BUITRES
JULIO
ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
La pandemia (no, la pandemia “global” como he escuchado recientemente
repetir insistentemente a un presentador
en una emisora de televisión) del
coronavirus parece que está sacando a flote algunos de nuestros peores
instintos como especie, azuzados por un miedo cerval e irracional que dice poco
( o nada) de nuestro bagaje civilizatorio. Por una parte, como estamos viendo
en España, un importante sector de “ciudadanos” se está dedicando a comprar compulsivamente excedentes de
alimentos sin tener en cuenta las necesidades de los demás personas y con
escasas razones objetivas y razonables, aunque sí con una fundamental que es la del miedo
incontrolado e irracional para prepararse
bien para una cuarentena general
o bien para sobrevivir en una imaginaria catástrofe universal , quién sabe,
como las que nos cuentan las distopías que nos relatan la literatura y el cine ( y, por cierto, obligando en
cierta manera a los demás a caer en tan aberrante práctica). Lo que se
demuestra con ese “ sálvese quien pueda ”o
es sólo ( con ser ya bastante) la falta
de solidaridad humana que campa por estos pagos, sino también la ausencia de
los mínimos cimientos de educación
cívica que nuestro sistema educativo ha logrado imbuir entre un importante
sector de nuestros compatriotas.
Pero, además de este espectáculo bochornoso al que estamos asistiendo
que parece ser sólo ( ya es bastante) un
efecto del miedo irracional y el comportamiento insolidario de muchos y que
cuando pase la ola epidémica los abochornará
y será sin duda objeto de estudio por sociólogos y psicólogos sociales,
lo que estamos viendo volver aparecer entre nosotros en gran número ( haber
siempre los ha habido, baste recordar los intereses de usura que cobran los
bancos por nuestros descubiertos bancarios; en realidad no es ni más ni menos
que una excrecencia del sistema económico en el que vivimos para el que la
ganancia a toda costa y sea como sea es lo propio y adecuado) son los “buitres
carroñeros” que han vuelto a pulular por nuestro cielo aprovechándose de las circunstancias angustiosas que está
creando esta crisis global que está
fomentando la epidemia del coronavirus.
Los “buitres carroñeros” vuelan otra vez aprovechándose del miedo y las escaseces y necesidades, en algunos
casos imaginarias –como hemos dicho- que la actual epidemia está originando de
determinados productos entre amplios sectores de nuestra población. Aunque bien
sé que una anécdota no hace categoría, también, a veces, sí es ilustrativa de ella. Me la contó estos días un amigo. En
una conversación con una tendera de Oviedo, le decía ésta que nunca, ni
siquiera en la navidades pasadas, había
vendido tanto como estos días de atrás y que sus ganancias habían sido
además tan sustanciosas porque, además, vendió sus productos a precios más
elevados que los meses anteriores y que lo que trataba era hacer un
aprovisionamiento abundante de papel higiénico, porque lo vendería todo y al
precio que pusiese. Aquél iba a ser el negocio de su vida. Así tal cual.
Esta anécdota no sería ilustrativa
de una categoría si no reflejase en cierto modo lo que está pasando con otros
muchos productos que han aumentado de manera desorbitada su precio, no su
valor, desde luego, como diría Machado, por su la escasez y la dificultad de adquirirlos
y que cuando se logran encontrar se venden a precios muy por encima de los
anteriores. Vaya usted sino a comprar un termómetro y compare su precio con el
del anterior que ha tenido. O inténtelo
con los líquidos para la higiene de las manos y verá usted que ocurre una cosa
similar. Lo mismo pasa con las mascarillas. Y qué decirle si usted quiere hacer
un test en un hospital privado para saber si está infectado o no del
coronavirus. De un costo real de unas decenas de euros que cuesta tal análisis
tendrá usted que pasar a pagar varios cientos de euros. Sin duda, los de
siempre, sean, en primer lugar y sobre
todo, las grandes corporaciones farmacéuticas y los negociantes de la sanidad
privada o los simples tenderos ( desde luego sólo algunos y no la mayoría cuya
honradez está fuera de toda duda) comportándose como auténticos “buitres de
rapiña” están aprovechando las situaciones reales o creadas de necesidad para
hacer su agosto en esta primavera de coronavirus.
Que esto es una realidad y un problema, lo demuestra una de las medidas
que está dispuesto a tomar el actual gobierno para acabar con tales abusos (y
que, por cierto, debería ya haber arbitrado): fijar el precio de tales productos y procurar que se produzca el
suficiente abastecimiento de los mismos
para acabar con tales abusos. Esperemos que así sea. ¡Ah, y que, dado lo visto,
en la nueva ley de educación que va a iniciar su trayecto parlamentario, la
educación en valores cívicos y humanos sea una parte esencial del currículo. A
ver si en la próxima epidemia que, sin duda, llegará, las nuevas generaciones
nos miren a nosotros como contraejemplo para enfrentarse a ella.
(PUBLICADO EN LAS
PÁGINAS DE OPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
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