viernes, 24 de abril de 2015

La Reconquista como guerra santa

LA RECONQUISTA COMO GUERRA SANTA

Julio Antonio Vaquero Iglesias



El término “Reconquista” expresa la recuperación “manu militari” por los reinos  cristianos del territorio peninsular arrebatado a los visigodos en  711 por los islamitas.  Ese proceso duró ocho siglos, esto es, la mayor parte del Medioevo español, y durante gran parte de ellos los musulmanes ocuparon y dominaron casi todo el territorio del solar ibérico. Sin duda, ese hecho constituye una de las  singularidades más notorias del  proceso histórico  de la Península Ibérica en relación con el del resto del Occidente latino y lo diferencia de los seguidos por las otras grandes naciones europeas como Francia, Inglaterra o Alemania.
Las interpretaciones de la Reconquista
No es, pues, extraño que  la “Reconquista” se haya concebido  por los historiadores  como uno de los períodos seminales del proceso histórico de la Península Ibérica, en el que se deben encontrar, consecuentemente, algunas de sus claves explicativas fundamentales. Esto es evidente, sobre todo, claro está, en el caso de la historiografía  nacionalista española de los  siglos XIX y XX, algunos de cuyos más conspicuos representantes, con una evidente carga esencialista y teleológica, han proyectado desde el presente histórico ese pasado reconquistador como una  de las etapas decisivas  de la formación del estado- nación que emergió en el siglo XVIII y tomó cuerpo en los siguientes siglos contemporáneos. Etapa de la que procederían por ello algunas de sus características  permanentes y de  los rasgos específicos, y desde entonces invariables, de lo español.
Aun corriendo el peligro de caer en un burdo esquematismo, casi podemos esbozar una clasificación de esas interpretaciones en función del factor que se ha considerado en ellas como determinante del proceso. Lo que no implica, desde luego, que éste no apareciese combinado con  otros de carácter secundario, como fue, desde luego, el religioso, que dada la omnipresencia de la Iglesia  y la religión en la época, entraría a formar parte de todas las combinaciones con diferentes sentidos y grados de implicación.
Primero, y sin que esto suponga ninguna prelación de importancia, están aquellas interpretaciones que consideran la dimensión religiosa como elemento fundamental  y directriz del proceso reconquistador Dentro  de éstas se pueden distinguir las que surgieron en el contexto de la ideología del nacional-catolicismo  que concibieron que esos objetivos religiosos reconquistadores  estuvieron en tan estrecho maridaje con el nacimiento y el desarrollo de la nación española que se convirtieron en su esencial  seña de identidad. Es el caso de las interpretaciones de García Villada  y Ricardo García-Villoslada., que se distinguen de  aquellas otras que  procedentes de historiadores liberales mantienen esa dimensión religiosa de la Reconquista como son  las de Américo Castro y Claudio Sánchez – Albornoz, que, a su vez, dentro de ese referente común mantienen planteamientos nítidamente diferenciados.   
Otra clase de interpretaciones  son las que basan su modelo explicativo   en la primacía del factor político. El “deus ex machina” de la Reconquista habría sido  siempre recuperar  el poder cristiano sobre el territorio peninsular y restaurar la unidad política alcanzados por el reino visigodo, como mantuvieron, entre otros y con matices, el filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal y el historiador José Antonio Maravall, Y finalmente  están las que  ponen el énfasis en  la idea de que el motor del proceso reconquistador no habría sido ni la reconquista religiosa ni la restauración de la unidad política perdidas, sino que su origen y desarrollo vendrían  determinados por motivos más profanos y pedestres como defender la independencia frente al nuevo poder invasor musulmán y extender, sin ningún proyecto preconcebido, el dominio y la expansión territorial por el territorio peninsular. Entre éstas, la que mayor  difusión ha alcanzado y sigue teniendo aún vigencia para algunos medievalistas fue la que propusieron  a partir de los años setenta  los historiadores    Abilio Barbero y Marcelo Vigil que consideraron que la Reconquista había sido protagonizada por los astures y cántabros como un gesto de rebeldía e independencia frente a los nuevos invasores musulmanes, como lo habían hecho anteriormente frente a los romanos y los visigodos y sin que tuviera ninguna filiación con el anterior orden político visigodo. La  posterior referencia al mismo en las crónicas asturianas como un proyecto restaurador del reino visigodo  no fue  sino una construcción artificial,  mera ideología justificadora que habría que entender por lo tanto como “neogoticismo”.
La convivencia de moros y cristianos     . 
Lo cierto es que el avance de la investigación histórica medievalista  ha ido dejando sin cierto fundamento  la mayor parte de esas interpretaciones. Sobre todo, aquellas que, con una perspectiva esencialista y teleólogica, partían del supuesto del contenido religioso como factor determinante de la Reconquista o entendían su dimensión política como el elemento decisivo de su desarrollo. Y esto es así  desde el momento  en que ese mejor conocimiento del Medioevo  hispano ha ido  poniendo  de relieve de manera cada más nítida en los últimos años que hasta el siglo XII la convivencia entre cristianos y musulmanes- como la de ambos con los judíos- y las frecuentes  alianzas  militares  entre unos y otros reinos  fueron  la tónica dominante durante la primera etapa de la Reconquista. Basta leer la clara y aprovechable síntesis  recientemente publicada por el medievalista y catedrático de la Universidad de Valladolid, Julio Valdeón, Cristianos, judíos y musulmanes (Crítica, 2007) sobre las relaciones en la España medieval entre los creyentes de  las tres religiones  del Libro  para constatar la realidad de  ese escenario histórico.  
Pero ese escenario no se mantuvo durante todo el Medioevo peninsular. Cambió de modo radical  posteriormente cuando en el territorio ibérico se difundió entre los cristianos la ideología más crudamente  belicista de las Cruzadas y en el campo musulmán se impuso  una versión más fundamentalista  del yihad o guerra santa musulmana por los nuevos  invasores almorávides y después por los almohades. Lo que  rompió la convivencia anterior entre las tres religiones del Libro y abrió una etapa de enfrentamiento y lucha que alcanzaría su máximo paroxismo en los siglos bajomedievales, culminando en la expulsión de los judíos y musulmanes  durante el reinado de los Reyes Católicos.
La reconquista como guerra santa
Es  dentro de ese  contexto historiográfico en el que debe situarse este libro del historiador alemán Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra Santa.La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del sgilo XII. Libro que,  editado por primera vez en 1998 en idioma alemán,  apenas ha  tenido  difusión en España y ahora, en 2006, debido a  sus interesantes planteamientos y  aportaciones, se reedita acertadamente  en español conjuntamente   por los Servicios de  Publicaciones de las  Universidades de Oviedo, Granada y Valencia.
 Bronisch vuelve a replantar en las  páginas de su libro  el asunto de la dimensión religiosa de la Reconquista. Como bien precisa en su título, lo circunscribe temáticamente al análisis de la concepción de la guerra con la que los cristianos hispanos se enfrentaron a los musulmanes, y lo limita  cronológicamente a la primera etapa de la Reconquista, la que llega hasta el siglo XII, umbral en el que, como hemos visto, se situaría el momento de cambio de la iniciativa reconquistadora y de paso a  actitudes más fundamentalistas tanto por parte cristiana como musulmana. Pero contrasta, además, esa concepción con la que tuvieron los visigodos con el objetivo crucial, tal y como está planteado el estado de  la cuestión  historiográfica desde la teoría de Barbero y Vigil, de saber si hubo  continuidad  o ruptura entre los  planteamientos bélicos religiosos de los visigodos y  de los cristianos  de la monarquía asturiana, leonesa y navarra. Expresado de manera más simple: si el proceso reconquistador  que se inició en la Monarquía astur fue una empresa  original o mera continuidad de la tradición visigoda, obra de indígenas o reacción de sectores resistentes hispanogodos.    
