domingo, 31 de octubre de 2021

 


 

 


 

 

DE LA MUERTE  DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO

                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 La muerte tiene su historia y no hace muchos decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos  correspondientes de esa disciplina que suponen una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo humano.

 Como no podía ser de otro modo un hecho tan trascendental supuso  siempre un impacto social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito  y con ellos los mecanismos de mantenimiento y sacralización de las relaciones  sociales imperantes en ella.

  Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia total que propugnaba la historiografía francesa,  comenzó a desarrollarse la investigación de la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte. Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan  casi  toda la realidad social como la muerte.

 De un análisis plano sin profundidad teórica del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo y totalizador que abarcaba la función social e ideológica  que implicaba aquélla. Fue el gran historiador francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que seguimos  otros en España( en mi caso para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró  que en Francia habían  sido las transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario  era comunitario con participación de toda la sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez que servía para establecer tales disposiciones funerarias

  Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual personalizado y familiar en vez del modelo  anterior caracterizado por estar  abierta a toda la comunidad. El ritual se completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias. Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.

  Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa. En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que  fue muy tardíamente (sobre todo, claro está, en el mundo rural)  cuando se fue implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la  actitud ante la muerte era un significativo signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación  de la mentalidad social que ello significaba.

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(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias  Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1991                              

(Publiciado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)







DE LA MUERTE  DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO

                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 La muerte tiene su historia y no hace muchos decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos  correspondientes de esa disciplina que suponen una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo humano.

 Como no podía ser de otro modo un hecho tan trascendental supuso  siempre un impacto social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito  y con ellos los mecanismos de mantenimiento y sacralización de las relaciones  sociales imperantes en ella.

  Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia total que propugnaba la historiografía francesa,  comenzó a desarrollarse la investigación de la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte. Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan  casi  toda la realidad social como la muerte.

 De un análisis plano sin profundidad teórica del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo y totalizador que abarcaba la función social e ideológica  que implicaba aquélla. Fue el gran historiador francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que seguimos  otros en España( en mi caso para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró  que en Francia habían  sido las transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario  era comunitario con participación de toda la sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez que servía para establecer tales disposiciones funerarias

  Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual personalizado y familiar en vez del modelo  anterior caracterizado por estar  abierta a toda la comunidad. El ritual se completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias. Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.

  Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa. En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que  fue muy tardíamente (sobre todo, claro está, en el mundo rural)  cuando se fue implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la  actitud ante la muerte era un significativo signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación  de la mentalidad social que ello significaba.

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(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias  Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1991  

 (Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)                            

martes, 26 de octubre de 2021


 

 

 

   



     LA LACRA DE LA POBREZA INFANTIL EN ESPAÑA

                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 Los datos son irrefutables: España es uno de los países de la Unión Europea con los índices de pobreza infantil más elevados de la entidad supranacional. Sólo están detrás de nuestro país  Rumania y Bulgaria. Cómo es posible que un país como España, que es  la cuarta potencia económica entre los países que integran la Comunidad europea, pueda tener un déficit social de tal envergadura en un aspecto que no sólo supone la negación de uno de los derechos sociales y éticos fundamentales que debe satisfacer todo estado, sino también una condición fundamental e inexcusable para su continuidad y futuro.

Alguien podría pensar que esta situación es una consecuencia social más de la pandemia que estamos sufriendo y/o de la Gran Recesión de 2008. Nada más lejos de la realidad. Los valores de la pobreza infantil ya eran muy elevados en nuestro país antes de esos procesos negativos que, en realidad, no han hecho más que agudizarlos. La situación es en ese aspecto de tal gravedad que la propia Unión Europea ha tenido que llamar a capítulo a nuestro país para que tome medidas y trate de remediar esa situación de pobreza estructural de nuestra infancia con valores que rondan el 30% de nuestros menores en esas circunstancias. Lo que vienen a ser en torno a 2 millones de niños que viven bajo el  umbral de pobreza.

 Está claro que esa alarmante situación tiene causas estructurales. Y que en resumidas cuentas están en que nuestro Estado no ha contribuido adecuadamente, como hacen la mayoría de los restantes países europeos, en acabar con ella, dedicando unos porcentajes de ayudas a la infancia inferiores a los que destinan aquéllos. Y que, además,  éstas están mal diseñadas para poner fin o remediar de manera ostensible esa lacra que nos avergüenza como ciudadanos españoles. La mayor cuantía son ayudas indirectas y no dirigidas directamente a las familias con hijos para que puedan paliar las situaciones insuficientes de alimentación, vivienda y educación que tienen esas familias con hijos.

