LA RECONQUISTA COMO GUERRA SANTA
Julio Antonio Vaquero Iglesias
El término “Reconquista” expresa la
recuperación “manu militari” por los reinos cristianos del territorio peninsular arrebatado
a los visigodos en 711 por los islamitas.
Ese proceso duró ocho siglos, esto es,
la mayor parte del Medioevo español, y durante gran parte de ellos los
musulmanes ocuparon y dominaron casi todo el territorio del solar ibérico. Sin
duda, ese hecho constituye una de las singularidades más notorias del proceso histórico de la Península Ibérica en relación con el del
resto del Occidente latino y lo diferencia de los seguidos por las otras
grandes naciones europeas como Francia, Inglaterra o Alemania.
Las interpretaciones de la Reconquista
No es, pues, extraño que la “Reconquista” se haya concebido por los historiadores como uno de los períodos seminales del
proceso histórico de la Península Ibérica, en el que se deben encontrar,
consecuentemente, algunas de sus claves explicativas fundamentales. Esto es
evidente, sobre todo, claro está, en el caso de la historiografía nacionalista española de los siglos XIX y XX, algunos de cuyos más
conspicuos representantes, con una evidente carga esencialista y teleológica,
han proyectado desde el presente histórico ese pasado reconquistador como una de las etapas decisivas de la formación del estado- nación que
emergió en el siglo XVIII y tomó cuerpo en los siguientes siglos
contemporáneos. Etapa de la que procederían por ello algunas de sus características
permanentes y de los rasgos específicos, y desde entonces
invariables, de lo español.
Aun corriendo el peligro de caer en un
burdo esquematismo, casi podemos esbozar una clasificación de esas
interpretaciones en función del factor que se ha considerado en ellas como
determinante del proceso. Lo que no implica, desde luego, que éste no
apareciese combinado con otros de
carácter secundario, como fue, desde luego, el religioso, que dada la
omnipresencia de la Iglesia y la
religión en la época, entraría a formar parte de todas las combinaciones con
diferentes sentidos y grados de implicación.
Primero, y sin que esto suponga ninguna
prelación de importancia, están aquellas interpretaciones que consideran la
dimensión religiosa como elemento fundamental
y directriz del proceso reconquistador Dentro de éstas se pueden distinguir las que surgieron
en el contexto de la ideología del nacional-catolicismo que concibieron que esos objetivos religiosos
reconquistadores estuvieron en tan
estrecho maridaje con el nacimiento y el desarrollo de la nación española que
se convirtieron en su esencial seña de
identidad. Es el caso de las interpretaciones de García Villada y Ricardo García-Villoslada., que se
distinguen de aquellas otras que procedentes de historiadores liberales mantienen
esa dimensión religiosa de la Reconquista como son las de Américo Castro y Claudio Sánchez –
Albornoz, que, a su vez, dentro de ese referente común mantienen planteamientos
nítidamente diferenciados.
Otra clase de interpretaciones son las que basan su modelo explicativo en la primacía del factor político. El “deus
ex machina” de la Reconquista habría sido siempre recuperar el poder cristiano sobre el territorio
peninsular y restaurar la unidad política alcanzados por el reino visigodo,
como mantuvieron, entre otros y con matices, el filólogo e historiador Ramón
Menéndez Pidal y el historiador José Antonio Maravall, Y finalmente están las que ponen el énfasis en la idea de que el motor del proceso
reconquistador no habría sido ni la reconquista religiosa ni la restauración de
la unidad política perdidas, sino que su origen y desarrollo vendrían determinados por motivos más profanos y
pedestres como defender la independencia frente al nuevo poder invasor musulmán
y extender, sin ningún proyecto preconcebido, el dominio y la expansión
territorial por el territorio peninsular. Entre éstas, la que mayor difusión ha alcanzado y sigue teniendo aún vigencia
para algunos medievalistas fue la que propusieron a partir de los años setenta los historiadores Abilio Barbero y Marcelo Vigil que consideraron
que la Reconquista había sido protagonizada por los astures y cántabros como un
gesto de rebeldía e independencia frente a los nuevos invasores musulmanes, como
lo habían hecho anteriormente frente a los romanos y los visigodos y sin que
tuviera ninguna filiación con el anterior orden político visigodo. La posterior referencia al mismo en las crónicas
asturianas como un proyecto restaurador del reino visigodo no fue sino una construcción artificial, mera ideología justificadora que habría que
entender por lo tanto como “neogoticismo”.
La convivencia de moros y cristianos .
