicional  historia de los acontecimientos y se dice esto con cierto matiz peyorativo. Pero me parece, en primer lugar, que es preciso tener en cuenta que el historiador catalán  ha escrito un libro de historia política referido a un tiempo corto  en el que, como es pertinente en esa clase de historia, se deben analizar  los acontecimientos con detalle. Lo que hace Fontana sin olvidar  sus relaciones con los otros aspectos históricos, a la vez que reconstruye el contexto internacional de esos hechos, aspecto del que no sabíamos gran cosa.  En ese sentido, el capítulo que dedica a los revoluciones de 1830 en Europa y su influencia en la política española  de  la década absolutista son de gran interés. Lo mismo que las relaciones de la España fernandina con el movimiento absolutista miguelista en Portugal.

 Además es preciso añadir, por otro lado, que tampoco abandona Fontana los principios teóricos que han constituido la base de su metodología historiográfica  Su concepción, dentro de la tradición del materialismo histórico, de una historia abierta en la línea del marxismo británico, concretamente de los planteamientos thompsonianos, ajena ya al etapismo  y de la  misión histórica y teleológica de la clase obrera del marxismo clásico, está presente en todas la páginas del libro.. La interpretación que realiza en ese sentido Fontana de la participación de una parte importante del campesinado y el artesanado español en las filas carlistas no responde, pues, a la visión tradicional que  la explica a través del influjo del púlpito sobre una masa inculta e iletrada; sino que esas capas sociales responden y actúan con una actitud consciente descontenta  con las transformaciones de una revolución burguesa como la española cuyos cambios dañaban claramente los intereses de esos grupos sociales. Pero sin que se produjese una  identificación plena con las elites ultras y contrarrevolucionarias que se oponían a ella.

 Todo lo cual permite entrever otras alternativas históricas que no se cumplieron, pero  que no implicaban el triunfo ineluctable de aquellos grupos sociales que fueron los beneficiarios de la implantación definitiva del liberalismo en España. Pues éste tenía poco de revolucionario, si de revolución social hablamos, y poco de democrático, si a los valores prístinos de la democracia contenidos en  los principios del 89, nos referimos. Tratar de explorar esos caminos alternativos que no triunfaron, es la tarea próxima futura  que se propone acometer Josep Fontana para dar por su parte como definitivamente terminado ese campo de investigación de la crisis del antiguo régimen en España que le ha acompañado a lo largo de toda su vida de historiador. Por el bien de los que amamos la historia seria, bien hecha y reconocemos la importante función social que tiene el conocimiento histórico, como es la historia que practica y difunde Fontana, nuestro deseo es que el historiador catalán  pueda cumplir con esa tarea. de recorrer  esos caminos que llevaban “ por el corredor que no tomamos/ hacía la puerta que no abrimos”.

                              LA EJECUCIÓN QUE ESCANDALIZÓ A EUROPA
                                                                                       J. A. V. I.
            Entre tanta represión, depuraciones y ejecuciones hubo una que por sus circunstancias  agravantes escandalizó a  Europa Fue la ejecución de Cayetano Ripoll, ocurrida en Valencia en 1826, condenado a muerte por un tribunal eclesiástico por “sus enseñanzas  impías” y  “reo de herejía formal.” Vestido con ropa negra, esposado y a caballo de un asno, fue llevado, la mañana del 31 de julio de 1826, a la plaza del Mercado de la ciudad de Valencia, donde la horca estaba instalada permanentemente, tan frecuente era su uso en estos años de terror. Murió serenamente y su cuerpo metido en un tonel pintado de llamas, lo llevaron a un puente lo lanzaron desde lo alto al río, en medio de los gritos y las burlas de los presentes (…). El nuncio del Vaticano en España comentaba, pocos días después, que Ripoll era un deísta fanático que corrompía a la gente con su falsa virtud. Sólo le preocupaba que los periódicos extranjeros se pusieran a criticar, como de costumbre, a los españoles y a la Iglesia. En efecto, unas semanas más tarde, el Times de Londres explicaba , a partir de una carta recibida en Madrid, la historia de la muerte de ese hombre que, según todas las noticias, era una persona caritativa que daba  a los pobres todo lo que no le era absolutamente necesario (…)”. Página 209..

  (PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL CULTURA DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

 

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