lunes, 24 de octubre de 2016

ABAD Y QUEIPO: EL OBISPO ASTURIANO QUE EXCOMULGÓ A MIGUEL HIDALGO 
                                                  Julio Antonio Vaquero Iglesias


            Fueron varios e importantes los asturianos que intervinieron en el proceso de independencia hispanoamericana, de cuyo inicio se cumple este año el  bicentenario que están conmemorando varios países latinoamericanos. Baste recordar los nombres de José Tomás  Boves (Boves era el segundo apellido de su padre, sus primeros apellidos eran Rodríguez y de la Iglesia y había  nacido en el ovetense barrio del Postigo de Oviedo), el caudillo de los  llaneros, que fue un apoyo decisivo para los realistas frente a los ejércitos independentistas en los llanos venezolanos; el del virrey de Perú José Fernando de  Abascal, nacido también en Oviedo, que logró detener  los primeros movimientos insurgentes en Quito y en Chile. Así como también el del general  Jerónimo Valdés, nacido en Villarín (Somiedo), que participó al mando de las fuerzas realistas en la batalla de Ayacucho (1824), en la que la derrota de los realistas simbolizó el final del Imperio español en la América hispana continental. Pero quizás sea menos conocido el papel del obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, quien, ni más ni menos, excomulgó al cura y padre de la patria mexicana Miguel Hidalgo y Costilla, el promotor del  denominado “grito de Dolores” (16 de septiembre de 1810) con el que simbólicamente comenzó la primera etapa del proceso de la independencia en el Virreinato de Nueva España.
            Hijo ilegítimo de un noble asturiano, Manuel Abad y Queipo nació en Villapedre (Grandas de Salime) en 1751. Fue a la  Nueva España acompañando al obispo fray Antonio de San Miguel. Concretamente  a Valladolid, actual Morelia, y terminó siendo obispo electo de la diócesis de  Michoacán. De ideología liberal reformista, Abad y Queipo fue crítico con la  actuación de la Corona española en México y  trató de mejorar la situación de los indígenas y las castas. Imbuido de las ideas de Campomanes y Jovellanos, identificó los problemas de la colonia y propuso en sus representaciones a la Corona y en sus cartas pastorales, reformas económicas y sociales influidas por las ideas de los dos ilustrados asturianos  favorables para los novohispanos
Para el obispo asturiano  el problema fundamental de la Nueva España era la gran desigualdad social entre los campesinos (castas e indios) y los españoles ricos, dueños de la tierra. “ En Nueva España- escribió Abad y Queipo--no hay graduaciones o medianos y son todos ricos o miserables, nobles o infames". De alrededor de los 4,5 millones de habitantes  que se calculaba que vivían en la colonia, “los españoles compondrán- escribió- un décimo del total de la población y ellos solos tienen casi toda la propiedad y riquezas del reino". El resto, es decir, los indios y las castas, "son criados, sirvientes o jornaleros de la primera clase". El resultado de esta deplorable desigualdad era un odio manifiesto y un con­flicto de intereses que conducían a "la envidia, el robo, el mal servicio de parte de unos, el desprecio, la usura, la dureza de parte de los otros".
            El eclesiástico asturiano fue uno de los grandes ideólogos contra la Consolidación. Con ese nombre se conoció al decreto impuesto desde la metrópoli en 1804 para consolidar los vales reales y poder así evitar la bancarrota de la Monarquía, lo cual implicaba remitir a la Corona el valor de determinados  bienes raíces eclesiásticos y dinero metálico del que era acreedora la Iglesia americana. Este decreto significaba una desamortización encubierta, pero perjudicaba, sobre todo, a comerciantes, mineros, propietarios que debían devolver a la Iglesia sus créditos para que ésta los reenviase a España. Lo cual suponía un grave lastre para la economía mexicana por la falta de liquidez  y la pérdida de la  capacidad de inversión de los grupos afectados que provocaba. Lo que originó un gran descontento en el virreinato de  Nueva España, que era uno de los territorios coloniales en que la Iglesia debía hacer una aportación mayor. Ese descontento fue precisamente uno de los factores que provocaron el surgimiento del movimiento independentista en el virreinato.
Abad y Queipo fue, de hecho, el autor de uno de los  memoriales- quizás, el mejor fundamentado de todos- contra la Consolidación en nombre de los comerciantes, mineros y propietarios de Valladolid, y esa lucha  la compartió con el cura Miguel Hidalgo, del que era amigo cuando éste era rector  del Colegio de San Nicolás en Valladolid y lo seguiría siendo hasta el inicio del movimiento insurgente que encabezaría Hidalgo en septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores. Abad y Queipo, al contrario, no sólo no secundaria la insurgencia, sino que fue, además, un acérrimo enemigo de ella, adoptando una postura totalmente favorable a la Corona que se concretó en su  excomunión del cura mexicano.
     Abad y Queipo había sido nombrado obispo de Michoacán en febrero de 1810 por la Regencia. Pero  como no obtuvo la aprobación papal rigió  su diócesis como obispo electo, pero no consagrado. Desde esa dignidad, el obispo asturiano se convirtió en un ardoroso patriota defensor del Imperio español, enviando a la Regencia advertencias de una posible insurrección general en el virreinato, dado el vacío de poder en España. Los americanos “quisieran  – advertía-  mandar solos y ser propietarios exclusivos del reino” y los indios y las  castas  odiaban a los españoles y seguirían a los criollos en su rebelión, aunque sus intereses fueran diferentes. Pero todo podría derivar – añadía- en una guerra de razas como la que había ocurrido en Santo Domingo. Para evitar el descontento criollo, Abad y Queipo proponía acabar con el monopolio comercial de España, abriendo todos los puertos de la América española a los navíos  extranjeros. Y por si eso no fuera suficiente poner en pie un ejército de unos 20.000 hombres para defender la colonia.
            El 16 de septiembre de 1810, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo se levantó contra el dominio  español al grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡ ¡Mueran los gachupines! “. Apoyado por una masa insurgente compuesta  de castas, indios, rancheros, artesanos y mineros del Bajío, atacó Guanajuato con la intención de expulsar a los españoles peninsulares y recuperar los derechos de “la nación mexicana” poniendo sitio a la ciudad y asesinando y saqueando las propiedades de numerosos españoles peninsulares. Posteriormente asaltó Valladolid y Guadalajara a la vez que suprimía la esclavitud, abolía el tributo para indios y mulatos, prohibía el arrendamiento de las tierras comunales indígenas y exigía la expulsión de los gachupines. Derrotado en enero de 1811 por las tropas realistas del entonces brigadier y después virrey  Félix María Calleja, Hidalgo fue juzgado y pasado por las armas. Pero la insurgencia continuó en el sur de la colonia con más fuerza y un fundamentado programa político, dirigida ahora  por otro sacerdote ,  José María  Morelos.
       A los pocos días de la proclama de Hidalgo, Abad y Queipo emitió un edicto  en el que combatía la insurgencia, defendiendo a los españoles peninsulares de las acusaciones de Hidalgo y reconociendo el derecho de España a gobernar América por “ la especial providencia de Dios en la elección de los espa­ñoles para convertir y civilizar a tantos pueblos idólatras y bárbaros”.A la vez que excomulgaba al cura Hidalgo y a sus principales seguidores por no haber respetado la inmunidad eclesiástica al detener y llevar a prisión a algunos miembros del clero.
            El edicto de Abad y Queipo se expresaba en estos términos:”Un sacerdote de Jesucristo […] el Cura de Dolores don Miguel Hidalgo, levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la discordia y la anarquía, y seduciendo a una porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas…En este concepto, y usando de la autoridad que ejerzo como Obispo electo y Gobernador de esta Mitra, declaro que el referido D. Miguel Hidalgo, Cura de Dolores y sus secuaces […] son perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del canon* Siquis Suadente Diabolo […] Los declaro excomulgados vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda”.
            La anterior excomunión fue ratificada por otros obispos de Nueva España e, incluso, dada su condición de obispo no consagrado, el arzobispo de México, Francisco Javier Lizana expidió un edicto en octubre de 1810 en el que declaraba que la excomunión de Hidalgo por el obispo electo Abad y Queipo era válida y de acuerdo con los cánones.
            Además como el derecho canónico de la época prohibía quitar la vida a un sacerdote, fue necesario antes del fusilamiento de Hidalgo en Chihuahua el 31 de julio de 1821 proceder a su degradación sacerdotal en una ceremonia en  la que se le arrancó la sotana y el alzacuello, se le raspó con un cuchillo la piel de la cabeza, las palmas de las manos y las yemas de sus dedos y se cortó parte de su cabello para despojarle del orden sacerdotal. 
            Por su parte,  a la vuelta de Fernando VII en 1814 como rey absoluto, Abad y Queipo regresó a España, donde aquél le llegó a nombrar Secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia de España y de Indias, esto es ministro.  Pero sólo por unos pocos días, porque fue acusado y confinado por denuncia de la Inquisición por su liberalismo y su antigua amistad con Hidalgo. Durante el Trienio Liberal fue miembro de la Junta de Madrid y diputado en Cortes por Asturias por unos meses. Detenido por liberal en la Década absolutista, fue condenado a seis años de confinamiento en el monasterio de Santa María de la Sisla (Toledo) donde falleció de enfermedad en 1825.
(Publicado en el suplemento cultural de LA BYEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

