martes, 29 de agosto de 2017

LA CIA ASESINÓ A TRES MARINOS ESPAÑOELS EN CUBA

esclasificación de sus archivos aclara el atentado a un mercante en 1964
LA CIA ASESINÓ A TRES MARINOS ESPAÑOLES EN CUBA

                                           Tomás Vaquero Iglesias. Piloto de la Marina Mercante
                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias Catedrático e historiador


     
jOESE VAQUERO IGLESIAS, OFICIAL DE MÁUINAS, ASESISINADO  POR LA CIA EN EL SIERRA ARÁNZAZU CON  OTROS EL CAPITÁN Y OTRO OFICIAL DE PUENTE 









Al novelista y miembro de  la Real Academia  de la Lengua Española, Luis Mateo Díez, que escribió en “Lunas del Caribe” una hermosa historia sobre estos hechos y nuestro hermano, con nuestro agradecimiento


  El 13 de septiembre de 1964, el buque mercante español “Sierra Aránzazu” con carga general, muñecas y alimentos, y destino a La Habana, fue atacado, sin previo aviso y salvajemente, cuando navegaba  cerca de las costa de Cuba por dos lanchas de asalto  que causaron la muerte de tres de sus tripulantes: el capitán y dos oficiales. Todavía hoy cuarenta y seis años después, la  finalidad y la autoría del atentado, atribuida a grupos de exiliados anticastristas, siguen sin ser desveladas
La reciente desclasificación de los archivos de la CIA nos  permite, sin embargo, tener numerosos indicios y algunas  pruebas documentales fehacientes de quiénes fueron sus autores y de la intervención de la CIA en el mismo como inductora y participante directa en aquel brutal atentado. Éste es el relato de aquellos hechos.
El contexto del atentado
            Tras la “crisis de los misiles” en 1963 y el acuerdo con la Unión Soviética, la política hacia Cuba del presidente Kennedy dio un giro estratégico. Éste prometió a Kruchev cejar en sus intentos de invadir la isla  y con ello vino el fin de la operación Mangosta, uno de cuyos múltiples objetivos era crear, a través de la subversión, un frente contrarrevolucionario dentro de Cuba. Pero no supuso el abandono del hostigamiento a la revolución cubana, sino la utilización para ello de otros métodos  como eran el aumento de la presión diplomática sobre el régimen de Castro, la guerra económica con la intensificación del bloqueo y la continuación de los planes subversivos,  a través del apoyo a los grupos de exiliados que estaban bajo el control de la CIA desde su estación en Miami,  JM/ WAVE, que continuó existiendo y actuando a pleno rendimiento.   
Controlado y financiado por la CIA, el principal de los grupos anticastristas que operaban en el Caribe, era el Movimiento de Recuperación Revolucionaria  (MRR),   dirigido por Manuel Artime Buesa, conocido como “el chico de oro” de la CIA, quien  había tenido un papel protagonista como dirigente en la  Brigada 2506 en la fracasada invasión de Bahía Cochinos. El MRR fue financiado generosamente por la CIA: 4.933.293 dólares entre junio de 1963 y junio de 1964 para costear  armas, gastos de mantenimiento de  barcos, y compra de una avioneta y pequeños botes y pagar la nómina de los 385 hombres con que contaba la organización terrorista en los campos de entrenamiento de Nicaragua y Costa Rica, adonde se había desplazado el MRR en 1963 para que sus operaciones se realizasen fuera del territorio  de Estados Unidos y  eximir así de responsabilidad al Gobierno norteamericano. .
Para gestionar la dirección de esa nueva política hacia Cuba y organizar  los planes contrarrevolucionarios contra la isla, se creó la Oficina de Coordinación de Asuntos Cubanos, cuyo coordinador asumía la responsabilidad tanto de las operaciones legales en relación con la isla como de las  acciones terroristas encubiertas. Entre éstas,  la de contactar con posibles disidentes dentro del ejército cubano para invadir Cuba y  derrocar a Castro.
 Tras el asesinado de Kennedy en noviembre de 1963, el nuevo presidente, L. B. Johnson. mantuvo, en líneas generales, la  política de su antecesor hacia Cuba, pero con ciertos matices, como eran los  de establecer un control más efectivo sobre los grupos anticastristas y acentuar aún más el bloqueo comercial sobre Cuba.  Sin duda, esa nueva situación era el caldo de cultivo idóneo  para que el MRR- deseoso de justificar la abundante financiación que recibía de la CIA que corría el peligro de suspenderse-,  y la  propia Agencia- con la intención de acabar de una vez con el comercio hispanocubano, que se había convertido en un balón de oxígeno para Castro- organizasen un sonado atentado contra alguno de los barcos españoles que llevaba mercancías a Cuba
