¿UNA NUEVA GUERRA GLOBALIZADA?
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Cada sociedad tiene su propia clase de guerra nos explican los polemólogos y los teóricos de los conflictos. Y el capitalismo globalizado ha significado también en ese campo la aparición de un nuevo tipo de conflicto diferente de las ya viejas guerras modernas que asolaron el mundo en el siglo pasado. Kaplan, Cléver, Duffield, Ignatieff, Martín Shaw, Huntington, entre otros muchos, han sido los teóricos que han ido identificando desde los años noventa los rasgos específicos de esos nuevos conflictos que desde el final del sistema bipolar de los bloques y la guerra fría se han ido desarrollando en la ex Yugoslavia, África, y Asia. Pero es, sobre todo, Mary Kaldor quien nos ha proporcionado una visión de conjunto de esa “nuevas guerras” en diversos trabajos cuyo resultado final se recoge en su libro- ahora de plena actualidad- Las nuevas guerras ( Tusquets Editores,1999)
Las “nuevas guerras” se caracterizan
por una serie de rasgos inéditos que se refieren no sólo a sus motivos y
actores, sino también a sus modalidades y financiación. Los conflictos bélicos desde los años
noventa no tienen, como ocurrió en la guerras modernas, su origen dominante en
causas ideológicas, geopolíticas o económicas ni sus actores están tan bien definidos como lo eran los estados-
nación. Ni su objetivo preferente es el dominio territorial por el control
militar. Ni su financiación está ya fundamentado en una economía de guerra. Ni ya las víctimas son
dominantemente los propios combatientes.
En esas “nuevas guerras” los motivos están en
relación con las políticas de identidad, es decir, su reivindicación del
poder se fundamenta en la defensa de una
identidad cultural sea ésta nacional o
religiosa. Y el origen de esa oleada de política de identidades no es sino un efecto mediato
de las disfunciones de la globalización. Por eso hay que entenderlas no como un
mero “revival” reactivo de unas identidades premodernas ante la homogeneización
cultural traída por aquélla, sino como algo generado por la conflictiva y nueva
realidad globalizada. La desintegración
del estado- nación alimentada por la mundialización y la exclusión que
ésta conlleva para países y territorios hace volver a la cohesión identitaria
nacional o religiosa. Además de que los grupos que se aprovechan de la erosión
de la legitimidad del estado- nación impulsan esas políticas de identidad para
justificar su intereses. Los actores militares, además del ejército formal, son
diversos e informales y aparecen nuevos actores civiles transnacionales de gran
importancia como ONGs y organismos multilaterales. La estrategia es ahora el control político y no militar del
territorio. Por eso la modalidad militar de la “nueva guerra” es una mezcla de
guerra de guerrillas y de
contrainsurgencia. Así como su financiación se fundamenta en la
extorsión, las actividades delictivas o proviene de grupos o países externos. Y
las víctimas mayoritarias se producen ahora entre la población civil.
La interpretación teórica que se
realiza de esos nuevos conflictos es de primordial importancia para
establecer los principios para su
gestión y su prevención. Huntington
propone una interpretación que, para la Kaldor, pretende ser realista, pero es
, en realidad , esencialista. Y
para otros es, en último término,
ideológica o justificativa del domino norteamericano. El choque de
civilizaciones seria inevitable y lo
único que puede hacer la civilización occidental es prevenirse frente a los
ataques de la civilización musulmana que sería su verdadera oponente . Esta
teoría se fundamenta en la vieja realidad de los estados- nación que ya
comienza a erosionarse por la nueva realidad de la
globalización. Concepto que Huntington no emplea para nada en sus planteamientos.
La otra interpretación (Kaplan) es la
de considerar ese nuevo tipo de conflictos como parte de la degradación del
estado y la inmersión del mundo en una etapa de anarquía futura de la que
únicamente se salvarán algunos islotes de civismo.
Frente a
esos dos enfoques, Mary Kaldor se mueve en la teoría de la gobernación
cosmopolita- en el sentido kantiano- que defiende la escuela de David Held.
Evitar que se sigan produciendo esos nuevos
conflictos depende del comportamiento humano. Para ello, se debe ir
hacia un régimen cosmopolita en el que todas las entidades políticas actúen de acuerdo con unas normas
internacionales que garanticen, sobre todo, el respeto de los derechos humanos
y las normas humanitarias. Es necesaria la creación, para que se cumplan, de un
conjunto de instituciones transnacionales con mayores competencias y
legitimidad que las que existen en la actualidad. La gestión y solución de las
“nuevas guerras”, la seguridad mundial, en suma, pasarían , pues, por avanzar
en ese camino hacia un cosmopolitismo que implica el universalismo, pero, a la
vez, el respeto por la diversidad.
La pregunta que,
insistentemente, pasa por la cabeza del
lector de la Kaldor después del 11 de septiembre no tiene una respuesta
unívoca. ¿ Estamos hoy ante una “nueva guerra”?. Sí y no. Sí presenta el actual
conflicto internacional elementos de la “nueva guerra”. No se ha tratado, en su
origen y por sí mismo, de un enfrentamiento entre estados- nación, sino de un
actor, un grupo terrorista, con un claro objetivo de movilización política
basado en una política de identidad. religiosa y una estrategia de provocación
brutal que, presumiblemente, busca desencadenar una respuesta que desemboque en una movilización
del mundo musulmán y árabe contra EE. UU y los países occidentales. El
predominio de las victimas civiles, la intervención de organismos
transnacionales, el éxodo de refugiados derivados de la acción norteamericana
contra Afganistán, así como la financiación ilegal y subterránea de la red terrorista son otros elementos
típicos de la “nueva guerra”.
De la respuesta norteamericana, en
cambio, no parece deducirse que sea percibida como una “nueva guerra”. Desde luego, no se mueve dentro de
la visión cosmopolita que nos propone la
polemóloga británica. Más bien,
está dentro de la “guerra espectáculo”
y parece estar planeada en gran medida para el consumo interno del mercado
norteamericano como justificación ante su opinión pública. Bombardeos masivos
para conseguir el castigo de los culpables, que causan el menor número de
victimas propias y “daños colaterales” numerosos entre la población civil.
Pero, desde luego, por lo menos hasta el momento, no se ven iniciativas para
caminar hacia ese nuevo orden mundial transnacional cosmopolita.
Claro es que, más allá de ello y desde
otra concepción menos plana de la globalización que la que mantienen los
cosmopolitas, alguien puede pensar que la reacción norteamericana es plenamente
coherente. Nada de aceptar las limitaciones y
ataduras políticas y legales que podría traer consigo un orden
transnacional como el que conciben
aquéllos. Simplemente, se trataría de poner en orden la casa global eliminando
las disfunciones terroristas y poniendo limites a los “estados gamberros” que
los apoyan para seguir dentro del mismo
modelo globalizador neoliberal. La verdad es que para justificar esa política
es bastante más funcional la interpretación del “choque de civilizaciones” que
la concepción de la teoría cosmopolita.
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