              


Abad y Queipo, el obsispo asturiano que exxcomjulga a Hidalgo

ABAD Y QUEIPO: EL OBISPO ASTURIANO QUE EXCOMULGÓ A MIGUEL HIDALGO 
                                                  Julio Antonio Vaquero Iglesias



            Fueron varios e importantes los asturianos que intervinieron en el proceso de independencia hispanoamericana, de cuyo inicio se cumple este año el  bicentenario que están conmemorando varios países latinoamericanos. Baste recordar los nombres de José Tomás  Boves (Boves era el segundo apellido de su padre, sus primeros apellidos eran Rodríguez y de la Iglesia y había  nacido en el ovetense barrio del Postigo de Oviedo), el caudillo de los  llaneros, que fue un apoyo decisivo para los realistas frente a los ejércitos independentistas en los llanos venezolanos; el del virrey de Perú José Fernando de  Abascal, nacido también en Oviedo, que logró detener  los primeros movimientos insurgentes en Quito y en Chile. Así como también el del general  Jerónimo Valdés, nacido en Villarín (Somiedo), que participó al mando de las fuerzas realistas en la batalla de Ayacucho (1824), en la que la derrota de los realistas simbolizó el final del Imperio español en la América hispana continental. Pero quizás sea menos conocido el papel del obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, quien, ni más ni menos, excomulgó al cura y padre de la patria mexicana Miguel Hidalgo y Costilla, el promotor del  denominado “grito de Dolores” (16 de septiembre de 1810) con el que simbólicamente comenzó la primera etapa del proceso de la independencia en el Virreinato de Nueva España.
            Hijo ilegítimo de un noble asturiano, Manuel Abad y Queipo nació en Villapedre (Grandas de Salime) en 1751. Fue a la  Nueva España acompañando al obispo fray Antonio de San Miguel. Concretamente  a Valladolid, actual Morelia, y terminó siendo obispo electo de la diócesis de  Michoacán. De ideología liberal reformista, Abad y Queipo fue crítico con la  actuación de la Corona española en México y  trató de mejorar la situación de los indígenas y las castas. Imbuido de las ideas de Campomanes y Jovellanos, identificó los problemas de la colonia y propuso en sus representaciones a la Corona y en sus cartas pastorales, reformas económicas y sociales influidas por las ideas de los dos ilustrados asturianos  favorables para los novohispanos
Para el obispo asturiano  el problema fundamental de la Nueva España era la gran desigualdad social entre los campesinos (castas e indios) y los españoles ricos, dueños de la tierra. “ En Nueva España- escribió Abad y Queipo--no hay graduaciones o medianos y son todos ricos o miserables, nobles o infames". De alrededor de los 4,5 millones de habitantes  que se calculaba que vivían en la colonia, “los españoles compondrán- escribió- un décimo del total de la población y ellos solos tienen casi toda la propiedad y riquezas del reino". El resto, es decir, los indios y las castas, "son criados, sirvientes o jornaleros de la primera clase". El resultado de esta deplorable desigualdad era un odio manifiesto y un con­flicto de intereses que conducían a "la envidia, el robo, el mal servicio de parte de unos, el desprecio, la usura, la dureza de parte de los otros".
            El eclesiástico asturiano fue uno de los grandes ideólogos contra la Consolidación. Con ese nombre se conoció al decreto impuesto desde la metrópoli en 1804 para consolidar los vales reales y poder así evitar la bancarrota de la Monarquía, lo cual implicaba remitir a la Corona el valor de determinados  bienes raíces eclesiásticos y dinero metálico del que era acreedora la Iglesia americana. Este decreto significaba una desamortización encubierta, pero perjudicaba, sobre todo, a comerciantes, mineros, propietarios que debían devolver a la Iglesia sus créditos para que ésta los reenviase a España. Lo cual suponía un grave lastre para la economía mexicana por la falta de liquidez  y la pérdida de la  capacidad de inversión de los grupos afectados que provocaba. Lo que originó un gran descontento en el virreinato de  Nueva España, que era uno de los territorios coloniales en que la Iglesia debía hacer una aportación mayor. Ese descontento fue precisamente uno de los factores que provocaron el surgimiento del movimiento independentista en el virreinato.
Abad y Queipo fue, de hecho, el autor de uno de los  memoriales- quizás, el mejor fundamentado de todos- contra la Consolidación en nombre de los comerciantes, mineros y propietarios de Valladolid, y esa lucha  la compartió con el cura Miguel Hidalgo, del que era amigo cuando éste era rector  del Colegio de San Nicolás en Valladolid y lo seguiría siendo hasta el inicio del movimiento insurgente que encabezaría Hidalgo en septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores. Abad y Queipo, al contrario, no sólo no secundaria la insurgencia, sino que fue, además, un acérrimo enemigo de ella, adoptando una postura totalmente favorable a la Corona que se concretó en su  excomunión del cura mexicano.
