viernes, 24 de abril de 2015

La Reconquista como guerra santa

LA RECONQUISTA COMO GUERRA SANTA

Julio Antonio Vaquero Iglesias



El término “Reconquista” expresa la recuperación “manu militari” por los reinos  cristianos del territorio peninsular arrebatado a los visigodos en  711 por los islamitas.  Ese proceso duró ocho siglos, esto es, la mayor parte del Medioevo español, y durante gran parte de ellos los musulmanes ocuparon y dominaron casi todo el territorio del solar ibérico. Sin duda, ese hecho constituye una de las  singularidades más notorias del  proceso histórico  de la Península Ibérica en relación con el del resto del Occidente latino y lo diferencia de los seguidos por las otras grandes naciones europeas como Francia, Inglaterra o Alemania.
Las interpretaciones de la Reconquista
No es, pues, extraño que  la “Reconquista” se haya concebido  por los historiadores  como uno de los períodos seminales del proceso histórico de la Península Ibérica, en el que se deben encontrar, consecuentemente, algunas de sus claves explicativas fundamentales. Esto es evidente, sobre todo, claro está, en el caso de la historiografía  nacionalista española de los  siglos XIX y XX, algunos de cuyos más conspicuos representantes, con una evidente carga esencialista y teleológica, han proyectado desde el presente histórico ese pasado reconquistador como una  de las etapas decisivas  de la formación del estado- nación que emergió en el siglo XVIII y tomó cuerpo en los siguientes siglos contemporáneos. Etapa de la que procederían por ello algunas de sus características  permanentes y de  los rasgos específicos, y desde entonces invariables, de lo español.
Aun corriendo el peligro de caer en un burdo esquematismo, casi podemos esbozar una clasificación de esas interpretaciones en función del factor que se ha considerado en ellas como determinante del proceso. Lo que no implica, desde luego, que éste no apareciese combinado con  otros de carácter secundario, como fue, desde luego, el religioso, que dada la omnipresencia de la Iglesia  y la religión en la época, entraría a formar parte de todas las combinaciones con diferentes sentidos y grados de implicación.
Primero, y sin que esto suponga ninguna prelación de importancia, están aquellas interpretaciones que consideran la dimensión religiosa como elemento fundamental  y directriz del proceso reconquistador Dentro  de éstas se pueden distinguir las que surgieron en el contexto de la ideología del nacional-catolicismo  que concibieron que esos objetivos religiosos reconquistadores  estuvieron en tan estrecho maridaje con el nacimiento y el desarrollo de la nación española que se convirtieron en su esencial  seña de identidad. Es el caso de las interpretaciones de García Villada  y Ricardo García-Villoslada., que se distinguen de  aquellas otras que  procedentes de historiadores liberales mantienen esa dimensión religiosa de la Reconquista como son  las de Américo Castro y Claudio Sánchez – Albornoz, que, a su vez, dentro de ese referente común mantienen planteamientos nítidamente diferenciados.   
Otra clase de interpretaciones  son las que basan su modelo explicativo   en la primacía del factor político. El “deus ex machina” de la Reconquista habría sido  siempre recuperar  el poder cristiano sobre el territorio peninsular y restaurar la unidad política alcanzados por el reino visigodo, como mantuvieron, entre otros y con matices, el filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal y el historiador José Antonio Maravall, Y finalmente  están las que  ponen el énfasis en  la idea de que el motor del proceso reconquistador no habría sido ni la reconquista religiosa ni la restauración de la unidad política perdidas, sino que su origen y desarrollo vendrían  determinados por motivos más profanos y pedestres como defender la independencia frente al nuevo poder invasor musulmán y extender, sin ningún proyecto preconcebido, el dominio y la expansión territorial por el territorio peninsular. Entre éstas, la que mayor  difusión ha alcanzado y sigue teniendo aún vigencia para algunos medievalistas fue la que propusieron  a partir de los años setenta  los historiadores    Abilio Barbero y Marcelo Vigil que consideraron que la Reconquista había sido protagonizada por los astures y cántabros como un gesto de rebeldía e independencia frente a los nuevos invasores musulmanes, como lo habían hecho anteriormente frente a los romanos y los visigodos y sin que tuviera ninguna filiación con el anterior orden político visigodo. La  posterior referencia al mismo en las crónicas asturianas como un proyecto restaurador del reino visigodo  no fue  sino una construcción artificial,  mera ideología justificadora que habría que entender por lo tanto como “neogoticismo”.
La convivencia de moros y cristianos     . 
