viernes, 30 de octubre de 2015

Ls obra completa de Manuel Azaña


                               LA OBRA COMPLETA DE MANUEL AZAÑA

                                      He llamado a Azaña reformista radical”

 JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 

      
 El Centro de Estudios Políticos y Constitucionales ha sacado a la luz las Obras Completas de Manuel Azaña que se han presentado este pasado mes,  con presencia del Presidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en la sede del mencionado centro. La edición, que ha supuesto una larga y laboriosa tarea, ha corrido a cargo del más profundo conocedor de la obra del segundo  y último presidente de la II República, el historiador y catedrático de Historia social y del Pensamiento político de la UNED, Santos Juliá, autor de la que es, hasta hoy, la mejor biografía política de Azaña, Manuel Azaña. Una biografía política. Del Ateneo al Palacio Nacional (Alianza Editorial, 1990), que nos ha concedido la siguiente entrevista.

Pregunta. ¿Qué novedades aporta esta edición de las obras completas de Manuel Azaña respecto a la anterior y única  edición que existía de Juan Marichal?

 Respuesta: Las principales novedades consisten en la incorporación de discursos, artículos, folletos, cartas y numerosas piezas inéditas del archivo de Azaña que quedaron sin incluir en la edición del profesor Marichal. Además, en la disposición cronológica de todo ese material. En total, unas tres mil páginas más que permiten seguir la trayectoria de Azaña como político, ensayista, historiador, crítico de la cultura, orador y diarista desde sus primeros artículos hasta sus últimas cartas.

P.  ¿Cómo se realizó? ¿Se encontró usted con especiales dificultades para su elaboración?

R-Hace casi veinte años, en un artículo publicado en El País, ya solicité la publicación de una nueva edición de Obras de Azaña, necesaria por la notable cantidad de escritos aparecidos desde la edición anterior. Ha tardado pero, al fin, se ha podido realizar sin dificultades gracias al Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, que  ha puesto en el empeño todo su interés.

P. ¿Después de este laborioso trabajo de recopilación ha variado en algo su visión y juicio de don Manuel Azaña?

R. Inicié el trabajo de recopilación de materiales inéditos o sólo publicados en la prensa de la época hace muchos años, para documentar mi biografía política de Azaña. Mi visión ha ido, pues, evolucionando con el tiempo, aunque mantengo mis primeras impresiones: Azaña fue un personaje singular de la política y la cultura española. Creo que nadie como él representa las inquietudes de la generación de 1914.

P. ¿En qué tradición liberal coloca usted el pensamiento del presidente republicano?

R-He llamado a Azaña reformista radical o, dicho de otra forma, alguien que pretende reformar la sociedad y el estado español desde la raíz. Pensó que ese proyecto podía realizarse sin cambiar el régimen monárquico y solo después de 1923 y del golpe de Estado de Primo de Rivera llegó a la conclusión de que aquella reforma radical no podría alcanzarse si no era apelando a la República. De modo que, sin renunciar al liberalismo, Azaña pertenece a la tradición republicana, la que considera que el Estado es el instrumento de la refacción de la sociedad.

P.¿Cuáles piensa usted que fueron los errores de Azaña como político?

R. No estimar en su verdadero poder a las instituciones y sectores de la sociedad española que levantarían obstáculos a sus proyectos de reforma.

       P. ¿Cuál es su valoración de Azaña como creador literario?

R-    El campo de la creación literaria de Azaña es sobre todo lo que llamamos

 literatura del yo. Sus diarios son piezas que nunca perderán su valor. Por lo demás, El jardín de los frailes y Fresdeval creo, con algunos críticos de la época, que se pueden contar entre las obras más valiosas de la década de 1920.

 P. ¿Qué consecuencias políticas tuvo la difusión de su alocución en el ayuntamiento de Barcelona, el famoso discurso de “paz, piedad y perdón”?

 R. El discurso a que se refiere se pronunció  el 18 de julio de 1938 en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona con motivo del segundo aniversario del inicio de la guerra civil. Fue recibido con un sentimiento de profunda emoción pero sus consecuencias políticas fueron, en aquella circunstancia, nulas, aunque su carga político-moral fue y es perdurable.

P.¿Cuál fue, en su opinión, la principal aportación de Manuel Azaña al legado republicano?

R. Proporcionar a la República la palabra más clara y el programa más nítido. Fue la voz de la República y representó en los momentos finales el más profundo sentimiento de desolación por su derrota.

   (Entrevista publciada en el suplemento cultural de La Nuevas España)

    

Lecciones contra el olvido


                                    EDUCACIÓN  Y MEMORIA COLECTIVA

                                                       
                                                            JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

lunes, 26 de octubre de 2015


                     LOS HEREJES DE PADURA

        
                                                      JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

             
 
  Soy un contumaz lector de las novelas de Leonardo Padura, el flamante Premio Princesa de las Letras de este año. Creo que me he leído todas las obras del escritor cubano que Tusquets ha publicado en España. Para mi sus novelas pertenecen más a la literatura social que a la del género negro. Lo mismo que su (y mi) admirado Vázquez Montalbán fue el escritor de la Barcelona del franquismo, Padura lo es, sin duda, de La Habana castrista.