     Abad y Queipo había sido nombrado obispo de Michoacán en febrero de 1810 por la Regencia. Pero  como no obtuvo la aprobación papal rigió  su diócesis como obispo electo, pero no consagrado. Desde esa dignidad, el obispo asturiano se convirtió en un ardoroso patriota defensor del Imperio español, enviando a la Regencia advertencias de una posible insurrección general en el virreinato, dado el vacío de poder en España. Los americanos “quisieran  – advertía-  mandar solos y ser propietarios exclusivos del reino” y los indios y las  castas  odiaban a los españoles y seguirían a los criollos en su rebelión, aunque sus intereses fueran diferentes. Pero todo podría derivar – añadía- en una guerra de razas como la que había ocurrido en Santo Domingo. Para evitar el descontento criollo, Abad y Queipo proponía acabar con el monopolio comercial de España, abriendo todos los puertos de la América española a los navíos  extranjeros. Y por si eso no fuera suficiente poner en pie un ejército de unos 20.000 hombres para defender la colonia.
            El 16 de septiembre de 1810, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo se levantó contra el dominio  español al grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡ ¡Mueran los gachupines! “. Apoyado por una masa insurgente compuesta  de castas, indios, rancheros, artesanos y mineros del Bajío, atacó Guanajuato con la intención de expulsar a los españoles peninsulares y recuperar los derechos de “la nación mexicana” poniendo sitio a la ciudad y asesinando y saqueando las propiedades de numerosos españoles peninsulares. Posteriormente asaltó Valladolid y Guadalajara a la vez que suprimía la esclavitud, abolía el tributo para indios y mulatos, prohibía el arrendamiento de las tierras comunales indígenas y exigía la expulsión de los gachupines. Derrotado en enero de 1811 por las tropas realistas del entonces brigadier y después virrey  Félix María Calleja, Hidalgo fue juzgado y pasado por las armas. Pero la insurgencia continuó en el sur de la colonia con más fuerza y un fundamentado programa político, dirigida ahora  por otro sacerdote ,  José María  Morelos.
       A los pocos días de la proclama de Hidalgo, Abad y Queipo emitió un edicto  en el que combatía la insurgencia, defendiendo a los españoles peninsulares de las acusaciones de Hidalgo y reconociendo el derecho de España a gobernar América por “ la especial providencia de Dios en la elección de los espa­ñoles para convertir y civilizar a tantos pueblos idólatras y bárbaros”.A la vez que excomulgaba al cura Hidalgo y a sus principales seguidores por no haber respetado la inmunidad eclesiástica al detener y llevar a prisión a algunos miembros del clero.
            El edicto de Abad y Queipo se expresaba en estos términos:”Un sacerdote de Jesucristo […] el Cura de Dolores don Miguel Hidalgo, levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la discordia y la anarquía, y seduciendo a una porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas…En este concepto, y usando de la autoridad que ejerzo como Obispo electo y Gobernador de esta Mitra, declaro que el referido D. Miguel Hidalgo, Cura de Dolores y sus secuaces […] son perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del canon* Siquis Suadente Diabolo […] Los declaro excomulgados vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda”.
            La anterior excomunión fue ratificada por otros obispos de Nueva España e, incluso, dada su condición de obispo no consagrado, el arzobispo de México, Francisco Javier Lizana expidió un edicto en octubre de 1810 en el que declaraba que la excomunión de Hidalgo por el obispo electo Abad y Queipo era válida y de acuerdo con los cánones.
            Además como el derecho canónico de la época prohibía quitar la vida a un sacerdote, fue necesario antes del fusilamiento de Hidalgo en Chihuahua el 31 de julio de 1821 proceder a su degradación sacerdotal en una ceremonia en  la que se le arrancó la sotana y el alzacuello, se le raspó con un cuchillo la piel de la cabeza, las palmas de las manos y las yemas de sus dedos y se cortó parte de su cabello para despojarle del orden sacerdotal. 
            Por su parte,  a la vuelta de Fernando VII en 1814 como rey absoluto, Abad y Queipo regresó a España, donde aquél le llegó a nombrar Secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia de España y de Indias, esto es ministro.  Pero sólo por unos pocos días, porque fue acusado y confinado por denuncia de la Inquisición por su liberalismo y su antigua amistad con Hidalgo. Durante el Trienio Liberal fue miembro de la Junta de Madrid y diputado en Cortes por Asturias por unos meses. Detenido por liberal en la Década absolutista, fue condenado a seis años de confinamiento en el monasterio de Santa María de la Sisla (Toledo) donde falleció de enfermedad en 1825.
(Publicado en el suplemento cultural de LA BYEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