Lo cierto es que el avance de la investigación histórica medievalista  ha ido dejando sin cierto fundamento  la mayor parte de esas interpretaciones. Sobre todo, aquellas que, con una perspectiva esencialista y teleólogica, partían del supuesto del contenido religioso como factor determinante de la Reconquista o entendían su dimensión política como el elemento decisivo de su desarrollo. Y esto es así  desde el momento  en que ese mejor conocimiento del Medioevo  hispano ha ido  poniendo  de relieve de manera cada más nítida en los últimos años que hasta el siglo XII la convivencia entre cristianos y musulmanes- como la de ambos con los judíos- y las frecuentes  alianzas  militares  entre unos y otros reinos  fueron  la tónica dominante durante la primera etapa de la Reconquista. Basta leer la clara y aprovechable síntesis  recientemente publicada por el medievalista y catedrático de la Universidad de Valladolid, Julio Valdeón, Cristianos, judíos y musulmanes (Crítica, 2007) sobre las relaciones en la España medieval entre los creyentes de  las tres religiones  del Libro  para constatar la realidad de  ese escenario histórico.  
Pero ese escenario no se mantuvo durante todo el Medioevo peninsular. Cambió de modo radical  posteriormente cuando en el territorio ibérico se difundió entre los cristianos la ideología más crudamente  belicista de las Cruzadas y en el campo musulmán se impuso  una versión más fundamentalista  del yihad o guerra santa musulmana por los nuevos  invasores almorávides y después por los almohades. Lo que  rompió la convivencia anterior entre las tres religiones del Libro y abrió una etapa de enfrentamiento y lucha que alcanzaría su máximo paroxismo en los siglos bajomedievales, culminando en la expulsión de los judíos y musulmanes  durante el reinado de los Reyes Católicos.
La reconquista como guerra santa
Es  dentro de ese  contexto historiográfico en el que debe situarse este libro del historiador alemán Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra Santa.La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del sgilo XII. Libro que,  editado por primera vez en 1998 en idioma alemán,  apenas ha  tenido  difusión en España y ahora, en 2006, debido a  sus interesantes planteamientos y  aportaciones, se reedita acertadamente  en español conjuntamente   por los Servicios de  Publicaciones de las  Universidades de Oviedo, Granada y Valencia.
 Bronisch vuelve a replantar en las  páginas de su libro  el asunto de la dimensión religiosa de la Reconquista. Como bien precisa en su título, lo circunscribe temáticamente al análisis de la concepción de la guerra con la que los cristianos hispanos se enfrentaron a los musulmanes, y lo limita  cronológicamente a la primera etapa de la Reconquista, la que llega hasta el siglo XII, umbral en el que, como hemos visto, se situaría el momento de cambio de la iniciativa reconquistadora y de paso a  actitudes más fundamentalistas tanto por parte cristiana como musulmana. Pero contrasta, además, esa concepción con la que tuvieron los visigodos con el objetivo crucial, tal y como está planteado el estado de  la cuestión  historiográfica desde la teoría de Barbero y Vigil, de saber si hubo  continuidad  o ruptura entre los  planteamientos bélicos religiosos de los visigodos y  de los cristianos  de la monarquía asturiana, leonesa y navarra. Expresado de manera más simple: si el proceso reconquistador  que se inició en la Monarquía astur fue una empresa  original o mera continuidad de la tradición visigoda, obra de indígenas o reacción de sectores resistentes hispanogodos.    
Para reconstruir ese discurso sobre la guerra el historiador alemán utiliza como materia prima no sólo  fuentes historiográficas como  las crónicas de la época- las del ciclo de la monarquía asturiana y las  surgidas de los otros  núcleos cristianos-, sino también fuentes litúrgicas como  los textos de los libros de misa o los  del ritual regio  y, para tratar de conseguir una confirmación de la práctica efectiva de esos gestos litúrgicos, extiende además su análisis  al objetivo de determinar si el culto a la cruz  y la unción regia siguieron practicándose en  estos reinos cristianos  Con esa incursión en las fuentes litúrgicas  y la determinación de la práctica efectiva de ese ritual  entiende el autor que la concepción de la guerra que emana de su uso no sería sólo un discurso de los   intelectuales de época, los clérigos, del que participarían únicamente   las minorías dirigentes, sino una concepción  que entraría a formar parte de la comprensión y la mentalidad de la mayoría de los fieles.     
  A través  de esas fuentes, el medievalista alemán reconstruye la concepción de la guerra que hubo en la etapa visigoda hispana y constata  su vigencia durante la primera etapa de la Reconquista en la Monarquía asturiana y en los reinos de León y Navarra. Entiende el autor que esa concepción bélica no es sino un modelo específico de “guerra santa” que lo diferencia claramente del modelo  que se impuso después en el Occidente cristiano con las Cruzadas, el cual, como hemos apuntado más arriba, terminaría finalmente difundiéndose también entre los cristianos peninsulares y que procede, según se explica también  en este libro, de una tradición religioso- teológica  de cuño franco, diferente de la seguida por la Iglesia del  reino visigodo hispano.