No es que esos niños que se mueven dentro del umbral de la pobreza en nuestro país pasen hambre, pero sí que están infra alimentados. Como tampoco que no accedan a la educación, pero sí que tienen dificultades para cubrir  los gastos que ésta conlleva y que no son gratuitos. Y desde luego son niños que están más propensos a abandonar los estudios y tiene más difícil su acceso a la educación superior. Del mismo modo que si tienen (los que lo tengan) un techo donde guarecerse viven, en cambio, en condiciones de hacinamiento, sin que tengan espacios para el estudio o la intimidad y habitualmente sufran condiciones de frio y  humedad que pueden deteriorar su salud. Tampoco significa que no puedan acceder al médico, pero sí tienen problemas para  pagar sus tratamientos y acceder a las prestaciones no contempladas por la sanidad pública.  

   La localización de esa pobreza infantil ha experimentado también en estas últimas décadas un profundo cambio en nuestro país. Ya no es principalmente en el mundo rural donde se localizan la mayoría de los niños pobres en España, sino en el mundo urbano. Es  en los suburbios de las grandes ciudades españolas donde se hacinan estas bolsas de niños pobres o en riesgo de pobreza y exclusión.

 Esa grave situación de un sensible sector de nuestra infancia ha llevado a que sea la propia Unión Europea la que tome medidas para su remedio o disminución diseñando un plan denominado  Garantía Infantil Europea que coordinado por UNICEF tiene como objetivo luchar contra la exclusión social de nuestros menores. El Gobierno español deberá presentar antes del quince de marzo de 2022 el mencionado Plan  con una veintena de objetivos para alcanzar en 2030 entre los que está el de reducir al menos a la mitad a los niños en riesgo de pobreza y exclusión en nuestro país, destinando para ello 779 millones de euros, de los cuales 527 proceden de fondos europeos  y el resto lo aportarán las Administraciones  españolas.

  Esperemos que tales objetivos se cumplan y se vaya poniendo remedio a una situación inaceptable que nos avergüenza como españoles, europeos y miembros de la humanidad.

(Publicado en las páginas de Opinión de La Nueva España, de Oviedo)

jueves, 21 de octubre de 2021


 











 

            ¿COMO OVEJAS AL MATADERO?

                       JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

En 1961, Raul Hilberg, catedrático de ciencias políticas en la universidad de Vermont, judío  nacido en Viena, de familia de  origen polaco-rumano, publicaba su monumental obra La destrucción de los judíos europeos. Hilberg había vivido en la capital austriaca el Anschluss (la anexión de Austria a la Alemania nazi) y la consiguiente persecución nazi de los judíos austriacos. Él y su familia tuvieron que huir a Estados Unidos. Pero aquella visión vienesa del golpe de mano nazi quedó indeleble en su recuerdo y con él su voluntad de hacerse historiador para poder explicar aquel mundo de violencia y discriminación racial nazi que comenzaba a tomar cuerpo en Europa y que desembocaría en el genocidio judío.

 Su obra presentada como tesis doctoral en la universidad norteamericana de Columbia en 1955 trataba de explicar  cómo se había podido producir aquel intento de exterminio de la comunidad judía,  cuáles habían sido los instrumentos para llevarla a cabo y  la participación del pueblo alemán en aquellos hechos. Pero también cuál había sido la actitud de los propios damnificados ante aquel intento genocida contra ellos. La respuesta a estas preguntas  era para el autor de aquella investigación necesaria dado que en aquellos años de posguerra un espeso manto de silencio  cubría aquel criminal y negro episodio.

  Hilberg llevó a cabo para realizar su investigación pionera el  análisis de la masiva documentación originada por los juicios de Núremberg. Lo que le permitió conocer con detalle la actuación  de la Administración, el Ejército, la Industria y otras instituciones alemanas en el Holocausto.  Y además  la derivada de la actuación de los Consejos judíos en la deportación de su propio pueblo.