              


HISTORIA DEL PERIODISMO ASTURIANO
                                                        Julio Antonio Vaquero Iglesias



Como es obvio, los historiadores hemos utilizado profusa y frecuentemente las fuentes periodísticas asturianas en la reconstrucción de la historia de Asturias. Pero otra cosa diferente es el tratamiento historiográfico de la prensa asturiana como objeto de estudio específico. Este último es prácticamente un campo apenas roturado por la historiografía regional no sólo en el pasado, sino  en tiempos más recientes cuando esta historia sectorial comenzó a difundirse dentro de  la historiografía española. Aunque  haya que anotar  algunas excepciones notables como son los casos del estudio de Máximo Fuertes Acevedo en el siglo XIX o en la época actual la visión general que nos presentó  Manuel F. Avello y, sobre todo, los excelentes  trabajos  realizados por Gabriel Santullano y algunos otros trabajos puntuales. Casi un desierto historiográfico que contrasta más si se examina la bibliografía española existente sobre este asunto y se constata que ya son muchas las regiones españolas que  tienen publicadas  sus correspondientes historias de la prensa.
De ahí que el proyecto de la Asociación de la Prensa de Oviedo con la colaboración de un equipo de investigadores  de la Universidad de Oviedo de cubrir  ese clamoroso vacío promoviendo la realización de una obra que ofreciese una visión de conjunto de la historia de la prensa asturiana,  no sólo sea oportuno, sino también necesario. Oportuno en el sentido de poner a disposición del público lector interesado en este tema  una obra que todavía no existía en el mercado editorial. Pero también necesario, como referente, punto de partida o instrumento previo para servir de base para nuevas investigaciones sobre este importante campo sectorial de la historiografía en Asturias. Ese proyecto se ha materializado ya en la aparición este año del primer volumen de esta obra, Historia de la prensa en Asturias. I. Nace el cuarto poder. La prensa en Asturias hasta la primera Guerra Mundial. .Oviedo, Asociación de la Prensa, 2004.
Dentro de este marco temporal, desde los orígenes hasta 1914, la estructura del libro  no responde exclusivamente, como suele ser habitual en esta clase de historias del periodismo, a un estricto criterio cronológico, sino que combina este tipo de enfoque con la aproximación  propiamente temática. Lo que permite - como insinúa más que apunta en su amplio y recopilatorio prólogo el coordinador académico de la obra, el profesor Jorge Uría- adaptar su contenido a las limitaciones que ofrece la escasa bibliografía existente y a los límites  que han tenido los autores para abarcar todas las posibilidades que ofrecen las fuentes. Ese  enfoque mixto  permite conjugar el análisis de la prensa asturiana en sus diferentes etapas históricas con el tratamiento puntual de  algunos de los aspectos concretos de mayor interés y más representativos del periodo que abarca el estudio. La aproximación cronológica se trata en la primera parte del libro. En ella se incluyen diversos trabajos que  abordan las visiones de conjunto en esas etapas con sendos artículos de Víctor Rodríguez Infiesta  sobre la prensa hasta el Sexenio democrático y sobre la Restauración y otros sendos trabajos acerca de la prensa anarquista y socialista de Jairo Fernández Fernández. Las otras tres partes se dedican respectivamente al análisis  de los periódicos asturianos de gran circulación durante el siglo: El Comercio ( Mª Carmen  Fernández Vega), El Noroeste y El Carbayón (Jorge Uría), El Correo de Asturias ( Sergio Sánchez Collantes) y el de la prensa de Avilés durante este período ( Juan Carlos de la Madrid); los lenguajes y los temas de la prensa con  trabajos sobre algunos aspectos temáticos concretos de gran interés como el anticlericalismo ( Pablo Villazón González), los contenidos literarios de  El Noroeste( Benigno Delmiro Coto) y la ilustración  gráfica  y la fotografía en la prensa asturiana (Mª del Mar Díaz González y Orlando Campo). Y finalmente la tercera parte tiene como objeto  el estudio de los aspectos profesionales de los periodistas con sendos artículos  de Gabriel Santullano que tratan del oficio de  periodista y de los directores de los periódicos asturianos y otro de Ana Celia Pereira Mon acerca del nacimiento de la Asociación de la Prensa de Oviedo.
Es claro que, aunque el origen de la prensa es anterior al siglo XIX, su desarrollo  está vinculado con el nacimiento y consolidación del liberalismo durante la centuria decimonónica. La implantación de un sistema político representativo como el liberal, todo lo limitado que se quiera,  pero basado en el principio  representativo, conllevaba  la necesidad  de cierta socialización política. Y uno de los objetivos de esa socialización política era la creación de una opinión publica, que, dada la limitación censitaria del ejercicio político hasta 1890, el flujo y reflujo de la libertad de imprenta y sus restricciones  cuando existía, no alcanzó durante la mayor parte del siglo más que a unos determinados sectores sociales restringidos, los de las “clases medias”. La prensa se concibió, pues, con una predominante función política que llevó a denominarla como el cuarto poder del Estado y la clase de prensa dominante durante gran parte del siglo fue la prensa de partido. Pero esta prensa política, por las propias disfunciones del sistema liberal, más que reflejar una  opinión pública limitada lo que expresaba era la opinión publicada y fue, en realidad, una importante  palanca  de la lucha política para conseguir el acceso al poder por medios que poco tenían que ver con una limpia  lucha electoral.
Durante la primera mitad del siglo, la prensa informativa o literaria estuvo, en cambio, en gran medida,  subordinada, o tuvo un desarrollo secundario, en relación con  esa prensa partidaria. Sin embargo, a partir de mediados de la centuria, las transformaciones socioeconómicas y las mejoras de los transportes y las comunicaciones fueron creando la posibilidad de un atractivo y rentable mercado de noticias al ir apareciendo  paulatinamente una mayor demanda y  mayores posibilidades para su transmisión. Comenzaron a surgir, así, los periódicos de información no  adscritos a ningún partido o tendencia política concreta de manera explícita con una predominante función empresarial, sin que por ello abandonaran su inclinación hacia una u otra ideología o facción. Son  periódicos de mayor tirada que introducen importantes mejoras técnicas y presentan redacciones más amplias y especializadas. Esa tendencia continuó e incluso se acentuó durante la Restauración, apareciendo, dentro de las empresas periodísticas, los primeros fenómenos de concentración  empresarial. A la vez que alcanzó un gran desarrollo la prensa obrera.
