sábado, 30 de mayo de 2015

Ilustrados y liberales asturianos

                         ILUSTRADOS Y LIBERALES ASTURIANOS
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                                                  Julio Antonio Vaquero Iglesias
Joaquín Varela, catedrático de Derecho constitucional de la universidad de Oviedo

¿Cómo se puede explicar la  aparición en nuestra región  de ese  notorio grupo de ilustrados y liberales asturianos que tan importante participación  tuvo en la vida política e intelectual española  en la etapa de la crisis del Antiguo Régimen  y la implantación del Estado liberal, entre la segunda mitad del XVIII y el primer tercio del XIX  y después con los miembros del Grupo de Oviedo en la época de la Restauración canovista, en el último cuarto del siglo XIX  y el primer tercio del XX?
 Un intento de responder a esa pertinente, pero sin duda difícil, casi endiablada, pregunta constituye el núcleo de la reflexión del estudio  que introduce  el libro del catedrático de Derecho constitucional de la Universidad de Oviedo, Joaquín Varela Suanzes- Carpegna, Asturianos en la política española. Pensamiento y acción (KRK Ediciones, 2006), dedicado al análisis del pensamiento y la acción  política de cinco de esos destacados liberales asturianos: Francisco Martínez Marina, Álvaro Flórez Estrada, Agustín Argüelles, José María Queipo de Llano, conde de Toreno y Adolfo Posada.
Salvo la introducción y el capítulo dedicado al conde de Toreno, que son inéditos, el resto de los trabajos aquí recogidos han sido ya publicados en libros, revistas especializadas o estudios  escritos por el autor como introducciones a  la edición de  obras de algunos de ellos. Como es el caso del que se recoge aquí sobre Martínez Marina que fue escrito como estudio preliminar de la edición de la obra del clérigo liberal asturiano, los   Principios Naturales de la Moral, de la Política y la Legislación, realizada por el autor para la imprescindible colección Clásicos Asturianos del Pensamiento Político de la Junta General del Principado, y de cuyo consejo de Dirección ha formado parte  el profesor Varela. Todos esos trabajos ya editados se recogen  aquí  corregidos, revisados  y con su aparato bibliográfico actualizado.
 Es obvio que nuestro constitucionalista es consciente de que en su libro son todos los que están, pero no están todos los que son. De hecho, faltan los dos quizás más importantes dentro de ese grupo de ilustrados y liberales asturianos: Jovellanos y Campomanes, que han  sido también  objeto de estudio por el autor en otras ocasiones, pero que no se recogen aquí. Y del  Grupo de Oviedo sólo se incluye en esta obra un análisis del pensamiento político de Adolfo Posada. También tiene presente Varela que en otros momentos de nuestra historia y desde otras ideologías ha sido destacada la actuación de otros notorios  asturianos en la política española. Pero mantiene, sin duda justamente, que ha sido en esas dos etapas mencionadas en las que el peso y la presencia  de los políticos asturianos ha sido más decisivo y denso  en la política nacional y  por ello  se plantea a modo de introducción de su libro un intento de explicación de ese hecho, más allá de considerarlo como un mero hecho fortuito, producto del azar.         
   Una nota común a todos esos ilustrados y liberales asturianos  fue el que, además de ser  importantes  políticos fueron  también a la vez destacados “escritores públicos”, como se  denominaba a los intelectuales antes de ser de ser difundido este término por Zola a finales del siglo XIX. Eso sí, ambas facetas se combinan en diversas proporciones según los casos individuales. Pero, además, como  señala el autor, todos ellos participan de otras características comunes.
Los hay, por su  pensamiento y acción políticos, de diversas  tendencias dentro de su adscripción común a la Ilustración y el liberalismo. Dentro del primer liberalismo, Varela clasifica a  Álvaro Flórez Estrada, Rafael de Riego, Evaristo San Miguel, Agustín Argüelles y el primer Toreno como liberales progresistas. (Quizás habría que distinguir el liberalismo progresista del radical y clasificar dentro de esta última tendencia a los tres primeros, si queremos entender lo que pasó en  la crucial etapa del Trienio Liberal). Jovellanos , el “ segundo Toreno”, José Canga Argüelles, Alejandro Mon y Posada Herrera se movieron, en cambio,  en el marco ideológico y político del liberalismo conservador. Mientras que los miembros del Grupo de Oviedo, lo harían dentro del  liberalismo democrático  republicano.
