lunes, 27 de febrero de 2017

iMPERIO DEPREDADOR

                                                      IMPERIO DEPREDADOR
    
                                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias

        




   El capitalismo globalizado neoliberal, surgido como respuesta a la crisis económica que arrastra el sistema capitalista desde los años setenta, ha colocado en el puesto de mando de la economía globalizada al capital  financiero que domina la economía de EE UU frente a los intereses del capital transnacional productivo. Sin embargo, las propias contradicciones inherentes a ese forma de desarrollo del capital, han terminado engendrando, a su vez, en estos últimos años una aguda crisis del   denominado Régimen  Dólar- Wall Street  de la que el actual gobierno de Bush hijo está tratando de salir con una huída hacia delante por medio de una estrategia militarista de “control del planeta” que impone como prioridad de la agenda estadounidense la guerra permanente.
            Las bases de esa hegemonía de EE UU, dentro del modelo de capitalismo financiero global, están, sin duda, en el doble control que ha venido ejerciendo  sobre los medios de pago universalmente aceptados- el dólar-, y el ejercicio del dominio militar a escala global. Pero, en estos últimos años, se está produciendo el resquebrajamiento del primer control mencionado. La combinación de un enorme déficit comercial y unas bajas tasas de ahorro estadounidense  hacen cada vez más difícil  que el flujo de capitales globales siga compensando ese gran déficit y, con ello, más palpable la amenaza de que la economía norteamericana  pueda seguir sosteniendo la estabilidad del dólar y el capitalismo de casino de los mercados financieros de Wall Street. “Europa”  frente a EE UU y el euro frente al dólar aparecen, además, en el horizonte como una posible alternativa ante ese Imperio depredador, uno de cuyos fundamentos de su poder- el control monetario- comienza a tambalearse.
            No es extraño, pues, que, como una huída hacia delante, la clase dirigente americana ligada a los intereses de ese capitalismo financiero global , a través del apoyo del gobierno de Bush junior y la camarilla de “halcones” neoconservadores que le rodea, haya optado por el camino más fácil: poner el énfasis en el otro control en el que se basa su poder imperial, a saber, acentuar el despliegue de una estrategia estrictamente militar de dominio del planeta, basada en la ideología de la guerra inevitable y  permanente, como vía para apuntalar el dólar como medio de pago universal y para tratar de impedir que se volatilice el “valor- dinero” originado por la especulación en los mercados financieros. La necesidad de subordinar el euro y  “Europa” a ese poder imperial impidiendo que emerjan como moneda y centro financiero alternativos, parece ser también una condición necesaria para poder conseguir su verdadero objetivo esa estrategia imperial. Y esa situación explica en gran medida la insubordinación y la negativa a seguirla por el sector de países de la Unión Europea más ligados al modelo del capitalismo transnacional productivo.
            El discurso producido por los laboratorios de ideas de los “halcones” legitima la deriva del capitalismo norteamericano hacia  esa vía de militarismo agresivo con categorías como la de  países del “eje del mal” y la legalidad de la guerra preventiva contra ellos o cualesquiera que se opongan al imperio estadounidense.( Guerra preventiva, por cierto, de la que  el  propio presidente Eisenhower llegó a decir en 1953 que fue   un invento de Adolfo Hitler, añadiendo que “ francamente yo no tomaría en serio a nadie que me viniera a proponer una cosa semejante”). A la vez  que ese discurso justifica la práctica del unilateralismo  que exige esa opción militarista y deslegitima o trata de subordinar a ella a  los organismos multilaterales como las Naciones Unidas o expresa explícitamente el fundamentalismo liberal democrático de la nación estadounidense que identifica el interés de su expansionismo con el de la Humanidad.
            En dos recientes  libros aparecidos al calor de la “inevitable” y “preventiva”  invasión de Iraq  podemos encontrar una interpretación del Imperio estadounidense desde la orientación que hemos expuesto más arriba, aunque, a mi entender, el fundamento teórico de los análisis de uno y otro sea realmente muy  diferente y de ello se derive unas propuestas de praxis antimperial también diferentes por parte de sus dos  autores: Emmanuel Todd, Después del Imperio (Foca, 2003), y Ramón Fernández Durán, Capitalismo financiero global y guerra permanente ( Virus Editorial, 2003). Por su parte, el libro de Robert Kagan,  Poder y debilidad ( Tauros 2003), cuya presentación  en Madrid por su autor ha causado días atrás una airada protesta por parte de los opositores al ataque angloamericano contra Iraq, es una clara muestra de ese discurso legitimador de la nueva política imperial estadounidense, más que una descripción objetiva del actual escenario internacional como quieren hacernos creer algunos analistas del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, ese laboratorio de ideas creado recientemente en nuestro país y que viene dando cobertura ideológica a las posiciones internacionales del gobierno Aznar.