 ¿Cuál fue la evolución de la prensa asturiana en relación con esas transformaciones seculares del periodismo en España? Tal y como nos cuenta este libro, a partir de un origen tardío y de su escaso desarrollo durante el primer liberalismo (desde la Cortes de Cádiz hasta el inicio del reinado de Isabel II) como consecuencia del inicial  atraso de la región, su evolución durante el resto del siglo siguió las pautas que hemos descrito para la prensa de Madrid y las grandes ciudades españolas, a medida que la región se desarrollaba lentamente y se convertía en uno de los focos industriales del país. Así tenemos durante la etapa isabelina, al lado de  una variada prensa de partido de tendencia dominantemente moderada como correspondía al predominio del moderantismo en la región, la aparición en 1856 de un importante y moderno periódico de información como El Faro Asturiano con periodicidad diaria y una tirada ya de 1500 ejemplares diarios, información telegráfica, venta callejera e inclinado políticamente hacia la Unión Liberal. Y también aparece una rica prensa cultural y literaria. Con algunas revistas vinculadas, a  modo de suplemento, a sus correspondientes periódicos como fue el caso de la Revista de Asturias  en relación con  El Faro Asturiano.
Pero finalizada la etapa del Sexenio democrático, que trajo de nuevo una eclosión de la prensa política, se reanudó la interrumpida tendencia anterior. En Asturias con la estabilidad, el conservadurismo y los avances económicos de la Restauración, se reanudó la orientación hacia la prensa de noticias y los periódicos- empresa,  ajenos a la prensa de partido, pero con evidentes inclinaciones políticas. Pero también, al calor del desarrollo minero e industrial y el consiguiente incremento de una clase obrera depauperada y  la consecuente implantación del socialismo y del anarquismo en las últimas décadas del siglo, apareció  una importante prensa obrera. Además de esos periódicos anarquistas y socialistas, la Restauración es, pues, en Asturias la etapa de la creación en Gijón, Oviedo, Avilés de los periódicos diarios de gran circulación y con una moderna infraestructura técnica: El Carbayón (de tendencia conservadora en una primera etapa y después clerical) y El Correo de Asturias( liberal progresista) en Oviedo; El Comercio (defensor de los intereses de la burguesía local y regional) y El Noroeste ( primero republicano y después melquiadista) en Gijón.
Todos estos periódicos se analizan en el libro en sus aspectos técnicos, empresariales y, sobre todo, sus contenidos, incluyendo sus actitudes ante el movimiento obrero. Es de destacar la convincente interpretación de  Jorge Uría, a través del análisis de  contenidos, del significado de la etapa clerical de El Carbayón. Dirigido de facto por el canónigo Arboleya, promotor del denominado “catolicismo social”, éste  pretendió dar al periódico cierto aire de modernidad, en el marco de un periódico- empresa, orientándolo hacia una defensa y difusión de las posiciones de la Iglesia en términos moderados y con una actitud social más avanzada que la tradicional de la Iglesia ante el movimiento obrero. Pero terminó derivando hacia unas extremadas posturas polemistas y beligerantes en sus campañas, ataques, réplicas  a los socialistas de La Aurora Social y a los republicanos y melquiadistas de El Noroeste, a la vez que sus posiciones ante el problema obrero dejan ver las limitaciones de su “catolicismo social”. Por su parte, como muestran los trabajos de  Uría  y Delmiro Coto, fue  El Noroeste, el periódico que alcanzó mayor nivel intelectual y literario acogiendo como colaboradores una pléyade de  prestigiosas firmas de  nivel nacional: Galdós, Benavente, Blasco Ibáñez, Alfredo Calderón, Labra, Azcárate, Castelar, Salmerón, los miembros del Grupo de Oviedo, con Clarín a la cabeza, etcétera.
Lentos fueron a lo largo del siglo XIX los avances en la profesionalización del oficio de periodista, mal pagado, eventual y lleno de peligros, como nos muestran los novedosos trabajos que presenta aquí Gabriel Santullano. Y fue, en realidad esa precariedad más que notorios  avances en su profesionalización la que llevó al asociacionismo de los periodistas en España, que se concretó con cierto retraso en Asturias, según nos cuenta Ana Celia Pereira,  con la creación de la Asociación de la prensa diaria de Oviedo y la de Gijón a principios del nuevo siglo.            
            En conclusión, este libro nos permite trazar, como hemos intentado hacer aquí a grandes rasgos, las líneas maestras de la evolución del periodismo asturiano a lo largo del siglo XIX y deducir sus coincidencias  y  peculiaridades respecto a la evolución del periodismo español. Sin embargo, no se puede considerar todavía como una síntesis de la historia del periodismo asturiano del siglo XIX (“periodismo asturiano” quizás sería una expresión más acertada que la de periodismo en Asturias que se emplea en el libro). Visión general que nos permite distinguir, además, lo que sabemos y lo que nos falta por  conocer sobre esa historia. Y, con su luz, parece claro que es ingente la tarea que queda todavía para rellenar todos los vacíos que existen. Este libro, por otra parte, nos demuestra la sólida tradición en que se basa el buen nivel del periodismo asturiano de hoy. Lo que  es a su vez un factor más para explicar la alta demanda que esta profesión tiene actualmente entre nuestros universitarios que, desgraciadamente, deben marcharse fuera de la región para realizar estos estudios. Aspectos ambos- tradición y demanda- que ponen en evidencia, por un lado, la conveniencia de la creación en nuestra Universidad de una Facultad de Ciencias de la Información. Y, por otro, la necesidad de prestar una atención más cuidadosa hacia nuestro patrimonio hemerográfico. Al menos, es fácil suponer que, de haber existido una y otra cosa, el profundo desconocimiento de la historia del periodismo asturiano que hemos ido arrastrando, como demuestra este libro, no se habría producido.
                                          AQUELLOS PERIÓDICOS  
                                                                 J.A.V.I
            ¿Qué características  tenían aquellos periódicos asturianos de gran circulación que fueron apareciendo en la segunda mitad del siglo XIX? Eran periódicos de entre 4/6 páginas que no tenían todavía secciones fijas. Sus tiradas estaban, en 1913, entre los 10.000 ejemplares diarios de  El Noroeste y los 6000 de  El Carbayón  y El Correo de Asturias, pasando por los 8000 de El Comercio. Su distribución se realizaba a través de suscripciones y venta directa en la calle. El coste  andaba en torno a  las  tres pesetas y media al trimestre como era el caso de El Correo de Asturias. Entre los contenidos fijos, como modo de atraer a los compradores, todos ofrecían folletines en sus páginas y, al menos, en El Noroeste ya se comenzó a utilizar los regalos como promoción para la venta. Frente a la periodicidad semanal dominante en la etapa anterior, estos periódicos eran diarios con una edición de mañana. La publicidad era  ya una de las fuentes básicas de sus ingresos. Publicidad que era esencialmente de productos de consumo o de servicios  para las clases medias. Además de insertar ya anuncios privados  de compraventa y esquelas mortuorias. La parte gráfica fue aumentando poco a poco  y se insertaron chistes, caricaturas y figuras de personajes e incluso ya a comienzo del nuevo siglo la fotografía, pero de modo limitado. Tenían corresponsales en las principales villas de la región e incluso algunos en Madrid. Casi todos contaron con imprenta propia y el telégrafo fue el medio esencial de la recepción de noticias cuyo origen estaba ya en dos agencias que las proporcionaban como fueron la agencias Fabra y Mencheta.   