Pero, a pesar de esa diversidad ideológica, todos ellos, junto con los más específicamente ilustrados, se caracterizan por su apuesta por la acción política  del Estado como instrumento fundamental para  estimular y llevar a cabo los procesos de cambio o reformas  que consideran necesarios para el país y, consecuentemente, todos ellos buscan colocarse y alcanzan importantes puestos en los cuadros políticos del Estado. Y todos ellos, unos más que otros, sin duda, se caracterizan también por una elevada preparación intelectual que  llevó a muchos de ellos a  ocupar elevados puestos en la Academia y tener un destacado papel en la vida intelectual española y en diversos campos del saber como demuestran sus aportaciones fundamentales a la teoría y la historia del constitucionalismo español.  Y en casi todos esa formación intelectual está ligada a su conocimiento y experiencia del mundo intelectual europeo bien, indirectamente, por la lectura  de sus obras, bien por el contacto directo a través de  sus dolorosas épocas de exilio o por sus estancias académicas en los principales países de Europa, como fue el caso paradigmático de los institucionistas  del Grupo de Oviedo. Filiación intelectual europea que Varela considera dominantemente anglosajona. Lo que si puede ser aceptable para los  ilustrados y primeros liberales asturianos me parece más dudoso para los krausopositivistas del Grupo de Oviedo, entre los cuales  uno de los rasgos axiales de su pensamiento, el idealismo organicista, es evidentemente de raíz germánica.
La explicación que nos proporciona el autor acerca de la presencia en Asturias  de esa pléyade de relevantes  políticos e intelectuales ilustrados y liberales ha sido esbozada ya por otros historiadores en varias ocasiones. Su origen  estaría relacionado con las propias condiciones de pobreza y marginalidad de la Asturias del Antiguo Régimen. La consecuencia de ese hecho en el plano social  fue la existencia de una pequeña nobleza que trató de compensar sus limitadas posibilidades de existencia en  ese marco social  buscando su  ascenso social  a través de su colocación en el  aparato de Estado y  con unas  proclives actitudes   para su reforma o cambio. Además de que, según apuntó Juan Cueto ya hace muchos años, en el caso de los ilustrados, la formación de  su pensamiento reformista no habría tenido las cortapisas de la Inquisición que apenas tuvo influencia en Asturias.    
     La conclusión a la  que llega Varela es, sin duda, como el mismo reconoce, “muy provisional”. La interpretación “sociológica” de la pequeña nobleza o hidalguía “meritocrática” que bien puede  ser una  plausible hipótesis para explicar la importante presencia y actividad política de los ilustrados asturianos, es, en cambio,  en mi humilde opinión, cuestionable  si se quiere hacer extensiva para  los miembros del Grupo de Oviedo. Éstos pertenecían  a las capas medias surgidas de los  cambios económicos y sociales  operados en Asturias durante la  Restauración  por su incipiente  desarrollo  minero e industrial, esto es,  eran miembros de aquella “otra burguesía”, de la que hablaba Tuñón de Lara, que formaba parte del frente social  que se oponía, en cuerpo y alma, esto es, por intereses  e ideología, a aquel régimen caciquil, de dominio de los propietarios, que fue la Restauración. Y poco o nada tenían que ver ya con la pobreza y  el ruralismo  dominante de la Asturias preindustrial de la que habían surgido nuestros hidalgos ilustrados.
 La respuesta que  da  Varela no nos  convence quizás porque la pregunta  está mal formulada y el supuesto que subyace en ella, a saber, el de la continuidad y homogeneidad de origen e ideología del grupo de ilustrados y liberales asturianos, peca, me parece, de cierto esencialismo. Pero si su tentativa respuesta no es convincente, su planteamiento no desmerece el libro por la fecunda y oportuna reflexión que suscita. Y  es, desde luego, un  idóneo prólogo para introducir los  fundamentados estudios sobre el pensamiento y la acción política  de los cinco liberales asturianos que  constituyen la verdadera materia temática de su libro y a través de cuales el autor se nos muestra como un  profundo conocedor de la teoría y la historia de nuestro constitucionalismo y de la aportación al mismo de los ilustrados y liberales a