Lo cierto es que el avance
de la investigación histórica medievalista ha ido dejando sin cierto fundamento la mayor parte de esas interpretaciones. Sobre
todo, aquellas que, con una perspectiva esencialista y teleólogica, partían del
supuesto del contenido religioso como factor determinante de la Reconquista o
entendían su dimensión política como el elemento decisivo de su desarrollo. Y
esto es así desde el momento en que ese mejor conocimiento del
Medioevo hispano ha ido poniendo de relieve de manera cada más nítida en los
últimos años que hasta el siglo XII la convivencia entre cristianos y
musulmanes- como la de ambos con los judíos- y las frecuentes alianzas militares
entre unos y otros reinos fueron la tónica dominante durante la primera etapa
de la Reconquista. Basta leer la clara y aprovechable síntesis recientemente publicada por el medievalista y
catedrático de la Universidad de Valladolid, Julio Valdeón, Cristianos,
judíos y musulmanes (Crítica, 2007) sobre las relaciones en la España
medieval entre los creyentes de las tres
religiones del Libro para constatar la realidad de ese escenario histórico.
Pero ese escenario no se
mantuvo durante todo el Medioevo peninsular. Cambió de modo radical posteriormente cuando en el territorio ibérico
se difundió entre los cristianos la ideología más crudamente belicista de las Cruzadas y en el campo
musulmán se impuso una versión más
fundamentalista del yihad o guerra santa
musulmana por los nuevos invasores
almorávides y después por los almohades. Lo que rompió la convivencia anterior entre las tres
religiones del Libro y abrió una etapa de enfrentamiento y lucha que alcanzaría
su máximo paroxismo en los siglos bajomedievales, culminando en la expulsión de
los judíos y musulmanes durante el
reinado de los Reyes Católicos.
La reconquista como
guerra santa
Es
dentro de ese contexto
historiográfico en el que debe situarse este libro del historiador alemán Alexander
Pierre Bronisch, Reconquista y guerra Santa.La concepción
de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del
sgilo XII. Libro que, editado
por primera vez en 1998 en idioma alemán,
apenas ha tenido difusión en España y ahora, en 2006, debido
a sus interesantes planteamientos y aportaciones, se reedita acertadamente en español conjuntamente por los
Servicios de Publicaciones de las Universidades de Oviedo, Granada y Valencia.
Bronisch
vuelve a replantar en las páginas de su
libro el asunto de la dimensión
religiosa de la Reconquista. Como bien precisa en su título, lo circunscribe
temáticamente al análisis de la concepción de la guerra con la que los
cristianos hispanos se enfrentaron a los musulmanes, y lo limita cronológicamente a la primera etapa de la
Reconquista, la que llega hasta el siglo XII, umbral en el que, como hemos
visto, se situaría el momento de cambio de la iniciativa reconquistadora y de
paso a actitudes más fundamentalistas
tanto por parte cristiana como musulmana. Pero contrasta, además, esa
concepción con la que tuvieron los visigodos con el objetivo crucial, tal y
como está planteado el estado de la cuestión
historiográfica desde la teoría de
Barbero y Vigil, de saber si hubo continuidad
o ruptura entre los
planteamientos bélicos religiosos de los visigodos y de los cristianos de la monarquía asturiana, leonesa y navarra.
Expresado de manera más simple: si el proceso reconquistador que se inició en la Monarquía astur fue una
empresa original o mera continuidad de
la tradición visigoda, obra de indígenas o reacción de sectores resistentes
hispanogodos.
Para reconstruir ese discurso sobre la
guerra el historiador alemán utiliza como materia prima no sólo fuentes historiográficas como las crónicas de la época- las del ciclo de la
monarquía asturiana y las surgidas de
los otros núcleos cristianos-, sino
también fuentes litúrgicas como los
textos de los libros de misa o los del
ritual regio y, para tratar de conseguir
una confirmación de la práctica efectiva de esos gestos litúrgicos, extiende
además su análisis al objetivo de
determinar si el culto a la cruz y la
unción regia siguieron practicándose en
estos reinos cristianos Con esa
incursión en las fuentes litúrgicas y la
determinación de la práctica efectiva de ese ritual entiende el autor que la concepción de la
guerra que emana de su uso no sería sólo un discurso de los intelectuales de época, los clérigos, del
que participarían únicamente las
minorías dirigentes, sino una concepción
que entraría a formar parte de la comprensión y la mentalidad de la
mayoría de los fieles.
A través
de esas fuentes, el medievalista alemán reconstruye la concepción de la
guerra que hubo en la etapa visigoda hispana y constata su vigencia durante la primera etapa de la
Reconquista en la Monarquía asturiana y en los reinos de León y Navarra. Entiende
el autor que esa concepción bélica no es sino un modelo específico de “guerra
santa” que lo diferencia claramente del modelo
que se impuso después en el Occidente cristiano con las Cruzadas, el
cual, como hemos apuntado más arriba, terminaría finalmente difundiéndose también
entre los cristianos peninsulares y que procede, según se explica también en este libro, de una tradición religioso-
teológica de cuño franco, diferente de
la seguida por la Iglesia del reino
visigodo hispano.