(Publicado en suplemento cultural de La Nueva España, de Oviedo)  

lunes, 17 de octubre de 2016

FAMÉLICA LEGIÓN

                                          FAMÉLICA   LEGIÓN
                                                                            Julio Antonio Vaquero Iglesias
            



    Jean Ziegler pertenece a ese grupo de intelectuales comprometidos cuya desaparición  la teoría del fin de la historia y el pensamiento único han decretado, pero que la cruda e incierta realidad mundial que vivimos hace cada vez más necesarios. A través de sus libros, su cátedra en la Universidad de Ginebra y su actividad política como diputado del Parlamento de la Confederación Helvética, Ziegler ha venido combatiendo , lanza en ristre, gigantescos y reales molinos como el secreto bancario suizo, el crimen organizado  o la injusta realidad del subdesarrollo. Ahora en este libro El hambre en el mundo explicada a mi hijo (Barcelona, Muchnik Editores,2000) ataca a esa hidra del hambre, en este caso de cinco cabezas ,una por cada continente, que asuela al mundo  y que no es sino  la expresión más radical de la pobreza en que vive más de media humanidad.
      El hambre en el mundo explicada a mi hijo es algo más que un panfleto de denuncia. Con la fórmula de preguntas y respuestas de los catecismos y teniendo como interlocutor a su hijo Kim, Ziegler busca con su opúsculo crear una opinión pública concienciada  sobre el problema del hambre con la esperanza- ingenua pensarán muchos de los lectores- de conseguir su capacidad de presión sobre sus gobiernos democráticos para caminar hacia su  solución. Sus destinatarios son, pues, los ciudadanos y los profesores  para   que lo difundan en la escuela. Y su objetivo va más allá de provocar  esa    sensibilización epidérmica  que  buscan promover las campañas sobre el hambre  de determinadas ONG  para  que. aportemos nuestro óbolo y podamos seguir durmiendo tranquilos; o  esa otra inducida por las imágenes televisivas de esos niños hambrientos de ojos tristes, vientres hinchados y cuerpos esqueléticos destruidos lentamente por el  kwashiorkor, y cuya visión estimula nuestra actitud caritativa o nos lleva a apagar el televisor para que “no hiera nuestra sensibilidad”.
       El intelectual suizo busca, por el contrario, ir más allá de esa clase de sensibilización contribuyendo a desarrollar una concienciación racional y crítica sobre el problema del hambre que favorezca una respuesta ciudadana encaminada a erradicar las causas del problema y no sólo a ser un paliativo caritativo. La explicación paterna sobre la dimensión del hambre, sus formas, sus mecanismos de producción y reproducción y  sus soluciones, pretende  que Kim - el lector- comprenda por qué se produce esa lacra de lesa humanidad y supere tanto esa visión impresionista que le proporcionan las mil imágenes  que sobre ella está viendo a diario en su televisor, como las teorías interesadas que la justifican.  
         De ese modo, Kim podrá  tener una consciencia clara, fundamentada en la razón, de lo monstruosa  que es la  injusticia  de que cuando, por fin, la civilización humana ha alcanzado la posibilidad de producir alimentos para todos los hombres e incluso de alimentar al doble de la actual población mundial, una sexta parte de la humanidad esté pasando hambre y treinta millones de seres humanos mueran de ella cada año. Comprenderá que las explicaciones sobre la fatalidad de ese hecho y las justificaciones malthusianas solamente son filfa ideológica. Sabrá diferenciar entre el hambre coyuntural- esas hambrunas que  frecuentemente producen las catástrofes naturales, las sequías, la desertización y las guerras en el Tercer Mundo, con su correlato de impresionantes éxodos de cadáveres vivientes y campos de refugiados- y la hambruna estructural. Esa subalimentación permanente en que viven sectores numerosos de las poblaciones de los países pobres, con su cortejo de enfermedades y muerte lenta, y que  es el resultado de la combinación de unas condiciones estructurales de producción subordinadas a los países ricos con una especulación asesina con el precio de los alimentos en la Bolsa de las materias primas agrícolas de  Chicago. Se enterará también de que el hambre puede ser utilizada a veces por los Estados y las multinacionales como “arma alimentaria” usada frecuentemente contra aquellos a los que tratan de imponer su voluntad. Y que si se quiere ir a las raíces del problema y evitar así su reproducción, la única solución está en reformar en profundidad el orden económico y político mundial que la produce. 