viernes, 22 de mayo de 2015

El bicentenario de la Constitución de 1812

         EN  TORNO AL BICENTENARIO DE LA COSTITUCIÓN GADITANA
                                                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
      

El franquismo cuarenta años después

EL FRANQUISMO CUARENTA AÑOS DESPUÉS
                                                          JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS


 En noviembre de este año se cumplen cuatro decenios de la muerte de Franco. Con tal motivo ya han comenzado a aparecer este año varias  obras sobre aspectos biográficos del dictador  y acerca de  su dictadura. Entre las ya publicadas, y que sin duda va a tener un lugar destacado  entre esas novedades por su orientación, contenido y la relevancia de sus autores, está 40 Años con Franco (Crítica 2015). Coordinada  por el catedrático e historiador Julián Casanova participan en ella un elenco de destacados historiadores especialistas en esa crucial de etapa de nuestro siglo y de nuestro presente (además del mencionado Casanova, Paul Preston, Ángel Viñas, Borja de Riquer, Carlos Gil Andrés, Mary Nash, Enrique  Moradiellos, José Carlos Mainer y  Agustín Sánchez Vidal) y el novelista  Ignacio Martínez  de Pisón.  Los seis primeros autores tratan en sus respectivos trabajos del origen, la evolución política y social del régimen franquista a lo largo de sus cuarenta años de duración así como de la biografía del autodenominado Caudillo y las de  algunos de los más significados actores del período. Los tres siguientes, de los aspectos culturales: la literatura y el pensamiento, el cine y  la historiografía sobre el franqusmo. El trabajo que cierra el libro escrito por Martínez Pisón recoge su cualificada  visión testimonial de los cuarenta años sin Franco.
   Tras casi cuatro decenios sin Franco y en  democracia la historiografía sobre la dictadura franquista ha crecido vertiginosamente y ha conseguido ya un conocimiento profundo y contrastado sobre Franco y el franquismo, aunque todavía quede mucho por hacer. Sin embargo, la difusión de ese conocimiento entre la ciudadanía en general y las nuevas generaciones en particular deja todavía mucho que desear y aún existen en la sociedad  memorias dividas sobre su significado y valoración de modo que ese pasado trágico aún  proyecta su negra sombra sobre nuestro presente. Tratar de remediar en lo posible tales  insuficiencias y visiones enfrentadas  son los objetivos que persigue este libro que, por ello, no sólo debe considerarse como un libro de divulgación actualizado con los nuevos avances historiográficos a los cuarenta años de la muerte de Franco, sino también una obra histórica con una clara función social. 
   El franquismo aparece aquí (Casanova) tratado desde una perspectiva comparada  en el contexto de la historia europea del momento y su naturaleza dictatorial no puede considerarse en los años 30 como una anomalía. Lo que sí  fue específico es su larga duración  durante casi cuarenta años (“la longa noite de pedra” de la que nos hablaba el poema de Celso Emilio Ferreiro), debida a una pluralidad de factores entre los que el de  la represión, la violencia y la falta de libertades fue