          La tesis central del libro de Emmanuel Todd es la de que EE UU se ha convertido en un imperio depredador, porque, en realidad, es ya un imperio en declive y sin futuro. Esta fase agresiva  y belicosa en la que ha entrado no es sino el canto del  cisne del Imperio, el estertor que anuncia su agonía. Las verdaderas formaciones imperiales  siempre han ofrecido dos características que ya no se cumplen en el actual imperio norteamericano. Los recursos imperiales estadounidenses son ya insuficientes en este momento  para mantenerlas . El Imperio estadounidense no tiene ya la  capacidad de coacción militar y económica suficiente para  permitir la exacción de un tributo que nutre el centro a costa la explotación de todo el planeta. Y el universalismo ideológico, el otro atributo que acompaña a todo verdadero imperio  y  permite la expansión continua de su sistema de poder con la integración en el núcleo central de los pueblos y los individuos conquistados, ha entrado en un claro retroceso en esta agresiva fase imperial. “ A la vista  de estos criterios- concluye Todd- los Estados Unidos presentan insuficiencias notables cuyo examen permite predecir con seguridad que, hacia el año 2050, no existirá un imperio norteamericano”.
            Aunque la demostración que hace Tood del carácter parasitario del Imperio estadounidense en la actualidad se corresponde, a nuestro entender, con la realidad, los principios en que basa su análisis- la educación y la demografía como motores últimos de la historia y su argumentación comparatista para predecir  su ineluctable fin a fecha fija- nos parecen tan poco aceptables como la incapacidad militar que le supone para controlar el mundo. Y lo que es peor es  una tesis que, al obviar el factor de resistencia de la opinión pública mundial que está surgiendo contra esa belicosa fórmula imperial, favorece la desmovilización de la lucha contra ella.
            En cambio, el análisis de Ramón Fernández Durán, se realiza desde un planteamiento teórico diferente del que se deriva una explicación y la proposición de una praxis antimperial  muy distintas. Coincide Fernández Durán con el  autor francés en la condición depredadora y disfuncional del actual Imperio norteamericano y en el carácter militarista y agresivo de la “solución” que han adoptado  los neoconservadores americanos que controlan el gobierno estadounidense, para salir de la crisis de la globalización neoliberal financiera con su estrategia de la guerra permanente. Pero la tesis central del ecologista español tiene un claro fundamento anticapitalista: se enmarca en el contexto de la dinámica de un capitalismo que cada vez más se revela como un sistema obsoleto para dar satisfacción a las necesidades de los hombres. Lo cual puede constatarse, según el autor, en esta última crisis del capitalismo financiero global. La única  salida dentro del sistema es  reorientarlo hacia una fase militarista y agresiva que plantea la guerra  permanente como algo inevitable y necesario. Por eso tampoco para Fernández Durán el Imperio estadounidense tiene futuro, pero por otras razones diferentes de  las apunta Tood: por su propia incapacidad económica para mantener la asimetría depredadora en que se fundamenta, pero también por la ausencia de legitimidad para mantener esa situación ante una oposición cada vez más creciente de la opinión mundial  y, además, por su incompatibilidad con la nueva organización productiva del capitalismo global posfordista que exige una flexibilidad que dificulta en gran medida el carácter controlador y agresivo que ha adoptado el imperialismo estadounidense.
            El discurso justificador de Robert Kagan acerca de esa acentuación de la política internacional estadounidense unilateralista y militarista plantea la oposición de “Europa”- es decir, de un sector de Europa, como han demostrado los hechos- a esa clase de política. Esa política internacional hobbesiana que practica EE UU se basa en una concepción distinta del poder de la que defienden los estados europeos desde el fin de la segunda guerra mundial. Desde entonces Europa se ha inclinado más bien por un orden internacional fundamentado en los principios kantianos de la paz perpetua y del respeto al derecho internacional y el multilateralismo. Pero esto lo ha podido hacer, sigue argumentando Kagan, gracias al paraguas de EE UU que  secundó una política de esa naturaleza por la amenaza del bloque soviético. Finalizada la guerra fría, esa condición del vínculo trasatlántico ya no es oportuna y EE UU debe volver- reconoce explícitamente el ideólogo neoconservador- a su política tradicional hobbesiana que entiende como un realista y necesario recurso unilateral defensivo en un planeta lleno de peligros para los estadounidenses.
                        