        Las notas que definen esa concepción de “guerra santa”  de los visigodos y de los cristianos de los primeros núcleos resistentes a la invasión musulmana son su definida inspiración  en el modelo de concepción de la guerra del Antiguo Testamento y con ella su claro contenido providencialista. Dios es el autor de la guerra y los reyes y los ejércitos cristianos, sus instrumentos.  Pero el origen de esa guerra divina está en los pecados de los nobles, del clero, del pueblo de esos reinos y Dios a través de ella, con sus derrotas y sus victorias, ese Dios providente,  trata de castigar esos pecados o premiar a sus fieles si siguen sus mandatos y garantiza  siempre el premio de la victoria final sobre los paganos. Esto es, no se trata tanto de castigar a éstos y convertirlos obteniendo con ello los bienes espirituales y recompensas celestiales de la “guerra santa” de Cruzada, como de remediar las miserias espirituales del pueblo de Dios.
El rey es, pues, un mediador divino, debe ser santificado, de donde viene el gesto litúrgico de la unción sagrada que parece ser que recibieron   Alfonso II y los otros monarcas astures  así como los reyes leoneses y navarros. De ahí  todo ese ceremonial religioso de despedida y llegada del rey y su ejército que aparece descrito en la Regla litúrgica. El propio Dios estaría presente en los acontecimientos bélicos simbólicamente representado en la cruz que la Iglesia entrega al ejército cristiano  y éste  porta en las campañas militares. Simbolismo que explica el gran despliegue ritual del culto a la cruz que existe en este período y que nos proporciona  el sentido  simbólico  original  de las más significativas  y veneradas cruces- relicario de nuestra Monarquía astur como la Cruz de los de los Ángeles y la Cruz de la Victoria,  dedicadas hoy, por cierto, a otros muy distintos y, sin duda, más profanos menesteres  simbólicos. 
   El relato de la batalla de Covadonga que nos cuenta la Crónica de Alfonso III estaría, por ejemplo, claramente penetrado por esa concepción de “guerra santa” con su propuesta de la victoria   milagrosa  y providencial de un  Pelayo instrumento divino sobre aquellos 187.000 musulmanes que significativamente se denominan en la fuente con el bíblico gentilicio de  caldeos.  Sostiene, además, el historiador alemán, y ésta quizás sea  una de las aportaciones más originales del libro, que ese relato de Covadonga refleja casi literalmente  el texto litúrgico de una Missa de hostibus  o misa de guerra que fue escrita poco después de la derrota visigoda a manos de los musulmanes y que prueba la continuidad de esa concepción de la “guerra santa” visigoda  entre los cristianos de la primeros reinos de la Reconquista, que no hicieron sino seguirla y ampliarla. 
A modo de conclusión     
En conclusión,  el libro de Brosnich  parece volver a poner en vigencia la anterior interpretación religiosa de la Reconquista. Permite en cierta manera la conciliación entre la específica concepción de “guerra santa” que su investigación  saca a la luz para la primera etapa reconquistadora y la cada vez más incuestionable realidad histórica  de la convivencia de cristianos y musulmanes  en esos siglos iniciales del Medioevo hispano. Y desde luego, de ser cierta,  echaría  por tierra  la mencionada interpretación de Barbero y Vigil sobre el origen profano e indígena del proceso. Pero para que esa  teoría pueda aceptarse sin reservas sería necesario demostrar que esa concepción bélica tuvo una aplicación efectiva en la práctica política reconquistadora de los primeros reinos cristianos. Y, como el propio autor reconoce,  ese análisis falta en el libro. Además, aun  suponiendo  la certeza de sus tesis, esa conclusión incluso  podría ponerse en duda con sólidos argumentos desde  la perspectiva de otros marcos teóricos. Lo que no desmerece, desde luego, la importancia de este libro ni el interés que despierta su lectura.
                        CRISTIANOS CONTRA CALDEOS
                                                          J. A. V. I
 Tanto el relato de Covadonga que desarrolla la  Crónica de Alfonso III  como el texto de la Missa de hostibus o misa de guerra  que Brosnich considera como su antecedente, contienen los elementos básicos de la concepción de la guerra santa que tuvieron los visigodos de Toledo  y los  cristianos hispanos de los primeros núcleos de la Reconquista. No sólo Pelayo aparece  en aquélla como un Judas Macabeo redivivo, instrumento de Dios, y el providencialismo se  hace realidad  con el milagro de las  piedras y las  flechas, sino que hasta  los musulmanes se convierten en caldeos y se precisa su número con una cifra fantástica, pero que tiene una clara referencia bíblica. Fueron, según el cronista, exactamente 187.000, número que no es sino un “topos” bíblico que  hacen referencia a un pasaje del libro 2  Macabeos 5 que”  recuerda- según escribe el medievalista alemán, página 336.-  a los 185. 000 guerreros de Senaquerib  a los que mató  Ezequías. La desviación en  2000 (…) se puede explicar  como el resultado de que el cronista cita de memoria o quizás  por un error de la primitiva crónica (….)”   