primordial, pero al que hay que sumar otros de gran importancia como lo fueron el apoyo de instituciones  fundamentales del Estado como el Ejército y la Iglesia; y también el de amplios sectores de la población que lo secundaron o mantuvieron una pasividad inducida por su aparato de propaganda. Como  decisivo para su larga duración fue además el respaldo  internacional que recibió a partir de los cincuenta, sobre todo, de Washington y el Vaticano, consecuencia  de la polarización entre los dos bloques que trajo la Guerra Fría (Ángel Viñas) La crisis política de los años finales del régimen provocada por sus contradicciones internas y externas y  por la acción de una oposición renovada no impidió, sin embargo, que el dictador muriese en su cama (Borja de Riquer).
  En una dictadura personal, cesarista, como fue la franquista, la clave de bóveda del sistema es la figura del dictador de ahí que su análisis biográfico sea imprescindible para poder comprender lo que fue el franquismo. De esa labor se encarga en este libro Paul Preston, autor de una  excelente y  muy difundida  biografía de Franco, que realiza aquí, como en aquella, un excelente, documentado y significativo trabajo sobre la personalidad de Franco a través de su vida pública y privada. En este trabajo el historiador británico sostiene con abundantes pruebas documentales la contradicción entre la realidad biográfica del dictador y las diferentes máscaras tras las cuales se ocultó el personaje real. Máscaras, mentiras y manipulaciones  que él mismo creó y difundió en sus intervenciones públicas y en sus escritos y desarrollaron y difundieron sus hagiógrafos a través del  aparato de propaganda del régimen: de gran héroe del Rif en los inicios de su carrera  de militar africanista  a padre del pueblo en los años finales de su régimen, pasando por su máscara de Felipe Ii redivivo  en la etapa de su acercamiento a Hitler y Mussolini y la de comandante de Numancia en la del  aislamiento internacional del régimen tras la finalización del conflicto bélico mundial.
 Novedoso para los lectores no especialistas es el trabajo de Mary Nash. Escrito  desde la perspectiva de la historia de las mujeres es una excelente síntesis interpretativa de la bibliografía existente sobre el tema Trata no sólo del discurso, prácticas y resultados del modelo patriarcal nacionalcatólico impuesto por el franquismo, sino también de la específica y sañuda represión de las rojas en la dictadura y de la importancia de la participación de las mujeres en la resistencia al franquismo
 De interés es la aportación de Enrique Moradiellos que reconstruye  con  rigor el debate historiográfico en torno a la naturaleza política del franquismo  ¿Fascismo puro y duro, régimen totalitario, sistema autoritario, despotismo moderno, dictadura fascistizada o dictadura militar de poder personal?. El historiador asturiano parece que se suma a la tendencia que hoy considera predomínate: el franquismo no fue una dictadura ni fascista ni totalitaria, sino una dictadura militar y caudillista, primero fascistizada y luego meramente autoritaria. Su trabajo contiene además un aprovechable análisis historiográfico sobre las biografías de Franco.        

