GEOPOLÍTICA DEL CORONAVIRUS
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
La pandemia del coronavirus está
originando profundos cambios en las relaciones multilaterales y en el orden
mundial o bien sacando a flote
situaciones que hasta ahora se mantenían semiocultas en cierto equilibrio
inestable o bien han producido por su reacción ante la pandemia reforzamientos o hundimientos en la relación
entre las potencias hegemónicas del
orden mundial, amén de poner en evidencia las contradicciones ocultas entre
la globalización económica y el orden político mundial. Sin duda, el
orden político mundial que surja de la pandemia va a ser muy diferente de la
situación anterior a la difusión mundial del coronavirus.
La primera realidad que ha puesto en evidencia y en cierta manera ha
profundizado la pandemia actual es la
debilidad estructural de la Unión
Europea. Las reacciones particulares de
cada Estado miembro ante la pandemia y no la colectiva y común que sería
esperable de la Unión a través de sus
instituciones comunes, han dejado al desnudo la realidad de una unión política
que ha estado basada más en los intereses económicos de la unión supraestatal,
la bien denominada “Europa de los mercaderes” que una unión basada y dirigida
al objetivo de una unión de ciudadanos que ponga como principal objetivo la
defensa y el desarrollo de los derechos humanos y sociales de todos sus
miembros.
Las diferentes respuestas estatales de los estados miembros
de la Unión, la falta de un plan común de respuesta en los diversos estados o la ausencia de un sistema de ayudas serio por parte de las instituciones
europeas para aquellos países como
Italia y España que están sufriendo con mayor virulencia (nunca mejor dicho)
las arremetidas de la epidemia, es la demostración de la escasa unión y
cohesión interna que padece la entidad
supraestatal. ¿Dará respuesta adecuada y suficiente a los peligros de la amenazante crisis
económica que la pandemia cierne sobre todos nosotros? Quizás en este aspecto
la naturaleza predominantemente económica de la Europa unida ponga más interés
en tomar medidas. Pero en los aspectos sociales y, en concreto, en la de satisfacer las necesidades de los
estratos más débiles de la sociedad europea es difícil pensar que ponga toda la
carne en el asador. Desde luego, la Unión Europa se juega mucho en esta
coyuntura. Sin duda, su propia existencia está en peligro en el mundo que surja
tras la pandemia del coronavirus.
El otro aspecto geopolítico que emerge de esta
situación es, sin duda, el poder hegemónico de China en el nuevo mapa
geopolítico. La rapidez, eficacia organizativa, capacidad tecnológica que ha demostrado para
paliar en un corto espacio de tiempo a la amenaza de la pandemia (más allá de
los aspectos autoritarios de su régimen político que, sin duda, también han
contribuido a ello. Además de su diferente cultura comunitaria y colectiva,
totalmente ajena al individualismo predominante que el neoliberalismo ha
inyectado en las sociedades occidentales) la están convirtiendo en la potencia
dominante a nivel mundial.
Sobre todo, cuando la otra potencia mundial, el Estados Unidos de Trump ha reaccionado tarde y mal a esta nueva coyuntura crítica mundial.
El presidente norteamericano ha respondido como un boxeador noqueado y tendido
en la lona manifestando su estulticia habitual como llamar al virus epidémico
“virus extranjero” y retrasando
sensiblemente la adopción de medidas drásticas contra la epidemia. Mientras
que China apoya con médicos y envía ayuda de
instrumentos médicos escasos a los
países de la Unión Europea y otros países comportándose como una verdadera
potencia hegemónica.
El
tercer aspecto geopolítico que ha puesto de relieve la actual situación
apocalíptica que vivimos es la contradicción flagrante en que se está
desarrollando el orden mundial. Mientras la globalización económica uniformiza
y crea problemas de escala mundial, el orden político sólo les
responde desde la perspectiva de los estados-nación sin que haya los
organismo supraestatales adecuados para poder responder a esos problemas con
una óptica y una escala verdaderamente mundial. Las Naciones Unidas no son
sino una institución obsoleta compuesta a base estados-nación que dominan y
controlan sus acciones como el resto de los organismo multilaterales que
existen en la actualidad.
La pandemia actual ha puesto, sin duda, ante
nuestros ojos de manera meridana esa flagrante contradicción de nuestro mundo
actual. Opción ésta de una gobernanza global de difícil solución cuando se está
dando la paradoja de que la globalización económica está originando como
rechazo a sus consecuencias un repunte de los movimientos del nacionalismo
identitario en numerosos puntos del mapa
mundial.
Sin duda,
el mundo y la geopolítica que
surja de esta crisis epidémica van a ser muy diferentes de los actuales