SÍ HUELE
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Que Rafael Sánchez Ferlosio es uno de los mejores ensayistas vivos de la
lengua castellana es público y notorio. Y de nuevo lo demuestra con este Non
olet (Destino, 2003) en el que puede apreciarse perfectamente su condición
de maestro del género.
Coherencia ajustada entre su
precisión argumentativa que no deja ningún cabo suelto y su estilo profuso,
de cláusula amplia. Estilo consecuente,
pues, con la intención de que el análisis sea exhaustivo y evite cualquier punto ciego de su razonamiento.
Pero a la vez un estilo tan trabajado que logra que los continuos paréntesis
argumentativos enlazados e intercalados entre sí, a modo de las cerezas
extraídas de la cesta, que componen sus extensos párrafos, precisos y
aclaratorios, no oscurezcan en ningún momento su claridad expositiva.
Profunda cultura que se manifiesta
en sus conocimientos semánticos. Son éstos
uno de los principales instrumentos analíticos que utiliza para
desmontar y volver a construir los argumentos de los textos que analiza, y
demostrar así de modo ostensible y meridiano sus implicaciones ideológicas, a
la vez que nos hace ver cómo el uso de las palabras tiene unos límites cuyo
abuso difícilmente puede practicarse sin distorsionar las cosas. Cultura
amplia, además, que puede apreciarse en su dominio de una extensa gama de
clásicos de todos los géneros, tanto antiguos como modernos ( donde
destaca sus profundo conocimiento de los cronistas y autores de Indias) y
contemporáneos ( desde Marcuse a Braudillard, pasando por Rifkin) cuyos
argumentos y teorías contrasta y debate, introduce gradualmente en sus análisis
haciendo éstos cada vez más complejos
y aplica después a la explicación de datos y hechos de la vida real actual extraídos de los periódicos, o a hechos históricos,
procedentes de textos documentales.
Pero también ingenio y mordaz ironía que hace de la lectura de sus escritos un ejercicio divertido
y agradable. Valga como botón de muestra esas líneas que dedica, al referirse a
la belleza como elemento imprescindible hoy de la industria productora de
consumidores, a aquel famoso crítico de cine, Alfonso Sánchez, zarabeto y poco
agraciado, que, en una entrevista que le hicieron poco antes de fallecer, al
ser preguntado qué hubiese querido ser
en la vida, respondió irónicamente que “guapo”, esto es, uno de valores-
mercancía de mayor valor cambio y por ello más “preciado” y de menor esfuerzo
de producción de la “sociedad de consumo”.
Todo lo anterior aderezado por un estilo exquisito y depurado que hace de
su prosa, además de un artefacto expresivo de gran precisión, un obra de
orfebrería literaria que convierte su
lectura en un verdadero gozo estético.
El título del libro “Non olet”, aunque utilizado como tópico de una de
sus partes, es realmente significativo de todo su contenido. Se refiere a la respuesta que el emperador Vespasiano le
dio a su hijo Tito, cuando éste le recriminó
por haber establecido un impuesto sobre el uso de las letrinas públicas.
“Non olet” tuvo que decir Tito al ponerle
su padre delante de la nariz la primera recaudación. “ Y sin embargo es
un producto de la orina”, le replicó éste.
Las tres partes de que consta el
libro, además de algunos artículos sueltos sobre el mismo tema añadidos al
final, no son sino un inteligente análisis- que peca en ciertos momentos de
alguna redundancia- con diversas variaciones en torno al mismo asunto: el
análisis del origen y de algunos de los rasgos más significativos que presenta
la “sociedad de consumo” actual; o, según prefiere llamarla Sánchez Ferlosio
por precisión, de la “sociedad de producción” en que ha venido en dar desde los
años 20 del siglo pasado, el capitalismo industrial. O, como se diría también
hoy por quienes creen que estamos ante una nueva etapa del desarrollo
capitalista, del “ capitalismo tardío o avanzado” o capitalismo postindustrial.
A partir de los análisis de un texto procedente de un libro destacado de
un reconocido autor actual- Rifkin, en un caso, Braudillard en otro-, de algún
texto histórico y ejemplos extraídos de
los periódicos o de hechos de su propia experiencia personal, Sánchez Ferlosio
desmonta en la primera y tercera parte del libro el supuesto ideológico que en
el capitalismo actual sea el consumo la función que crea el órgano de la
producción. Defiende, al contrario, que es el consumo, el verdadero órgano que
responde y está subordinado a los intereses de la función de la producción. De
tal manera que lo que define al capitalismo de consumo es el hecho de que es la
producción la que crea a sus propios consumidores, como puede deducirse de la
aparición de una industria propia y específica, la publicidad, independiente y
autónoma de la producción de las propias
mercancías que publicita pero a la vez
convertida en mercancía de primer orden en este último capitalismo
volcado sobre la producción inmaterial. Esta industria ejerce, sin duda una
función esencial en la nueva “sociedad de la producción” como es la de la “fabricación” del propio consumidor. La producción ha subordinado y
domesticado así al consumo y esa
“racionalidad económica” se ha impuesto sobre la sociedad y la política, en
suma, sobre las personas imponiéndoles sus intereses y objetivos.