 Sin duda  y al margen  de que se puedan echar en falta algunos temas o no haber hecho mayor hincapié en otros y de que algunas interpretaciones sean discutibles, la obra responde perfectamente por contenido y forma al pertinente  objetivo con está planteada y su lectura es ciertamente recomendable para todo aquel que esté interesado en  saber qué fue el franquismo según  la actual historiografía, y las negativas  secuelas que, como un pasado que no pasa, ha dejado en la sociedad española.  
 ( Publicado en el suplemento Cultura  de La Nueva España, de Oviedo)

viernes, 15 de mayo de 2015

El Imperio contra la nación española

El IMPERIO CONTRA LA NACIÓN ESPAÑOLA
                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias

           

EN LA MUERTE DE EDUARDO GALEANO

GALEANO, UN GENIAL Y COMPROMETIDO IDIOTA LATINOAMERICANO


"En fin, lo confieso paladinamente, por si no quedaba claro, soy uno más de esa legión de “ idiotas” que lee con delectación a Galeano, porque defiende el derecho a  la dignidad humana de los de “abajo”, dejando desnudos a los de “arriba” que no sólo no la reconocen, sino que  la pisotean y, además, tratan  de ocultar sus desmanes. Pero también porque lo sabe hacer con un estilo  primoroso que suena a música terrenal”. Con este párrafo concluía el que esto escribe una recensión en el suplemento cultural de LNE sobre uno de los últimos libros del escritor uruguayo Eduardo Galeano, reciente fallecido, Espejos, una historia casi universal (2008). “Idiota latinoamericano”, porque de eso le motejaban Montaner, Apuleyo y Vargas Llosas ( Álvaro) en su venenoso  Manual del perfecto idiota latinoamericano. Según ellos, Las venas abiertas de América Latina, el exitoso ensayo que en 1973 publicó Galeano era una las obras “modélicas” que definían a aquellos escritores e intelectuales latinoamericanos que comprometidos con “los de abajo” de  aquel continente denunciaban sin fundamento en sus escritos las causas de la miseria y la desigualdad que padecían la mayor parte de sus poblaciones estrechamente relacionadas con la situación de dependencia y colonización económica que padecían sus países.
   Lo cierto es que una vez más la Historia pone a cada uno en su sitio. Los autores de aquel infamante Manual no son sino hoy unos perfectos desconocidos, mientras que, como demuestra todo lo que se viene escribiendo tras su muerte, Galeano se nos ido dejando una obra reconocida por público y crítica y con la impronta de ser, además de un excelente escritor, un intelectual comprometido con “los de abajo” y con su tiempo y sobre todo con el reconocimiento de ser un autor e intelectual honesto, que luchó contra la dictadura uruguaya y sufrió el exilio por ello y fue hasta el final un escritor insobornable que denunció y satirizó  los vicios, la rapiña y la soberbia de “los de arriba”, dejándonos no sólo  un fidedigno retrato de las miserias de aquel continente, sino de la miseria moral a la que conduce al hombre los valores de un sistema económico que le apartan de su verdadera dimensión humana.   

    Si las Venas abiertas de América Latinta fue un ensayo primorosamente escrito, pero, al fin y al cabo, un ensayo canónico cuyo contenido, como es obvio, ha quedado obsoleto, pero que en su momento fue para muchos de nosotros una llamada de atención hacia la injusta realidad latinoamericana, el escritor uruguayo derivó en sus libros posteriores, como los grandes escritores, hacia un género propio que, congruentemente con su contenido, expresa muy bien las excelencias del mestizaje de géneros por ser una sabia y  armoniosa combinación de  ensayo,   poesía  y crónica. Género mestizo al servicio del cual ha construido a cincel un lenguaje depurado, preciso, sin las alharacas y los fuegos artificiales a que nos tienen acostumbrados muchos de los escritores latinoamericanos, pero que no excluye, como es habitual en ellos, la metáfora fulgurante, la paradoja significativa y, sobre todo, la ironía y el humor como elementos fundamentales para revelarnos esas realidades  ocultas  que el lenguaje políticamente correcto o la historia oficial buscan ocultarnos En fin, Galeano nos ha demostrado con su obra que compromiso y buena literatura no tienen por qué  ser  excluyentes y esta es, entre otras muchas, una de las principales razones de su éxito literario. 
 ( Publicado en La Nueva España, de Oviedo con motivo de su fallecimiento)

viernes, 8 de mayo de 2015

EL TIEMPO DEL QUIJOTE

                                         EL TIEMPO DEL QUIJOTE
                                                         Julio Antonio Vaquero Iglesias,