Para reconstruir ese discurso sobre la guerra el historiador alemán utiliza como materia prima no sólo  fuentes historiográficas como  las crónicas de la época- las del ciclo de la monarquía asturiana y las  surgidas de los otros  núcleos cristianos-, sino también fuentes litúrgicas como  los textos de los libros de misa o los  del ritual regio  y, para tratar de conseguir una confirmación de la práctica efectiva de esos gestos litúrgicos, extiende además su análisis  al objetivo de determinar si el culto a la cruz  y la unción regia siguieron practicándose en  estos reinos cristianos  Con esa incursión en las fuentes litúrgicas  y la determinación de la práctica efectiva de ese ritual  entiende el autor que la concepción de la guerra que emana de su uso no sería sólo un discurso de los   intelectuales de época, los clérigos, del que participarían únicamente   las minorías dirigentes, sino una concepción  que entraría a formar parte de la comprensión y la mentalidad de la mayoría de los fieles.     
  A través  de esas fuentes, el medievalista alemán reconstruye la concepción de la guerra que hubo en la etapa visigoda hispana y constata  su vigencia durante la primera etapa de la Reconquista en la Monarquía asturiana y en los reinos de León y Navarra. Entiende el autor que esa concepción bélica no es sino un modelo específico de “guerra santa” que lo diferencia claramente del modelo  que se impuso después en el Occidente cristiano con las Cruzadas, el cual, como hemos apuntado más arriba, terminaría finalmente difundiéndose también entre los cristianos peninsulares y que procede, según se explica también  en este libro, de una tradición religioso- teológica  de cuño franco, diferente de la seguida por la Iglesia del  reino visigodo hispano.
        Las notas que definen esa concepción de “guerra santa”  de los visigodos y de los cristianos de los primeros núcleos resistentes a la invasión musulmana son su definida inspiración  en el modelo de concepción de la guerra del Antiguo Testamento y con ella su claro contenido providencialista. Dios es el autor de la guerra y los reyes y los ejércitos cristianos, sus instrumentos.  Pero el origen de esa guerra divina está en los pecados de los nobles, del clero, del pueblo de esos reinos y Dios a través de ella, con sus derrotas y sus victorias, ese Dios providente,  trata de castigar esos pecados o premiar a sus fieles si siguen sus mandatos y garantiza  siempre el premio de la victoria final sobre los paganos. Esto es, no se trata tanto de castigar a éstos y convertirlos obteniendo con ello los bienes espirituales y recompensas celestiales de la “guerra santa” de Cruzada, como de remediar las miserias espirituales del pueblo de Dios.
El rey es, pues, un mediador divino, debe ser santificado, de donde viene el gesto litúrgico de la unción sagrada que parece ser que recibieron   Alfonso II y los otros monarcas astures  así como los reyes leoneses y navarros. De ahí  todo ese ceremonial religioso de despedida y llegada del rey y su ejército que aparece descrito en la Regla litúrgica. El propio Dios estaría presente en los acontecimientos bélicos simbólicamente representado en la cruz que la Iglesia entrega al ejército cristiano  y éste  porta en las campañas militares. Simbolismo que explica el gran despliegue ritual del culto a la cruz que existe en este período y que nos proporciona  el sentido  simbólico  original  de las más significativas  y veneradas cruces- relicario de nuestra Monarquía astur como la Cruz de los de los Ángeles y la Cruz de la Victoria,  dedicadas hoy, por cierto, a otros muy distintos y, sin duda, más profanos menesteres  simbólicos. 