              EL CULTO DE LA CRUZ Y LA GUERRA SANTA  
                                                                 J. A. V. I
“El símbolo de la cruz tiene especial significación en  el  Ordo litúrgico  para la salida  del rey y del ejército a la guerra. Se el entrega al rey en una ceremonia religiosa y sirve como prenda de la presencia y caudillaje de Dios en el campo de batalla (…). El acto de la entrega de cruces que, en primer lugar, sólo prueba de forma general la vitalidad de algunas tradiciones godas, nos conduce por razón de las inscripciones que con frecuencia están grabadas en ellas a la cuestión del símbolo de la cruz como especial símbolo de salvación en los territorios de la España cristina. Así en las tres cruces mencionadas (se refiere a las  más importantes de la monarquía asturiana), como también en otras muchas otras cruces de los siglos IX y X (…) leemos la misma fórmula: Hoc signo tuetur, hoc signo vincitur inimicus, (…) que se convirtió en cierta manera en divisa de los reyes asturianos”) Páginas  391 y

sábado, 18 de abril de 2015

JOSEPH LOPEZ EN TRIBUNA CIUDADANA

JOSEPH LÓPEZ EN TRIBUNA CIUDADANA

                                                                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
         



  En junio de 2004 tuve el honor de presentar en Tribuna Ciudadana a nuestro flamante Premio  Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales el historiador e hispanista Josep Pérez que pronunció  una excelente conferencia sobre “La leyenda negra antiespañola” con motivo de la reciente publicación de un libro suyo sobre ese tema. El público llenaba la sala dela aula de La Nueva España y tras su intervención se produjo un animado e interesante coloquio. La presencia de Joseph Pérez en Tribuna Ciudadana había sido el resultado de una gestión de Juan Benito Argüelles, de quien el hispanista francés era un viejo  conocido. Sin duda, aquel acto cultural, como resalté en el preámbulo de  mi intervención, era una prueba más de la importancia de Tribuna como una institución decisiva en la vida cultural de la región, de modo que  cuando se haga el análisis de la vida cultural de Asturias  de este período la referencia a Tribuna será, sin duda, uno de los capítulos imprescindibles. Sólo basta asomarse a su cuarto de siglo de historia y a las mil conferencias que la institución .conmemora este año como prueba de elloo.           Mi intervención en aquella ocasión me parece que puede resumir hoy perfectamente los méritos que acreditan sobradamente el premio concedido a  Joseph Pérez y el significado de una obra que, como demuestra su último libro sobre Cisneros, todavía sigue abierta. Entresaco algunos de los párrafos más significativos de aquella presentación.                               
            Si hubiese que reducir a un solo factor el fundamento que explica la forma de hacer historia y los temas que ha tratado la historiografía de Joseph Pérez, pero también su visión de la historia de España y hasta su propio perfil profesional de historiador creo que habría que referirse no sólo a su condición de hispanista sino concretamente a su condición de hispanista  francés.
            Don  Joseph Pérez es miembro destacado de ese hispanismo científico y académico que se inició a finales del siglo XIX en Francia y que tuvo uno de sus focos más importantes en la Universidad de Burdeos y que creó algunas de las instituciones más importantes del hispanismo francés entre finales del siglo XIX y el primer tercio del tercio del siglo XX como el Boletín Hispánico, la Escuela de Altos Estudios Hispánicos y, sobre todo, el que ha sido y sigue siendo el buque insignia de ese hispanismo en España la Casa de Velázquez en Madrid. En todas ella ha tenido don Joseph una participación destacada. Como catedrático  de la Universidad de Burdeos se ha dedicado durante cuarenta años a formar hispanistas y profesores de español. Y ha sido , además, director de la Casa de Velázquez y fundador de la Casa de los Países Ibéricos, otra más reciente institución hispanista.
            Una de las características de ese hispanismo francés es tratar la historia o la cultura española desde una perspectiva amplia en relación con Europa y con el resto del mundo. Ese tratamiento de la Historia de España (que tan bien supieron hacer  dos grandes hispanistas franceses que Joseph Pérez considera como sus maestros, Pierre Vilar y Marcel Bataillon) ha sido una de las constantes de la historiografía de nuestro hispanista. Sus temas de investigación, dentro del campo de su  especialización que es el modernismo los ha ido seleccionando coherentemente con algunos de los aspectos fundamentales para explicar la evolución histórica de España en relación con Europa: el movimiento comunero, el significado del imperialismo de Carlos I y de Felipe II, la Inquisición, la crisis del siglo XVII. Y otros temas recurrentes del hispanismo francés como el problema del independentismo de las colonias españolas.
            Esa perspectiva amplia y comparatista puede apreciarse además en su historiografía en otros aspectos  como ocurre con sus análisis biográficos de los grandes personajes históricos como Isabel I, Carlos V o Felipe II, biografías que rebasan siempre la mirada historiográfica singular y son verdaderos cuadros históricos de sus correspondientes épocas, o la amplitud de su mirada también puede apreciarse, como ya hemos dicho, en su excelente capacidad para la práctica de la síntesis histórica como demuestras sus manuales de Historia de España, que se han convertido en verdaderos best seller en España y Francia.
            Su visión de la Historia de España se inscribe dentro de ese conjunto interpretativo de nuestra historia que ha surgido con la etapa democrática y nuestra incorporación a Europa, interpretación que defiende la normalidad histórica de España y no su excepcionalidad. La Historia de España no es diferente a la historia de las otras naciones europeas, aunque tenga, claro está, sus propios rasgos específicos.
            Aun corriendo el riesgo de la distorsión y deformación por su falta de matices y por su esquematismo, un resumen de las interpretaciones que Joseph Pérez ha dado de algunas cuestiones fundamentales de nuestra historia, podría ser el siguiente:
1º. Desde finales de la Edad Media con el triunfo de la Reconquista, España se incorpora definitivamente a al evolución europea, sin que, al contrario de las tesis esencialistas de Américo Castro, esos siglos hayan determinado una especial idiosincrasia del pueblo español.
2º. El fracaso del movimiento político de los comuneros de Castilla, movimiento que aspiraba a la limitación del poder real, dejó paso, con la dinastía de los Habsburgo, al imperialismo de Carlos V y Felipe II. La justificación de esa fórmula imperial se basó en la defensa de la  Religión católica, pero la mayoría del pueblo español no era más creyente que los de las otras naciones ni apoyó masivamente la política imperial de los Austrias. La peculiaridad  de la Inquisición y de su represión no está en una especial intransigencia y crueldad que la diferencia de otros Tribunales inquisitoriales y  represiones religiosas europea, sino en constituir un verdadero aparato estatal con gran poder  burocrático, policial y judicial. Con una organización centralizada que permitia el control de todo el Estado
3º. La crisis del XVII  supuso el final del Imperio europeo español y con  ello surge una trayectoria divergente de la Historia de España con la de  Europa que constituye una de sus peculiaridades .La crisis económica del XVII la interpreta Joseph Pérez de una manera muy matizada. La recuperación económica se produce ya en los últimos decenios de la centuria y el Reformismo borbónico no hace sino continuar esa tendencia
4º. Las limitaciones de nuestra Ilustración y del Reformismo borbónico sons para nuestro historiador otra de nuestras peculiaridades históricas. Aunque no se  puede considerar a a las reformas borbónica responsables del independentismo de nuestras colonias americanas.Los factores fundamentales fueron las circunstancias de la Guerra de la Independencia y la revolución política de Cádiz….
     Desde luego, con este, aunque resumido, gran bagaje historiográfico a sus espaldas nos parece que Joseph Pérez bien se merece el premio que ha recibido, del mismo modo que Tribuna Ciudadana nuestro reconocimiento.
    (Artículo publicado en La Nueva España, de Oviedo)                                 


viernes, 17 de abril de 2015

Joaquin Ortiz, un arquitecto racionalista

             JOAQUÍN ORTIZ, EL ARQUITECTO SOCIALISTA DE LLANES

                                                         JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
  



Higinio del Río

Higinio del Río Pérez, director de la Cada de la Cultura de Llanes, ha escrito una necesaria y excelente  biografía ( Joaquín Ortiz. Un arquitecto racionalista. Oviedo, Hércules Astur Ediciones, 2012) de quien fue en los años treinta el primer arquitecto municipal de Llanes, Joaquín Ortiz. Necesaria, sobre todo, porque Ortiz fue uno de los principales difusores   del estilo  arquitectónico racionalista en Asturias, tanto en Llanes como en Gijón, y cuenta en su haber con una importante obra en gran medida, desconocida no sólo para la mayoría de los asturianos, sino, incluso, para los propios llaniscos. Pero necesaria  también por una razón de justicia histórica. Porque su memoria y obra,  como las de  tantos  otros  de los vencidos  de nuestra guerra civil y componentes del exilio republicano,  quedó sepultada en el olvido durante la travesía por el desierto que padeció la cultura española durante  el franquismo y la democracia no ha sabido o querido injustamente recuperar. Biografía, además, de excelente factura. El autor  no sólo ha logrado reconstruir con  exquisito  detalle, buen pulso narrativo y brillante  exposición formal, tanto escrita como gráfica,  la  vida y la obra arquitectónica de Ortiz, obteniendo como resultado  un   libro que su editor ha transformado en un bello objeto artístico. Sino que también ha sabido enmarcar la obra y la peripecia vital  de su biografiado en el contexto histórico local del Llanes  de las etapas republicana y de  la guerra civil, apenas historiadas y  de las que nos proporciona un excelente y minucioso cuadro de acontecimientos y personajes que demuestra el profundo conocimiento que el autor tiene no sólo de esas etapas, sino del conjunto  de la historia  local de la villa llanisca.


  Joaquín Ortiz, de origen vizcaíno, pero nacido en Valladolid, recaló en 1929 en Llanes como primer arquitecto municipal que tuvo la villa asturiana, donde  ejerció su cargo de manera ininterrumpida (salvo los dieciocho meses que pasó en Paris, refugiado en la capital francesa por su participación en la Revolución de Octubre de 1934) hasta la toma de Asturias por el bando franquista en septiembre de 1937, fecha  en  la que a través de Francia pasó a la Cataluña republicana, y de allí finalmente tras la derrota definitiva al exilio en Francia y después en la República Dominicana y finalmente a Venezuela, países en los que ejerció con notable éxito su profesión. Casado con una llanisca, Regina Tamés Gavito, regresó a Asturias en 1977 y falleció en Ribadesella en 1983.
    Con una sólida formación técnica (era además licenciado en Ciencias Exactas), Ortiz rechazaba el decorativismo arquitectónico imperante y era seguidor y profundo conocedor del racionalismo que difundía la Bahaus. Y la mayor parte de sus numerosas obras en Llanes (algunas de ellas desgraciadamente desaparecidas) responden a los cánones  de ese estilo arquitectónico. Baste mencionar, entre otros muchos,  los proyectos, en LLanes, del chalet y consultorio del médico José de la Vega Thailiny, el sanatorio(ya derribado) del doctor José María García Gavito, el chalet de la Asociación de Comerciantes e Industriales, el edificio de pisos Borinquen y, sobre todo, el del emblemático edificio de la lonja llanisca; y, en Gijón un  edificio de pisos en la plaza Evaristo San Miguel, nº 1, diseñado en colaboración con el arquitecto gijonés Manuel García Rodríguez
            Pero lo más notorio de esta biografía no es todo ese cúmulo de  datos biográficos sobre su vida y su obra que Higinio del Valle ha rastreado con la sagacidad de un detective a través de archivos y testimonios, recogido y ensamblado con rigor y minuciosidad y casi me atrevo a decir que con devoción y pasión  por su biografiado, proporcionándoles significado  en el marco de la vida cotidiana y la historia local del Llanes de los años 30. Lo que el autor ha conseguido captar y  expresar con meridiana claridad es la profunda  coherencia que impregnó su vida. Esto es, la concordancia entre sus ideales y sus actos, coherencia que tanto echamos hoy de menos en la vida política que padecemos y  que nos recuerda, además, a la actitud consecuente que mostraron otros muchos republicanos que vieron en aquel régimen, por el que lucharon y fracasaron pagando con el exilio, la posibilidad de modernizar el país,  poner fin a tantas injusticias históricas y construir una España  para todos. Afiliado a la UGT, cofundador  de la Agrupación Socialista de Llanes y miembro de la masonería,  gran parte de su obra  y de su actuación pública  está vinculada con sus ideales políticos y el apoyo a las cambios y reformas que aquel régimen trataba de introducir, como demuestran su gran implicación como arquitecto en el despliegue constructivo de escuelas ( hasta dieciocho se crearon en Llanes en la etapa republicana) o en su labor- no sólo gratuita, sino onerosa porque el mismo pagaba los materiales y los instrumentos didácticos- como profesor  en el Centro Republicano de Llanes.
Como no podía ser de otra manera, durante la guerra colaboró activamente en el diseño de las defensas antiaéreas en Llanes y en el frente asturiano y diseñó el original hangar del aeródromo de Cué que llamó la atención, primero, de los aviadores soviéticos y después de la componentes de la Legión Cóndor que lo utilizaron. En aquellas trágicas circunstancias dio, además, muestras de su talante tolerante y solidario como fueron su  decisiva actuación  para que los milicianos pusiesen fin a la destrucción de los retablos de la iglesia parroquial llanisca, salvando de la orgía iconoclasta  el valioso retablo de la Trinidad; o la protección que dispensó al político derechista Manuel Victorero Dosal, ocultándolo en la casa familiar  mientras  hasta el triunfo de los sublevados en Asturias.       
            Quizás, paradójicamente, la mayor alabanza sobre su vida la hicieron los propios vencedores de la guerra civil que le expulsaron del cuerpo de arquitectos y le encausaron por su actuación durante la guerra. En el informe realizado por la Guardia civil para procesarlo se dice:”(…) tenía gran dominio sobre los obreros entre los que repartía sus utilidades”. Pocas veces, tan pocas palabras dicen tanto.
 (PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURA, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)


  



sábado, 11 de abril de 2015

La historia de un paracaidista con trufas

      LA HISTORIA DE UN PARACAIDISTA CON TRUFAS

                                                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

          España, Europa y el mundo de ultramar  (Taurus, 2010) recoge catorce ensayos y conferencias del autor, publicados o pronunciadas después de 1990 y que, en cierta medida, son una continuación de una de sus obras más notorias y conocidas, España y su mundo (1500-1700) (1989).




 El contenido de este nuevo libro del hispanista británico y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales John Elliot, España, Europa y el mundo de ultramar  (Taurus, 2010) recoge catorce ensayos y conferencias del autor, publicados o pronunciadas después de 1990 y que, en cierta medida, son una continuación de una de sus obras más notorias y conocidas, España y su mundo (1500-1700) (1989).
 El denominador común de todos ellos no es sólo temático, sino también metodológico. Tratan de la España imperial de la edad moderna  y sus similitudes y diferencias  con  el mundo europeo de la época, y del origen y desarrollo de su imperio americano y su comparación con los otros grandes imperios de ultramar, en particular el británico. Así como de la relación  que existió  entre el poder político y el arte en la corte imperial española y en las sociedades cortesanas europeas  de la época a través del análisis del contexto histórico de  la obra de algunos de los más importantes pintores de la época, especialmente Velázquez. Análisis que ha sido el fruto de su  estrecha colaboración con el historiador del arte norteamericano Jonatan Brown, a quien el autor dedica el libro. Y en coherencia con esos contenidos, el otro hilo conductor que une  a  estos escritos es el que  todos ellos están concebidos desde la perspectiva de la historia comparada en la que Elliot, tras las huellas de March Bloch,  ha sido y es, como demuestra este libro, un consumado maestro.
Estamos, pues, ante Elliot en estado puro.  El enfoque, las interpretaciones y los temas  que han sido recurrentes en toda su obra  historiográfica están aquí presentes. Su conclusión final es el terminante rechazo del paradigma de la excepcionalidad de la historia de España. La de España es una historia más de las historias de los estados europeos con sus semejanzas con aquéllos, pero también, evitando caer en las desmesuras en que incurren algunos de los acérrimos defensores de la tesis de la normalización, con sus diferencias y peculiaridades con respecto al resto de los grandes países europeos.
La España imperial fue una más de las monarquías compuestas de Europa occidental- eso sí, la más extensa y poderosa de ellas- y como tal formó parte del mundo europeo con estrechas relaciones  y semejanzas con aquéllas que iban desde el contexto intelectual en que se movían sus actores hasta su propia organización interna. Pero también con las diferencias derivadas de haber sido, desde el siglo XVI, el  único entre los estados de la Europa occidental en  tener dentro de sus fronteras una minoría étnica en su mayor parte sin asimilar, y haber poseído el mayor imperio de ultramar que poblaban millones de indígenas integrados en complejas civilizaciones y donde se descubrieron metales preciosos  que estimularon el desarrollo del capitalismo europeo moderno y, paradójicamente, terminaron siendo una rémora para el desarrollo económico interno peninsular.

  En fin, frente a la historia en migajas de la que hablaba François Dosse refiriéndose a los excesos de la especialización y el tratamiento de  temas irrelevante en que han caído ciertas tendencias historiográficas y algunos historiadores, Elliot  ha pretendido  en este libro, como lo ha venido haciendo brillantemente a lo largo de toda su obra, construir una historia comparada de la España moderna alejada de las pautas tradicionales de la historia nacionalista y  por ello  basada en una mirada abarcadora de horizontes amplios y mundos diferentes pero sin caer en las imágenes borrosas y difuminadas ni perder el gusto por el dato concreto, significativo y hasta erudito. Es decir,  como el mismo se autodefine, ser un historiador paracaidista más que un buscador de trufas. Aunque todos sus lectores damos fe de que en sus obras, como ocurre en estas páginas, se encuentran también muchas y exquisitas.
(Publicado en Cultura, suplemento cultural de La Nueva España, de Oviedo)    

viernes, 3 de abril de 2015

PEOR QUE LOS MONGOLES

     
                                     PEOR QUE LOS MONGOLES
                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias
        
 
  Entre la gente progresista  de mi generación, José Luis Sampedro siempre ha gozado de una gran popularidad cuyo origen no estuvo tanto en su excelente  obra literaria, que inició tardíamente, como en su faceta de  divulgador de la realidad económica internacional. Escritos desde el rigor, pero, sobre todo, desde el compromiso ético y crítico con el sistema capitalista y sus contradicciones , aquellos libros  no sólo disonaban en el panorama editorial del franquismo, sino que contribuyeron a que muchos lectores pudiesen comprender cuáles eran las verdaderas “ fuerzas económicas” de su tiempo – el de la “edad de oro” del capitalismo como lo ha bautizado Hobsbawm- , y ayudaron a otros a lograr adquirir  “conciencia del subdesarrollo” no como atraso económico, según la tesis que nos vendía entonces el discurso desarrollista, sino como dominación del Primer sobre el Tercer Mundo. En suma, a muchos de sus lectores el contenido de  esos libros les hizo  tomar conciencia de  que la realidad económica debe de estar al servicio del hombre y no al revés, y la actitud intelectual de su autor, que  ése mismo debía de ser el papel de los economistas y la Economía como disciplina científica.
            Esa lucidez y ese compromiso no han abandonado a Sampedro en su avanzada edad. Con sus ochenta y seis años y después de una meteórica y brillante carrera literaria , ha vuelto- si es que alguna vez lo ha dejado-  a reemprender el camino de la divulgación crítica ante esta nueva etapa del capitalismo  mundializado. Más necesaria, sin duda, que en la etapa anterior no sólo por la mayor gravedad de la situación que éste ha creado y el peligroso rumbo que lleva, sino también por la hegemonía que ejerce ahora ese pensamiento único que legitima la nueva fase del capitalismo neoliberal que vivimos y la espiral de desigualdad y tensiones sociales y políticas que está produciendo. Y, sobre todo, porque nunca como ahora se está subordinando el hombre a la economía y los economistas neoliberales  actúan como ideólogos del sistema.
 Con esa orientación  Sampedro  reeditó otra vez hace unos años su  Conciencia del subsdesarrollo de modo original. Para aquilatar mejor los cambios y los efectos sobre el mundo subdesarrollado de esta nueva fase del capitalismo, se contraponían en esa edición la versión original con una visión remozada de la nueva realidad del Tercer Mundo  por su discípulo, hoy rector de la Universidad Complutense, Carlos Berzosa. Y, más recientemente, el año pasado publicó su Mercado y globalización un excelente,  claro y divulgador  análisis del capitalismo globalizado que, como todos los escritos de nuestro economista y escritor, tuvo tan buena acogida de público que hasta “mereció”, no el silencio, sino el comentario “ad hominem”, acerbo e inmisericorde,  de un conocido articulista  y pope  “negro”  neoliberal.
Ahora aparece otro nuevo libro de Sampedro en esa misma línea. Es, en realidad, una continuación del anterior y como aquél está acompañado de bellas y significativas ilustraciones de Sequeiros.”Los mongoles en Bagdad” (Destino, 2003) es una acerada  crítica de  ese intento de dominio militar del mundo y de la doctrina y el discurso justificadores que lo acompaña y  ha engendrado el capitalismo globalizador después del 11 de septiembre..
La fórmula es en este caso distinta y coherente con esa intención de divulgación que busca su contenido. En este caso, la crítica de Sampedro   utiliza  como soporte la forma novelada, basada en la hibridación entre ficción y realidad actual. Un profesor jubilado, el narrador y alter ego del autor, está escribiendo un ensayo sobre los últimos acontecimientos mundiales, cuando recibe la visita de un amigo mongol, profesor de Historia en Harvard. Las conversaciones  que mantienen en torno al ensayo  constituyen el contexto de ficción de que se sirve el autor para transmitirnos su visión de la historia internacional actual.
