viernes, 29 de julio de 2016

La comarca de los Oscos en la Edad media

                            LOS OSCOS EN LA EDAD MEDIA
                                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
En memoria de Santiago Escudero, recientemente fallecido, entrañable amigo, persona cabal y buena, excelente profesor e intelectual coherente. Que la tierra le sea leve.
 La comarca de Los Oscos
 en la Edad Media
 José Antonio Álvarez Castrillón
 Consejería de Cultura y Turismo/KRK Ediciones, 2007
 501 páginas.






Un excelente estudio sobre el poder, la sociedad y el territorio en la comarca de Los Oscos durante la Edad Media
         El estudio de la organización social del espacio a partir del análisis de las relaciones dialécticas entre el poder, la sociedad y el territorio constituye desde ya varias décadas una de las vías más fecundas en el estudio de la Edad Media hispana.  J. A. García de Cortázar ha sido, sin duda, el medievalista español que más se ha destacado en esta clase de análisis tanto en su dimensión teórica como en el aspecto de su investigación empírica
 El contenido de este libro de José Antonio Castrillón, La comarca de los Oscos en la Edad Media, que se presentará próximamente en la sede del RIDEA, no es sino una aplicación de esa clase de aproximación a la sociedad medieval de esa comarca enclavada en el suroccidente asturiano. Su  origen es la investigación realizada por el autor para obtener el grado de doctor, dirigida por el catedrático de  Historia medieval de nuestra Universidad, Ignacio Ruiz de la Peña, y ha sido merecedor del Premio Juan Uría de 2006.   
La prueba del nueve en esta clase de investigación es constatar si realmente se han establecido las relaciones entre esos tres elementos de análisis- poder, sociedad y territorio- o simplemente se ha realizado su estudio por separado, a modo de piezas independientes unas de otras. En este caso, Álvarez Castrillón no sólo reconstruye bastante bien, dentro de las limitaciones que las fuentes imponen, esas relaciones, sino que traza, además,  a través del análisis de la arqueología y la toponimia, un sugerente cuadro de la evolución histórica de la comarca desde el período prehistórico hasta la etapa medieval que constituye el objeto central de su estudio.
   Ese análisis previo nos presenta un territorio claramente individualizado con una ocupación humana desde tiempos prehistóricos y plenamente romanizado del que emerge  una  comarca con personalidad propia que terminará consolidándose en la Edad Media con la impronta común que  va a proporcionar al territorio comarcal su colonización y explotación por el monasterio y señorío abacial de Santa María de Villanueva concedido por el rey Fernando II en el siglo XII.      
 El autor reconstruye la evolución histórica del pasado medieval de la comarca analizando la evolución del poblamiento, su articulación institucional, la actividad económica y la estructura social. Las breves  referencias que también realiza  acerca de la  religiosidad y mentalidades colectivas de sus habitantes son manifiestamente mejorables. Para todo ello ha utilizado preferentemente la documentación escrita- en buena parte inédita- del monasterio de  Santa María de Villanueva. Además dedica un importante capítulo a la fundación del cenobio, su funcionamiento y gestión colonizadora, en el que desarrolla una nueva e interesante interpretación sobre su origen.
 En el periodo altomedieval, concretamente a partir del siglo X, desde que se tienen las primeras noticias escritas y hasta el siglo XII, la comarca aparece articulada por un poblamiento de “villas”, esto es,  unidades de explotación integrales coincidentes a menudo con las grandes propiedades señoriales, y trabajadas mayoritariamente por un campesinado en régimen de servidumbre. La comarca, en el plano de su articulación institucional, aparece integrada en una de las “mandaciones o comissos”  a través de los cuales el rey gobierna el territorio en este período.
En los siglos XII y XIII ese escenario cambia sustancialmente. El sistema de “villas” evoluciona hacia un poblamiento de aldeas. La presión colonizadora se incrementa hasta ocupar los espacios de braña y la comarca experimenta un crecimiento demográfico sostenido, alcanzando, según la estimación del autor, una población de unas 2000 personas. Asimismo, varía su estatus institucional al integrarse en la tenencia señorial episcopal con centro en el castillo de Suarón. El monasterio se convierte en esta etapa en el gran propietario de la comarca. A la par que se inicia el proceso de conversión de la antigua servidumbre en población jurídicamente libre, pero sujeta a los “malos usos” señoriales.  En la etapa final de la Edad Media, la comarca también va sufrir las profundas convulsiones económico- sociales producidas por la crisis bajomedieval y experimenta una mayor integración en el mundo urbano astur-galaico de su entorno.                  

   (Publicado en el suplemento cultural de La Nueva España, de Oviedo)