Por parte española, la política de mantener relaciones comerciales con la Cuba revolucionaria fue una decisión personal de Franco. Decisión que vino determinada por el peculiar y contradictorio sentimiento “antinorteamericano” del dictador derivado de la derrota del ejército español en el 98; pero que  era también consecuencia de su pasión como gallego por todo lo referido a la isla caribeña, nacida de la estrecha vinculación entre  Galicia y Cuba a causa de la tradicional y numerosa colonia de esa región  en la isla. Por ello, ni el famoso incidente del embajador Lojendio con Castro ante las cámaras de la televisión cubana, ni el bloqueo norteamericano que produjo la “crisis de los misiles” cambiaron su decisión inicial  de seguir manteniendo relaciones comerciales y políticas con la Cuba de Castro. 
El ataque y sus repercusiones
Las medidas estrictas de bloqueo económico de Cuba de la Administración Kennedy a  partir del 25 de octubre de 1962 que establecieron la negativa a admitir en puertos norteamericanos a barcos que participasen en el tráfico cubano, llevaron a la Compañía  Trasatlántica Española a abandonar sus viajes a la isla. Con el permiso personal y directo de Franco, el comercio hispanocubano continuó con los barcos de Marítima del Norte y las mercancías de Cilasa, compañía que venía comerciando activamente con Cuba. Desde el inicio de ese nuevo tráfico, a base de mercancía general, no prohibida por el bloqueo, hasta el ataque al “Sierra Aránzazu”, se habían realizado veinte viajes a Cuba con plena normalidad, a pesar de la fuerte presión americana y las frecuentes protestas de los exiliados anticastristas.
El domingo, 13 de septiembre de 1964, el “Sierra Aránzazu” navegaba a 70 millas del extremo oriental de la costa cubana. A mediodía, un avión de reconocimiento norteamericano sobrevoló el barco, y sobre las 20 horas, después de que una lancha desconocida se acercase al mercante identificándolo, dos lanchas rápidas, una  por babor y otra por estribor, procedentes de un buque nodriza, sin previo aviso y ninguna identificación, abrieron fuego de ametralladora con balas perforadoras, incendiarias y explosivas, y disparos de cañón preferentemente sobre el puente, los alojamientos y la superestrusctura del barco, con claro ánimo de causar los mayores daños humanos y materiales. El resultado fue el incendio del buque y tres marinos gravemente heridos y otros siete de  distinta consideración. En el bote en el  que la tripulación abandonó el buque fallecieron el capitán, Pedro Ibargurengoitia (42 años, de Algorta –Vizcaya), el tercer oficial de máquinas, José Vaquero (23 años, de Villablino- León) y, más tarde, en el barco holandés- PG Thulin- que los recogió y evitó con ello una tragedia mayor, el segundo oficial de puente, Francisco Javier Cabello (30 años, de Vigo- Pontevedra).  
La noticia del atentado fue recogida  por la prensa de todo el mundo y en España levantó una ola de indignación que se expresó, incluso, con una manifestación ante la embajada americana en Madrid y algunos actos de protesta en otros puntos de España. Los féretros de los marinos asesinados fueron recibidos con  honores oficiales en el aeropuerto de Barajas y una conocida emisora de radio promovió una suscripción popular para  la concesión  de medallas a las víctimas y hasta  el Gobierno cubano envió una indemnización a las familias y descubrió una placa en La Habana en su recuerdo. Sin embargo, la verdadera y auténtica reparación quedó sin realizarse. La petición del  Gobierno español ante la Secretaria de Estado norteamericana para la identificación de los autores no obtuvo ningún resultado. El informe encargado al FBI no aclaró nada y el informe definitivo prometido por la Secretaria de Estado nunca vio la luz.  
La participación de la CIA y el Gobierno franquista