                                         LAS RAZONES DE AZNAR
                                                                       J. A. V. I.
            Ramón Fernández Durán identifica las razones del alineamiento de Aznar con la política militarista del gobierno Bush en el marco  de la respuesta que los neoconservadores estadounidenses, defendiendo los intereses  del capitalismo financiero global, han dado a la crisis del Régimen Dólar- Wall Street. Ese planteamiento rebasa con mucho, por tanto, la idea de que lo que  haya buscado Aznar como razón prioritaria sean los beneficios económicos y políticos que le han atribuido los análisis que consideran la agresión a Irak estrictamente como una “guerra por el petróleo” o, incluso, por el control estratégico de Oriente Próximo. “ Por lo que se refiere a las razones del apoyo tan incondicional de Aznar- escribe Fernández Durán-, éstas son difíciles de comprender , pues no se pueden explicar sólo en base a los compromisos militares  suscritos con EEUU, al rédito político que el PP obtiene en la lucha contra el terrorismo, al autoritatismo del inquilino de la Moncloa o al protagonismo mundial que el jefe de Gobierno consigue al respecto(...). Quizás cabría hacer una posible interpretación al respecto. En la economía española, al igual que EE UU y Reino Unido (...), en los últimos tiempos, la balanza por cuenta corriente se ha vuelto negativa (...). Pero se ha logrado el equilibrio exterior porque ha habido una ingente inversión extranjera que ha acudido al sector inmobiliario(..) Si este flujo de capitales desapareciera, los desequilibrios de la economía española se manifestarían en toda su crudeza(..).¿ Intenta, pues, Aznar mantener la ficción de la fortaleza de la situación española, sumándose al carro de los posibles “vencedores” y dar de esta forma  apariencia de  seguridad a los inversores que acuden a especular aquí? (...)”.

        

               LA JUSTIFICACIÓN DEL IMPERIO

                                                           J. A.V. I.
            La legitimación que Robert Kagan realiza de esta nueva fase de imperialismo estadounidense agresivo impulsada por los neoconservadores americanos, le lleva a reconocer explícitamente que la tendencia dominante de la  política tradicional exterior de EE UU, desde su independencia inclusive, no ha sido el aislacionismo, sino el expansionismo y  que, en consecuencia, la fase imperialista estrictamente  agresiva que comienza ahora no es una excepción sino una continuación de la tradición expansionista norteamericana. Aunque, según el vocero neoconservador, en la mentalidad estadounidense ese expansionismo siempre se entendió como la identificación de los intereses de la nación norteamericana con los intereses de la Humanidad.”Esta persistente visión estadounidense- escribe Kagan  en ese sentido- de la posición excepcional de su nación en la historia y la convicción de que sus intereses y los del mundo se identifican, puede ser bienvenida, ridiculizada o lamentada(...).(Pero así seguirá siendo y)  salvo una catástrofe imprevista es razonable presumir que no hemos hecho más que entrar en una larga era de la hegemonía de Estados Unidos”. Es difícil con tales planteamientos que Marte pueda aparearse por voluntad con Venus y engendrar ninguna Armonía.

(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

martes, 21 de febrero de 2017

       EL SIGLO XX Y LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA
                                                        JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS





  Josep Fontana es, como sabemos, uno de más destacados historiadores españoles y europeos del pasado siglo y sigue siéndolo todavía, como demuestra fehacientemente  este su último  libro, El siglo de la revolución,  en este siglo XXI a pesar de su provecta edad. Escrito desde los planteamientos teóricos que han fundamentado toda su extensa obra historiográfica (historia económica y crisis del antiguo  régimen en España, historia del franquismo, teoría de la historia, grandes obras de síntesis sobre historia europea y mundial, director, coordinador y participante  de los más importantes  manuales de  historia de España, difusor en español  de  la bibliografía histórica  más reciente e importante  publicada fuera de España….), este libro es, sin duda, uno de los más ambiciosos, junto con  el de su historia del mundo  desde 1945, Por el bien del Imperio (2011) ,de los más   de treinta  que nuestro historiador lleva publicados.
       Desde el punto de vista teórico, la historia escrita por Fontana  ha estado fundamentada en la tradición del materialismo histórico.  Como  puede apreciarse en este libro, para nuestro historiador  la función del conocimiento histórico, al contrario que la historia escrita para legitimar el presente,  debe de ser una explicación del presente, una genealogía del presente, para comprender las cotas de libertad e igualdad a que  ha llegado la humanidad e inspirar un proyecto social para construir una sociedad donde  la libertad y la igualdad sean lo más plenas posibles. El análisis del historiador –mantiene- no debe de examinar aisladamente los niveles económico, político y cultural sino que tiene que ser un análisis de conjunto a pesar de la dificultad que esto conlleva y teniendo en cuenta siempre que  el factor explicativo prioritario del proceso histórico es el político.          
 Desde esos supuestos, el historiador catalán lleva a cabo en sus páginas un análisis riguroso y, como es habitual en sus libros, abrumadoramente documentado, utilizando para ello la más reciente bibliografía sobre los diferentes asuntos que trata, de la evolución histórica del mundo en el siglo XX. Esto es, de los  cien años que van desde 1917, el inicio de la revolución bolchevique hasta 2017, en que se cumple el aniversario del centenario aniversario de aquella revolución, con el objeto de tratar de explicar la generalizada situación de pobreza y desigualdad que vive hoy el mundo. Frente a quienes mantienes que tal situación es el resultado inevitable de  la evolución autónoma de esas las fuerzas económicas, su objetivo en este libro  es explicar, en cambio,  las causas  políticas que nos han llevado a tal estado de degradación actual para proponer un proyecto social que lo remedie.
 La tesis  de Fontana, a la que llega a través de  un brillante y detallado  análisis de todas las etapas de ese proceso histórico secular, es   que aquel proyecto de transformación social que se inició en la Rusia de los zares  en octubre de 11917 y  dio origen a la Unión Soviética, la patria del socialismo, a pesar de que entró en decadencia a partir de los años setenta y terminó desapareciendo en los noventa, fue el hecho histórico que ha marcado la evolución de todo el siglo XX. La amenaza de subversión, real o supuesta, que supuso el modelo bolchevique para el orden establecido determinó en gran medida no sólo la evolución política mundial a lo largo de la centuria sino también la económica y social. Se trató de combatirlo por la fuerza militar como pretendieron hacerlo frustradamente el nazismo y el fascismo, regímenes que se convirtieron en una amenaza mayor que el sistema que querían destruir y fueron la causa de la segunda guerra mundial. Pero también  se  intentó  impedir que su ejemplo se extendiera por el resto del mundo con lo que se  ha llamado el “reformismo del miedo”, esto es, cediendo a la presión de  los movimientos sindicales y la socialdemocracia para  poner en pie en Europa el estado de bienestar, cuyo impulso  dio lugar, tras el fin de la segunda guerra mundial, a los 30 años de mayor prosperidad, estabilidad e igualdad en el llamado “mundo occidental”.
 Pero a la vez que  ese reformismo forzado se implantaba en Europa, Estados Unidos llevaba a la práctica una campaña  contra el comunismo soviético con el supuesto doble objetivo de defender a “Occidente” de  una más que probable agresión  de la Unión Soviética, originando la ficción de la “guerra fría”, cuya verdadera finalidad  no era sino la de subordinar a  sus aliados occidentales a sus intereses imperiales. Y, por otra parte, con ese combate decían defender la democracia liberal frente al totalitarismo soviético con la finalidad real en este caso de anular  cualquier idea o proyecto que se opusiese al desarrollo de capitalismo. Lo que llevó al sinnúmero de guerras, intervenciones militares, operaciones encubiertas dirigidas por la CIA y los otros servicios de inteligencia norteamericanos y europeos, que se promovieron en esos años a lo largo de todo el  mundo  defendiendo dictaduras, golpes de estado y atentados sin respetar  ni la democracia ni  los derechos humanos que su Gobierno decía defender.
La implosión de la Unión Soviética en los noventa fue el fin de la etapa del   “reformismo del miedo” y con ello la del inicio del desarrollo de un capitalismo salvaje bajo su forma globalizada y financiera que nos traído a esta situación mundial de pobreza y desigualdad que han terminado originando esos brotes de populismo de extrema derecha, xenófobo y racista, tanto en la Europa continental como en el Reino Unido con el “Brexit” y en Estados Unidos con la elección de Trump, cuya política en opinión de Fontana no es sino más de lo mismo, pero “… en una versión más retrógrada y brutal que asegurará que el imperio de la desigualdad alcance su apogeo”.
  Ante esa situación, ¿qué  “proyecto social”  propone Fontana? A partir de  las opiniones de algunos ensayistas que avizoran un período de entropía social y desórdenes,  sólo podría salvarnos un movimiento  transnacional  iniciado desde abajo, esto es, popular, al margen de los partidos de élites que nos han gobernado hasta ahora, que surja de las luchas cotidianas de los hombres y las mujeres contra esta situación de pobreza y desigualdad galopantes que se extiende por el mundo . Que así sea. Nos va mucho en ello. A nosotros y a nuestros descendientes.
    (PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE “LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO.
  