,Memoria histórica y democracia

MEMORIA  HISTÓRICA Y DEMOCRACIA
                                                         JULIO ANTONIO VAQUERO IIGLESIAS



            Este libro publicado a finales de 2006 adquiere en estos días un remarcado interés ante la polémica suscitada por los últimos pasos de la tramitación de la denominada Ley de la Memoria Histórica. En realidad, su aparición se inscribe también en el contexto de ese cambio de actitud en el asunto de la política de la memoria seguido por el Gobierno de Zapatero. Coordinado por el historiador Santos Juliá, recoge en sus páginas una interesante aproximación de cuál haya sido la historia de la memoria histórica en España desde la Transición hasta nuestros días, y es el resultado de un ciclo de conferencias previo celebrado sobre ese asunto.
            Santos Juliá  planteó este ciclo de conferencias-libro sobre la siguiente tesis. La idea  tan difundida de que la Transición, tal y como la interpretan algunos, implicó un pacto de silencio de las élites políticas sobre la guerra civil y la dictadura y nos sumergió en una amnesia sobre nuestro pasado reciente, no es sino una falacia. Los propios datos históricos y la abundante producción cultural de memoria habida en estos treinta años sobre ambos procesos  lo probarían fehacientemente. De lo que se trataba era, pues, establecer, desde los diversos ángulos- cine, literatura, libros de texto, historiografía, exilio…- por un destacado grupo de especialistas  en cada campo, los contenidos de la producción de  memoria histórica que se difundieron en nuestra etapa democrática.
            Tras una excelente introducción en la que  expone (Ricoeur dixit) la pertinente diferencia entre las categorías de historia y memoria colectiva o histórica y sus diversos objetivos y naturaleza, Juliá, en su correspondiente trabajo, trata de demostrar con datos y argumentos  la validez de su tesis. No hubo pacto tácito ni explícito. La memoria de la guerra y de la victoria difundida por la dictadura- esto es, la guerra como cruzada contra el comunismo- comenzó a ser sustituida a partir de los años sesenta por la nueva generación, la de los “hijos de la guerra”, por otra memoria diferente fundamentada en la reconciliación y superación de ambos bandos. Ésta fue la que se impuso en la Transición. El dato de que la amnistía que eximió de responsabilidades a las autoridades franquistas, se aprobase en octubre de 1977, es decir, después de las primeras elecciones generales, la abundante producción cultural sobre la memoria de la guerra y la dictadura en esos años y las medidas legales que se adoptaron, son las pruebas que aduce Juliá como demostración  de su tesis.
Paloma Aguilar Fernández, autora de algunos importantes y reconocidos trabajos sobre la memoria de la guerra en la etapa democrática, mantiene, en cambio, una tesis diferente que me parece más matizada y convincente. Sí hubo un pacto tácito y hasta explícito entre las elites políticas de la Transición acerca de no utilizar el pasado de guerra y dictadura en la lucha política. Actitud que en el plano social se correspondió con un deseo generalizado de superarlo. Lo que nos explica las tímidas políticas de la memoria democrática que se implementaron durante esa etapa y hasta los años noventa en que se produjo una eclosión de demanda de memoria en el plano político y social.
            Dos son las  principales  conclusiones que se pueden extraer de la lectura de este libro. La primera es que, hubiese habido o no silencio pactado explícito o tácito,  producción de memoria histórica abierta o restringida o autolimitada sobre  la guerra y el franquismo, las políticas de la memoria de la democracia, incluidas las de los gobiernos socialistas de Felipe Gonzáles, fueron insuficientes. Un sistema democrático  debe promover una memoria histórica coherente con sus  valores y no dejar que perduren los restos y jirones de la antidemocrática  que difundió la dictadura durante cuarenta años. Y era de necesaria justicia resarcir a los vencidos de la guerra y a los represaliados por la dictadura. En ambos aspectos, las medidas que se habían adoptado hasta ahora habían sido puntuales y tímidas como demuestran las demandas de las familias de las victimas y de algunos partidos políticos.  Por ello, las medidas legales establecidas en la futura “Ley de la Memoria histórica” no sólo son justas, sino oportunas y necesarias.  
La segunda conclusión es que la interpretación que han defendido algunos sectores de  nuestra derecha de que la “Ley de la Memoria Histórica” no tiene sino como objetivo uula revancha y tratar de dar vuelta al resultado de la guerra civil, no tiene ningún fundamento. El aumento de la demanda de memoria histórica que se ha producido en la década de los noventa no es algo específico de España, sino algo generalizado en todo el mundo como consecuencia de los profundos cambios históricos que estamos viviendo. Y concretamente en España ha actuado, además, como factor añadido un relevo generacional. Es la generación de “los nietos de la guerra” nacidos en la  democracia la que quiere saber lo que pasó y demandan justas reparaciones para sus abuelos vencidos en la guerra y para sus padres víctimas de la dictadura.
 A quienes, desde el púlpito y la tribuna, defienden esa interpretación de la mal llamada Ley de la Memoria histórica como revanchista, se les podría recomendar reflexionar sobre el chiste de El Roto. Un personaje atrincherado y lleno de miedo mira a lo lejos con unos prismáticos y dice: “¡Los perseguidos, fusilados y represaliados son unos resentidos!”. Sí, amigo lector, es cierto lo que está usted pensando. Ese chiste vale más que las 900 palabras que mi editor me ha permitido endosarle. No me cabe la menor duda.              
 ( Publicado en el esuplemento cultural de La Nueva España, de Oviedo)





sábado, 23 de julio de 2016

Presente, pasado y futuro de la Cultura

                       PRESENTE, PASADO  Y FUTURO DE LA CULTURA
                                                                    Julio Antonio Vaquero Iglesias




  Este libro, Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo X X (Crítica, 2013) es la obra póstuma del que fue uno de los grandes historiadores del siglo XX, Eric Hobsbawm, historiador británico marxista de origen judío, fallecido todavía no hace un año, en octubre de 2012. Su  contenido es  un conjunto de ensayos, muchos de ellos expuestos como conferencias, otros (más de la mitad) inéditos, que tratan sobre  la evolución de la cultura en el siglo   XX en su interconexión con la sociedad y analizada tanto  desde la perspectiva del pasado, esto es, de la cultura burguesa del siglo anterior como desde una visión prospectiva de lo que pueda llegar a ser  la cultura en este nuevo siglo.
            Algún lector podría pensar por la breve caracterización anterior que estamos ante una obra menor del gran historiador británico, en la que, a modo de cajón de sastre y como suelen hacer  frecuentemente en las postrimerías de su vida profesional muchos autores, trata de reunir  y sacar en letra impresa trabajos, artículos e intervenciones orales de tono menor. Pero, desde luego no es este el caso. Estamos ante una obra espléndida, llena de sugerencias e ideas originales y en la que se manifiesta  toda la maestría que siempre nos asombró y hemos admirado en sus grandes obras  En estas páginas están  presentes su gran capacidad para pasar de lo particular y concreto a lo general y abstracto; su visión integradora de los fenómenos históricos, en la que siempre dedicó una especial atención a la cultura ; el enorme bagaje de sus  conocimientos ( incluidos aspectos de la cultura de masas de nuestro tiempo  como el fútbol y el jazz):  la originalidad de sus planteamientos; y la gran capacidad de expresión literaria caracterizada por el hallazgo de expresiones originales y certeras para caracterizar los fenómenos que describe, algunas de la cuales han quedado ya consolidadas en la historiografía como: “el corto siglo XX”, “rebeldes primitivos”, “la invención de la tradición” , por mencionar sólo, a modo ilustrativo, algunas de ellas.. .
            Las preguntas que trata de responder  Hobsbawm en este conjunto de ensayos  son por qué y cómo la alta y elitista  cultura burguesa, fraguada en el XIX, se desvaneció  con la  generación posterior a 1914, cuánto de ella se ha conservado en el siglo XX, cuáles son las líneas maestras de la cultura que la han sustituido en parte en el siglo XX y finalmente, por si fuera poco todo  lo anterior, cuál puede ser el futuro de esa nueva cultura en el siglo actual.
 Sus respuestas a ese fundamental repertorio de preguntas no son sólo coherentes, sino también tan originales y sugerentes que ponen en solfa numerosos de los tópicos que abundan en las respuestas que se han dado acerca de  muchas de esas cuestiones.
 Baste mencionar, a modo ilustrativo, su análisis acerca del crucial tema de los efectos de la globalización y los grandes movimientos de población de nuestro mundo actual sobre la cultura. Su interpretación se aleja  del extendido tópico que concluye que la  última consecuencia de ese fenómeno universal será la homogeneidad cultural impuesta a escala global por la matriz cultural anglosajona, más concretamente norteamericana. Él mantiene, en cambio, con abundancia de datos y sólidos  argumentos, todo lo contrario: que el resultado de todo ese proceso será más  bien – lo  está siendo ya-  el sincretismo cultural. O su brillante ensayo  acerca de los importantes cambios que el nuevo siglo ha traído en el incremento de las creencias y la práctica religiosas. Cambios que se explican menudo por historiadores y sociólogos como una inesperada involución en el proceso de  secularización que se creía  estrechamente vinculado con el avance de la modernización capitalista. En el fino análisis de  Hobsbawm, sin embargo,  ambos procesos no son excluyentes, porque lo que realmente ha reverdecido hoy es la religión pública y política, reverdecimiento que  es perfectamente compatible con la continuidad del proceso de secularización.
 Otras muchas sugerentes interpretaciones podemos encontrar en sus ensayos dedicados a analizar la cultura burguesa del XIX  como los que tratan de la contribución de los  judíos a  su desarrollo o de los cambios que experimentó el papel de las mujeres en aquélla. Y  en los que tratan de la cultura del siglo XX , los que reflexionan acerca de  la función de la ciencia y los intelectuales o la relación del arte y el poder y la del arte y la revolución en el pasado siglo. O sus interesantes ideas  acerca del devenir de las artes  en este nuevo  siglo fundamentadas  en el análisis de su relación con la política y el mercado que han sido incapaces de sacarlas del callejón sin salida en que se encontraron tras la disolución del anterior arte burgués. Así se constata, según él, en el fracaso y  decadencia de las vanguardias del pasado siglo incapaces de reflejar la modernidad, esto es, la sociedad-máquina y las nuevas experiencias que ha  traído la sociedad de  masas; vanguardias  lastradas, además, en parte, con el pesado fardo de  su obsolescencia tecnológica. Lo que le lleva a augurar el escaso futuro que les espera a las artes visuales tradicionales (pintura y escultura) y el fin de la concepción del arte tal y como se entendió en la cultura burguesa decimonónica. No es extraño, pues, que Hobsbawm  tenga una visión pesimista del futuro que le espera a la cultura de nuestro siglo, dado que  ésta se encuentra hoy en una encrucijada que parece conducir a ninguna parte.
 La tesis central del libro, el hilo argumental que  anuda  todos los trabajos reunidos  es él,  es el supuesto de  que la lógica tanto del desarrollo capitalista como el de la  cultura burguesa llevaba en su seno el germen de su autodestrucción al ser una cultura elitista y minoritaria que no pudo resistir el triple golpe de la revolución científica y tecnológica del siglo XX, de la sociedad de consumo generada por la explosión de  las economías occidentales y la entrada y  participación de las masas en la escena política, al ir desapareciendo las anteriores oligarquías políticas de la era liberal.

