DE LA
MUERTE DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO
JULIO
ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
La muerte tiene su historia y no hace muchos
decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos correspondientes de esa disciplina que suponen
una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo
humano.
Como no podía ser de otro modo un hecho tan
trascendental supuso siempre un impacto
social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y
sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las
mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito y con ellos los mecanismos de mantenimiento y
sacralización de las relaciones sociales
imperantes en ella.
Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia
total que propugnaba la historiografía francesa, comenzó a desarrollarse la investigación de
la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra
manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte.
Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan casi
toda la realidad social como la muerte.
De un análisis plano sin profundidad teórica
del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo
y totalizador que abarcaba la función social e ideológica que implicaba aquélla. Fue el gran historiador
francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que
seguimos otros en España( en mi caso
para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró
que en Francia habían sido las
transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en
el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo
del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo
Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una
sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias
burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario era comunitario con participación de toda la
sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el
que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las
misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control
social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez
que servía para establecer tales disposiciones funerarias
Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte
personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual
personalizado y familiar en vez del modelo
anterior caracterizado por estar abierta a toda la comunidad. El ritual se
completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las
iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se
fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias.
Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e
individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad
a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en
una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.
Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante
la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa.
En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que fue muy tardíamente (sobre todo, claro está,
en el mundo rural) cuando se fue
implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del
ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la actitud ante la muerte era un significativo
signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación
de la mentalidad social que ello
significaba.
______
(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias Muerte e
ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid,
1991
(Publiciado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)
DE LA MUERTE DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO
JULIO
ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
La muerte tiene su historia y no hace muchos
decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos correspondientes de esa disciplina que suponen
una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo
humano.
Como no podía ser de otro modo un hecho tan
trascendental supuso siempre un impacto
social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y
sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las
mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito y con ellos los mecanismos de mantenimiento y
sacralización de las relaciones sociales
imperantes en ella.
Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia
total que propugnaba la historiografía francesa, comenzó a desarrollarse la investigación de
la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra
manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte.
Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan casi
toda la realidad social como la muerte.
De un análisis plano sin profundidad teórica
del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo
y totalizador que abarcaba la función social e ideológica que implicaba aquélla. Fue el gran historiador
francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que
seguimos otros en España( en mi caso
para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró
que en Francia habían sido las
transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en
el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo
del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo
Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una
sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias
burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario era comunitario con participación de toda la
sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el
que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las
misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control
social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez
que servía para establecer tales disposiciones funerarias
Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte
personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual
personalizado y familiar en vez del modelo
anterior caracterizado por estar abierta a toda la comunidad. El ritual se
completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las
iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se
fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias.
Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e
individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad
a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en
una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.
Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante
la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa.
En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que fue muy tardíamente (sobre todo, claro está,
en el mundo rural) cuando se fue
implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del
ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la actitud ante la muerte era un significativo
signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación
de la mentalidad social que ello
significaba.
______
(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1991
(Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)