 La conclusiones de su estudio confirmaron en realidad  lo que ya estaba en el ambiente de aquel tiempo de posguerra: la sociedad alemana, no únicamente el partido nazi, había sido un  actor decisivo en aquel crimen colectivo. Pero quizás la más relevante  era la de que en gran medida habían sido los propios judíos los que sin oponer resistencia a su intento de destrucción habían sido colaboradores necesarios pasivos para que se llevase a cabo. Su inmemorial mentalidad de gueto habría sido la causa de esa falta de resistencia contra el intento de genocidio nazi.

 Memorias de un historiador del Holocausto es la historia de cómo fue la recepción  entre los lectores e historiadores de aquella obra capital para el conocimiento   del intento de genocidio nazi. Hilberg describe en ésta  con gran detalle y una buena dosis de ironía los avatares de la publicación y difusión de su magna obra.

 Publicada primero en Estados Unidos, su  pionera obra no logró allí una gran difusión del mismo modo que tampoco la tuvo en Israel. Durante  treinta años tuvo que batallar para conseguir que alcanzara finalmente el  éxito en Europa. Sobre todo, en su versión francesa, pero también finalmente  en Alemania, donde una edición de bolsillo alcanzó un gran  éxito editorial. Pero  en el mercado norteamericano nunca llegó a ser una obra de gran difusión. También alcanzó cierto  éxito editorial   en Europa  su segunda obra sobre el tema, Ejecutores, víctimas, testigos, en la que Hilberg lo  abordaba desde una perspectiva diferente.

 A pesar de que las tesis defendidas por el historiador judío fueron siendo poco a poco aceptadas por historiadores, politólogos y sectores amplios  de la opinión pública, en los años sesenta, en el contexto del desarrollo  del  juicio en Israel de Eichmanns, el oficial alemán de las SS que dirigió la sección encargada de los judíos, hubo cierta reacción crítica contra sus interpretaciones. En el  fondo de las cuales siempre estuvo presente para sus oponentes la actitud favorable de nuestro historiador  y su familia hacia las posiciones sionistas que siempre combatieron la mentalidad  pasiva de los judíos ante sus históricas persecuciones.

La protagonizó la filósofa alemana Hanna Arendt que había recogido en su libro, Eichmann en Jerusalén. Un estudio de la banalidad del mal, sus crónicas sobre aquel célebre juicio. Arendt, aunque reconocía los méritos empíricos del libro de Hilberg, criticaba la falta de fundamento teórico de sus  tesis interpretativas. El autor   comenta aquí con una acidez irónica sus juicios y la acusa de ser la inspiradora de sus dificultades para la publicación de su obra en Estados Unidos.

    Aunque se  haya publicado tardíamente a España, alrededor de treinta años después  de su publicación original, estas Memorias de un historiador del Holocausto siguen teniendo, sin duda, gran interés no sólo para conocer el contenido de la magna obra de Hilberg sino también cómo fue la recepción por la opinión pública de uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la historia del siglo XX. Y tal interés parece que lo está suscitando como demuestra el que este libro haya alcanzado ya su segunda edición.

     (Publicado en el suplemento cultura, Cultura, de La Nueva España, de Oviedo)

jueves, 7 de octubre de 2021

 












 

 

   NI LATINOAMÉRICA NI HISPANOAMÉRICA: ÑAMÉRICA

                                      JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 Martín Caparrós, novelista, ensayista y periodista argentino, es sin duda uno de los intelectuales vivos que mejor conoce el continente sudamericano como ha demostrado con sus análisis, a modo de realistas y sugerentes frescos, de sus grandes capitales. Y, como no podía ser de otra manera, después de sus treinta libros de ficción, ensayo y periodismo que han ganado todos los premios habidos y por haber, nos proporciona ahora en su Ñamérica  una visión diferente, personal, de gran riqueza  de interpretaciones, imágenes y sugerencias sobre la realidad sudamericana que surgió de la colonización española.

 Y para ello y, aunque no sea lo habitual, para su estudio, crea primero el concepto para proceder después a su análisis. Ni Latinoamérica, que es un término de procedencia francesa que surge en el siglo XIX, ni Hispanoamérica que conlleva la carga ideológica de un mundo creado por la conquista española cuando en realidad ya existían una realidad y una presencia humana y cultural anteriores, sino Ñamérica. Esto es:  la realidad político-social y cultural nacida de la conquista y el dominio español y que tiene como denominador común hablar español, esto es, el único idioma que utiliza una letra específica, la ñ, para identificar ese sonido.