                      

lunes, 13 de febrero de 2017

POSVERDAD

                                   
                             
                                    POSVERDAD
                              JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS



Un neologismo está recorriendo el mundo: la posverdad. El diccionario de Oxford lo ha declarado como la palabra de 2016, sobre todo después del triunfo del Brexit y del éxito de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, aunque sociólogos, politólogos, ensayistas y periodistas ya comenzaron a utilizarla años antes.
Por posverdad entiende el diccionario inglés  la actitud favorable de la opinión pública a usar como criterio de “verdad” no los datos objetivos y contrastados, sino las emociones y los sentimientos, de tal manera que los bulos, patrañas y distorsiones de la realidad que se ajustan a los sentimientos y creencias de los electores se convierten  en los criterios que guían el voto de una gran parte de los ciudadanos. Como , por ejemplo, las insidias lanzadas por Trump en las pasadas elecciones sobre el origen no norteamericano del presidente Obama, valedor de la Clinton; o  la idea que alimentaron los promotores del Brexit de que eran los inmigrantes los que ponían en peligro el trabajo de los ciudadanos del Reino Unido. Ni la demostración inapelable de la falsedad sobre el origen del anterior presidente norteamericano o el hecho contrastado estadísticamente de la evolución favorable del empleo en Inglaterra anularon la influencia de estos dos infundios, como de tantos otros, en el voto a favor de Trump como presidente y de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
 Alguien podría pensar que  esto de la posverdad no es nada nuevo y que en política siempre han existido los bulos intencionados y las intoxicaciones calculadas, sobre todo en las guerras de las que se dice que la verdad es su primera víctima. Basta acordarse de que Hitler y el nazismo apuntalaron su obsesión por la conspiración judía y justificaron con ella la persecución antisemita  con la patraña, surgida en la Rusia de los zares, de Los  Protocolos de los  Sabios  de Sión. O que todos nos creímos la escena de los cormoranes embetunados de petróleo de la primera guerra del Golfo (aunque, es cierto, no todos nos tragamos lo de las armas de destrucción masiva como motivo de la guerra contra Saddan Hussein, a pesar de las rotundas declaraciones televisivas  del señor del bigotillo, de cuyo nombre muchos españoles, entre los que me encuentro, no queremos acordarnos).
 Pero lo cierto es que la dimensión de eso que se denomina como posverdad significa ahora, por sus dimensiones y su naturaleza, algo distinto. Ya no supone un fenómeno ideológico—propagandístico iniciado desde arriba, por las élites dirigentes, sino que lo peculiar, lo distinto, es la importancia de la aceptación por una gran masa de ciudadanos, a pesar de que tienen a su alcance la información contrastada sobre la falsedad de lo que se difunde. El caldo de cultivo para ello  es esa  disposición emocional para aceptarlas por una gran masa de la ciudadanía, a pesar de las demostraciones objetivas en sentido  contrario  y los dictámenes de los expertos.
    Sin duda, dar una explicación coherente y perfilada  de este fenómeno sociológico no es fácil. Es un proceso que está en sus inicios y que presenta, sin duda, gran complejidad. Pero todo parece indicar que tiene una gran relación con las consecuencias sociales  y políticas de la Gran Recesión y  del impacto y desarrollo del uso masivo de las redes sociales, así como de  la crisis de la intermediación de los medios de comunicación tradicionales. El aumento de la desigualdad social y el paro que han traído la salida neoliberal de la crisis a favor de quienes la gestaron ha tenido como consecuencia una profunda crisis de confianza entre amplios sectores de las clases medias y populares en la democracia liberal y sus instituciones que no sólo son vistas faltas de capacidad para cambiar la situación, sino como correas de transmisión de los intereses de las élites económicas que promovieron  y se beneficiaron del  “el gran casino”  que condujo a esa situación de crisis generalizada. La desconfianza ha llevado a esos sectores a rechazar todo lo que provenga del sistema y  a aceptar, en cambio, cualquier alternativa o propuesta que esté contra él a pesar de todos los prejuicios, inexactitudes y mentiras con que las  argumenten.
 Alternativas y propuestas que tienen como medios  masivos de difusión las redes sociales que se escapan al control de la ideología dominante. Y hacen ya en gran  medida poco eficaz la intermediación de los medios de comunicación tradicionales en la constitución de esas subjetividades, que, en cierta medida, ya venían trabajadas por la ola posmodernista que  inundaba el escenario intelectual desde fines del siglo pasado y que ahora parece que ha llegado definitivamente a la política.

 (PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE  “LA NUEVA ESPAÑA”. DE OVIEDO)   

domingo, 5 de febrero de 2017

El siglo XX de España

                                                 El SIGLO XX  DE  ESPAÑA

                                                       JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

               

Portada de "Un siglo de España"
        


 Tres historiadores españoles,  Santos Juliá, Juan Pablo Fusi y José Luis García Delgado(en colaboración con Juan Carlos Jiménez), cuya contribución historiográfica ha sido importante para el conocimiento de nuestro siglo XX,  recrean en sendos libros la trayectoria político-social, cultural y económica del novecientos español. Se inaugura con ellos y otros varios una nueva empresa  editorial, Marcial Pons Historia, dedicada a la publicación de temas históricos en el marco de varias colecciones con diversa orientación: estudios, dentro de la cual aparecen los libros más arriba mencionados, junto con Así terminó la guerra civil de  Angel Bahamonde y Javier Cervera ; biblioteca clásica, con la publicación de España en la política internacional  de José María Jover; y memorias y biografías con Notas de una vida  del conde  de Romanones.
            Bajo el título común de Un siglo de España, cada uno de los tres libros mencionados comprende una síntesis  de las diversas historias sectoriales de nuestro siglo XX: política y sociedad ( Juliá); la cultura ( Fusi) y la economía ( García Delgado y Jiménez) y  responden a una estructura formal similar. Pero el verdadero denominador  común  y lo más significativo  de los tres volúmenes  es, sin duda, su propósito de proporcionarnos, una vez finalizado el siglo, una visión renovada de nuestro novecientos dentro de ese  emergente paradigma interpretativo de la historia de España que podríamos denominar como el de la “normalidad europea” de nuestro proceso histórico. Paradigma que trata de superar, por  caduca, la visión interpretativa de nuestra historia como la de un fracaso recurrente y un caso histórico anómalo, excepcional y singular en relación con la historia  europea. La historia contemporánea de España sería, según este paradigma, la historia del fracaso de la revolución industrial, de la revolución burguesa  y  hasta de la revolución obrera; y el resultado, un país sin verdadera burguesía ni clase media hasta los años sesenta, con un movimiento obrero de escasa fuerza; en suma, sin  sujeto histórico adecuado para realizar la modernización o el cambio social hasta estos últimos tiempos. De ahí que, dentro de este paradigma interpretativo, la guerra civil y la larga dictadura franquista se entiendan como el resultado de ese fracaso histórico.
            En cambio, en esta visión interpretativa que nos proporciona Un siglo de España, en los tres niveles de la realidad histórica que analizan los autores mencionados, tanto la guerra civil como el franquismo, no son resultado consecuente  de un distorsionado proceso económico y social anterior, sino que se entienden como  paréntesis, interrupción de una evolución modernizadora, similar, aunque cierto retraso, a la que siguieron los países europeos del ámbito occidental. Ese proceso habría comenzado en lo económico y social en el segundo decenio del siglo y el despertar cultural de clara raíz europea desde 1900, grosso modo, y ambos  habrían  continuado desarrollándose a lo largo del primer tercio del siglo hasta  su interrupción con guerra civil y la dictadura. Tras la involución que habrían significado en los tres niveles esos dos momentos históricos, la implantación de la democracia traería la reanudación de ese avance modernizador interrumpido. Sería, pues, para  Juliá el tiempo, al fin, del establecimiento de una forma de Estado basada en un amplio consenso social; la reanudación de la normalidad cultural para Fusi; y, en metáfora musical para García Delgado, el cuarto tempo o movimiento finale de la evolución de la economía española a  lo largo de la centuria; tempo en el que, también por fin,  España “ se entrelaza dentro de una misma melodía armónica con el tema europeo: precisamente el deseo insatisfecho de sucesivas generaciones de españoles desde el final del ochocientos (…) “. ( Página 15).
          Los tres autores interpretan, pues, el siglo XX español como un siglo de normalidad histórica en relación con la evolución histórica de Europa en la centuria. Como escribe García Delgado y suscribirían, sin duda, para la cultura Fusi y también, para la sociedad, Juliá (aunque esa “normalidad” le cuadre menos a éste último en el plano de la evolución política), “ con tonalidades propias y acentos peculiares en ocasiones (…), España no es ninguna anomalía en Europa, en lo económico tampoco”. ( Página 25).
            Pero la diferencia entre el paradigma del fracaso y éste de la normalidad de nuestra historia no sólo es de contenido interpretativo, sino también de enfoque teórico-metodológico y, además, uno y otro responden y fundamentan, sin duda, prácticas y proyectos sociales diferentes.
            Desarrollado, sobre todo, en los años sesenta a partir  de una concepción materialista de la historia, el paradigma del fracaso buscaba establecer una explicación del hundimiento de la primera y única etapa democrática de la historia de España y sus negativas secuelas, la guerra civil y  la dictadura, que fundamentase la lucha política y social contra el franquismo. En cambio, este paradigma de la normalidad que inspira  estos libros ya no responde a ese marco teórico ni sus autores utilizan sus categorías. Es más. Esta nueva visión interpretativa ha tenido, en cierto modo, su origen en el revisionismo critico que la escuela de Oxford de Raymond Carr ha realizado del  paradigma interpretativo del fracaso y de la concepción historiográfica que lo inspiraba, sustituyéndose ésta ultima  por cierto individualismo metodológico de base dominantemente empírica. En el caso de los libros que nos ocupan, esto puede apreciarse claramente en la síntesis de Fusi sobre la cultura española de XX concebida  como una lista interminable de obras y autores y  recorrida por la tesis de que los intelectuales que pueblan sus páginas y fueron los creadores de esa brillante cultura del novecientos español, no representan a nadie, sino sólo a sí mismos.
            Por su parte, García Delgado, que fue en otro tiempo, con Santiago Roldán y Juan Muñoz, uno de los más lúcidos historiadores de la evolución del capitalismo español en esa centuria, no  sólo  no  hace referencia para nada en esta obra  a las implicaciones sociales de la quebrada marcha  que siguió la modernización económica  española en el siglo XX, sino que  ni siquiera utiliza ya en su análisis  la categoría de capitalismo. Y  Santos Juliá, que realiza en su libro una síntesis excelente por otros conceptos, parte del supuesto de la autonomía de la política frente a la evolución social y económica. Porque – y éste es, a mi entender, uno de los principales puntos ciegos de este paradigma interpretativo- cómo podría explicar de otro modo en el marco de esa normalidad económica, social y cultural española que se enfatiza, la anormalidad política de nuestro novecientos.  ¿ O no se consideran como tal la incivil guerra civil y la larga noche de piedra de la dictadura?.
            Por otro lado, la función social de esta interpretación está  clara. No sólo somos hoy europeos normales. También lo hemos sido a lo largo de todo el siglo XX. Paréntesis aparte. Pero qué paréntesis, Dios mío.           
            ( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO DE CULTURA DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)


