O NOS SALVAMOS
TODOS O NO HAY SALVACIÓN.
JULIO
ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Está claro que la solución
definitiva (tanto de la crisis sanitaria como la económica y social que ha causado la pandemia) pasa por la vacunación. Pero para esta
vacunación sea realmente efectiva, es necesario que llegue a toda la población
mundial. La alternativa parece clara: o nos salvamos todos o no hay salvación.
Y tal y como se está produciendo el
proceso de vacunación no parece que se
esté avanzando en esa dirección. El 86 % de todos las vacunas ha sido destinado
hasta ahora a los países ricos y sólo el
0;1% ha ido a parar a los denominados países del Tercer Mundo.
Y el
mayor obstáculo para conseguir esa difusión de la vacuna para toda la humanidad
está claro que no es sino el que regula en el mundo capitalista el sistema de
propiedad intelectual. La propiedad de las patentes de las vacunas es de las
empresas farmacéuticas que las producen y existe, pues, el impedimento legal
que establece la Organización Mundial del Comercio (OMC) de la producción y comercialización libre
de las mismas. Limitaciones que impiden que éstas puedan ser llevadas a cabo
por los países pobres en función de las necesidades sanitarias de su población.
No es extraño, pues, que Sudáfrica e India hayan reclamado a la OMC
permiso para saltarse las normas legales que regulan el control de las patentes
y así poder producir las vacunas libremente en sus países. O que 175 líderes
mundiales hayan pedido a Biden no sólo
su apoyo para que apoye su petición de liberar la regulación de las patentes para la
producción y comercialización libres de las vacunas, sino también que Estados
Unidos coordine y dirija una campaña de
inversión global en la producción de esas vacunas para abastecer de ellas a
toda la población mundial, incluidos los países pobres.
El abuso de las empresas farmacéuticas que las están produciendo y
comercializando es evidente. Incluso incumplen sus compromisos con los países
que habían contratado su producción y abastecimiento. Aún y a pesar de haber recibido importantes ayudas públicas
para producirlas. AstraZeneca parece ser, por ejemplo, que ha recibido el 97 % de inversión pública para
desarrollar su vacuna.
No se puede esperar, pues, de ningún modo que tales
empresas imbuidas del espíritu más rastrero del capitalismo den solución al
abastecimiento de vacunas a toda la población mundial aunque sólo sea por
razones de interés de la supervivencia del propio capitalismo o de la defensa
de sus intereses a largo plazo.
Desde luego, ese pretendido plan coordinado de inversión planificada y levantamiento de
las leyes restrictivas de las patentes, me da la impresión de que no tiene nada
que ver en general con planteamientos éticos humanitarios que no dudo, por otra parte, que hayan
estado presentes en algunos de
los firmantes de la petición al presidente norteamericano. Y desde luego esta
endiablada situación pone de manifiesto
un hecho que cada vez se repite con mayor frecuencia en el mundo globalizado que
ha traído el capitalismo neoliberal: la falta de instituciones
supraestatales de nivel mundial que
tengan competencias y capacidad para tomar decisiones sobre problemas de escala
mundial.
(Artículo publicado en las páginas
de opinión de La Nueva España, de Oviedo)