 Es decir: ese espacio compuesto por veinte estados y cuatrocientos millones de habitantes, del que hay que excluir por diferencias de idioma, cultura e historia a Brasil, el gigante del continente. Su objeto de análisis es esa  realidad de trescientos años surgida  de su inclusión en el Imperio español y de doscientos de desarrollo tras su emancipación e independencia de aquél.

  Lo peculiar de la mirada de Caparrós es, como ocurre en muchas de sus obras, la confluencia de un enfoque múltiple ( que es casi un  género literario específico que algunos denominan como periodismo literario) en el que combina sabiamente tanto el ensayo, como la historia y el periodismo proporcionándonos una visión polifacética y compleja de la realidad que analiza utilizando para ello un estilo genuino, con valor literario, que es otro de los atractivos de su obra.

  Su análisis de la realidad ñamericana abarca hasta el momento actual, de modo que su interpretación rebasa y da explicación de su realidad presente superando y matizando la que nos dio en su momento de ella el uruguayo Eduardo Galeano en  Las venas abiertas de América Latina, obra que se convirtió en la visión canónica que  la izquierda europea tuvo de aquel continente durante varias generaciones. 

  Caparrós lleva a cabo un recorrido histórico de gran riqueza,  con interpretaciones personales y sugerentes,  de las cinco olas migratorias que han formado la Ñamérica actual. Desde la primera que dio lugar por emigración desde el continente asiático  a la mal denominada  población originaria a la que constituye su realidad actual derivada de una emigración masiva de sus  poblaciones hacia las ciudades y los países europeos, pasando por las que aportó la conquista y colonización españolas, la que  se produjo ron con la llegada masiva de esclavos negros hacia su territorio.

 La cuarta ola fue la de  la emigración económico-política de europeos hacia Ñamérica tras la segunda guerra mundial que se concentró, sobre todo, en los países del cono sur, principalmente Argentina. Países  que alcanzaron con ella cierto desarrollo económico que cristalizó en la aparición de  una creciente clase media.

 La quinta  y última ola es en la que inunda todavía  hoy la sociedad ñamericana y se caracteriza por un doble flujo emigratorio.  Una corriente  hacia el exterior, hacia los países europeos y, en el continente americano, hacia Estados Unidos. Y otra interior hacia las ciudades desde el mundo rural y campesino. Esta última es la  que está creando esa peculiar  realidad urbana hipertrofiada y dual (ciudad de ricos/ciudad de pobres) que caracteriza las ciudades ñamericanas. 

 Nuestro autor es demoledor, con razones de peso y justificaciones pertinentes, en su crítica de la conquista y dominación españolas de Ñamérica. Utiliza para ello los testimonios  de la obra del  padre Las Casas y deja  claro que aunque la explotación de aquellos territorios y sus pobladores se realizó con otra fórmula de la empleada por los británicos y franceses,  en último término su finalidad era la misma: la extracción de las riquezas de aquellas territorios a base de la explotación de la población indígena.

  El  tan cacareado mestizaje por parte de los defensores de la colonización hispana  no fue sino una forma de racismo y explotación con la que una minoría sometió a la población indígena de aquellos territorios Aunque Caparros rechaza con plena razón  la imagen de  Arcadia feliz de aquellos imperios indígenas que quieren darnos hoy algunos teóricos  y políticos de aquellos países y critica como puramente ideológica la concepción de poblaciones originarias que tratan de difundir los defensores del indigenismo.   

  Por si todo esto no fuera suficiente el escritor argentino realiza unos agudos   y documentados análisis de las características  específicas que impregnan esa realidad ñamericana como la desigualdad, la violencia, el machismo. Pero también el  significado, para él negativo, que tuvo y tiene la dominancia de su fe católica y la emergencia reciente de las creencias difundidas por las  iglesias evangélicas entre sus habitantes. Pero  no todo son para nuestro autor aspectos negativos. También  valora como positivas las aportaciones culturales  derivadas de su sincretismo cultural que supuso ese oleaje de migraciones.

Y cada una de esas interpretaciones las refrenda con la descripción  de un caso concreto a modo de un reportaje periodístico (generalmente, una gran ciudad ñamericana: México, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami), género en el que, sin duda, Caparrós demuestra ser un gran maestro.