      Lo que ha aprendido Kim de esa conversación con su padre deberíamos saberlo todos los ciudadanos de los países ricos y los padres y los profesores enseñárselo a nuestro hijos y alumnos. Ese sí es un conocimiento relevante para unas Humanidades bien entendidas y no los derivados de ese enfoque culturalista con que parece que pretende abordarse en nuestro país la reforma de su enseñanza. Sería, al menos, una de las condiciones necesarias- aunque  todavía insuficiente- para  comenzar a cambiar este  monstruoso e injusto “orden” global en el que , como hasta el Banco Mundial reconoce en su último informe, la riqueza crece para unos pocos, mientras la pobreza y el hambre aumenta para mucho

PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO

LA FAMILIA TRADICIONAL ASTURIANA

         




    LA FAMILIA TRADICIONAL CAMPESINA ASTURIANA

 1. CONTENIDO DE LA CONFERENCIA

El objetivo de la conferencia es analizar las funciones de la familia tradicional campesina en Asturias entendida como elemento fundamental de la casa. Para ello se caracterizarán no sólo sus funciones productivas, reproductivas y socializadoras con respecto aquélla, sino también  su estructura o composición y su relación con el matrimonio y el sistema hereditario.
            Asimismo se analizará la organización interna de la familia troncal, estableciendo los diferentes papeles y estatus de sus diversos sus miembros y las consecuencias  positivas y negativas  de carácter económico y social que se derivan de esa tipo de estructura familiar.
          Se terminará planteando el estado de la cuestión sobre la implantación de las diversas estructuras familiares y sus correspondientes modelos de residencia posmarital y sistemas de de herencia en la sociedad rural tradicional asturiana

2. CONFERENCIANTE
            Julio Antonio Vaquero Iglesias, catedrático y doctor en Historia por la Universidad de Oviedo. Es autor de varios libros y numerosos artículos de historia cultural y de las mentalidades sobre temas asturianos del siglo XVIII y XIX y cuestiones metodológicas de esa especialidad. Es también crítico literario del suplemento “Cultura” del periódico La Nueva España.   
            ( CONFERENCIA IMPARTIDA EN LA FUNDACIÓN CARDÍN DE VILLAVICIOS.. ASTURIAS)




viernes, 7 de octubre de 2016

        UNA CALLE PARA  NACHO RUIZ DE LA PEÑA
                             Julio  Antonio Vaquero iglesias







Este pasado jueves en  la sede RIDEA se celebró una sesión memorial por Ignacio Ruiz de la Peña. catedrático   de Historia medieval de nuestra Universidad , insigne asturianista y anterior director de  la institución, fallecido  en mayo de este año. Bajo la presidencia del director del RIDEA y con la asistencia del rector de la Universidad, glosaron la obra académica  y la figura humana de Nacho Ruiz de la Peña  varios profesores de la Universidad y miembros del RIDEA presentes en el acto y se leyeron otras  intervenciones enviadas para este acto.
   Los intervinientes esbozaron no sólo un cuadro de su importante labor historiográfica que abarcó prácticamente  casi todos los aspectos sectoriales de la historia de la  Asturias medieval: sociales , económicos, institucionales y culturales con atención especial al caso de Oviedo pero que abarcaron todo el territorio de Asturias.
Pero lo que esas intervenciones dejaron claro también fue su incansable labor en pro de la difusión y el desarrollo del conocimiento  de la cultura asturiana, con sus escritos sobre los clásicos de  la etnología y el folclore asturianos, sus propias trabajos de investigación.  Pero, sobre todo, con su apoyo a aquellos que se dedicaban a la investigación de esos temas.  Con el vacío que se produjo en ese campo con la marcha a la Universidad de Barcelona del antropólogo Ramón Valdés del Toro, Ruiz de la Peña se convirtió en el verdadero animador para todos aquellos que trabajamos en ese campo y fue incluso  el promotor con otros destacados profesores asturianos de una excelente revista dedicada a la cultura y la historia asturiana como fue Ástura. De ese patrocinio informal salieron, sin duda, algunas importantes tesis y trabajos antropológicos sobre la cultura asturiana 
 Esa impagable  labor de animador de la cultura asturiana la realizó Nacho con la  bonhomía y sencillez que le caracterizó siempre, con su exquisita habilidad para apoyarte y animarte sin ningún aire jerárquico que terminaba siempre en una  relación de sincera  amistad.
 Como bien apuntó su hermano Álvaro en su intervención en nombre de la familia, el rasgo que mejor definió la personalidad  de  Nacho y   el motor profundo del que se derivó toda su obra, fue el de su amor a Asturias.
 No es necesario decir que la petición que se hizo en este acto de que el Ayuntamiento conceda el nombre de una calle a Ignacio Ruiz de la Peña fue apoyada por aclamación de toda los presentes que llenaban el salón de actos de. RIDEA. Lo que, sin duda, sería de plena justicia.   