En fin,   Hosbsbawn en estado puro y un  cierre con broche de oro de  su  fértil y brillante obra historiográfica. 

No en nuestro nombre

                                          NO  EN NUESTRO NOMBRE
      
                                                               Julio Antonio Vaquero Iglesias






   Después de la gran difusión que ha tenido su panfleto, dicho sea en sentido no peyorativo, sino meliorativo, Hay Alternativas  (2011), que se ha convertido  en un verdadero best-seller (ha alcanzado ya la 8ª edición, sus autores (los catedráticos de Economía Vicenç Navarro y  Juan Torres y el economista y diputado por IU, Alberto Garzón, cuyas intervenciones parlamentarias en relación con la crisis están llamando la atención por su profundidad, claridad y dureza) han escrito un nuevo libro titulado Lo que España necesita (Ediciones Deusto, 2012) que está también alcanzando una importante recepción. 
El contenido de esta segunda entrega no es sino una continuación del primer opúsculo y tiene también  idéntica  finalidad que aquél: se trata de poner en evidencia ante la ciudadanía  el verdadero  sentido de las reformas del Partido Popular dejando en claro el verdadero programa que llevan implícitas. Buscan con ello que nazca una conciencia ciudadana crítica contra esas políticas neoliberales  para que  no  puedan seguir arguyendo sus gestores que las están aplicando   en nuestro nombre y por el bien de la mayoría de los ciudadanos y nos cuenten que lo están haciendo de manera obligada. Justifican así  su carácter inadecuado e injusto por  su falta de eficacia y  por los  duros  sacrificios que éstas implican para los más débiles. 
Pero las diferencias de enfoque y contenido entre ambos escritos son evidentes. En  Hay Alternativa, se trataba de analizar críticamente los principios y dogmas  que fundamentaban las políticas neoliberales con que en la Unión Europea y en España estaban respondiendo a la rampante  recesión que traía aparejada la crisis económica que nos golpea. Y se  pergeñaba, tras su deconstrucción, un catálogo  de medidas en sentido opuesto de las que se están adoptando. La austeridad a ultranza que está imponiendo la troika no es  sólo  un obstáculo insalvable para relanzar el crecimiento económico, como puede constatarse por la  propia historia económica, sino también un intento de salida de la crisis que responde a los intereses de los sectores minoritarios del capital financiero y las grandes empresas que han sido, además, los causantes y beneficiarios de la crisis financiera que ha estado en el origen de este terremoto económico. 
En  Lo que España necesita  se trata, en cambio, tras haber pasado ya más de los cien días de gobierno del Partido Popular, de analizar el contenido, sentido y   consecuencias negativas  de las reformas y recortes concretos  llevados a cabo  por el partido conservador español, proponiendo como alternativa a los mismos cuáles deberían ser  en realidad  las medidas que España necesita para salir de la crisis. No sólo con la finalidad de relanzar el crecimiento que nos saque del proceso recesivo en que nos encontramos como pilar necesario para poner fin al verdadero cáncer que corroe la sociedad española como es el paro, sino, además,  para que tales medidas supongan una salida de la crisis en la que los sacrificios se repartan  entre todos de manera justa y equitativa sin empobrecer ni dejar en situación de  exclusión  a amplios sectores  de la población, como está ocurriendo. Pero también para  impedir  que el partido gobernante con la excusa de la crisis termine imponiéndonos el modelo de sociedad y estado neoliberales que está la base de su programa electoral oculto. Programa que rompe el pacto social implícito constitucional vigente, porque  es contradictorio con el  Estado social y de derecho que se recoge en la Constitución.
Que se regule como  obligatorio  el cumplimiento de los programas electorales, que se impida la identificación entre los representantes de los poderes financieros y económicos y los cargos políticos; que se arbitre una reforma laboral que no nos retrotraiga a las relaciones entre trabajador y empresario del siglo XIX; que se implemente una reforma financiera que no responda exclusivamente a los intereses de los poderes financieros… Estas y otras más del mismo signo son las medidas que hoy España necesita y no las que el Gobierno del Partido Popular está tomando en nuestro nombre.       


viernes, 15 de julio de 2016

SIN PASADO NI FUTURO

                                           SIN PASADO NI FUTURO

                                                     Julio Antonio Vaquero Iglesias

  



                                                   
   Manuel Cruz, catedrático de Filosofía contemporánea de la Universidad de Barcelona es un consumado maestro del ensayo filosófico. Lo prueban los  galardones que han recibido ya dos de sus trabajos: el Premio Anagrama de Ensayo en 2005 y el Premio Espasa de Ensayo en 2010. Y este año acaba de obtener el  Premio Internacional de Ensayo Jovellanos en su XVIII edición que patrocina la  editorial asturiana  Ediciones Nobel con una obra titulada  Adiós, Historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual.
            Nuestro ensayista plantea en este trabajo un asunto que no es meramente teórico y  sólo  de interés para los  especialistas, sino que, por su actualidad  y su calado político e ideológico, es  (o al menos debería ser) del interés de cualquier habitante del mundo actual. Es, desde luego, como diría Ortega, uno de los temas de nuestro tiempo. ¿Cómo ha llegado a difundirse de manera tan generalizada en el mundo actual  esa percepción de que el pasado es algo extraño a nosotros,  no más que algo exótico que llama la atención por su condición ajena y marginal con respecto a nosotros y a nuestro presente? ¿Por qué las virtualidades del conocimiento de la historia  para el entendimiento de nuestro presente y la proyección de nuestro futuro que se han atribuido al conocimiento historiográfico desde sus orígenes son consideradas hoy obsoletas  en el marco de  un presente que ha cortado radicalmente sus amarras con el pasado? Incluso dándose, por lo demás, la paradoja (solamente aparente) de que en el tiempo actual lo histórico (o mejor  sería decir el consumo de lo histórico) haya experimentado una gran inflación y despliegue como demuestra el gran  éxito de público de la novela y el cine históricos o el género biográfico y hasta de esa horrenda práctica procedente del mundo anglosajón, pero que se extiende por doquier, que es el folclore histórico.   
            Desde luego la explicación de esa situación no  la fundamenta el autor  en una nueva versión de  la teoría del final de la historia de Francis Fukuyama ni tampoco  en los inanes  planteamientos  del posmodernismo sobre la historia. Teorías que, con su difusión interesada, pues responden a determinados intereses y justificaciones político-económicas, quizás hayan favorecido también la extensión de esas representaciones del  pasado y el futuro. Aunque, como la reciente realidad  ha constatado reiteradamente, no respondan a realidades objetivas. Pues la propia historia (con su marcha galopante en los últimos tiempos) ha falsado (dejado sin evidencia)  la hegeliana tesis el final de la historia de Fukuyama, del mismo modo que los supuestos teóricos idealistas del posmodernismo han comenzado a ser retirados como trastos inservibles al desván de la historia de la filosofía.
Para el autor ese presentismo específico que  se extiende (calificar tal percepción como hegemónica, como hace nuestro filósofo, nos parece exagerado) en nuestro tiempo  actual y  que  ha producido ese descrédito  generalizado de la historia como maestra  del  presente y potencial partera del futuro, hay que ponerlo en relación directa con la percepción  que los individuos han empezado a tener de la realidad en que viven como efecto de ese gran conjunto de transformaciones que ha sufrido el mundo y que se han acelerado aun más tras crisis económica iniciada en 2008. Percepción que nuestro ensayista nombra con el concepto de “naturalización”. Se ha  producido una ruptura tan radical  con el pasado como consecuencia del gran poder transformador del complejo científico- técnico, que muchos han dejado de aceptar la creencia  de que el pasado pueda servirnos para entender nuestro presente  O, para otros que todavía piensan en clave de la teoría del final de la historia, dado que ya no es posible rebasar el horizonte del capitalismo liberal,  la idea misma de aprendizaje a través de la historia ha dejado de tener sentido. Y si (contra  Fukuyama y como demuestran los hechos) el mundo puede cambiar (desgraciadamente para mal) tampoco el aprendizaje por medio de la historia tendría sentido, porque cada vez está más generalizado el supuesto que si el mundo se transforma no es como el resultado de nuestra acción, sino de una evolución propia, cuyo control se nos escapa por completo.
Los que piensan así consideran también que el futuro ha devenido asimismo en algo obsoleto, puesto que en nuestro hoy ya toda posibilidad se ve realizada por medios técnicos. El futuro ya no es, pues, el tiempo de los proyectos de emancipación ni el de la cristalización de las utopías. Todo lo contrario: el futuro se ha vuelvo amenazador, porque el futuro que deja entrever el presente no es otro que el de la exclusión y el desamparo  para grandes sectores de la población.
             Las consecuencias paralizantes de ese proceso de “naturalización”  para cualquier intento de transformación del mundo en clave de justicia e igualdad son evidentes. Las injusticias se entienden  como meras desventuras, la codicia y la especulación que ha traído el capitalismo de casino y nos han llevado a este agujero sin fondo en el que estamos, no serían sino abusos derivados de la falta de responsabilidad de los individuos y no efectos nocivos  inscritos en las propias entrañas del sistema económico. La ruptura con el pasado que introduce esa forma de pensar nos deja  sin la posibilidad de una historia crítica que nos alumbre el presente, a la vez que la eliminación del futuro que implica nos desnuda de cualquier clase de de utopías y proyectos de emancipación y sus efectos movilizadores.  Además de que esa  ruptura con el pasado certifica inexorablemente nuestra propia caducidad: si nosotros nos declaramos “otros” y extraños  en relación con los que nos precedieron, lo mismo harán con nosotros los que nos sucedan.
            El contenido de la lúcida reflexión de Manuel Cruz es desde luego angustioso, pero cumple ejemplarmente, a través de ese análisis de esa percepción del pasado que se extiende, el papel de mostrarnos algunos de los males que padecemos y de los graves peligros que entrañan. No podemos ya decir que no fuimos advertidos.                                                      