            Las hipótesis que se han venido manteniendo sobre la autoría y las razones del atentado quedan hoy invalidadas por los indicios y datos con que contamos procedentes de la documentación desclasificada de los archivos de la CIA y otras fuentes. La autoría fue obra  del MRR desde una de sus bases en Nicaragua y se llevó a cabo por un buque nodriza que alojaba dos lanchas rápidas de  asalto que fueron las que realizaron el ataque. El ejecutor del mismo fue el grupo anticastrista MRR dirigido por Artime  Constatar;  que el autor del atentando fue el MRR es lo mismo que decir que fue obra de la CIA, dado el total control financiero y operativo que la Agencia tenía sobre este grupo anticastrista. Pero es que, además, hay indicios documentales de la participación en el mismo de miembros de la Agencia. Queda fuera de toda duda, por otra parte, que la acusación  de que los autores habían sido los cubanos no fue sino una intoxicación procedente de la Oficina de Coordinación de Asuntos Cubanos y de la CIA.
            En cuanto a la finalidad del atentado, tampoco puede aceptarse la hipótesis muy  difundida de que el ataque fue una especie de venganza de los anticastristas contra el barco español, porque en su viaje anterior  se había descubierto un polizón cubano a bordo y el capitán lo había devuelto a la isla, entregándolo a las autoridades castristas. La falsedad de esa interpretación ha sido rebatida por la propia Naviera Marítima del Norte y no existe ninguna prueba documental contrastada de haberse producido ese hecho, que hay que interpretarlo también como un rumor propalado con una función interesada y  justificadora procedente de los medios del exilio cubano.
               Cuando las protestas del Gobierno español arreciaron y ya era evidente la intervención del MRR, Artime y la CIA difundieron la interpretación de que el atentando no había sido un plan premeditado sino el resultado de un error fatal. El barco del MRR se habría encontrado por “casualidad” con el “Sierra Aránzazu”, confundiéndolo con una de sus presas más apetecidas, el buque cubano “Sierra Maestra”. Además de ser inaceptable tal “confusión” como demuestra el relato de los hechos, hemos encontrado entre la documentación desclasificada un cable de un agente de la CIA dirigido a la Central  que nos demuestra sin ningún tipo de dudas que el ataque  fue previa y cuidadosamente organizado. A la vez que su contenido nos permite constatar otra vez la participación en el mismo del MRR y la sorprendente revelación de que la policía  española había averiguado su carácter premeditado y, consecuentemente, que el Gobierno franquista tuvo ya en aquellos días conocimiento de ello.
En el mencionado cable, el agente informa a la CIA de una reunión que había tenido con un tal Blanco, en la que éste le comenta  su intención de viajar a París para llevar a cabo determinados planes para el asesinato de Fidel Castro, y le informa que en la capital francesa mantendrá un contacto con “la persona que organizó  el ataque al “Sierra Aránzazu” mediante el pago al radio operador que envió  la posición a las naves atacantes”, y que ese radio operador “había contado todo a la policía española”.
  El citado Blanco no era sino el cubano Alberto Blanco Romariz, uno de los más estrechos colaboradores del oficial de alta graduación del ejército cubano Rolando Cubela Secades,  que era cabeza de un grupo disidente  del ejército castrista colaborador con la CIA en un plan para asesinar y derrocar  a Castro en connivencia con Manuel Artime y el MRR. Es plausible suponer que la mencionada cita de Blanco en París era con algún miembro del MRR para la organización del “gran plan” de matar al presidente cubano.
Durante cuarenta y seis años este vandálico acto de terrorismo de Estado  se ha mantenido oculto- con la connivencia del Gobierno español de aquel tiempo- tras un espeso e interesado manto de silencio.  Pero las revelaciones que muestra por vez primera esta revista permiten establecer la verdad histórica acerca de aquel atentado. Sólo falta obtener una suerte de justicia moral en memoria de los tres marinos españoles asesinados y el resto de la tripulación masacrada.


