ROOSEVELT PERDIÓ LA BATALLA DEL WOLFRAMIO
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Las relaciones de EEUU con el franquismo
durante la Segunda Guerra Mundial alcanzaron
su mayor tensión con “la batalla del
wolframio”
El historiador catalán Joan Maria Thomàs
es uno de los más profundos conocedores de un tema no excesivamente estudiado (y por ello no muy conocido) de la historia de las relaciones exteriores del franquismo
como es el de sus relaciones con Estados Unidos. De hecho, Thomàs ya a nos había ofrecido una aproximación a esas relaciones en un
anterior libro para el período de la guerra civil (1936-1941). Este libro que publica ahora sobre ese mismo tema, La Batalla
del Wolframio. Estados Unidos y
España de Pearl Harbor a la Guerra Fría (1941-1947) (Cátedra, 2010), no es, pues, sino una continuación del anterior.
La España franquista fue uno de los más importantes escenarios de la
guerra económica que enfrentó a nazis y aliados durante la Segunda Guerra
Mundial, y el episodio principal de esa guerra, por sus implicaciones y consecuencias, fue, sin duda, la llamada “batalla
del wolframio”. El wolframio, con importantes yacimientos en Portugal y el
noroeste español, es un metal que, por su
elevado punto de fusión permite la fabricación de aceros de especial dureza
y es por ello utilizado en múltiples
usos por la industria de armamento:
blindajes, endurecimiento de proyectiles como las puntas de las granadas
antitanques, motores de aviación, cohetes … De modo que, de no tener
prácticamente ningún valor, en vísperas de la guerra, el wolframio se convirtió
con el conflicto bélico en un metal de gran valor estratégico (sobre todo, para
el régimen nazi, puesto que Alemania carecía de yacimientos) y, consecuentemente,
el “oro gris- acero” español alcanzó un alto
precio ( la tonelada llegó a venderse a 285. 000 pesetas) dada la elevada demanda
tanto de Alemania para su industria militar como por parte de los aliados, en
este caso, más por razones preventivas (dificultar su adquisición por los
nazis) que por verdadera necesidad, ya que Reino Unido y Estados Unidos tenían
en abundancia otro metal sustitutivo como era el molibdeno
Después de una etapa de subordinación a la política exterior del Reino
Unido hacia el régimen franquista, dirigida claramente al objetivo de lograr
que España no entrase en la guerra mundial al lado de los nazis, Roosevelt, en
1941, meses antes de Pearl Harbor, cambió su estrategia endureciendo su
política exterior hacia el régimen franquista. En noviembre de 1943, tras haberse fijado en la Conferencia
de Teherán la primera fecha del desembarco de Normandía, la Administración
norteamericana, apoyada por una opinión pública decididamente contraria al
régimen de Franco, adoptó la medida de cortar el vital aprovisionamiento de
petróleo a España hasta que la dictadura franquista no suspendiese sus ventas de wolframio a la Alemania nazi.
Al menos de manera radical en los seis meses siguientes que era el plazo que
estimaban necesario para que la privación del wolframio a la industria de
guerra alemana podía traducirse en la pérdida de capacidad destructiva del
armamento alemán ante el proyectado desembarco aliado.
El ministro de Asuntos Exteriores
español, conde de Jordana, anglófilo convencido, logró con el apoyo del
embajador norteamericano Hayes, partidario de una actitud más flexible con el
Gobierno español, que se abriesen negociaciones con el objeto de hallar una
solución negociada a esa radical medida
norteamericana y en el ínterin se suspendiesen las ventas de wolframio a los
nazis. Durante cuatro meses, entre enero y abril de 1944 se desarrollaron esas
negociaciones que se conocieron como “la batalla del wolframio“. El autor nos
relata esas negociaciones con una profusa documentación y de manera tan
minuciosa que, a veces, los
detalles impiden ver el conjunto, esto es, aquello de los árboles que no dejan ver el bosque.
El asunto era de tal importancia que en esas negociaciones intervinieron
directamente Roosevelt, Churchill y Franco, y no sólo estuvieron a punto de
causar una división entre norteamericanos e ingleses por la postura más
flexible de éstos debido a sus intereses comerciales con España, sino también
una profunda divergencia dentro del Gobierno español, entre el conde de Jordana
y el ministro de Comercio e Industria, Demetrio Carceller (que tenía intereses
privados en ese comercio e, incluso, promocionó el contrabando de wolframio
durante las negociaciones ) y el sector falangista, pues éstos no eran
partidarios del intento de esa solución negociada. Y pretendían, por razones
económicas e ideológicas, continuar con la venta libre del wolframio a Alemania
e, incluso, consiguieron que el Consejo de Ministros aprobase
un importante crédito para que los nazis (que debían pagar el wolframio en
pesetas) continuasen comprándolo sin ninguna limitación. Contaban con el apoyo
de Franco que adoptó ante el problema un doble juego. No desautorizó de manera
tajante la actitud de los oponentes a la negociación, aunque, en definitiva, era
partidario de llegar al acuerdo con los anglonorteamericanos. Finalmente la
Administración norteamericana cedió para no romper la alianza
anglonorteamericana y el 4 de mayo de 1944 se firmó el acuerdo que aprobó la venta limitada del wolframio
español a los nazis. Roosevelt había sido vencido en la “batalla del wolframio”.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTRUA, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)