             Nuestro ensayista plantea en este trabajo un asunto que no es meramente teórico y  sólo  de interés para los  especialistas, sino que, por su actualidad  y su calado político e ideológico, es  (o al menos debería ser) del interés de cualquier habitante del mundo actual. Es, desde luego, como diría Ortega, uno de los temas de nuestro tiempo. ¿Cómo ha llegado a difundirse de manera tan generalizada en el mundo actual  esa percepción de que el pasado es algo extraño a nosotros,  no más que algo exótico que llama la atención por su condición ajena y marginal con respecto a nosotros y a nuestro presente? ¿Por qué las virtualidades del conocimiento de la historia  para el entendimiento de nuestro presente y la proyección de nuestro futuro que se han atribuido al conocimiento historiográfico desde sus orígenes son consideradas hoy obsoletas  en el marco de  un presente que ha cortado radicalmente sus amarras con el pasado? Incluso dándose, por lo demás, la paradoja (solamente aparente) de que en el tiempo actual lo histórico (o mejor  sería decir el consumo de lo histórico) haya experimentado una gran inflación y despliegue como demuestra el gran  éxito de público de la novela y el cine históricos o el género biográfico y hasta de esa horrenda práctica procedente del mundo anglosajón, pero que se extiende por doquier, que es el folclore histórico.   
            Desde luego la explicación de esa situación no  la fundamenta el autor  en una nueva versión de  la teoría del final de la historia de Francis Fukuyama ni tampoco  en los inanes  planteamientos  del posmodernismo sobre la historia. Teorías que, con su difusión interesada, pues responden a determinados intereses y justificaciones político-económicas, quizás hayan favorecido también la extensión de esas representaciones del  pasado y el futuro. Aunque, como la reciente realidad  ha constatado reiteradamente, no respondan a realidades objetivas. Pues la propia historia (con su marcha galopante en los últimos tiempos) ha falsado (dejado sin evidencia)  la hegeliana tesis el final de la historia de Fukuyama, del mismo modo que los supuestos teóricos idealistas del posmodernismo han comenzado a ser retirados como trastos inservibles al desván de la historia de la filosofía.
Para el autor ese presentismo específico que  se extiende (calificar tal percepción como hegemónica, como hace nuestro filósofo, nos parece exagerado) en nuestro tiempo  actual y  que  ha producido ese descrédito  generalizado de la historia como maestra  del  presente y potencial partera del futuro, hay que ponerlo en relación directa con la percepción  que los individuos han empezado a tener de la realidad en que viven como efecto de ese gran conjunto de transformaciones que ha sufrido el mundo y que se han acelerado aun más tras crisis económica iniciada en 2008. Percepción que nuestro ensayista nombra con el concepto de “naturalización”. Se ha  producido una ruptura tan radical  con el pasado como consecuencia del gran poder transformador del complejo científico- técnico, que muchos han dejado de aceptar la creencia  de que el pasado pueda servirnos para entender nuestro presente  O, para otros que todavía piensan en clave de la teoría del final de la historia, dado que ya no es posible rebasar el horizonte del capitalismo liberal,  la idea misma de aprendizaje a través de la historia ha dejado de tener sentido. Y si (contra  Fukuyama y como demuestran los hechos) el mundo puede cambiar (desgraciadamente para mal) tampoco el aprendizaje por medio de la historia tendría sentido, porque cada vez está más generalizado el supuesto que si el mundo se transforma no es como el resultado de nuestra acción, sino de una evolución propia, cuyo control se nos escapa por completo.
Los que piensan así consideran también que el futuro ha devenido asimismo en algo obsoleto, puesto que en nuestro hoy ya toda posibilidad se ve realizada por medios técnicos. El futuro ya no es, pues, el tiempo de los proyectos de emancipación ni el de la cristalización de las utopías. Todo lo contrario: el futuro se ha vuelvo amenazador, porque el futuro que deja entrever el presente no es otro que el de la exclusión y el desamparo  para grandes sectores de la población.
             Las consecuencias paralizantes de ese proceso de “naturalización”  para cualquier intento de transformación del mundo en clave de justicia e igualdad son evidentes. Las injusticias se entienden  como meras desventuras, la codicia y la especulación que ha traído el capitalismo de casino y nos han llevado a este agujero sin fondo en el que estamos, no serían sino abusos derivados de la falta de responsabilidad de los individuos y no efectos nocivos  inscritos en las propias entrañas del sistema económico. La ruptura con el pasado que introduce esa forma de pensar nos deja  sin la posibilidad de una historia crítica que nos alumbre el presente, a la vez que la eliminación del futuro que implica nos desnuda de cualquier clase de de utopías y proyectos de emancipación y sus efectos movilizadores.  Además de que esa  ruptura con el pasado certifica inexorablemente nuestra propia caducidad: si nosotros nos declaramos “otros” y extraños  en relación con los que nos precedieron, lo mismo harán con nosotros los que nos sucedan.
            El contenido de la lúcida reflexión de Manuel Cruz es desde luego angustioso, pero cumple ejemplarmente, a través de ese análisis de esa percepción del pasado que se extiende, el papel de mostrarnos algunos de los males que padecemos y de los graves peligros que entrañan. No podemos ya decir que no fuimos advertidos.                                                      
    ( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO DE CULTURA DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO))





Teoría y práctica de la memoria histórica

             TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA “MEMORIA HISTÓRICA”

                                               JULIO ANTONIO  VAQUERO IGLESIAS


            


 Francisco Erice, profesor de Historia contemporánea de nuestra Universidad, acaba de publicar  en la editorial asturiana Eikasia Ediciones, un libro oportuno y necesario: Guerras de la memoria y fantasmas del pasado. Uso y abusos de la memoria colectiva  La actual  obsesión  que estamos viviendo desde hace unos veinte años, y no sólo en España, sino también todo el mundo, por todo  lo relativo con la “memoria histórica” (el autor prefiere por coherencia teórica hablar  de memoria colectiva)  no sólo tiene origen, como mantienen algunos estudiosos del tema, en la desvalorización de la historia frente a la memoria como acceso privilegiado al pasado que ha difundido el postmodernismo  o en el miedo al futuro ante los profundos  cambios del presente, sino también, y sobre todo, en sus diversos usos ideológicos, desde o contra el poder.
            Sin embargo, ese bulímico uso de la memoria colectiva que se está desarrollando ante nuestros ojos está envuelto en una gran confusión conceptual que lastra el análisis y  comprensión de su  práctica actual. De ahí, la necesidad y oportunidad de este libro cuya finalidad  es llevar a cabo a cabo un análisis sistemático de esa ya casi oceánica literatura  acerca de la teoría y   usos sociales  de la memoria colectiva con el objeto, por una parte, de establecer  desde una perspectiva más crítica que informativa ( no estamos, pues, ante un tratado al uso y mucho menos ante un ensayo), una redefinición de la noción de memoria colectiva que incluye, además, un rápido repaso sobre los usos históricos de la memoria colectiva, como también un análisis de los agentes y soportes que intervienen en su construcción social.
 Por otra parte, el autor ha realizado desde  esa clarificada  noción de memoria colectiva , a su vez, un análisis de algunos de los más destacados usos actuales  de la memoria colectiva dentro y fuera de nuestro país. A saber: combates por el pasado o guerras de la memoria de importantes procesos históricos como las memorias colectivas del Holocausto, del antifascismo aplicado a Italia, de la construcción y desmantelamiento del modelo socialista en la URSS, de las dictaduras militares y la represión en el Cono Sur latinoamericano, y de las variadas memorias sobre el colonialismo; y análisis también de diversas memorias nacionales como la que se refiere al intenso  debate  sobre la memoria histórica que se esta desarrollando actualmente  en España.
              La valoración crítica que, desde las coordenadas del materialismo histórico y la tradición marxiana, realiza Erice  del corpus teórico analizado le lleva a defender una noción de memoria colectiva entendida no como la suma de memoria individuales, sino como “narraciones” ideológicas  construidas por los grupos sociales no sólo para configurar su identidad, sino, sobre todo, para conseguir la hegemonía en conflicto con otras agrupaciones sociales. Esto es: más allá de cualquier perspectiva  funcionalista, las memorias colectivas deben entenderse en el contexto de los antagonismos y enfrentamientos sociales, de las prácticas de poder y resistencia y, por tanto, en conexión con los referentes materiales y como expresión cultural  de los conflictos económicos, políticos y sociales. De ahí que defienda también, uniendo a Marx y  Walter Benjamín, el saber y el sentir, una práctica de la memoria colectiva por  los grupos subalternos, en la  que la Historia impregne la memoria colectiva.
Quizás le falte una mayor desarrollo teórico de su tesis básica: la memoria colectiva como elemento de la ideología, y le  sobre cierto abuso de la citas literales que dificulta una lectura más ágil del texto, pero lo que nos parece fuera de toda duda es que estamos ante una obra de referencia, imprescindible a partir de ahora para entender la doble dimensión – científico-académica y cívico- política- de la mal denominada  “memoria histórica”.