(PUBLICADO EN LA REVISTA ATLÁNTICA XXII)

lunes, 7 de agosto de 2017




               RÉQUIEM POR  UNA LIBRERÍA
                            Julio Antonio Vaquero Iglesias     





Me  escribe  Julio  Rojo, el actual propietario de la centenaria Librería Ojanguren, anunciándome su cierre definitivo en Septiembre y la noticia me produce la angustia que me generan las noticias sobre la frecuente desaparición de librerías de cierta tradición que la crisis económica  y los nuevos modos de venta  de libros por internet está originando al avizorar con ello el próximo final de lo que algunos de aquellos establecimientos significaron para los que éramos asiduos clientes  de ellos. Una verdadera  librería era para nosotros,  como lo fue Ojanguren, no sólo un “comercio” de venta y compra de libros, sino un lugar de culto dada su función de transmisión de cultura  en el  que se podían seguir las novedades editoriales que exhibían sus anaqueles, mientras aquello fue posible, hojear los libros y diseñar nuestro programa de lecturas mensual o trimestral.
Pero  era también, como en algunas de aquellas  librerías de antaño,  un lugar de sociabilidad, de encuentro, de intercambio cultural y hasta de mentidero donde uno podía enterarse de sabrosas noticias y toda clase rumores sobre el mundo cultural, profesional y político. Fue, sin duda, también nuestra librería una verdadera institución cultural  por  su atención a las demandas de libros de la Universidad ovetense, sobre todo, de obras y libros de texto de Derecho, Lengua e Historia de la Literatura y Ciencias Sociales  Y de obras y libros de texto para los institutos de enseñanza secundaria de nuestra ciudad. Y lo fue también con su provisión de libros  para las bibliotecas  públicas, las facultades universitarias y los institutos. Así como la especial  atención que  siempre dedicó a los libros de origen o temática asturiana.  
         Esa  angustia que me produce la noticia de ese cierre  como principio del fin de esa clase de librerías como lo fue  Ojanguren se desdobla también en una profunda nostalgia de lo que significó para mi vida como para  las de otros muchos de nosotros ese establecimiento. La visita semanal constituía un elemento esencial del ritual de nuestra vida, como lo podían ser la asistencia al cine o al teatro o a cualquier otra actividad cultural. Repaso  las estanterías de mi biblioteca personal y los alrededor de 2500/3000 libros que la componen  y calculo que al menos un 60/70%  tienen su procedencia de la librería ovetense. Lo que significa que gran parte de mi bagaje cultural ha tenido su origen en libros adquiridos en esa librería.
 En ella, he hecho amigos o he encontrado a otros cuyo contacto creía ya haber perdido; en ella se han vendido  mis libros o he logrado encontrar gracias a la eficacia de su personal otros que eran de difícil localización o tenían procedencia extranjera. En ella, he constatado cómo la confianza que la librería que depositaba en sus clientes era plena como ocurría con el servicio que te permitía llevarte a tu domicilio los libros en examen para saber si te interesaban o no. En ella, en fin, he sentido esa inefable sensación, que sólo pueden entender los que amamos a los libros, de encontrar y acariciar el libro que buscábamos o la que produce el hallazgo inesperado del libro desconocido que descubrimos por azar curioseando por las estanterías.    
    Y qué decir de los profesionales que atendían la librería. Eran, en general, además de eficientes, personas de gran amabilidad y buen trato. No ha habido consulta sobre publicaciones, títulos y pistas  de libros sobre cualquier tema que  no te resolviese José María, una de las personas que he conocido que más saben de libros y del mundo editorial. La relación con los trabajadores se convertía en muchas ocasiones en amistad y uno recuerda, por citar sólo algunos de los últimos años, y aunque sea por ello injusto con otros muchos, a Begoña, uno de los puntales de la casa. O a Cristina y  Lilián, dos grandes profesionales del mundo de los libros, además de personas entrañables y amigas ya para siempre. Porque con ellas se cumple la tradición de que las relaciones de  amistad que se hacen  en torno a los libros son eternas.
       Puede estar seguro el señor Rojo que su librería, en su etapa y a lo largo de toda su historia, cumplió con creces esa labor de institución difusora de cultura, que está muy por encima de su función como mero negocio de venta libros y, por ello, forma ya parte ineludible de la historia cultural de Oviedo. Y que su positivo recuerdo es ya parte de la memoria de varias generaciones de lectores ovetenses y asturianos.

(PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)