Estamos, pues, según Ferlosio, más
que ante la “sociedad de consumo” ante la “ sociedad de producción”. Y su
aparición puede explicarse, sin duda, en el marco del proceso de desarrollo de
la lógica del capital, pero tiene ,
también, su concreta fecha de origen y
es el resultado de una acción consciente y no espontánea o ahistórica derivada
de una insaciable naturaleza humana consumidora. Ese cronología precisa-
reconoce el autor de El Jarama aceptando el dato que aporta
Rifkin en su conocido libro sobre el trabajo- se puede constatar con la publicación en 1927 del libro de Cowdrick
que hace referencia explícita “al nuevo evangelio de los consumidores” cuyo
dogma principal es el que expresó aquel
empresario de la General Motors, Kettering, cuando afirmó que “la clave
para la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un
sentimiento de insatisfacción”.
Ferlosio dedica, además, en esta primera parte, unas excelentes páginas
al análisis de la relevancia que las funciones de la belleza ejercen en la
producción de consumidores en esa “sociedad de la producción”. Ese canon de
belleza de niños y mujeres rubios y ojos azules dominante entre los figurantes
de la publicidad de cualquier producto no es sino un “más valer” (como dice
Ferlosio con palabras del Myo Çid) derivado de la hegemonía de poder y
riqueza de la “raza anglosajona”. Así la necesidad de consumo que nos inoculan
lleva implícita nuestra expresión o el deseo
de alcanzar la equiparación con esa condición racial y social superior.
En la segunda parte del libro, a partir de la obra de Braudillard, El
espejo de la producción y utilizando, además, la anécdota clásica del
“Non olet”, recogida posteriormente por un clérigo arbitrista anónimo del XIX,
y algunos textos históricos sobre nuestra etapa colonial, Sánchez Ferlosio
trata el tema del carácter de la naturaleza contractual del trabajo en el capitalismo y sus
implicaciones. Analiza a través de esos
datos documentales y bibliográficos con su habitual maestría sus precedentes en
el capitalismo comercial en relación con
la explotación colonial de las Indias y el consumo de la coca en el Virreinato
del Perú. Critica duramente también las
apologías del trabajo católicas, liberales y marxistas que lo consideran como
elemento consustancial de la naturaleza humana. Y, sobre todo, deja patente las
implicaciones de claro significado ideológico de irresponsabilidad moral y
legal que el carácter contractual proporciona al trabajo en el sistema
capitalista en cuanto al uso y destino de la mercancía producida. Tanto
respecto al trabajador, pero, sobre todo, en cuanto al productor, por el carácter exclusivo de mercancía , de valor
de cambio, que tiene para él el producto resultante.
Ferlosio, sin embargo, no parece aceptar, o intencionadamente no trata de ello, (una u
otra cosa menos aceptar que no sea consciente del problema como demuestran sus
lecturas), no entra en el debate, decimos, acerca de si esos rasgos de la
“sociedad de producción” han alcanzado
hoy un desarrollo tan intenso que unidos a la aparición de otros que ni siquiera menciona, estemos,
según teorizan algunos, ante una nueva forma o modo de desarrollo del
capitalismo. Es decir, ante una nueva vuelta de tuerca del sistema para responder
a su propia crisis de los años 70 que esté produciendo importantes
transformaciones cualitativas en el sistema, del mismo modo que lo fue la
creación de la “sociedad de consumo” en los años 20 como respuesta a la crisis
del capitalismo de aquel tiempo o las
que se produjeron dentro de él para responder a la depresión de finales del
siglo XIX.
Sin embargo, su análisis es tan
agudo y certero que anuncia ya
claramente algunos de los novedosos rasgos que está aportando esta
reestructuración del capitalismo actual y
cuyos efectos negativos ya padecemos. Deja claro así que la
producción de consumidores hoy no está ya dirigida como antes a la creación de
necesidades como recurso para “producir” nuevas formas de “consumo necesario”
sino que hoy ya aparece destinada específicamente a la creación del propio
consumidor en sí mismo: “ Especialistas en ti”, ¿les suena?.
Asimismo el capitalismo de
corrupción y casino que se desarrolla ante nuestros ojos no es sino también la
consecuencia de llevar a su máximo extremo esa irresponsabilidad del productor
ante el uso antihumano que pueda hacerse de sus
mercancías, irresponsabilidad implícita en la forma de producción
capitalista de la que nos habla Ferlosio. Como también es clara la referencia
que realiza de la suplantación de la Sociedad y la Política por la
“Economía” que trata naturalizar el neoliberalismo actual y se traduce, por
ejemplo, en la ideológica confusión entre “función social” y “función
económica” que domina el discurso oficial. O, en la línea de Naomí Klein, la
importancia que las marcas y las firmas han ido adquiriendo como elementos de
creación del “homo emptor” u hombre comprador de la “sociedad de producción”.
Ese hombre que es un producto de la publicidad, que hace de él, escribe
Ferlosio, “un animal falsificado, una figura cabalmente inversa, pero no menos
ridícula sangrantemente degradante, a la de un chimpancé de circo en camiseta y
con gorra de visera o la de un oso de zíngaro bailando son de pandereta o aun
la del mismo aleccionado y malhablado loro de barbería”.
Desde luego, que todo esto que nos
cuenta Ferlosio huele y... no precisamente bien. En realidad,
hiede y su hedor es todavía más nauseabundo que el olor de las letrinas.
( Publicado en Cultura, de La Nueva España, de Oviedo)