S¡ Vázquez Montalbán recreó con sus novelas  las miserias de la España franquista, el escritor cubano ha pintado con agudeza y excelente calidad literaria las sombras, dificultades y desesperanzas de la Cuba revolucionaria. Si el personaje de Vázquez Montalbán, el detective privado  Pepe Carvalho, era verosímil en aquella Barcelona de la Dictadura, no lo es tanto el policía Mario Conde de la serie de novelas de Padura. Es difícil verlo como real en la Cuba castrista. De ahí que, como alter ego que es del propio autor, el escritor cubano terminase convirtiéndolo finalmente en un vendedor de litros antiguos, profesión que proliferó en Cuba cuando los españoles, sobre todo, los catalanes, en el contexto del Período Especial, se dieron cuenta de las grandes posibilidades de negocio que había con la compraventa por una miseria de las excelentes  bibliotecas de la extinguida burguesía cubana, y su venta con pingües beneficios a los compradores españoles y latinoamericanos.

 Quizás si en algo es superior Padura a Vázquez Montalbán es en  la excelente documentación de que hacen gala sus libros. Y no sólo hay que achacar  ello  al profundo conocimiento  que el escritor cubano tiene de su ciudad caribeña, sino que lo ha demostrado también con algunas de sus  novelas donde se recrean ambientes diferentes del cubano, como en Herejes, novela en la que nos describe tan minuciosamente el Amsterdam del siglo XVII, que uno termina conociendo en sus más concretos detalles y recónditos lugares  de la ciudad de los canales.

         Pero si algo hay que diferencia sustancialmente a Padura y Montalbán es la ambigüedad ideológica que recorre las páginas de las novelas de Padura, frente a la claridad y el compromiso político e ideológico  expreso y claro con la izquierda que late en las del escritor barcelonés Es cierto que  Padura, como el mismo ha confesado, reconoce los méritos de la revolución cubana en aspectos como la educación y otras realidades  sociales. Y que hay que alabarle además que, al contrario que otros escritores cubanos que, sin ser expulsados o perseguidos,  en cuanto han podido se han ido de Cuba para criticar desde fuera al régimen castrista, él se ha quedado en La Habana residiendo en el barrio en que ha vivido siempre, al lado de sus amigos de  toda la vida Y ha dejado ver en sus obras claramente los excesos y limitaciones del régimen y la sociedad cubana que han obligado a tantos cubanos a irse al exilio y ha ensalzado siempre a aquellos “herejes” que han luchado y combatido contra la falta de libertad, en clara alusión- al menos para mí y muchos de sus lectores- a la actual  situación cubana.

         Pero la ambigüedad proviene del hecho de que no sabemos bien desde dónde hace esa crítica, ¿ desde la izquierda democrática, desde el liberalismo progresista…?  No he leído nunca ni siquiera entrelíneas en sus libros mencionar críticamente aquellos “herejes” de la historia de Cuba  que lucharon por la libertad contra el poder norteamericano y  sus dictadores interpuestos, como Machado y Batista, ni le he leído nada sobre la “guerra sucia” que el imperialismo norteamericano ha mantenido hasta ayer contra la isla y que es uno (no digo el único) de los más importantes factores de la  angustiosa situación por la que han pasado y están pasando  los cubanos desde la Revolución Castrista. Si le he leído, en cambio, en su excelente novela sobre el poeta cubano Heredia, contar la historia de un “hereje” contra el abusivo poder colonial español, pero ninguna de “los herejes” contra el poder norteamericano, como, por ejemplo, “el hereje” Julio Antonio Mella cuya biografía escrita en versión no hagiográfica y de la que soy autor (permítase la licencia y dicho sea sin intención de hacerme publicidad),  le recomiendo que lea como punto de partida para que se anime a tomarle como  personaje de alguna de sus próximas novelas, como gran “hereje” que fue contra el nacionalismo vicario del dictador Machado y el imperialismo norteamericano.

         Sea como sea,  quiero terminar dándole  las gracias a Padura por las gozosas horas que he pasado leyendo sus libros y anticipadamente por las que estoy seguro seguiré pasando con  la lectura de sus futuras novelas.           
   (ARTÍCULO ESCRITO CON MOTIVO DE LA CONCESIÓN DEL PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS LETRAS DE 2015 A LEONARDO PADURA)

viernes, 23 de octubre de 2015

PAREJAS CON HISTORIA


                                          PAREJAS CON HISTORIA

 

                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias

 

ENRIQU8E VIII
 
 
 
Ana bolena




Hitller y Eva Baun
      
  
    ¿ Fue Enrique VIII un Barba Azul que se desembarazó, con el repudio, la decapitación y hasta el cisma, de varias de sus seis mujeres para saciar sus incontrolados e ilimitados impulsos sexuales? ¿ De verdad, como le predijo la gitana, fue auténticamente imperial el destino de Eugenia de Montijo con Napoleón III, aquel que Victor Hugo, su gran opositor, llamaba despectivamente Napoleón el  Pequeño?  ¿ El amor entre George Sand, la escritora protofeminista, y Chopin, el genial compositor tísico, fue, en realidad, tan tórrido y romántico como parece sugerirlo el aislado y bello paraje de  Valldemosa donde vivieron  una etapa de sus nueve años de relación? ¿ Se comportó Hitler con Eva Braun como un  modélico varón nazi, es decir, dominante y dominador con su pareja y macho incansable, capaz por sí solo de engendrar toda una nación de arios, si no fuera porque la ineludible doble misión que la genética racial le tenía destinada (construir el “labensraum”, el espacio vital alemán que era, claro es, todo mundo y velar por la pureza de la raza aria, eso sí, eliminando higiénicamente  a los judíos en las duchas-cámaras de gas), no le dejó tiempo material para ello? 

