lunes, 1 de junio de 2015

SÍ HUELE

                                                              SÍ HUELE
                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias


Que Rafael Sánchez Ferlosio es uno de los mejores ensayistas vivos de la lengua castellana es público y notorio. Y de nuevo lo demuestra con este Non olet (Destino, 2003) en el que puede apreciarse perfectamente su condición de maestro del género.
 Coherencia ajustada entre su precisión argumentativa que no deja ningún cabo suelto y su estilo profuso, de  cláusula amplia. Estilo consecuente, pues, con la intención de que el análisis sea exhaustivo y evite  cualquier punto ciego de su razonamiento. Pero a la vez un estilo tan trabajado que logra que los continuos paréntesis argumentativos enlazados e intercalados entre sí, a modo de las cerezas extraídas de la cesta, que componen sus extensos párrafos, precisos y aclaratorios, no oscurezcan en ningún momento su claridad expositiva.
 Profunda cultura que se manifiesta en sus conocimientos semánticos. Son éstos  uno de los principales instrumentos analíticos que utiliza para desmontar y volver a construir los argumentos de los textos que analiza, y demostrar así de modo ostensible y meridiano sus implicaciones ideológicas, a la vez que nos hace ver cómo el uso de las palabras tiene unos límites cuyo abuso difícilmente puede practicarse sin distorsionar las cosas. Cultura amplia, además, que puede apreciarse en su dominio de una extensa gama  de  clásicos de todos los géneros, tanto antiguos como modernos ( donde destaca sus profundo conocimiento de los cronistas y autores de Indias) y contemporáneos ( desde Marcuse a Braudillard, pasando por Rifkin) cuyos argumentos y teorías contrasta y debate, introduce gradualmente en sus análisis haciendo éstos cada vez  más complejos y  aplica después a la explicación  de datos y hechos  de la vida real actual extraídos  de los periódicos, o a hechos históricos, procedentes de  textos documentales.
Pero también ingenio y mordaz ironía que hace de  la lectura de sus escritos un ejercicio divertido y agradable. Valga como botón de muestra esas líneas que dedica, al referirse a la belleza como elemento imprescindible hoy de la industria productora de consumidores, a aquel famoso crítico de cine, Alfonso Sánchez, zarabeto y poco agraciado, que, en una entrevista que le hicieron poco antes de fallecer, al ser preguntado qué  hubiese querido ser en la vida, respondió irónicamente que “guapo”, esto es, uno de valores- mercancía de mayor valor cambio y por ello más “preciado” y de menor esfuerzo de producción de la “sociedad de consumo”.
Todo lo anterior aderezado por un estilo exquisito y depurado que hace de su prosa, además de un artefacto expresivo de gran precisión, un obra de orfebrería literaria que convierte  su lectura en un verdadero gozo estético.
El título del libro “Non olet”, aunque utilizado como tópico de una de sus partes, es realmente significativo de todo su contenido. Se refiere  a la respuesta que el emperador Vespasiano le dio a su hijo Tito, cuando éste le recriminó  por haber establecido un impuesto sobre el uso de las letrinas públicas. “Non olet” tuvo que decir Tito al ponerle  su padre delante de la nariz la primera recaudación. “ Y sin embargo es un producto de la orina”, le replicó éste.
 Las tres partes de que consta el libro, además de algunos artículos sueltos sobre el mismo tema añadidos al final, no son sino un inteligente análisis- que peca en ciertos momentos de alguna redundancia- con diversas variaciones en torno al mismo asunto: el análisis del origen y de algunos de los rasgos más significativos que presenta la “sociedad de consumo” actual; o, según prefiere llamarla Sánchez Ferlosio por precisión, de la “sociedad de producción” en que ha venido en dar desde los años 20 del siglo pasado, el capitalismo industrial. O, como se diría también hoy por quienes creen que estamos ante una nueva etapa del desarrollo capitalista, del “ capitalismo tardío o avanzado” o capitalismo postindustrial.
A partir de los análisis de un texto procedente de un libro destacado de un reconocido autor actual- Rifkin, en un caso, Braudillard en otro-, de algún texto histórico y  ejemplos extraídos de los periódicos o de hechos de su propia experiencia personal, Sánchez Ferlosio desmonta en la primera y tercera parte del libro el supuesto ideológico que en el capitalismo actual sea el consumo la función que crea el órgano de la producción. Defiende, al contrario, que es el consumo, el verdadero órgano que responde y está subordinado a los intereses de la función de la producción. De tal manera que lo que define al capitalismo de consumo es el hecho de que es la producción la que crea a sus propios consumidores, como puede deducirse de la aparición de una industria propia y específica, la publicidad, independiente y autónoma de la producción de las propias  mercancías que publicita pero a la vez  convertida en mercancía de primer orden en este último capitalismo volcado sobre la producción inmaterial. Esta industria ejerce, sin duda una función esencial en la nueva “sociedad de la producción” como es  la de la “fabricación” del propio  consumidor. La producción ha subordinado y domesticado  así al consumo y esa “racionalidad económica” se ha impuesto sobre la sociedad y la política, en suma, sobre las personas imponiéndoles sus intereses y objetivos.