   ESCRITOS  MODERNOS YCONTEMPORÁNEOS DE DON JUAN URÍA

                                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias






Don Juan Uría Ríu es considerado, con razón, el padre de la historia asturiana. No sólo porque con él comenzó la revisión crítica de la historia medieval de Asturias, sino  también porque su visión científica de nuestro Medioevo  se amplió a numerosos aspectos de la antropología y la prehistoria de la región poniendo unas sólidas  bases para la investigación posterior en todos esos campos. Pero además porque a partir de la segunda mitad de de la década de los años veinte, recién licenciado por la Universidad Central, don Juan se convirtió en el principal dinamizador de los estudios históricos y culturales sobre Asturias a través del Centro de Estudios Asturianos y del boletín que publicaba esta institución. Labor de institucionalización cultural  que continuó posteriormente como catedrático de Historia de la Universidad de Oviedo (fue el primer catedrático de Historia  General de España del claustro de la Facultad de Letras de nuestra universidad).  Desde su cátedra, alternó el magisterio oral para el cual estaba especialmente dotado con una fecunda labor  investigadora y de publicista  que no abandonó tras su  jubilación en 1962 y continuó hasta su muerte en 1979. De hecho, él ha sido el maestro y padre intelectual de  la destacada  escuela medievalista de de la Facultad de Historia de la Universidad de Oviedo de la que han sobresalido como discípulos y herederos, entre otros, su propio hijo Juan Uría Maqua, Juan Ignacio Ruiz de la Peña, actual director del Real Instituto de Estudios Asturianos y Javier Fernández Conde. 
Entre 1924 y 1979 don Juan publicó unos cien trabajos sobre temas de antropología (entre los que destacan los primeros  estudios de carácter científico  sobre  la minoría vaqueira), etnografía y prehistoria, historia medieval (acerca de las peregrinaciones a Santiago, la etapa de  la Monarquía asturiana y la baja Edad Media). Y un conjunto de estudios sobre asuntos y personajes de la edad moderna y contemporánea. Todos ellos de temática asturiana. La importancia de esa magna obra historiográfica, de especial interés para el conocimiento de la historia regional y el hecho de que la mayor parte de sus trabajos estuviesen dispersos bajo la forma de artículos en revistas académicas asturianas y nacionales, exigía su recopilación. Y así se intentó ya en los años setenta por primera vez a través de la publicación de sus obras completas en la Colección Popular Asturiana a cargo de  José Antonio Castañón y Emilio Marcos Vallaure. Pero el intento quedó interrumpido y limitado a la publicación de sólo dos volúmenes de los seis proyectados: los referidos a sus estudios etnológicos  y antropológicos y a sus trabajos sobre la Baja Edad Media asturiana. Treinta años después de aquel  frustrado intento,  la Universidad de Oviedo y la editorial asturiana KRK han acometido el loable empeño de llevar a cabo la edición de su Obra Completa,  el cual está a punto de culminar como demuestra la publicación este año del  V y  penúltimo volumen de esta edición de su  Obra Completa, de la  que ha sido responsable académico en su conjunto su hijo don Juan Uría Maqua, quien desgraciadamente no podrá ver su culminación por su fallecimiento este  año en curso.
El contenido de este V volumen recoge 16  estudios y trabajos de don Juan que tratan de asuntos y personajes asturianos de las edades moderna y contemporánea. Fueron publicados la mayoría de ellos en diversas  revistas académicas y culturales asturianas como Valdediós o Anales de la Universidad de Oviedo; otro de ellos es el texto de una  conferencia impartida en la Universidad de Oviedo; e, incluso, hay dos  referidos a la participación de los asturianos en las guerras de las Comunidades que son inéditos. La introducción de este volumen ha corrido a cargo de don Gustavo Bueno Martínez.