            Quien se acerque a esta colección de  Plaza y Janés sobre las parejas en la Historia  y lea las obras que tratan de las mencionadas más arriba, con el “morbo” de encontrar confirmación de las tópicas y tentativas respuestas que implican las preguntas anteriores, se va a llevar, sin duda, una doble sorpresa. La primera es que la historia como  vida pasada que es suele ser más prosaica que la ficción, pero, a veces, también más sorprendente que ésta. La segunda, que, al menos como intento, hay en estas biografías de parejas célebres, algo más que divulgación- basura. No se limitan al análisis de su relación afectiva y personal, sino que las toman casi como pretexto, en unos casos más que en otros, para divulgar el momento histórico en que vivieron. El propósito, sin duda, está más bien en la línea de hacer compatible el loable “divulga que algo queda” con el fenicio “divulga que algo ganas”. Y  en ese sentido pretenden ser más parejas con historia que historias de parejas. Otra cosa diferente, como ya hemos insinuado, es que lo hayan logrado plenamente.

            Si hemos de creer a David Loades (Enrique VIII  y sus reinas, 1999) no fue Enrique VIII quien se quitó de encima, en el sentido político, a Ana Bolena, sino Cromwell, la “facción aragonesa” y los Seymour por las veleidades reformadoras de la real consorte. Pero, en el otro  sentido, en el literal, sí parece que ocurrió así. Ana extenuó al gran garañón inglés que de incontinente voraz pasó, al menos temporalmente, a continente forzoso, como  se rumoreaba en la corte y hasta la misma reina- ellas siempre tan discretas- comentaba con sus damas.

Por su parte, aquel emperador de salón que fue Napoleón III se dedicó con ahínco a la conquista de Eugenia de Montijo. Pero cuando  ésta se rindió más por el tenaz asedio del imperial galán que por los encantos físicos del sitiador, el napoleónida pronto se cansó de ella y se dedicó a seguir engrandeciendo su imperio con queridas fijas y de postín  y las numerosas modistillas y artistas de medio pelo y de buen ver que pasaron sin apenas dejar huella por su cama. Entre las primeras, destacó, sobre todo, La Castiglione, que se dice  hizo en la cama una buena labor diplomática en favor de Piamonte y su primo el conde de Cavour. Pero, como cuenta Isabel Margarit ( Eugenia de Montijo y Napoleón III, 1999), la aristócrata española (¡ olé, que no chapeau, por ella!)  no  se conformó con su papel de emperatriz- adorno y mujer despechada. Y comenzó a preocuparse por los asuntos de estado del  régimen bonapartista que cuando fue república cercenó las libertades y cuando se convirtió en imperio intentó ser más aperturista. Paradoja que no era tal, porque, tanto en una como en otra etapa, como toda repetición histórica, fue una farsa que ocultaba una dictadura personal de aquel emperador demagogo que Marx – con perdón… de  Miliu Cueto- desenmascaró y criticó duramente. “La Española” como la llamaban los franceses, llegó a ser por tres veces regente en las ausencias de su marido y hasta  representar a la Francia del II Imperio en la inauguración del Canal de Suez.

            Poco o nada  de romántico hubo en la estancia de George Sand y Chopin en Valldemosa. Como relata Fernando Díaz- Plaja ( George Sand y Fréderic Chopin,  1999) la pareja recaló en la desamortizada cartuja mallorquina por indicación de Mendizábal, amigo de George, tras haber sido expulsados de su anterior domicilio  en la isla, por su casero,  temeroso del contagio de la tuberculosis que padecía Chopin.

            No es extraño que los campesinos mallorquines de Valldemosa los rechazasen y  los viesen casi como auténticos demonios. Una pareja  que convivía sin estar casados, que no asistía a misa; ella vestida de pantalones y fumadora empedernida y él tísico y encerrado la mayor parte del día en la celda componiendo algunas de sus obras más tétricas y paseando por la noche bajo las bóvedas de la Cartuja sus terrores nocturnos. Ni amor  romántico ni tórrido, ni siquiera apasionado. George, además de su tormentosa relación  con Musset,  tenía ya una larga experiencia de relaciones  con otros muchos hombres y también le gustaban las mujeres y no sólo por su condición de feminista “avant la lettre”. Pero con Chopin ya sólo conversaba en la cama y manifestaba  hacía él una actitud de ternura, casi una relación de amor materno-filial. (¿ o era paterno-filial…. quién lo sabe?). Desde luego, el recuerdo que les quedó de los mallorquines y por extensión de España no fue nada agradable. Él llegó a decir al irse de Mallorca: “ Cuánto odio a España; he salido de ella como los antiguos caminando hacia atrás”.

            Hitler trató a Eva Braun  como una amante, con exquisitos y caballerosos modales, dando satisfacción a todos sus caprichos y poniéndole incluso el canónico pisito. Esto es, con un modélico y refinado machismo. Pero, como dice  Pere Bonnin (Eva Braun y Adolf Hitler, 1999), oficialmente la Braun sólo fue  su “secretaria” especial, el descanso del guerrero ario. Hoy en la era posmoderna y democrática, sería algo así como su “becaria” a tiempo completo. En realidad, la primera dama oficial del III Reich fue la señora de Goebbels (¿ se acuerdan?, aquel de  “cultura  de la pistola” que diría Gustavo Bueno), la cual también estuvo, parece ser, como lo estaba la amante de Hitler, perdidamente enamorada de aquel redivivo nibelungo de bigotito y flequillo ridículos. Qué les daría, dios mio. Hasta el momento final, cuando ya los soldados soviéticos se acercaban al búnker berlinés, no se casó con Eva, y, aun así, no le ofreció un matrimonio con gran futuro. La luna de miel la celebraron suicidándose. Nunca anteriormente Hitler  consideró a su “tontita”, como él la llamaba cariñosamente y seguro que otros descriptivamente, digna de casarse con él. Una mujer que por dos veces había intentado suicidarse por su idolatrado führer. Él, encarnación del superhombre, sólo podía estar casado con Alemania. Y a pesar de su actitud favorable a la procreación fuera del matrimonio, siempre y cuando las mujeres alemanas fueran fecundadas por machos arios, no quiso tener hijos con su amante para dedicarse  por entero a su heroica misión de que se cumpliese el destino de Alemania. La verdadera razón  parece haber sido, no su impotencia, como se rumoreó, sino que sabedor de sus orígenes incestuosos  temía que su descendencia fuese defectuosa. Le habría tenido que aplicar sus propias leyes eugenésicas y, además, imagínense ustedes el mal ejemplo  y la falta de credibilidad que ello hubiese supuesto para sus altos, rubios y “ojiazules”  seguidores.

            No de bisutería fina, como alguien puede deducir equivocadamente por el título, trata el libro de Juan Balansó, Las alhajas exportadas ( Plaza y Janés, 1999), sino de economía real. Es decir, de las reinas que “exportó” e “importó” España. Pero en este caso son más bien historias de reinas que reinas con historia. Quizás lo más morboso del libro es el tratamiento que el autor da a la  “importada” reina actual. Con el cuidado de quien anda sobre un campo de minas, trata de salirse de los límites de la biografía autorizada y desvela algunos aspectos apenas conocidos o oscurecidos en aquélla. Como lo de su imagen de griega de la Acrópolis de toda la vida, cuando realmente su formación ha sido plenamente teutónica o lo de su “construido” y no muy lejano pedigrí cultural- humanista. Sin duda, me quedo con las parejas con historia. Son más entretenidas y además, con su lectura, uno puede recordar o aprender algo de Historia. De todas las maneras, la próxima vez les hablaré de algo más serio. Perdónenme. 
( Publicado en el suplemento cultural de “La Nueva España

viernes, 16 de octubre de 2015

1ESPAÑA, ESPAÑA!


                                                 ¡ESPAÑA, ESPAÑA!

                                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias

          
 
  Desde luego que no existe  el peligro de que España se “rompa” con el que nos amenaza, con su estrategia del miedo,  la derecha española. Pero sí es cierto que la cuestión de la articulación territorial del Estado se está convirtiendo en uno de los principales escollos para la estabilidad política de nuestra democracia liberal. Analizar y comprender el contenido y la  práctica política de las concepciones acerca de la nación española que tienen nuestras élites políticas e intelectuales  desde la transición hasta hoy, y establecer, además, cómo son para ese período las identidades nacionales de los españoles, constituyen, sin duda, un necesario, arduo y complejo trabajo académico, pero también  una aportación de gran interés  para la práctica  política.

Ambos objetivos- análisis del  discurso  y de la identidad nacional-  son los que trata de alcanzar este importante  libro de  Sebastián Balfour y Alejando Quiroga, titulado España reiventada. Nación e identidad desde la Transición ( Ediciones Península, 2007). La competencia de ambos autores para desarrollar este asunto está más que contrastada por su labor investigadora anterior. Balfour es un hispanista británico, autor de varias obras sobre  la historia social contemporánea española y, en relación con el nacionalismo, de  un destacado libro sobre el “98”, tiempo, como es sabido,  de crisis y catálisis del nacionalismo y la identidad españolas. Por su parte, Quiroga es un historiador español, que ejerce su labor  docente e investigadora en la University de Newcastle y ha trabajado sobre la socialización nacionalista en España y el pensamiento conservador español.  

      Nacionalismo e historia

            Las  actuales  concepciones de la nación tanto las de los nacionalistas periféricos como las que desarrollan los discursos  nacionalistas  de la izquierda y la derecha españolas hacen siempre referencia, como elemento importante de justificación, a una determinada  visión de la evolución histórica de la nación y la identidad españolas.  Por ello, es inexcusable, como se hace aquí, comenzar por el análisis histórico del nacionalismo y la identidad españolas .como paso previo para analizar la situación actual del nacionalismo en España  Los autores fundamentan su análisis historiográfico en la teoría o paradigma denominado modernista que parte del supuesto que el nacionalismo surge con la edad contemporánea y su despegue está estrechamente vinculado a los problemas de la modernización económica y social derivados del desarrollo del capitalismo. La creación de los estados nacionales en esa etapa conllevó, además, la invención de las naciones y la recreación de las identidades y las tradiciones nacionales.

. El caso del nacionalismo español estatal no fue, según los autores, diferente de los nacionalismos europeos. Y la aparición de los nacionalismos subestatales o periféricos en España se produce  en Cataluña y Vasco a finales del  XIX en el contexto de los procesos de  modernización de esas regiones. La peculiaridad  del caso español   consistió en   que  el nacionalismo tradicionalista y autoritario que difundió la dictadura franquista no desapareció como consecuencia de su derrota, al modo como se puso fin al  fascista y al  nazi sino con la muerte del dictador y los acuerdos de la Transición. Lo cual fue determinante para que los discursos nacionalistas de la etapa democrática no pudieron refundarse, como en Francia o Alemania, en el mito del origen de nación democrática antifascista. Y, por otra parte, llevaron a la asunción por la izquierda española durante el franquismo del discurso  y la defensa  de los nacionalismos periféricos. Legado todavía vigente hoy en algunos sectores de nuestra izquierda.    

        La reinvención de España

 Durante la etapa democrática no sólo se  ha reinventado la nación española, sino que ha emergido una nueva identidad nacional española. El pacto constitucional puso las bases  para que se desarrollase una concepción  de una nación española democrática que alumbraba un modelo casi federal  de organización del territorio: el Estado de las autonomías.  A partir de esa concepción y  arquitectura del Estado cuyos principios básicos aceptaron la  mayoría de las fuerzas políticas integradas en el sistema, han aparecido diferentes formulaciones y concepciones de la nación por parte de ellas que suponen también el proyecto de diferentes modos de articulación del Estado.

Los nacionalistas periféricos, vascos y catalanes, con una concepción de la nación esencialista, blindada  con una historia recreada y tradiciones inventadas, pretenden una fórmula territorial asimétrica que les distinga de los territorios que ellos consideran que no  tienen la categoría de verdaderas naciones. Por su parte, los discursos nacionalistas de la izquierda son heterogéneos, pero tienen como denominador común una concepción de la nación democrática basada en la difícil compatibilidad de la igualdad de los territorios y el autogobierno. Además del mantenimiento de la acción  Estado como redistribuidor de la riqueza. Dentro de esas notas comunes, la variedad de concepciones y articulaciones es variada. Van desde la concepción de la nación democrática republicana y el federalismo asimétrico de Izquierda Unida hasta la nación de ciudadanos unidos  por el patriotismo constitucional y un modelo de Estado descentralizado, pero con limitaciones, que defiende  un sector de los socialistas españoles.

El discurso sobre la nación de la derecha ha abandonado su modelo centralista, adaptándose al Estado autonómico. Pero siempre ha mantenido una concepción tradicional de la nación de carácter orgánico que presupone la existencia de la nación moderna (no sólo ciertos rasgos de identidad) desde la etapa de la Hispania  romana. Concepción que han sostenido incluso cuando recientemente han adoptado también el patriotismo constitucional como actitud defensiva frente a los objetivos y planteamientos confederales de vascos y catalanes.        

            Las encuestas de opinión pública demuestran, sin embargo, que, frente a la difusión de estos discursos nacionalistas,  lo que predomina entre la mayoría de los españoles de todas las regiones, incluso, en las autonomías vasca y catalana, es una identidad dual en la que se combinan sin contradicción  el sentimiento de pertenencia simultánea  a la nación española y la comunidad de origen.

 Los autores llegan hasta explorar  los modelos de articulación territorial que consideran más realistas en consonancia con esa realidad nacional que emerge de su estudio. El cuadro resultante, como nos muestra este excelente y clarificador libro, es  realmente  complejo y  de  difícil solución. Su lectura no sólo es aconsejable para cualquier ciudadano interesado en este crucial asunto. Por ello también para todos y cada uno de nuestros  políticos. Pero especialmente para aquellos que negocien estatutos de autonomía o intervengan en pactos autonómicos.        

 

viernes, 9 de octubre de 2015

La desmitificación de la Guerra de la Independencia

      


LA DESMITIFICACIÓN DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias

El año que viene se conmemora el bicentenario de la guerra de la Independencia. Aquella guerra de España, que, con la derrota del ejército francés, no sólo significó  el principio del fin del imperio napoleónico en Europa, sino que fue también la primera etapa del nacionalismo español (la nación como fuente originaria  de la soberanía política) contemporáneo. La revolución- utilizo un término de la época-  de las Cortes de Cádiz fue el inicio del proceso que condujo posteriormente, a lo largo del siglo XIX, a la formación del estado nacional español. Fue, pues, una guerra “patriótica” para los españoles en el doble sentido de oponerse a una invasión extranjera y aprovechar  a la vez su desarrollo para iniciar la construcción del estado-nación. Para  los franceses partidarios del Imperio napoleónico fue, en cambio, una “maldita” guerra, como la denominó el propio Napoleón en Santa Elena, porque significó el inicio del declive de su hasta entonces imparable imperialismo

             Sin duda, esa inminente conmemoración dará lugar,  como viene siendo habitual en esta clase de eventos, a un nuevo ejercicio del uso público de la memoria histórica. Y, a pesar del pesimismo al que pueden inducirnos las experiencias precedentes de esa clase de conmemoraciones, es de desear que en este caso esa memoria que se difunda de aquellos acontecimientos responda al saber histórico más reciente que tenemos sobre ellos y no reproduzca sin más los  tradicionales mitos de uno y otro signo ideológico con que han venido siendo interpretados ya desde sus inicios. Porque si el  control de la memoria histórica siempre ha sido uno de los campos de batalla ideológicos habituales de la confrontación política, este episodio por su importancia decisiva como matriz del posterior el proceso histórico español contemporáneo, tiene, además,  un alto  valor añadido para el combate ideológico.

Historia desmitificadora

La realidad es que desde hace unos veinte años ya contamos con un buen “corpus” de literatura histórica desmitificadora  sobre la guerra de la Independencia. Esa literatura  ha ido aclarando y desmontando las interpretaciones sesgadas y mitos patrióticos en que iban envuelta no sólo la copiosa literatura testimonial  que el conflicto produjo (las justificatorias “representaciones”procedentes de la pluma de sus protagonistas). Sino también  las historias publicadas durante el siglo XIX, impregnadas , desde una óptica conservadora o liberal, de esa mitología patriótica y nacional. Visiones sesgadas que han perdurado en las  interpretaciones históricas dominantes durante  gran parte del XX. Pero  que han sido reelaboradas en el pasado siglo desde las perspectivas bien del nacionalismo español integrista antidemocrático bien del liberal democrático. Con mayor énfasis la primera en  los acontecimientos del  2  de mayo; la segunda, en la obra de las Cortes gaditanas.

El tratamiento con que esa historia desmitificadora ha realizado su tarea ha respondido a dos enfoques diferentes. O bien ha dado preferencia a la reconstrucción de la guerra a través de nuevas y más diversas fuentes históricas o bien ha preferido  incidir directamente en la deconstrucción de los aspectos míticos- ideológicos  que esa literatura testimonial e historiográfica sobre la guerra comportaba.

Los dos libros  que vamos a comentar aquí son dos excelentes ejemplos de esas dos diferentes  maneras  con  que esa nueva historiografía sobre la guerra de la Independencia ha abordado su estudio. Ronald Fraser es un conocido hispanista , autor  de aquel libro ya clásico sobre la guerra civil española titulado con el verso de Cernuda, Recuérdalo tu y recuérdalo a otros (1979) que nos proporcionó una impresionante visión  testimonial del conflicto desde abajo a través de las fuentes orales. Es la misma perspectiva que ha utilizado para escribir este libro sobre la guerra de la Independencia, La maldita guerra de España (Crítica, 2006). La falta de fuentes orales las ha  sustituido aquí por la utilización de  una masiva y muy diversificada documentación que le ha permitido componer una auténtica historia social de la guerra contra el francés, como bien reza el subtítulo de su obra. El resultado de su análisis ha sido la desmitificación de  numerosos aspectos del conflicto. Estamos, sin duda, ante una de las obras más importante escrita sobre aquellos acontecimientos, resultado de diez años de laboriosa investigación. Y, en mi modesta opinión, ante  uno de los libros de historia de España más importantes publicados en el pasado año.         

 El otro libro al que hacíamos mención es el de Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable (Temas de Hoy, 2007). García Cárcel es un conocido y reconocido  historiador modernista, catedrático de la disciplina en la Universidad Autónoma de Barcelona, además de un excelente critico de literatura histórica del suplemento cultural del diario ABC. Su perspectiva es, como decíamos, diferente de la de Fraser. Se incide ahora, sobre todo y directamente, en la tarea de la identificación y análisis de los mitos implícitos en la literatura  testimonial e historiográfica producida sobre la guerra de Independencia. Y se contrastan esos mitos con las aportaciones   proporcionadas por la bibliografía reciente que el  autor considera  más  científica y objetiva.

Lo más novedoso de este libro de García Cárcel es, ciertamente, lo primero, la deconstrucción que realiza de los mitos sobre aquella guerra. Pero, sin duda, lo segundo- el balance historiográfico que establece sobre cuál fue la realidad histórica correspondiente- supone también una notable y aprovechable aportación para cualquier lector interesado no sólo en este episodio, sino en la historia de España en su conjunto. Y en cuanto a los asuntos que trata- además de los aspectos tradicionales estudiados  como la insurrección de los madrileños, el levantamiento juntero, el curso de la guerra y la acción de la guerrilla- quizás lo más interesante del libro sea la deconstrucción que realiza  de los mitos liberales y la reconstrucción de su realidad histórica en relación con la obra de  las Cortes gaditanas. Concretamente, en lo relativo,  tanto a las limitaciones de aquella asamblea nacional en su  intento de  creación de una nación de ciudadanos y de implantación del centralismo jacobino como a la naturaleza escasamente revolucionaria del cambio político que supusieron las medidas políticas y sociales que los diputados gaditanos adoptaron.

 La desmitificación alcanza también, además,  en  este libro a la visión parcial y maniquea que venía dándose de los grandes  protagonistas  históricos de aquella  convulsa y decisiva etapa de  la historia de España como Fernando VII, Godoy, Napoleón, José I y Wellington. Pero también el autor  nos va presentando, al hilo de su relato, una rica  galería biográfica de los otros destacados  actores de  la historia de aquel tiempo.

Ni espontánea ni generalizado

   Los dos libros constatan que ni la insurrección madrileña, como denominó el conde de  Toreno a los sucesos  del  2 de mayo en Madrid,  ni el apoyo al levantamiento popular  y la creación de juntas de resistencia que se fue produciendo en toda España  tres semanas después, fueron  en realidad tan generalizados y espontáneos como se ha venido contando por la historia patriótica de uno u otro cuño.

 El excelente análisis de Fraser de ese doble proceso deja claro en ese sentido dos aspectos. Lo mucho que aquellos sucesos debieron su origen  a la manipulación por el “partido” fernandino del generalizado sentimiento antigodoyista que existía en España. Pero, además, cómo los sucesos del dos de mayo no fueron en realidad el acontecimiento germinal  desencadenante más decisivo de todo el proceso bélico y revolucionario como  nos lo han presentado las versiones míticas y patrióticas. La difusión de lo ocurrido en Madrid a través del famoso bando del alcalde de Móstoles, redactado por el naviego Juan Pérez Villamil, no engendró sino un conato de movimiento de apoyo allí donde se conoció la proclama patriótica que se vino abajo por la presión de las autoridades godoyistas. En realidad, el movimiento juntero posterior debió su principal impulso a otro acontecimiento que se produjo unos días después. El conocimiento que se tuvo en toda España por la Gaceta de Madrid de las abdicaciones en Bayona de ambos reyes en la persona de Napoleón. Ni siquiera, según Fraser, la versión del bando del alcalde de Móstoles que siempre hemos conocido  como original, lo es. Sino una reelaboración posterior de Pérez Villamil de su propio texto primigenio. Una muestra más, de ser cierto, de la instrumentalización posterior que se hizo de aquellos hechos.   

Fraser nos cuenta cómo en Asturias  el temprano movimiento insurreccional del 9 de mayo sí tuvo relación  con la llegada de las noticias de lo ocurrido en Madrid y el envío de un bando represivo de Murat (aunque no haga referencia a los incidentes antifranceses ocurridos en la región antes del 2 de mayo). Pero terminó siendo abortado por las autoridades godoyistas de la Audiencia. Los  fernandinos asturianos  lograron, finalmente, con el apoyo no espontáneo, sino pagado de los campesinos de los alrededores  imponerse  entre el 24 y 25 de ese mes y constituir una junta soberana que asumió la soberanía y  declaró  la guerra a Francia. Lo que se produjo casi al mismo tiempo que la formación de juntas  en otras ciudades españolas como Valencia o Zaragoza.

No sólo Fraser demuestra convincentemente que la insurrección y el levantamiento no fueron tan espontáneos ni generalizados como decían las versiones patrióticas. Sino que da bastantes pruebas de que, aparte de los afrancesados, sectores importantes de las clases privilegiadas, nobleza y alto clero, fueron más bien tibios en el apoyo a la guerra contra el francés. Hubo resistencias por parte de un sector de obispos a contribuir con las riquezas de sus diócesis a los gastos de la guerra y, al contrario que el Papa que sí lo hizo, no hubo una declaración institucional por parte de la Iglesia española declarando  la guerra como guerra santa.

 Por su parte, García Cárcel no hace sino corroborar la interpretación de Fraser de la falta de espontaneidad de la insurrección madrileña y el levantamiento posterior  insistiendo en su carácter de motines en gran medida provocados y organizados en el contexto de enfrentamiento entre las élites godoyistas y fernandinas. Del mismo modo que mantiene que las orientaciones y móviles  de las Juntas se plantearon desde los principios tradicionales de la defensa de la Monarquía, el Rey, la Patria y la Religión y no desde los supuestos de la ideología liberal. Tiene razón, sin duda. Pero  no es precisamente el ejemplo de la de Asturias, al que acude, el más idóneo para demostrar su tesis. Sólo basta constatar algunas de sus  declaraciones inspiradas por  Flórez Estrada de clara naturaleza liberal.  

El ejército invisible

La imagen romántica de la guerrilla antinapoleónica-el ejército invisible como significativamente la denominó un alto funcionario josefino- como “el pueblo en armas” en lucha contra el invasor y amparado por una población civil volcada sin ninguna restricción en su apoyo  también es desmitificada por estos libros.

Fraser realiza un  pormenorizado análisis de su origen, estrategia y acciones, efectivos,  sociología y eficacia. La “petite guerre” no fue una invención española en su lucha contra los franceses, que tenía, según esa versión, ya una larga tradición en la península ibérica desde Viriato, sino que lo realmente  peculiar  fue la gran dimensión  que esa clase de guerra alcanzó en este conflicto. Las relaciones que mantuvieron los guerrilleros con el ejército regular y con la población civil no fueron siempre tan armoniosas como se ha dicho, ni fue exclusivamente el celo patriótico el móvil de muchas de aquellas partidas. Fraser calcula en torno a unos  50.000 los efectivos de la guerrilla, dividida en unas seis grandes partidas de más de 1000 componentes y multitud de partidas de menor entidad e integradas por gentes de todos los grupos sociales. Elabora hasta estimaciones de las bajas que causó entre los franceses. Su conclusión es que este ejército invisible fue decisivo en la derrota del invasor. García Cárcel, en cambio, en la línea del estudio de Esdaile, relativiza esa eficacia considerándola como un complemento importante, eso sí, de la acción del ejército regular.

Los otros patriotas

            La visión mítico-patriótica consideró siempre  a los colaboracionistas con el invasor francés como pérfidos  traidores y los conoció  como afrancesados, esto es, no españoles. Esa maniquea interpretación comenzó ya a no ser sostenible desde el  clásico estudio que les dedicó  Miguel Artola, a pesar de las reticencias con que fue recibida por algunos de los intelectuales orgánicos del franquismo. (Todavía  recuerdo la crítica negativa que la interpretación del libro del historiador liberal recibió del ministro de Franco, Gonzalo Fernández de la Mora, basada en que no se podía reivindicar a  aquellos que, según él, habían aceptado  la incorporación al imperio napoleónico del territorio del norte del Ebro que ordenó  Napoleón, incluso contra la opinión de su propio hermano José).

Fraser, como Artola, distingue claramente aquellos que apoyaron al régimen bonapartista por oportunismo y arribismo de los “afrancesados” comprometidos ideológicamente con las reformas que José trataba de implantar y que no eran muy diferentes de las que adoptaron las Cortes gaditanas. De hecho, estos “afrancesados”  se consideraban tan patriotas como los españoles del otro bando. En el mismo sentido, García Cárcel explica que en la realidad la separación entre esa clase de “afrancesados” y los patriotas no fue en la realidad tan  rígida como mantuvieron después las versiones patrióticas de la guerra. De hecho, muchos de ellos terminaron colaborando con el otro bando. Como fue el caso del clérigo liberal asturiano Martínez Marina, que terminó siendo uno de los más importantes ideólogos de las Cortes de Cádiz.

 Personajes desmitificados

             La visión épica de la guerra proporcionó una valoración maniquea y caricaturesca de los principales personajes de la guerra que los recientes estudios han ido desmontando. Ni Godoy fue un traidor ni el rey José un borracho y dócil instrumento de su hermano. Como tampoco Napoleón un monstruo ni Fernando VII un príncipe mártir primero, un rey deseado después y un monstruo sanguinario finalmente. La pertinente revisión que realiza García Cárcel de todos esos mitos, analizando la última  literatura histórica acerca de esos personajes, lo deja muy claro Lo que no quiere decir que después de esa desmitificación tales personajes salgan bien parados, como recientemente ha demostrado Fontana en el caso de Fernando VII.