( Ariculo  publicado en las páginas de Opinión de LA NUEVA ESPAÑA, de Oviedo)     
               LA CIA Y EL CONGRESO DE MÚNICH
                                                         Julio Antonio  Vaquero Iglesias





En junio de 1962 en Múnich en el marco del Congreso del Movimiento Europeo, los opositores a la dictadura franquista del interior y del exilio de tendencia socialista, democristiana y liberal ( sin presencia de los comunistas), reunidos en una sesión previa y después de debatir intensamente, presentaron al congreso la propuesta de que el Movimiento Europeo apoyase la negativa  a  la entrada de España en la Comunidad Económica  Europea por  su condición de país no democrático. Pero, también y, sobre todo, la que constituía su verdadero objetivo: los  cinco puntos que proponían la sustitución del régimen franquista por una democracia. La dictadura franquista que trató de torpedear frustradamente esa iniciativa de los opositores por medios diplomáticos, tras la acogida  favorable del Congreso de esas propuestas, recurrió a una campaña de propaganda descalificadora de Múnich ( el congreso fue denominado como el Contubernio de Múnich) y a una dura represión de los participantes del interior: algunos fueron deportados a su vuelta a España y obligaron a otros al exilio.
El historiador catalán Jordí Amat realiza en este libro, ganador  del XWIII Premio Comillas, un  minucioso análisis de los antecedentes, desarrollo y fracaso de Múnich utilizando documentos de los archivos personales de los actores que eran inéditos- como el caso del archivo del político nacionalista vasco Manuel de Irujo- o habían sido escasamente explotados o mal utilizados. Esa reconstrucción la realiza nuestro autor esencialmente a través de dos personajes; uno de ellos apenas conocido  en relación con Múnich, Julián Gorkin y el otro el intelectual  exfalangista Dionisio Ridruejo.
 El primero era  un antiguo miembro de POUM, antiestalinista primero y anticomunista visceral después que, en el contexto de la Guerra Fría que se vivía, entendía que la supervivencia del franquismo era un grave peligro porque podría ser la  causa para una posible toma del poder en España por los comunistas. Él fue quien desde una institución  penetrada y financiada  por la CIA, el Congreso para la Libertad de la Cultura,  puso las bases para la convocatoria  de Múnich estableciendo la conexión de la oposición del exilio  con la oposición del interior, que, desde la revuelta estudiantil de febrero de 1956, comenzaba a estar liderada por   Dionisio Ridruejo.  Éste, que había abandonado su anterior ideología fascista tendiendo hacia posiciones socialdemócratas asumió las intenciones de Gorkin, colaboró estrechamente con aquél  y fue el inspirador intelectual de las medidas que se aprobaron en Múnich.
Es  través de la reconstrucción de la actividad antifranquista de  estas dos figuras cómo Amat nos va desvelando todo ese proceso que condujo a Múnich y la labor en el interior de las instituciones creadas para ello y las actividades culturales antifranquistas que, desde España y a partir de 1962, desarrollaron tratando de hacer realidad el programa establecido en la ciudad bávara Y analiza con  minucioso detalle y gran agudeza los hechos y el papel de los personajes que intervinieron en ellas rescatando para la historia de Múnich  algunos que habían quedado en el olvido y que tuvieron un papel de importancia en todo ese proceso como  fue el caso de  Pablo Martí-Zaro.
 Toda esa actividad  antifranquista  se vino abajo en 1966 y, como decía uno de sus protagonistas, José Vidal – Beneyto, en los años ochenta, todavía los historiadores no habían logrado dar una respuesta coherente hasta aquel momento al fracaso de aquella iniciativa iniciada en Múnich. La respuesta de Amat hoy es convincente en parte y  tiene mucho que ver con su interpretación de aquel episodio que se opone- según él- a la interpretación sesgada, que durante la etapa democrática se ha venido dando de aquel proceso.
 No sólo, nos dice el autor, fue el gran escándalo que produjo el desvelamiento  que  el New York Times hizo en ese año, de  que el Congreso para la Libertad de la Cultura, que había apoyado a través de Gorkin esa oposición a la dictadura y había sido una institución decisiva en la convocatoria de Múnich, no era sino una institución financiada y amparada por la CIA, fruto de otra más de sus operaciones  encubiertas. Pero a esa había que sumar otras  varias causas de gran importancia como la propia represión franquista de la oposición del interior; la negativa, como no podría ser de otra manera dado su origen anticomunista, de  aliarse ésta con la oposición del PCE que, sin duda, era la más intensa, activa y organizada, además de la más difundida entre las nuevas generaciones y que  se desarrollaba bajo la bandera de Política de la Reconciliación Nacional. Y también los aires  de distensión que establecían una nueva etapa de la Guerra Fría que comenzaba a hacer  obsoleta aquella oposición.
 De todo lo anterior se deriva que nuestro historiador no pueda admitir, como se ha hecho desde la Transición con  un evidente mal uso de la historia por su parcial  finalidad política, que Múnich no había  sido si no el antecedente frustrado de la que definitivamente triunfó tras la muerte del dictador. Porque aquélla se llevó a cabo  no por los reformistas del bando franquista  dando lugar a la partitocracia que tenemos hoy, sino por  una oposición al margen del franquismo que fue duramente boicoteada y reprimida por la dictadura,
Una interpretación difícil de aceptar ésta  porque deja en segundo plano el carácter sectario anticomunista  que la impregnó al excluir a los comunistas de aquella oposición cuando el PCE luchaba contra la dictadura bajo la bandera de la reconciliación nacional. 
Sin duda, un libro  imprescindible en la bibliografía sobre Múnich.

( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA)