lunes, 31 de julio de 2017

                      INDECENCIA
                                 JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS






El pasado jueves en una reunión de ministros del    Interior de la Unión Europea en Tallin (Estonia) nuestro ministro del ramo, Juan Ignacio Zoido realizó una declaraciones que han levantado una oleada de estupor e indignación  entre las ONG que se dedican a a la ayuda en el Mediterráneo a los inmigrantes que tratan de huir de la miseria y la muerte que los amenaza en Asia y África en muchos casos producidas por las injerencias e intereses de los países que ahora les niegan la entrada y los expulsan del espacio europeo a pesar de las leyes internaciones del derecho de asilo que la Unión Europea tiene reconocidas.
Zoido, ministro de un partido integrado en el Grupo del Partido Popular Europeo, de inspiración “democristiana”, ha declarado sin ninguna clase de rubor, que la actuación de esas ONG que, sin más ayuda que la que les proporciona la sociedad civil, salvan miles de vidas de esos migrantes (en lo que llevamos de año han sido ya más de dos mil los migrantes recatados), no son sino un efecto llamada para esos inmigrantes irregulares y potenciadora de las mafias de traficantes de carne humana. Y que, en consecuencia, deben tomar conciencia de ese “efecto negativo” que está teniendo su labor en el Mediterráneo y que deben aceptar el “código de conducta” que Italia trata de imponerles en su acción humanitaria.
 |Es posible que este señor pueda creerse de verdad que si las ONG dejaran de actuar remitiría el flujo de migrantes! Está claro que todo un ministro del Interior debería saber que la guerra y la miseria  son el verdadero “efecto llamada” que produce ese éxodo que ya tiene caracteres de bíblico y no la ayuda desinteresada y humanitaria  que les proporcionan las ONG, que es siempre además insuficiente y parcial por la falta de apoyo de las instituciones europeas.
 Ayuda que  por razones de ética y humanidad  y derechos humanos que están reconocidos y amparados por numerosos tratados internacionales suscritos por la Unión Europea e incluso, como en el caso de España, en su propia Constitución,  deberían de prestar los propios Gobiernos europeos. El argumento que apunta el ministro, que no es sino el que hemos oído muchas veces a su propio presidente, el señor Rajoy, es el de que la ayuda hay que prestarla en los países de origen emisores de los migrantes. Y el  señor Zoido (me imagino que su conciencia no, porque si no habría que considerarle “idiota”, en el sentido etimológico del término, esto es, sin ideas y lo que es peor, sin sentimientos) se queda tan tranquilo. Porque todos sabemos menos él y tampoco su presidente que ha abundado también en ese argumento, que el monto dedicado por el PP  a la ayuda al desarrollo  está en sus mínimos históricos  y que la mayor parte de ella la dedican a reforzar la frontera sur colocando concertinas y aumentando su vigilancia (que, desde luego, tampoco tienen éxito en su “disuasoria” intención de limitar los flujos migratorios). Quizás, el señor Zoido, flamante ministro del Interior, podría hacer en cambio algo más positivo que sus desgraciadas declaraciones para atajar una de las principales  causas del éxodo en los países de origen procurando que el comercio de armas de España con algunos de los países emisores estuviese más controlado.
   De todas las maneras todos sabemos, que el problema no es de Zoido, sino de la política migratoria del PP que se alinea en este aspecto más con los  Gobiernos de los países de la Unión  más xenófobos como Polonia y Hungría que con los que lo son – o  al menos lo parecen- menos como es el de la señora Merkel, sin entrar en el análisis  las razones de fondo que tiene para ello.       
      ( Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)

martes, 11 de julio de 2017

Una historia ideaalista de los Derechos humanos

    UNA HISTORIA IDEALISTA DE LOS DERECHOS HUMANOS

                                                      JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS







 En este libro, “La invención de los Derechos Humanos” (Tusquets Editores, 2009), la historiadora y profesora  norteamericana, especialista en la historia de la Revolución francesa, Lynn Hunt  pretende, infructuosamente a mi entender, explicar la génesis de los derechos humanos y, en coherencia con esa explicación, trazar su historia hasta hoy.
Las menciones a los “derechos humanos” o  “derechos del hombre” comienzan a ser frecuentes en la segunda mitad del siglo XVIII en los medios intelectuales ilustrados, aunque  sin especificar en principio los derechos concretos a los que aluden. Va a ser en las primeras declaraciones de los derechos humanos que se proclaman en el siglo ilustrado cuando aparezcan expresamente mencionados cuáles son esos derechos: la Declaración de Derechos de Virginia (1776), la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y el  Ciudadano (1789).
 En todas esas menciones y en las tres Declaraciones, los derechos humanos se consideran como naturales (inherentes a todos los hombres), iguales (los mismos para todos) y universales (validos en todas las partes). Como también se  entienden esos derechos como “evidentes”, esto es, que no necesitan explicación (“Sostenemos como evidentes estas  verdades…”, escribió Jeffeson en la Declaración norteamericana).
  En esa “evidencia” está, según Lynn Hunt, la clave del origen de los derechos humanos. Con raíces en los siglos anteriores, cristaliza ahora en la segunda mitad del siglo XVIII,  una nueva mentalidad .y sensibilidad. Éstas se basan, por una parte, en  un creciente reconocimiento de la autonomía personal  que implica tanto un avance de la individualización, como una nueva actitud ante el cuerpo. Y, por otra, en un sentimiento de empatía que presupone la convicción de que los demás piensan y sienten como nosotros. Así, pues, las prácticas culturales que se derivaron de esa nueva mentalidad terminaron finalmente convirtiéndose en  “evidentes” y reconociéndose  como derechos del hombre o derechos humanos, cuya salvaguarda alcanzó su dimensión política cuando aparecieron  en las Declaraciones de derechos.
Tal y como lo plantea la historiadora norteamericana la genealogía de los derechos humanos no es sino exclusivamente -o prioritariamente- un cambio de mentalidad, un cambio en las mentes individuales. Pero- según mi entender- esa explicación supone un salto en el vacío, pues el origen de ese cambio lo deja en la oscuridad. Aunque sí concede una gran importancia a la difusión de esa nueva clase de mentalidad y de las prácticas culturales inherentes a ella. Sobre todo, a través de la lectura de las crónicas de torturas y de las novelas epistolares que desarrollan en los lectores  los sentimientos  de empatía o de la integridad del cuerpo que a su vez se van a transformar en los nuevos conceptos políticos y sociales de los derechos humanos. Estamos, pues, en el polo opuesto  de la crítica marxiana de los derechos humanos como ideología de la burguesía. Esto es, ante un reduccionismo  psicologista  de clara  inspiración idealista.
    La autora  debe hacer verdaderos equilibrios para que su explicación de la evolución histórica de los derechos humanos  sea coherente con la interpretación que da  de su origen. Así las explicaciones que nos propone  para resolver la contradicción entre su creciente violación desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, y el indudable y simultáneo aumento de la mentalidad pro derechos humanos, son confusas y poco convincentes.  
 Sin embargo, desde una interpretación no idealista de la génesis de los  derechos humanos, ésa y otras no serían sino falsas contradicciones. Y, desde luego, podríamos prop(PBoner medidas más adecuadas para conseguir avanzar en su cumplimiento.   

(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE “LA NUEVA ESPAÑA” DE  OVIEDO