La historia corre a borbotones por las páginas del Quijote. No sólo la de los grandes acontecimientos: Lepanto, la Armada Invencible, la piratería berberisca, la expulsión de los moriscos. Algunos de ellos Cervantes los vivió y sufrió en sus carnes como la manquedad por su participación en la batalla contra el turco o su cautiverio de cinco años en Argel; de otros sólo tuvo una experiencia indirecta Pero, además, el inmortal libro recoge trazos de  la no menos importante historia de la vida cotidiana rural de aquel tiempo (Barcelona es el único escenario urbano de las aventuras quijotescas).  Esto último gracias a la revolucionaria  innovación que el  autor introdujo en su obra colocando las andanzas del caballero y el escudero en medio de la vida real y describiéndolas con minuciosidad y detalle en su discurrir entre ventas y caminos, entre clérigos e hidalgos, campesinos y barberos, galeotes y bandidos.
            No es extraño, pues, que en estos últimos años, una de las tendencias más fecundas de la crítica cervantina es la del análisis de los aspectos  socioeconómicos, políticos y culturales (sea entendido este último término en su sentido amplio, antropológico) históricos del Quijote. Del mismo modo que algunas de las interpretaciones más sugestivas de la novela son las de naturaleza histórica.
            El tiempo (histórico) del Quijote- por decirlo con el título del espléndido trabajo de Pierre Vilar escrito ya en 1964, pero todavía hoy válido en sus planteamientos básicos- se corresponde con el reinado de Felipe III. Las dos partes de la obra cervantina se publicaron respectivamente  en 1605 y 1615. Pero parece ser que la primera parte, cuyo aniversario conmemoramos este año que acaba de nacer, comenzó a gestarse  en   1590, esto es, en medio de la última y crítica etapa del reinado de Felipe II, iniciada en  con el desastre de la Invencible, y dos años antes de que Cervantes fuese encarcelado en Castro del Río como consecuencia de su actuación como comisionado regio para llevar a cabo las requisas de alimentos destinados a aprovisionar la Armada Invencible.
            Ese tiempo histórico de gestación del primer  Quijote es, pues, el del inicio del declive del imperialismo providencialista filipino y  se corresponde en el tiempo biográfico de Cervantes con la etapa de su problemática y dificultosa labor como comisario regio en Andalucía, primero, para realizar los embargos de trigo y aceite para la Armada Invencible y, después, como cobrador en Granada de alcabalas, impuestos indirectos que gravaban los intercambios de mercancías, tarea esta última que terminó  con su nueva prisión en Sevilla, en 1597 por problemas derivados de las cuentas de su gestión .recaudatoria. Liberado de la prisión, sólo tenía una alternativa. Su intento  de pasar a las Indias a ocupar un puesto en la administración colonial ya había fracasado  anteriormente. Únicamente  le quedaba intentar reemprender su frustrada carrera de escritor y para  tratar de continuarla, ya en tiempos del nuevo rey Flipe III, se domicilió, con toda su familia, en Valladolid, adonde el duque de Lerma, el privado real, había trasladado la capital desde Madrid, con el objetivo de impulsar la postrada situación de la Meseta norte. Allí nace definitivamente la primera parte del  Quijote. Aunque la edición original viese la luz en Madrid.   
            Tal inicio del declive del imperialismo español, que fue el caldo de cultivo en el que, como hemos visto, se incubó la novela de Cervantes, comenzó realmente con el fracaso, más que derrota, de la empresa de la Gran Armada o Armada Invencible destinada a invadir la Inglaterra protestante  de Isabel I. Tal fracaso dio paso al último decenio del reinado de Felipe II, caracterizado ya por una profunda crisis económica, social y política que se irá agravando con su sucesor, Felipe III, esto es, el tiempo en que aparecen publicadas las dos partes del Quijote.