 Estamos, pues, según Ferlosio, más que ante la “sociedad de consumo” ante la “ sociedad de producción”. Y su aparición puede explicarse, sin duda, en el marco del proceso de desarrollo de la lógica  del capital, pero tiene , también,  su concreta fecha de origen y es el resultado de una acción consciente y no espontánea o ahistórica derivada de una insaciable naturaleza humana consumidora. Ese cronología precisa- reconoce el autor de El Jarama aceptando el dato que aporta Rifkin en su conocido libro sobre el trabajo- se puede constatar con  la publicación en 1927 del libro de Cowdrick que hace referencia explícita “al nuevo evangelio de los consumidores” cuyo dogma principal es el que  expresó aquel empresario de la General Motors, Kettering, cuando afirmó que “la clave para  la prosperidad económica  consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”.
Ferlosio dedica, además, en esta primera parte, unas excelentes páginas al análisis de la relevancia que las funciones de la belleza ejercen en la producción de consumidores en esa “sociedad de la producción”. Ese canon de belleza de niños y mujeres rubios y ojos azules dominante entre los figurantes de la publicidad de cualquier producto no es sino un “más valer” (como dice Ferlosio con palabras del Myo Çid) derivado de la hegemonía de poder y riqueza de la “raza anglosajona”. Así la necesidad de consumo que nos inoculan lleva implícita nuestra expresión o el deseo  de alcanzar la equiparación con esa condición racial y social superior.   
En la segunda parte del libro, a partir de la obra de Braudillard, El espejo de la producción y utilizando, además, la anécdota clásica del “Non olet”, recogida posteriormente por un clérigo arbitrista anónimo del XIX, y algunos textos históricos sobre nuestra etapa colonial, Sánchez Ferlosio trata el tema del carácter de la naturaleza contractual  del trabajo en el capitalismo y sus implicaciones. Analiza a través  de esos datos documentales y bibliográficos con su habitual maestría sus precedentes en el capitalismo comercial  en relación con la explotación colonial de las Indias y el consumo de la coca en el Virreinato del Perú. Critica duramente también  las apologías del trabajo católicas, liberales y marxistas que lo consideran como elemento consustancial de la naturaleza humana. Y, sobre todo, deja patente las implicaciones de claro significado ideológico de irresponsabilidad moral y legal que el carácter contractual proporciona al trabajo en el sistema capitalista en cuanto al uso y destino de la mercancía producida. Tanto respecto al trabajador, pero, sobre todo, en cuanto al  productor, por  el carácter exclusivo de mercancía , de valor de cambio, que tiene para él el producto resultante.      
            Ferlosio, sin embargo,  no parece aceptar,  o intencionadamente no trata de ello, (una u otra cosa menos aceptar que no sea consciente del problema como demuestran sus lecturas), no entra en el debate, decimos, acerca de si esos rasgos de la “sociedad de producción”  han alcanzado hoy un desarrollo tan intenso que unidos a la aparición de  otros que ni siquiera menciona, estemos, según teorizan algunos, ante una nueva forma o modo de desarrollo del capitalismo. Es decir, ante una nueva vuelta de tuerca del sistema para responder a su propia crisis de los años 70 que esté produciendo importantes transformaciones cualitativas en el sistema, del mismo modo que lo fue la creación de la “sociedad de consumo” en los años 20 como respuesta a la crisis del capitalismo de  aquel tiempo o las que se produjeron dentro de él para responder a la depresión de finales del siglo XIX.
Sin embargo, su  análisis es tan agudo y certero que  anuncia ya claramente algunos de los novedosos rasgos que está aportando esta reestructuración del capitalismo actual y  cuyos efectos negativos ya padecemos. Deja claro así  que  la producción de consumidores hoy no está ya dirigida como antes a la creación de necesidades como recurso para “producir” nuevas formas de “consumo necesario” sino que hoy ya aparece destinada específicamente a la creación del propio consumidor en sí mismo: “ Especialistas en ti”, ¿les suena?.
 Asimismo el capitalismo de corrupción y casino que se desarrolla ante nuestros ojos no es sino también la consecuencia de llevar a su máximo extremo esa irresponsabilidad del productor ante el uso antihumano que pueda hacerse de sus  mercancías, irresponsabilidad implícita en la forma de producción capitalista de la que nos habla Ferlosio. Como también es clara la referencia que realiza de  la suplantación  de la Sociedad y la Política por la “Economía” que trata naturalizar el neoliberalismo actual y se traduce, por ejemplo, en la ideológica confusión entre “función social” y “función económica” que domina el discurso oficial. O, en la línea de Naomí Klein, la importancia que las marcas y las firmas han ido adquiriendo como elementos de creación del “homo emptor” u hombre comprador de la “sociedad de producción”. Ese hombre que es un producto de la publicidad, que hace de él, escribe Ferlosio, “un animal falsificado, una figura cabalmente inversa, pero no menos ridícula sangrantemente degradante, a la de un chimpancé de circo en camiseta y con gorra de visera o la de un oso de zíngaro bailando son de pandereta o aun la del mismo aleccionado y malhablado loro de barbería”.
 Desde luego, que todo esto que nos cuenta  Ferlosio  huele y... no precisamente bien. En realidad, hiede y su hedor es todavía más nauseabundo que el olor de las letrinas.  
( Publicado en Cultura, de La Nueva España, de Oviedo)       


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