Las
notas que definen esa concepción de “guerra santa” de los visigodos y de los cristianos de los
primeros núcleos resistentes a la invasión musulmana son su definida
inspiración en el modelo de concepción
de la guerra del Antiguo Testamento y con ella su claro contenido
providencialista. Dios es el autor de la guerra y los reyes y los ejércitos
cristianos, sus instrumentos. Pero el
origen de esa guerra divina está en los pecados de los nobles, del clero, del
pueblo de esos reinos y Dios a través de ella, con sus derrotas y sus
victorias, ese Dios providente, trata de
castigar esos pecados o premiar a sus fieles si siguen sus mandatos y
garantiza siempre el premio de la
victoria final sobre los paganos. Esto es, no se trata tanto de castigar a
éstos y convertirlos obteniendo con ello los bienes espirituales y recompensas
celestiales de la “guerra santa” de Cruzada, como de remediar las miserias
espirituales del pueblo de Dios.
El rey es, pues, un mediador divino, debe
ser santificado, de donde viene el gesto litúrgico de la unción sagrada que
parece ser que recibieron Alfonso II y
los otros monarcas astures así como los
reyes leoneses y navarros. De ahí todo
ese ceremonial religioso de despedida y llegada del rey y su ejército que
aparece descrito en la Regla litúrgica. El propio Dios estaría presente
en los acontecimientos bélicos simbólicamente representado en la cruz que la
Iglesia entrega al ejército cristiano y
éste porta en las campañas militares.
Simbolismo que explica el gran despliegue ritual del culto a la cruz que existe
en este período y que nos proporciona el
sentido simbólico original
de las más significativas y
veneradas cruces- relicario de nuestra Monarquía astur como la Cruz de los de
los Ángeles y la Cruz de la Victoria, dedicadas hoy, por cierto, a otros muy distintos
y, sin duda, más profanos menesteres simbólicos.
El relato de la batalla de Covadonga que nos
cuenta la Crónica de Alfonso III estaría, por ejemplo, claramente
penetrado por esa concepción de “guerra santa” con su propuesta de la
victoria milagrosa y providencial de un Pelayo instrumento divino sobre aquellos 187.000
musulmanes que significativamente se denominan en la fuente con el bíblico gentilicio
de caldeos. Sostiene, además, el historiador alemán, y ésta
quizás sea una de las aportaciones más
originales del libro, que ese relato de Covadonga refleja casi literalmente el texto litúrgico de una Missa de hostibus
o misa de guerra que fue escrita poco
después de la derrota visigoda a manos de los musulmanes y que prueba la
continuidad de esa concepción de la “guerra santa” visigoda entre los cristianos de la primeros reinos de
la Reconquista, que no hicieron sino seguirla y ampliarla.
A modo de conclusión
En conclusión, el libro de Brosnich parece volver a poner en vigencia la anterior
interpretación religiosa de la Reconquista. Permite en cierta manera la
conciliación entre la específica concepción de “guerra santa” que su investigación
saca a la luz para la primera etapa
reconquistadora y la cada vez más incuestionable realidad histórica de la convivencia de cristianos y
musulmanes en esos siglos iniciales del
Medioevo hispano. Y desde luego, de ser cierta,
echaría por tierra la mencionada interpretación de Barbero y
Vigil sobre el origen profano e indígena del proceso. Pero para que esa teoría pueda aceptarse sin reservas sería
necesario demostrar que esa concepción bélica tuvo una aplicación efectiva en
la práctica política reconquistadora de los primeros reinos cristianos. Y, como
el propio autor reconoce, ese análisis falta
en el libro. Además, aun suponiendo la certeza de sus tesis, esa conclusión
incluso podría ponerse en duda con
sólidos argumentos desde la perspectiva
de otros marcos teóricos. Lo que no desmerece, desde luego, la importancia de
este libro ni el interés que despierta su lectura.
CRISTIANOS CONTRA
CALDEOS
J. A. V. I
Tanto el relato de Covadonga que desarrolla la
Crónica de Alfonso III como el texto de la Missa de hostibus o
misa de guerra que Brosnich
considera como su antecedente, contienen los elementos básicos de la concepción
de la guerra santa que tuvieron los visigodos de Toledo y los cristianos hispanos de los primeros núcleos de
la Reconquista. No sólo Pelayo aparece en aquélla como un Judas Macabeo redivivo,
instrumento de Dios, y el providencialismo se
hace realidad con el milagro de
las piedras y las flechas, sino que hasta los musulmanes se convierten en caldeos y se
precisa su número con una cifra fantástica, pero que tiene una clara referencia
bíblica. Fueron, según el cronista, exactamente 187.000, número que no es sino
un “topos” bíblico que hacen referencia
a un pasaje del libro 2 Macabeos 5 que” recuerda- según escribe el medievalista
alemán, página 336.- a los 185. 000
guerreros de Senaquerib a los que mató Ezequías. La desviación en 2000 (…) se puede explicar como el resultado de que el cronista cita de
memoria o quizás por un error de la
primitiva crónica (….)”
EL CULTO DE LA CRUZ Y LA GUERRA SANTA
J. A. V. I