            Para pagar los gastos de la “Invencible”, Felipe II pide a las Cortes la concesión de un servicio, esto es, de un impuesto extraordinario de una cuantía nunca vista, 8 millones de ducados (“millones” se le denominó) cuyo pago se trasladó a los segmentos nos privilegiados de la población a través de la sisa que consistía en reducir un parte del peso de determinados productos de primera necesidad, causando  manifestaciones de descontento entre la población. Al clima de descontento se le sumó el de la inseguridad por los continuos ataques a las costas españolas occidentales de la escuadra inglesa que desembarcó en Galicia (1589) y ocupó Cádiz algunas semanas (1596). Por si no fueran suficientes estos hechos para sumir al país en un estado de postración, en ese mismo año una epidemia de peste se desencadenó en Santander y fue extendiéndose hacia el sur provocando una gran mortandad y el déficit fiscal provocó la segunda bancarrota del reinado de Felipe II. El mismo Cervantes sufrió en sus mismas carnes esa bancarrota. Había confiado los dineros de los impuestos recaudados en manos de un banquero sevillano que quebró a causa del hundimiento fiscal del Estado y  dio por segunda vez, como ya hemos anticipado más arriba, con sus huesos en una  cárcel de Sevilla.
            Ésa era la situación de la Monarquía hispana en 1598 cuando muere Felipe II. La conciencia de descontento y fracaso se extendía por todos los sectores sociales. De ella participa también Cervantes, como lo prueban los versos que dedicó al rey muerto con motivo del grandioso túmulo instalado en Sevilla en la ceremonia de sus funerales. En esos versos ya se aprecia una crítica al modelo del imperialismo filipino:”Quedan las arcas vacías/Donde se encerraba el oro/Que dicen que recogías/Nos muestran que tu tesoro/En el cielo escondías/.
            En el marco de ese sombrío panorama comenzó a germinar en la cabeza de Cervantes la genial obra. Las medidas que tomó el sucesor, Felipe III, no sólo no paliaron esa grave situación, sino que la agravaron.
          El gobierno de Felipe III, encabezado por su privado/valido, el duque de Lerma, llevó a cabo un repliegue de la política imperial. No era sino una adaptación forzada a la falta de recursos financieros de la Monarquía hispana que hacia imposible  poder seguir llevando a cabo sus guerras imperiales y el intento de conseguir así un respiro para tratar de resolver los graves problemas sociales y económicos por los que atravesaba la Monarquía. El mismo Felipe II ya en el último año de su reinado había firmado  la paz con la Francia de Enrique IV. Felipe III, por su parte, la hizo con los  estados protestantes contra los que combatía. Con el sucesor de Isabel I de Inglaterra, Jacobo I estableció la paz en 1604 y con las Provincias Unidas (Holanda), la  Tregua de los 12 años en 1609. Ese mismo año, como compensación al forzado reflujo imperialista, el duque de Lerma daba el visto bueno a la expulsión de los moriscos, o musulmanes conversos, que se extendería hasta 1614. Expulsión de la que Cervantes  trata en  el Quijote a través del tendero morisco Ricote, amigo de Sancho y cuyo nombre hace referencia a una zona de Murcia, donde habitaba un importante grupo de esta minoría.
            Esa política de apaciguamiento de Felipe III no solucionó los graves problemas interiores  a los que se enfrentaba el nuevo rey. El descenso de la población inducido por la peste del reinado anterior y acrecentado por la expulsión de alrededor de 300.000 moriscos, produjo una disminución de la población trabajadora que encareció los salarios. Estos salarios elevados repercutieron a su vez sobre el precio de los productos artesanales y agrarios españoles que no eran competitivos en relación con los productos ingleses y holandeses. Éstos se importaban más baratos que los españoles, en el contexto de libertad comercial que había traído la paz. Las consecuencias negativas de esa situación fueron la reducción de la producción nacional y la salida hacia el exterior  de la plata americana para pagar las importaciones, plata que, además, comenzaba a llegar más escasamente de las colonias. Los remedios tomados para tratar de solucionar esa negativa realidad económica fueron más graves que la propia enfermedad. Se eliminó la plata del contenido de las monedas de vellón que fueron acuñadas únicamente a base de cobre, lo que produjo una tendencia a la inflación o subida generalizada de los precios que castigó, sobre todo, a los sectores más pobres de la población. Y hubo necesidad de nuevo de  solicitar a las Cortes otro impuesto de millones, en este caso de 18 millones de ducados, que se cargó otra vez sobre los productos de primera necesidad, es decir, sobre las espaldas de los más necesitados.