    

martes, 12 de julio de 2016

 INSURRECCIONES REPUBLICANAS EN ASTURIAS
                                                        JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
            


El republicanismo toma cuerpo en España en el XIX en la etapa liberal  y se define, frente a los regímenes oligárquicos moderado isabelino y conservador restauracionista, como una ideología que propugna  una forma de Estado que se sustenta sobre unos principios democráticos, la reforma social y un sistema laico. Sus bases sociales de  apoyo son  sectores de las clases populares y la clase media. Dada la condición oligárquica y autoritaria de esos regímenes que pretendían derribar, el movimiento republicano español alternó la vía política con la  insurreccional a lo largo del XIX. De modo que la represión  que provocaron esas acciones violentas obligó a sus partidarios a moverse en la clandestinidad, esto es, en el mundo de las sociedades secretas, de las logias masónicas, de los círculos de sociabilidad privados y, consecuentemente, muchos de ellos sufrieron la prisión y el exilio por defender su avanzado ideario.
             El estudio de ese republicanismo decimonónico ha sido durante mucho tiempo un tema relegado en la historiografía española, sobre todo en el aspecto de las acciones insurreccionales. Sin embargo, en la última década ha habido un notable avance en su conocimiento, sobre todo  en cuanto a su organización y acción política, y en menor medida, en el aspecto de su actividad insurreccional. En el caso asturiano también ha sido un asunto apenas tratado por la historiografía regional tanto en su doble dimensión política e insurreccional. Sin embargo, ese vacío ha comenzado a ser subsanado estos últimos años como demuestran los diversos trabajos sobre el republicanismo asturiano decimonónico de Sergio Sánchez Collantes. Este joven y prometedor historiador es, además, autor de una tesis doctoral recientemente leída y aprobada con sobresaliente en la Universidad de Oviedo sobre el movimiento republicano decimonónico en Asturias realizada bajo la dirección del profesor del Área de Historia contemporánea Francisco Erice. Su  último libro, Sediciosos y románticos (Zahorí Ediciones, 2011) trata sobre los movimientos insurreccionales republicanos  decimonónicos en Asturias y de la activa y destacada participación de  asturianos en esos movimientos sediciosos  en otras partes de España.
Hasta los años cincuenta del siglo XIX  no hubo en Asturias un movimiento político organizado republicano. A finales de esa década ya están documentados algunos focos  demorrepublicanos organizados y conocemos sus principales  líderes ovetenses como José Gonzáles Alegre Álvarez y  Manuel Pedregal. Pero ese republicanismo político cuando definitivamente alcanzó cierta entidad  fue en los años sesenta, en los que ya se puede hablar de una verdadera cultura republicana  en Asturias cuyos  principales focos se localizaron  en Oviedo y Gijón Así en 1869, había ya veinte comités republicano-federales y numerosos Círculos Republicanos distribuidos por todo el territorio asturiano.
Esa  lenta cristalización del republicanismo en Asturias es lo que explica que hasta finales de los sesenta la región no fuera escenario importante en ninguna de las asonadas que contra el régimen isabelino protagonizaron en otras partes de España los republicanos. Pero sí hubo algunos  asturianos de esa ideología que tuvieron un importante papel en las insurrecciones republicanas que se desarrollaron fuera de la región. Personajes que Sánchez Collantes rescata del olvido, demostrando cuánto hay de verdad en el  aserto de que la historia la escriben los vencedores y en ella los vencidos o son vilipendiados u olvidados. Entre ellos es preciso mencionar al ovetense Pedro Méndez Vigo y al tinitense Rafael del Riego, sobrino del héroe del Trienio, que participaron en varias asonadas  organizadas desde Francia o Portugal  contra el absolutismo fernandino  y el régimen isabelino respectivamente. Y asimismo tenemos dentro de Asturias algunos ejemplos individuales de evidente filiación demorrepublicana que protestaron  contra la monarquía isabelina como el del zapatero librepensador de Avilés que menciona Armando Palacio Valdés, Mamerto, el cual se dedicaba a cantar por las tabernas el Himno a Garibaldi y daba gritos subversivos como “ ¡Qué muera Pio IX y viva la libertad”, o el del médico noreñés, Dionisio Cuesta Olay, que regaló a sus amigos unos trajes garibaldino, gesto simbólico de protesta que le costó la cárcel.
Pero sólo fue a partir de 1868 cuando se desarrollaron en Asturias  verdaderos episodios insurreccionales con importante participación republicana como ocurrió en la revolución de 1868 o de exclusiva inspiración republicana como en 1869, 1870 y 1880.
Aunque en Asturias se formaron comités revolucionarios progresistas y republicanos para apoyar la revolución del 68 contra Isabel II, parece ser que tales comités se mantuvieron a la expectativa de lo que ocurriese con el movimiento revolucionario en el resto de España y sólo después de la derrota isabelina en el puente de Alcolea, se sumaron a la victoriosa revolución. Así y todo, la situación provocó un notoria asonada en Asturias que ha pasado en cierta medida desapercibida por los historiadores asturianos. Se pude decir que Asturias también tuvo su Alcolea, aunque en sentido contrario porque aquí los insurrectos fueron vencidos.  Se organizó una columna en Oviedo al mando del ex capitán Fontela con alrededor de 150 ovetenses. Entre sus miembros estaban algunos republicanos conspicuos como Bernardo Coterón y José María  Celleruelo y los escritores Manuel Gonzáles Llana y Evaristo Escalera. Su aspecto no debía de ser muy marcial  según la versión de Víctor Polledo (“por zapatos de guarnición llevaban botines apretadísimos de charol (…) y por capote y prendas militares vestían chaquetas, americanas, chaqués, algunos levitas sin faltar hasta los sombreros de copa en las cabezas”). La partida  levantó  una barricada en el puente de Cornellana. Pero sus  miembros  se dispersaron sin llegar a entrar en combate ante la llegada de las fuerzas monárquicas.             .                                                               
            En su Juan Ruiz Leopoldo Alas con 16 años expresó con ironía su frustración  por el mantenimiento de la forma monárquica tras la revolución gloriosa del 68: Topete tu a la dinastía/ supiste darle un cachete/ Y hoy con mucha sangre fría/ esperas la monarquía/ Ya no me gustas, Topete. Era, sin duda, la frustración de la mayoría de los republicanos asturianos Y tal sentimiento acentuó la inclinación del republicanismo federal por la vía insurreccional hasta tal punto que el movimiento terminó dividiéndose entre “benévolos” e “intransigentes” o “vaites” o templados y “vitis” o rojos  De hecho, el Partido Republicano Federal firmó una serie de pactos interregionales, entre los que estaba el Pacto Galaico-Asturiano, en el que ya se hablaba de combatir “a sus encarnizados enemigos por medios legales  primero, y después por todos cuantos las circunstancias hagan precisos”.
            No tardaron los republicanos asturianos en hacer efectiva la segunda parte de aquel pacto, sumándose  al levantamiento llevado a cabo por varias provincias en octubre de 1869 al suspender las Cortes las garantías constitucionales. En los territorios del Pacto Galaico-Asturiano el levantamiento lo iba a dirigir el diputado republicano federal por León, Manuel Álvarez Acevedo, el cual  fue detenido. A pesar de ello hubo disturbios en Gijón y una partida formada por trabajadores de la Fábrica de armas  de Trubia y mineros con armamento sustraído de la instalación fabril trubieca y encabezada por Bernardo Coterón y Antonio Rodil, se levantó en armas y fue derrotada en Barros, refugiándose parte de sus miembros en Sama, donde fueron definitivamente dispersados.
En 1870, ante la votación en el Parlamento de Amadeo como rey, los  republicanos asturianos a través de sus periódicos se opusieron a la candidatura amadeísta. Y se sumaron a la conspiración que preparaba una sublevación en toda España. Asturias era uno de los focos del levantamiento y para prepararla se desplazaron a Oviedo  E. Rodríguez Solís, Bernardo Coterón y Felipe Fernández, un contumaz republicano de origen asturiano, llamado “el carbonerín” por dedicarse a ese oficio en Madrid, donde ya había participado en otras asonadas republicanas y al que menciona Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales. Sin embargo, el asesinato de Prim y otras fortuitas circunstancias abortaron la planeada sublevación.
Finalmente, durante la Restauración ante la ilegalización de las organizaciones y los periódicos antimonárquicos, los republicanos siguieron practicando (alternándola con subterfugios con la legal) la vía insurrecional a base de levantamientos de pequeñas partidas como la  que se formó en el concejo de  Lena en 1880. El promotor del alzamiento fue el lenense Valeriano Díaz Vigil, apodado Valeriano Argull, quien levantó una pequeña partida que trató de obtener el apoyo de los trabajadores del ferrocarril y que después de una semana terminó disolviéndose.                                                   
El balance de la vía insurrecional republicana fue, pues, el de un completo fracaso, pero - como bien dice  Sergio Sánchez Collantes en este necesario libro que cubre un importante vacío en la historiografía asturiana-  sirvió, sin duda (junto con  la acción política), para fomentar la notable tradición republicana posterior asturiana.                 
  ( Publicado en el suplemento cultural de LA NUEVA ESPAÑA, de OVIEDO)        