   El relato de la batalla de Covadonga que nos cuenta la Crónica de Alfonso III estaría, por ejemplo, claramente penetrado por esa concepción de “guerra santa” con su propuesta de la victoria   milagrosa  y providencial de un  Pelayo instrumento divino sobre aquellos 187.000 musulmanes que significativamente se denominan en la fuente con el bíblico gentilicio de  caldeos.  Sostiene, además, el historiador alemán, y ésta quizás sea  una de las aportaciones más originales del libro, que ese relato de Covadonga refleja casi literalmente  el texto litúrgico de una Missa de hostibus  o misa de guerra que fue escrita poco después de la derrota visigoda a manos de los musulmanes y que prueba la continuidad de esa concepción de la “guerra santa” visigoda  entre los cristianos de la primeros reinos de la Reconquista, que no hicieron sino seguirla y ampliarla. 
A modo de conclusión     
En conclusión,  el libro de Brosnich  parece volver a poner en vigencia la anterior interpretación religiosa de la Reconquista. Permite en cierta manera la conciliación entre la específica concepción de “guerra santa” que su investigación  saca a la luz para la primera etapa reconquistadora y la cada vez más incuestionable realidad histórica  de la convivencia de cristianos y musulmanes  en esos siglos iniciales del Medioevo hispano. Y desde luego, de ser cierta,  echaría  por tierra  la mencionada interpretación de Barbero y Vigil sobre el origen profano e indígena del proceso. Pero para que esa  teoría pueda aceptarse sin reservas sería necesario demostrar que esa concepción bélica tuvo una aplicación efectiva en la práctica política reconquistadora de los primeros reinos cristianos. Y, como el propio autor reconoce,  ese análisis falta en el libro. Además, aun  suponiendo  la certeza de sus tesis, esa conclusión incluso  podría ponerse en duda con sólidos argumentos desde  la perspectiva de otros marcos teóricos. Lo que no desmerece, desde luego, la importancia de este libro ni el interés que despierta su lectura.
                        CRISTIANOS CONTRA CALDEOS
                                                          J. A. V. I
 Tanto el relato de Covadonga que desarrolla la  Crónica de Alfonso III  como el texto de la Missa de hostibus o misa de guerra  que Brosnich considera como su antecedente, contienen los elementos básicos de la concepción de la guerra santa que tuvieron los visigodos de Toledo  y los  cristianos hispanos de los primeros núcleos de la Reconquista. No sólo Pelayo aparece  en aquélla como un Judas Macabeo redivivo, instrumento de Dios, y el providencialismo se  hace realidad  con el milagro de las  piedras y las  flechas, sino que hasta  los musulmanes se convierten en caldeos y se precisa su número con una cifra fantástica, pero que tiene una clara referencia bíblica. Fueron, según el cronista, exactamente 187.000, número que no es sino un “topos” bíblico que  hacen referencia a un pasaje del libro 2  Macabeos 5 que”  recuerda- según escribe el medievalista alemán, página 336.-  a los 185. 000 guerreros de Senaquerib  a los que mató  Ezequías. La desviación en  2000 (…) se puede explicar  como el resultado de que el cronista cita de memoria o quizás  por un error de la primitiva crónica (….)”   

              EL CULTO DE LA CRUZ Y LA GUERRA SANTA  
                                                                 J. A. V. I
“El símbolo de la cruz tiene especial significación en  el  Ordo litúrgico  para la salida  del rey y del ejército a la guerra. Se el entrega al rey en una ceremonia religiosa y sirve como prenda de la presencia y caudillaje de Dios en el campo de batalla (…). El acto de la entrega de cruces que, en primer lugar, sólo prueba de forma general la vitalidad de algunas tradiciones godas, nos conduce por razón de las inscripciones que con frecuencia están grabadas en ellas a la cuestión del símbolo de la cruz como especial símbolo de salvación en los territorios de la España cristina. Así en las tres cruces mencionadas (se refiere a las  más importantes de la monarquía asturiana), como también en otras muchas otras cruces de los siglos IX y X (…) leemos la misma fórmula: Hoc signo tuetur, hoc signo vincitur inimicus, (…) que se convirtió en cierta manera en divisa de los reyes asturianos”) Páginas  391 y

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