domingo, 31 de octubre de 2021

 


 

 


 

 

DE LA MUERTE  DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO

                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 La muerte tiene su historia y no hace muchos decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos  correspondientes de esa disciplina que suponen una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo humano.

 Como no podía ser de otro modo un hecho tan trascendental supuso  siempre un impacto social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito  y con ellos los mecanismos de mantenimiento y sacralización de las relaciones  sociales imperantes en ella.

  Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia total que propugnaba la historiografía francesa,  comenzó a desarrollarse la investigación de la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte. Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan  casi  toda la realidad social como la muerte.

 De un análisis plano sin profundidad teórica del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo y totalizador que abarcaba la función social e ideológica  que implicaba aquélla. Fue el gran historiador francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que seguimos  otros en España( en mi caso para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró  que en Francia habían  sido las transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario  era comunitario con participación de toda la sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez que servía para establecer tales disposiciones funerarias

  Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual personalizado y familiar en vez del modelo  anterior caracterizado por estar  abierta a toda la comunidad. El ritual se completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias. Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.

  Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa. En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que  fue muy tardíamente (sobre todo, claro está, en el mundo rural)  cuando se fue implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la  actitud ante la muerte era un significativo signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación  de la mentalidad social que ello significaba.

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(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias  Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1991                              

(Publiciado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)







DE LA MUERTE  DEL NOSOTROS A LA MUERTE DEL OTRO

                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 La muerte tiene su historia y no hace muchos decenios que se ha elaborado. No hablo de los análisis antropológicos  correspondientes de esa disciplina que suponen una visión más estática y no historicista de ese hecho decisivo para todo humano.

 Como no podía ser de otro modo un hecho tan trascendental supuso  siempre un impacto social que movilizaba todos los aspectos de la sociedad, desde los materiales y sociales a los religiosos y mentales implicando en estos últimos las mentalidades e ideologías de la comunidad en que se producía el óbito  y con ellos los mecanismos de mantenimiento y sacralización de las relaciones  sociales imperantes en ella.

  Fue en los años sesenta y setenta, cuando en el marco de la historia total que propugnaba la historiografía francesa,  comenzó a desarrollarse la investigación de la historia de la mentalidades y en el marco de ella, como no podía ser de otra manera, comenzó el análisis historiográfico de las actitudes ante la muerte. Entre otras razones porque pocos acontecimientos humanos desvelan  casi  toda la realidad social como la muerte.

 De un análisis plano sin profundidad teórica del discurso, rituales e implicaciones de la muerte se pasó a otro más complejo y totalizador que abarcaba la función social e ideológica  que implicaba aquélla. Fue el gran historiador francés Michel Vovelle quien comenzó aquella senda investigadora que seguimos  otros en España( en mi caso para el caso asturiano) (1). Vovelle demostró  que en Francia habían  sido las transformaciones del proceso revolucionario la causa de un profundo cambio en el modelo de actitud ante la muerte. En el país galo se había pasado a lo largo del proceso revolucionario de un modelo de actitudes ante la muerte de Antiguo Régimen a un modelo más secularizado y personalizado como correspondía a una sociedad que entraba en la vía de las transformaciones revolucionarias burguesas. Se pasaba así de un modelo en el que el que el ritual funerario  era comunitario con participación de toda la sociedad, incluidos los pobres como intercesores de gran importancia y en el que la Iglesia tenía una participación esencial que le permitía a través de las misas pedidas por el moribundo unos pingües beneficios materiales y de control social. El testamento era el documento más religioso que secularizado a la vez que servía para establecer tales disposiciones funerarias

  Se fue pasando así de una muerte comunitaria, pública a una muerte personal e individualizada en el que la muerte era escondida y el ritual personalizado y familiar en vez del modelo  anterior caracterizado por estar  abierta a toda la comunidad. El ritual se completó con la generalización progresiva del enterramiento fuera de las iglesias en los cementerios extramuros, práctica sanitaria e higiénica que se fue además haciendo más necesaria como elemento de control de las epidemias. Fue así como la muerte pasó de un modelo comunitario a una muerte personal e individualizada. De una muerte pública en la que participaba toda la comunidad a una muerte personal, individualizada, que poco a poco se fue convirtiendo en una muerte ocultada y menos pública que en el modelo anterior.

  Los historiadores demostramos que ese cambio de modelo de actitud ante la muerte lo fue también del avance de la modernidad de la sociedad burguesa. En el caso de Asturias esos análisis historiográficos demostraron que  fue muy tardíamente (sobre todo, claro está, en el mundo rural)  cuando se fue implantando ese modelo burgués de la muerte y con él todos los cambios del ritual funerario tradicional. Sin duda, ese cambio de la  actitud ante la muerte era un significativo signo del avance de la modernidad con todas las implicaciones de transformación  de la mentalidad social que ello significaba.

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(1) Julio Antonio Vaquero Iglesias  Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1991  

 (Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)                            

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