La Transición, entre la el humor y el timo

                LA TRANSICIÓN, ENTRE EL HUMOR Y EL TIMO
                                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias


      


 Historia  y  política se mezclan inextricablemente en las interpretaciones de la Transición. Hasta tal punto que es habitual  buscar las bondades o déficit de nuestro presente democrático, treinta años después, en aquella etapa. La Transición para algunos viene siendo algo así como el momento seminal y mítico en que todo nació y los dioses marcaron lo creado con un soplo teleológico que ha predeterminado  el devenir posterior de nuestra democracia.
De ahí que,  según la diferente valoración que merezca nuestro presente político, existen dos grandes clases de interpretaciones de la Transición. La de los que la consideran como una transición modélica en cuanto  que fue una vía pacífica  para pasar de la dictadura a la democracia gracias a la transacción entre  un sector reformista de las élites del régimen y las  fuerzas de la oposición. Todo ello escuchando a un”pueblo” anhelante de paz y concordia. Para muchos de ellos las bases de ese pacto y  la Constitución que lo expresa son intocables y todos los males democráticos provienen de no respetarlo.  La otra clase de interpretaciones, con su innumerable gama de matices, es la de los que entienden que aquel no fue sino el tiempo de  un pacto de silencio entre el sector reformista del franquismo y el de la oposición que, abandonando su pretensión de una auténtica ruptura, terminó aceptando, para algunos de manera vergonzante, para otros por la fuerza de la realidad, una reforma  que, para los más críticos, dejaba en pie los cimientos del edificio anterior. De ese pecado original provienen, según éstos últimos, nuestro déficit democrático de hoy.
Estos dos libros que vamos a comentar, publicados al calor de la conmemoración del trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas celebradas después de cuarenta años de dictadura, y de naturaleza, finalidad y factura tan diferente, son en cierto modo un ejemplo de cada uno de esas dos clases de interpretaciones de la Transición    
            Con humor serio
            Con sus chistes en aquella esplendora generación o de revistas humorísticas que acompañó la Transición, Antonio Fraguas, Forges, no sólo fue un testigo de esa etapa, sino  uno más de sus actores. Ahora publica el tomo correspondiente de su Historia de aquí  que trata de ella, 1978- 1982 LA CONSTTUción Y LA TRANSIción ( Espejo de Tinta, 2007). En la línea de toda su  Historia, se nos presenta una Transición en clave de humor pero muy seria, que está destinada preferentemente a nuestros escolares, pero que leemos, sobre todo, los adultos. Desde sus hilarantes  viñetas, chistes y cronologías, con sus tradicionales personajes, como el inspector Romerales y doña Concha, Forges nos cuenta  lo “asaz arduo” que fue aquello. El patrón de su relato es el de la versión oficial. Pero, como no podía ser de otra forma en un humorista progresista  como él, su mirada aparece a  menudo cargada de fina ironía crítica y de cierto escepticismo sutil.  
              La otra Transición
            Cada vez es más claro el protagonismo que los movimientos sociales tuvieron en aquellos cruciales años. Pero no sólo los “viejos”, como el movimiento obrero y sindical y el estudiantil, sino también los “nuevos” como los movimientos feminista, ecologista, pacifista, de penenes, vecinal y otros muchos  más Una buena prueba de ello es este excelente y bien escrito libro sobre la primera época de la barcelonesa revista libertaria Ajoblanco por el que fue su fundador y director, Josè Ribas. Además de ofrecernos  formalmente  una bien lograda combinación de géneros, memoria, crónica,  historia, este libro (Los 70 a destajo, ajoblanco y libertad, RBA 2007) nos presenta, a través de la biografía de Ajoblanco, las voces de los que quisieron otra Transición diferente de la que fue y lucharon por ella desde la calle y desde una avanzada cultura alternativa. Querían  una  transición que fuera algo más que una ruptura, deseaban una “fractura”  que para muchos de ellos significaba ir más allá del modelo de las democracias europeas: una sociedad alternativa al capitalismo. La Transición que nos presenta  Ribas poco tiene que ver, además, con la versión oficial y rosa con que en estos días nos machaquean los medios de comunicación. El guión de la Transición para él ya estaba escrito de antemano, aunque no se supiese el orden de aparición en el reparto de los actores. Lo habían escrito las fuerzas del gran capital y así lo exigía el Gobierno de los Estados Unidos para mantener  la estabilidad internacional.    

