lunes, 13 de febrero de 2017

POSVERDAD

                                   
                             
                                    POSVERDAD
                              JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS



Un neologismo está recorriendo el mundo: la posverdad. El diccionario de Oxford lo ha declarado como la palabra de 2016, sobre todo después del triunfo del Brexit y del éxito de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, aunque sociólogos, politólogos, ensayistas y periodistas ya comenzaron a utilizarla años antes.
Por posverdad entiende el diccionario inglés  la actitud favorable de la opinión pública a usar como criterio de “verdad” no los datos objetivos y contrastados, sino las emociones y los sentimientos, de tal manera que los bulos, patrañas y distorsiones de la realidad que se ajustan a los sentimientos y creencias de los electores se convierten  en los criterios que guían el voto de una gran parte de los ciudadanos. Como , por ejemplo, las insidias lanzadas por Trump en las pasadas elecciones sobre el origen no norteamericano del presidente Obama, valedor de la Clinton; o  la idea que alimentaron los promotores del Brexit de que eran los inmigrantes los que ponían en peligro el trabajo de los ciudadanos del Reino Unido. Ni la demostración inapelable de la falsedad sobre el origen del anterior presidente norteamericano o el hecho contrastado estadísticamente de la evolución favorable del empleo en Inglaterra anularon la influencia de estos dos infundios, como de tantos otros, en el voto a favor de Trump como presidente y de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
 Alguien podría pensar que  esto de la posverdad no es nada nuevo y que en política siempre han existido los bulos intencionados y las intoxicaciones calculadas, sobre todo en las guerras de las que se dice que la verdad es su primera víctima. Basta acordarse de que Hitler y el nazismo apuntalaron su obsesión por la conspiración judía y justificaron con ella la persecución antisemita  con la patraña, surgida en la Rusia de los zares, de Los  Protocolos de los  Sabios  de Sión. O que todos nos creímos la escena de los cormoranes embetunados de petróleo de la primera guerra del Golfo (aunque, es cierto, no todos nos tragamos lo de las armas de destrucción masiva como motivo de la guerra contra Saddan Hussein, a pesar de las rotundas declaraciones televisivas  del señor del bigotillo, de cuyo nombre muchos españoles, entre los que me encuentro, no queremos acordarnos).
 Pero lo cierto es que la dimensión de eso que se denomina como posverdad significa ahora, por sus dimensiones y su naturaleza, algo distinto. Ya no supone un fenómeno ideológico—propagandístico iniciado desde arriba, por las élites dirigentes, sino que lo peculiar, lo distinto, es la importancia de la aceptación por una gran masa de ciudadanos, a pesar de que tienen a su alcance la información contrastada sobre la falsedad de lo que se difunde. El caldo de cultivo para ello  es esa  disposición emocional para aceptarlas por una gran masa de la ciudadanía, a pesar de las demostraciones objetivas en sentido  contrario  y los dictámenes de los expertos.
    Sin duda, dar una explicación coherente y perfilada  de este fenómeno sociológico no es fácil. Es un proceso que está en sus inicios y que presenta, sin duda, gran complejidad. Pero todo parece indicar que tiene una gran relación con las consecuencias sociales  y políticas de la Gran Recesión y  del impacto y desarrollo del uso masivo de las redes sociales, así como de  la crisis de la intermediación de los medios de comunicación tradicionales. El aumento de la desigualdad social y el paro que han traído la salida neoliberal de la crisis a favor de quienes la gestaron ha tenido como consecuencia una profunda crisis de confianza entre amplios sectores de las clases medias y populares en la democracia liberal y sus instituciones que no sólo son vistas faltas de capacidad para cambiar la situación, sino como correas de transmisión de los intereses de las élites económicas que promovieron  y se beneficiaron del  “el gran casino”  que condujo a esa situación de crisis generalizada. La desconfianza ha llevado a esos sectores a rechazar todo lo que provenga del sistema y  a aceptar, en cambio, cualquier alternativa o propuesta que esté contra él a pesar de todos los prejuicios, inexactitudes y mentiras con que las  argumenten.
 Alternativas y propuestas que tienen como medios  masivos de difusión las redes sociales que se escapan al control de la ideología dominante. Y hacen ya en gran  medida poco eficaz la intermediación de los medios de comunicación tradicionales en la constitución de esas subjetividades, que, en cierta medida, ya venían trabajadas por la ola posmodernista que  inundaba el escenario intelectual desde fines del siglo pasado y que ahora parece que ha llegado definitivamente a la política.

 (PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE  “LA NUEVA ESPAÑA”. DE OVIEDO)   

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