 La tesis central que da sentido a su versión de esa nueva etapa de la política internacional que ha culminado con la invasión de Bagdad es la del capitalismo senil compartida hoy por otros muchos teóricos del capitalismo globalizador. Tras la vía de hegemonía y  dominio estadounidense  seguida por Clinton a través de la globalización económica con relativo respeto para el orden multilateral , la subida de Bush hijo al poder ha significado la implantación como vía de dominio la del militarismo agresivo y uniteralista  que ya estaba trazada bastante antes del 11 S por el grupo  nucleado en torno al “Project  for a New  Century “ que forman hoy la camarilla de halcones que asesoran al presidente y representan  los intereses del complejo industria- militar- petrolero norteamericano.
Para Sampedro, pues,  esa política agresiva  que no respeta los organismos multilaterales ni ninguno de los principios de  Derecho internacional supone una involución, un corte  brutal, en el proceso de  instauración de un orden internacional sujeto a normas civilizadas. No es extraño, pues, que el viejo profesor que oficia de narrador termine aceptando las objeciones que le hace su amigo del paralelismo que pretendía desarrollar en su ensayo entre la invasión arriesgada y de dudoso resultado de Bagdad que llevaron a cabo los mongoles en la Edad Media, y la invasión angloamericana basada en un potencial militar abrumadoramente superior, que no tuvo nada de arriesgada y fue un abuso al margen de  marco legal internacional. En ese sentido y con cierta idealización del papel histórico del pueblo mongol, la actual invasión de Irak fue –valora Sampedro- mucho peor que la de los mongoles que actuaron coherentemente con el contexto de su época y actuaron con valentía y como guerreros arriesgados.
   Más que decirnos algo que  ahora ya no conozcamos, lo mejor de su análisis es , sin duda, la forma  sencilla y diáfana, pero a la vez rigurosa  de cómo nos lo cuenta. Sus explicaciones no sólo  traslucen su profesión de profesor sino también su formación de novelista Así al lado de los hechos económicos y políticos y las causas estructurales, la explicación de Sampedro no olvida tampoco las motivaciones psicológicas.
 Desmantela, además, Sampedro con fina ironía y agudeza intelectual el discurso justificador de Bush y su camarilla, para él, más que neoconservadora, de inspiración fundamentalista religiosa,  a cuyos miembros califica, por indicación de su amigo de ficción, no de mongoles redivivos, para no insultarlos por la analogía, sino de mogules, es decir, magnates. Mogules cuyos intereses personales económicos petroleros han estado presentes en sus decisiones y en sus planteamientos sobre la invasión de Irak tanto en los del Gran Mogul que los preside como en los de los mogules que le siguen jerárquicamente, el vicepresidente Cheney y la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice. Todos ellos personalmente ligados a la industria petrolera. Pero en cuyas decisiones, en el caso de algunos,  también han influido otras motivaciones  de índole psicológica. como   la satisfacción de amor filial y el sentimiento de venganza paterna que el derrocamiento de Sadam Hussein  pudo producir en Bush. Porque ,” al fin y al cabo- como dijo el gran hombre- ése es el tipo que intentó matar a mi papá”, refiriéndose a un supuesto atentado frustrado contra Bush padre organizado por los servicios secretos iraquíes.
La caracterización psicológica y valoración política de los tres líderes que decidieron al margen de Naciones Unidas la invasión de Irak y que Sampedro denomina como la Trinidad de las Azores es, sin duda, la parte más original y más crítica del libro y, a la vez, la más aguda y divertida. El  Mogul Padre , en este caso Bush hijo, es descrito por   Sampedro  como un  personaje “de ojillos pequeños y juntos ante los que recelo” , de no muy grande capacidad mental y escaso nivel cultural, imbuido de un fundamentalismo imperialista mesiánico que le ha llevado a erigirse en Juez Supremo para el Bien y el Mal. El Mogul hijo, Blair, es, sin duda, el más capacitado y pragmático de las tres personas. Mientras que Aznar, el Mogul Espíritu Santo, como la tercera persona trinitaria, no se sabe bien qué pinta en realidad, sino seguir fielmente a los otros dos y repetir sus consignas después de que en una de sus “visiones” alumbró que “el mundo había comenzado una nueva etapa y España ha de estar con el ganador”. Sampedro traza todo un ocurrente  retrato psicológico del presidente  español en el que éste no sale precisamente muy favorecido. En suma, y en términos de  personajes de western,  algo  así, digo yo, como el tonto, el listo y el listillo que se apunta a un bombardeo, dicho sea esto último como metáfora y realidad juntas.
 José Luis Sampedro dijo una vez  como “boutade” que a su edad él ya sólo era responsable ante Dios y la Historia y que ambos le importaban un pito. Lo que no ha dejado de importarle, como demuestra este libro, es la imposición de la “verdad” desde el Poder, y hasta el final le sigue también importando  la necesidad de avanzar hacia un mundo donde  la persona humana y no el beneficio sea la medida de todas las cosas