       En fin, dos obras de lectura muy recomendable para estar adecuadamente pertrechados ante  lo que se nos avecina con la conmemoración bicentenaria.

                           ¿JOVELLANOS DESMITIFICADO?
                                                                  J. A. V. I
            Ricardo García Cárcel  recoge en su libro un fragmento de la carta  en que Jovellanos declina el ofrecimiento a colaborar con el régimen bonapartista, exponiendo sus razones de patriota. E insinúa incluso que la tardanza en esa contestación pudo deberse a las dudas que pudo tener en colaborar o no con el régimen de Bayona. Por otra parte, pertinentemente, en mi opinión, lo sitúa en la tendencia conservadora como partidario, cara a la convocatoria de Cortes, de la soberanía compartida del Rey y la nación. Pero lo considera, además, como un arrepentido compañero de viaje del “partido” liberal como legitimador a través de la historia de la convocatoria de Cortes. Ambas  referencias no argumentadas son, en mi opinión, poco adecuadas. La primera, porque no deja de ser una mera especulación. La segunda, porque su mención requería una mayor matización.       

 
Publicado en el suplemento cultrual de La Nueva España, de Oviedo)
 

            

 

 

 

 

lunes, 5 de octubre de 2015

el arte de vivir de Jose Luis Sampedro


                   EL VIAJE HACIA SÍ  MISMO DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO

                                                       JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS


 
 
 
Coherencia y lucidez han sido las dos notas que han definido siempre la fecunda actividad de José Luis Sampedro como economista, profesor, escritor y hombre público.. Lo demuestra una vez más este libro póstumo que apareció en 2015  a los dos años de su muerte,  La vida perenne ( Plaza/Janés, 2015). Un título con claras resonancias de una obra de Aldous Huxley, La filosofía perenne, quien, como el  mismo Sampedro reconoce, le influyó notablemente, pero del que le separaba un punto fundamental. Para Huxley  la vida tiene una finalidad en sí misma- Mientras que para  el autor de  Octubre, Octubre, en cambio, esa finalidad solo  está en nuestra mente. De ahí que, como expresa el título de este libro, lo  único  realmente  perenne es la vida.

  Editado por su esposa Olga Lucas y Ángel Lucía e ilustrado con artísticas fotografías de Chema Madoz, el contenido de este libro es la recopilación de  un conjunto de poemas y sentencias de místicos occidentales, del sufismo , el hinduismo o el taoísmo  y notas autógrafas que formaban parte del  archivo de nuestro novelista  y que él mismo había proyectado con su esposa  que saliesen a la  luz después de su muerte. Ese material nos permite conocer aspectos de su pensamiento que desconocíamos y comprender mucho mejor muchos otros de su comportamiento personal y de su obra novelística, porque en gran medida .lo que se recoge en sus páginas son  los fundamentos de su filosofía vital y las fuentes  en las que había bebido su pensamiento y de los que  nacían  la coherencia y lucidez que todos admiramos en él.

 Para Sampedro la doble  tarea del hombre en esta vida es  “hacerse lo que se es” y frente a los acontecimientos imprevisibles  a los que está sometida nuestra peripecia vital  adoptar una actitud digna de un ser humano, tareas que no son para Sampedro independientes, porque sólo haciéndose lo que se es  se puede alcanzar esa dignidad y únicamente el comportamiento  digno es lo que puede permitirnos llegar a hacernos lo que realmente somos. Los medios para alcanzar esos objetivos, para entrar “más adentro en la espesura”, como dice  el autor citando el verso de San Juan de la Cruz, son el del examen de nuestra conducta en sociedad y los utilizados  por  la mística occidental y oriental. Esto es: la introspección, la  atenta escucha de nuestro  cuerpo y   el vacío  Fructífero que nace  de la relajación.

 Ese humanismo no trascendente de Sampedro implica una consecuente concepción del hombre. El hombre es para él un  animal simbólico, no sólo racional, que “siente, luego existe”, que está  dotado de una libertad condicionada  por los genes y por las circunstancias en que nace que tienden a prefigurar en cierta medida su vida, pero que no son condicionantes decisivos para impedir perseguir a cada persona lo que  crea en cada momento que es su camino y en dar sentido a todo lo que le sucede.

Esa libertad  - nos dice --para alcanzar su plenitud debe ejercerse en un contexto de igualdad y solidaridad. De ahí que  nuestro intelectual, economista y novelista rechace el modelo economicista liberal y más aún el neoliberal que impera en estos últimos tiempos. No sólo porque los valores  que lo sustentan (individualismo, agresividad, afán desmesurado de poseer, desigualdad…)  suponen  un profundo obstáculo para el autodesarrollo de las personas y el progreso colectivo, sino también  porque su evolución está limitada por una triple barrera que lo hace inviable. Física, porque el consumismo al que conduce  tropieza con límites naturales del planeta; política,  por la oposición  in crescendo de los  explotados que conlleva; psicológica,  por el reduccionismo  que supone  convertir al ser humano lo en mero productor- consumidor, despojándole de sus otras dimensiones humanas.

En fin, un libro de lectura  necesaria  para quien quiera comprender la obra y el pensamiento de ese hombre esencialmente bueno que fue José Luis Sampedro, que sigue hablándonos de cosas esenciales aún  después de muerto.