Entre los dedicados a la Edad Moderna, se encuentran  los cinco trabajos que  tratan  del viaje  de Carlos I, en septiembre de 1517, por Asturias. En ellos  narra  y reconstruye con minuciosidad los diez días que transcurrieron desde su desembarco obligado por las tempestades en Tazones/ Villaviciosa y su recorrido desde ésta hasta Colombres, pasando por Colunga, Ribadesella y Llanes. Además de documentar y argumentar perfectamente  su posición sobre  la polémica de si fue Tazones o Villaviciosa el  lugar del desembarco del rey, don Juan, glosa al cronista flamenco Laurent Vital con extraordinaria  agudeza añadiendo numerosos e interesantes datos sobre la historia de los lugares por los que transcurrió el viaje asturiano del rey.
 Además de ser inéditos, tienen gran interés los estudios referidos a la participación de Asturias y los soldados asturianos en la guerra de las Comunidades. El Principado de Asturias, o más bien sus autoridades (sobre todo, el obispo Diego de Muros) rechazó las peticiones de los comuneros para que  se sumaran a su bando y apoyó la causa del Carlos I,  colaborando  con un fuerte contingente militar (1857 soldados más los aportados por el conde de Luna). La participación y actuación militar de esos soldados asturianos en el conflicto son  analizadas por el historiador asturiano con detalle en estos trabajos. El volumen recoge también otros dos trabajos sobre el origen  de la torre y la casa de Boves y un breve pero excelente cuadro de la Asturias de la segunda mitad del siglo XVIII
También en el marco de la edad moderna, este volumen contiene las semblanzas de dos personajes no muy conocidos entre los asturianos: la de un villano y un héroe. El villano, don Juan Domingo Uriarte Argüelles, procurador general del Principado y agente  general de Felipe V en la corte pontificia de Roma, cargo del que fue depuesto por su irregular actuación y vida inmoral. La del héroe, se trata del del maliayés don José Pérez del Busto, defensor heroico de Manila frente a los ingleses.             
       El conjunto de trabajos sobre temas del siglo XIX está integrado por cuatros estudios excelentes  sobre diversos aspectos biográficos de Álvaro Flórez Estrada y otro  acerca de las impresiones de un viajero francés por Asturias en 1842, en el que se recogen su visión sobre las realidades y posibilidades económicas de Asturias desde la perspectiva de los cambios del nuevo siglo.  
            Todos los estudios recopilados en este volumen expresan claramente las virtualidades del método historiográfico de don Juan. Me refiero a su gran capacidad narrativa y claridad expositiva y su manera de utilizar las fuentes históricas que no se limita a las fuentes documentales y a su aguda manera de interrogarlas, sino también a la utilización de otras variadas como las etnográficas y arqueológicas. Los asuntos tratados no son sólo los acontecimientos políticos, las instituciones y los grandes personajes como hacía  la historia positivista que practicaban los medievalistas de su generación, sino que, además, en sus obras se abordan aquellos que afectan a la vida cotidiana y social de todos los asturianos. Sobre su capacidad narrativa y expositiva, baste constatar  cómo los trabajos   recogidos en este volumen se leen de un tirón con  gran deleite e interés. Y desde luego tras su lectura no queda ninguna duda de que el tópico expresa una realidad: don Juan Uría fue verdaderamente el padre de la historia asturiana.     
(PBULICADO EN SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)