Que la ruptura no fue “fractura”, como pedían los ajoblanquistas, y que, por ende, para ellos la versión oficial de la Transición fue un mito y, sobre todo, la realmente existente, un timo, es evidente. Para muchos de ellos no sólo no hubo “fractura” sino siquiera verdadera ruptura. Y me imagino que ésos, si no se han pasado a los partidos institucionales o no militan, como alguno, en el de la COPE episcopal,  pueden pensar hoy, a la vista de los acontecimientos y como hipótesis  contrafactual, que de haberse producido una auténtica ruptura, tampoco se habrían superado los límites y déficit que son inherentes a las democracias liberales formales occidentales. Esto es, si no hubiese habido escamoteo de la soberanía popular, ni hubiesen pesado sobre el proceso “reales” hipotecas del lejano pasado oligárquico y del reciente pasado dictatorial, y aquél se hubiese producido al margen de los monitoreos y “tutelas” internacionales norteamericanas y alemanas (como nos demostrado el libro de Joan Garcés). Porque no todos los males de nuestra democracia provienen del pecado original de la Transición.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO )   

viernes, 1 de julio de 2016

cARTA A LUIS MATEO DÍEZ

                                          CARTA A LUIS MATEO DÍEZ
                                                                               Julio Antonio Vaquero Iglesias




EL NOVELISTA Y MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA, LUIS MATEO DÍEZ


                         

   Querido Luis:

Me enviaron de Villablino tu cuento Lunas del Caribe con tu dedicatoria y quisiera
agradecértelo de corazón. Ha sido el mejor regalo de Navidad que he recibido en toda mi vida. Ya sabes que me alegro de tus éxitos literarios como si fueran míos, aunque por el ajetreo de la vida diaria no haya tenido hasta hoy la ocasión propicia para enviarte unas letras felicitándote.
            El relato es una joya y su lectura me ha emocionado. No me avergüenza confesarte que he llorado con ella, recordando todo aquello y a todos nosotros. Me imagino que seremos los niños del Desván  los que lo leamos con una emoción más intensa y los que podamos extraer de él su significado más depurado por formar parte de nuestras primeras experiencias de vida.
            No soy, desde luego, ningún Saroyan, pero, ya sabes, Luis, que entre nosotros no hacen falta muchas ni bellas palabras para comunicarnos, porque, más allá de la distancia y a pesar del paso del tiempo, los lazos que nos unen son indelebles y mucho más fuertes que una simple relación de infancia. Yo, cada día que pasa, debe de ser que me voy haciendo viejo, recuerdo más aquellos tiempos y siempre que voy a Villablino, la capital de tu Celama, miro hacia aquel monte de nuestros juegos de niños y repaso, sin que se me olvide ninguno, todos los “ topónimos” con que tu  bautizaste aquel territorio infantil que creó tu fértil imaginación y que, para mi, siguen siendo los verdaderos y únicos nombres del mapa de mi infancia. Saberlos, no haberlos olvidado, es casi como reafirmarme en mi identidad. El día que no pueda recordarlos, se que me habré muerto un poco. Por eso leerte es para mi algo más que un placer literario, es algo así como un rito de paso... atrás, pero de impulso hacia adelante. Además del sentimiento de orgullosa vanidad que me produce saberme personaje - aunque sea con un papel secundario y sin que nunca buscara autor-  de una obra que ha sido traducida hasta en el idioma chino. Y el lujo casi asiático que supone  poder contar con una infancia recreada  por un escritor de tu valía.
             Se que Opal, el protagonista de tu cuento, y en la realidad mi hermano, ha sido, con el añadido de su trágico destino, un elemento importante, no sólo de tu vida personal sino también del origen de tu vocación literaria. Lo demuestra también el que termines este ciclo de tu obra literaria dedicándole este cuento. Y ahora, evocando, bajo la influencia de su lectura, aquel tiempo  comienzo a encajar las últimas piezas del puzzle  y a ser consciente de muchas cosas que hasta ahora no tenía tan claras. Sin saberlo, tú, con tu imaginación, y él, con sus lecturas, abristeis en aquel Desván un lucernario que nos permitió ver otros mundos de fantasía en los que no había fronteras para así poder huir y dar la espalda a aquél otro, real, casposo y opresivo, de niños de posguerra en el que vivíamos. Ahora me doy cuenta que tú y él fuisteis un hecho decisivo de nuestras vidas, al menos de la mía; que, sin vosotros, yo no sería, para lo bueno y para lo malo, el que he sido antes y el que soy en el presente.
            Tú, con  la escritura de Lunas del Caribe, dices que quieres cerrar definitivamente el Desván y abrir tu mirada literaria a otros territorios. Yo, con su lectura, he podido también, finalmente,  terminar de encajar esas piezas de mi infancia y casi completar así el puzzle de mi vida. Pero ambos sabemos que siempre, para poder recordar quiénes somos y poder seguir enfrentándonos con dignidad a lo que está por venir, tendremos necesidad imperiosa de volver a Celama y abrir de nuevo aquel Desván.
     En fin, Luis, espero que no tardes en venir por aquí, por Oviedo, para poder felicitarte personalmente por tus últimos éxitos literarios y, sobre todo, para darte un fuerte abrazo. Julio.
  ( PUBLICADO EN LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)






eL POPULISMO DE PODOEMOS

                              El  POPULISMO DE  PODEMOS
                            Julio Antonio Vaquero iglesias