 Más allá de algunas afirmaciones, opiniones, valoraciones e interpretaciones discutibles, podemos decir que  esta obra es, sin duda, el retrato más fiel, completo   y mejor que se ha escrito en los últimos tiempos  de esa  realidad  que fue y es hoy Ñamérica.  Si tienen interés por el tema,  leanlo. No lo duden. No les defraudará.    

(Publicado en el suplemento cultural “Cultura” de La Nueva España, de Oviedo)

domingo, 3 de octubre de 2021

 

 


 

                      AYUSO  Y LA HISPANIDAD

                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

     Otra vez más la presidenta de la Comunidad de Madrid,   Isabel Díaz Ayuso, saca las patas del tiesto y monta su numerito ahora fuera de Madrid y en este caso de España. Nada menos que en Estados Unidos, en Nueva York y Washington, donde, por cierto, no la conoce apenas  nadie.

Con sus declaraciones en el centro de Imperio trata de convertirse en  adalid de la Hispanidad. No sólo  atacando  al presidente mexicano por sus declaraciones contra la colonización española de aquellas tierras con motivo de los actos de celebración del bicentenario de la Independencia mexicana. Sino también  enmendándole  la plana al Papa Francisco por  el contenido de su escrito al representante religioso de aquel país. Escrito en el que el Papa argentino pide perdón en nombre de la Iglesia católica por los abusos derivados de la  participación de ésta  en la conquista y colonización españolas de aquellas tierras.

  En el caso del presidente mexicano, la presidenta de la Comunidad de Madrid argumenta la importancia decisiva que tuvo para la humanidad aquella conquista y colonización que supuso  llevar la civilización cristiana a aquel nuevo mundo. Esto es: la vieja y rancia interpretación que el franquismo hizo de aquel complejo proceso histórico y en la que ni siquiera se dejaba  margen para la duda de que el mismo tuvo sus claroscuros y de que existen testimonios documentados de los abusos que se cometieron con los moradores originarios de aquellas tierras. Proceso  que los ideólogos del régimen dictatorial denominaron con aquella palabra mágica de Hispanidad. Ni siquiera la postura de la presidenta ni sus declaraciones  se acercan a la interpretación liberal de aquel proceso histórico (ella que se reclama de esa filiación ideológica) mucho más matizada y que reconoce  los tonos grises que lo matizaron.

 Para contraatacar al presidente mexicano (y mira que hay argumentos para  hacerlo desde la historia y la inoportunidad política de sus pretensiones) Ayuso vuelve a sus recurrentes y disparatados  argumentos contra  la izquierda. López Obrador, argumenta, con su defensa de los derechos de los pueblos originarios en nombre de los que pide la declaración de perdón del Rey de España y del Papa, no hace sino  asumir las tesis de los perversos comunistas que están detrás de esas reivindicaciones. Ni siquiera ha sido capaz de argumentar  la escasa base histórica que tiene el concepto de pueblos originarios como herederos de aquellas culturas precolombinas que, en realidad, fueron regímenes despóticos con sus súbditos.

 Ayuso ha sobrepasado otro límite en el caso de las declaraciones del Papa Francisco. Ha sido más papista que el Papa. Ha considerado fuera de lugar sus declaraciones y le ha enmendado la plana al Santo Pontífice de Roma. Hay que reconocer que atrevimiento no les falta ni  a ella ni a su consejero áulico Miguel Ángel Rodríguez. Nuestra conquista y colonización de América, argumenta, fue un proceso impoluto, sin mancha ni abusos, que consiguió la conversión religiosa de aquellas primitivas gentes del nuevo continente. No hay nada pues que reprocharle como en sentido contrario  ha reconocido el Papa.         

   Lo que más de uno nos preguntamos es si todo este espectáculo pirotécnico, que casi da vergüenza ajena, no  ha sido montado por nuestra inefable presidenta para el consumo interno. Cuando su partido está realizando su Convención Nacional itinerante y planteando sus  grandes temas y estrategias para el presente y el próximo futuro, Ayuso se va fuera de España, nada menos que a Estados Unidos, uno de los centros del poder político mundial, como si estuviera por encima y al margen de su partido y de sus actuales dirigentes, apareciendo antes sus potenciales votantes como una gran estadista.

 La verdad es que si ese viaje no tuviera una finalidad de esa clase no tendría mucho sentido. Las simplezas y limitaciones de sus declaraciones bien podría haberlas difundido perfectamente desde Madrid.   

/Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)