            Esos desajustes económicos y la grave situación social del reinado de Felipe III no eran sino consecuencia, en ultima instancia,  de la penetración cada vez más intensa de las formas del capitalismo comercial que emergía dentro de la economía feudal. Amanecía un nuevo mundo sin que el anterior, del que éste surgía, desapareciese. Los grupos privilegiados, para poder seguir detentando el poder, tuvieron  que acogerse, avant la lettre, a la lampedusiana fórmula del cambiar para que todo siguiese igual. Pero en este caso el cambio formal no era hacia delante sino hacia atrás. La nueva forma de la Monarquía hispana supuso la elevación al poder como clase dirigente de la nobleza que lo ejerció directamente  a través de los validos o privados, o, indirectamente, a través de las Cortes como “representación” del Reino, que limitaban el gran  poder  que ostentaban los monarcas dentro de las monarquías autoritarias. El proceso de refeudalización estaba en marcha. Era necesario cerrar los canales de acceso a los estados de privilegio a los otros grupos sociales a través de la aplicación más rigurosa de los estatutos de limpieza de sangre que impidiese  a los que tenían su sangre manchada, esto es, a los descendientes de conversos de origen judío o musulmán (moriscos), acceder a la nobleza. Pero, sobre todo, dada su inmensa mayoría, eliminar de esa posibilidad de acceso nobiliario a los cristianos viejos que no tenían ascendientes judíos o moriscos, pero ejercían oficios mecánicos o viles incompatibles con el honor nobiliario. Todo ello conllevó consecuentemente un reforzamiento de la ideología del honor que legitimaba la preeminencia de la nobleza.
            Tratados directa o indirectamente, de manera explícita o con ambigüedad calculada en algunos casos  derivada del miedo a la  Inquisición o de las contradicciones de la propia ideología de Cervantes, en el  Quijote  se pueden rastrear la mayor parte de esos topoi históricos que hemos analizado. Entre otros, la dicotomía entre ricos y pobres que aparece en varios episodios, la frecuente presencia de marginados, galeotes y bandoleros como es el caso del catalán Roque Guinart que hace referencia a un personaje real y al crónico y grave problema del bandolerismo en Cataluña, la cuestión morisca que se nos presenta por  medio  de la historia del morisco Ricote…. La actitud crítica de Cervantes ante las  situaciones de esos personajes es evidente como demuestra el que  en algunos casos don Quijote  los pone en libertad enfrentándose a la propia autoridad real y, en otros, el caballero y el escudero expresan hacia ellos una clara simpatía.
            Pero el topos histórico más frecuente, el que envuelve con su atmósfera casi todo el libro, es el tema del honor y la relación entre los grupos estamentales privilegiados y no privilegiados. Tanto Alonso Quijano, hidalgo sin don, esto es, miembro del último escalón del estado noble, que  por decisión propia se convierte en el caballero don Quijote, como Sancho (sin don), perteneciente al estado llano, pero cristiano viejo, manifiestan en numerosas ocasiones su rechazo a la ideología nobiliaria del honor y a los obstáculos para impedir la movilidad estamental que conlleva. Pero ese rechazo no deja entrever su negativa  al mantenimiento de la estructura de la sociedad estamental. Sancho llega a decir que a partir de la condición necesaria de ser cristiano viejo cualquier miembro del estado llano debería tener la condición suficiente para poder llegar a alcanzar cualquier grado nobiliario. Y, por su parte, Cervantes dice sin decir la contradicción entre conducta y honor que manifiesta el comportamiento de los personajes del duque y su esposa. La condición de su sangre noble debería determinar en la pareja nobiliaria, como defendía la ideología del honor, una conducta tal  que implicase ese reconocimiento de prestigio y preeminencia social y, sin embargo, Cervantes los presenta como personajes repulsivos, a los que difícilmente .puede atribuirse cualquier honor.            
            ¿Todo lo dicho anteriormente nos pone ante un autor, Cervantes, que habla en el Quijote por boca de esos grupos sociales medios, protoburgueses, los “medianos”, como les denominan las fuentes de la época,  a quienes el proceso de refeudalización limitaba en gran medida las posibilidades de su ascenso social, pero que aún no tienen la entidad ni la conciencia suficientes para plantear un proyecto de supresión de la sociedad estamental? ¿Es el Quijote el libro de la decadencia del Imperio español y de la transición del feudalismo hacia el capitalismo comercial y de todas las contradicciones que ello generó?
Aun si aceptaras provisionalmente, desocupado lector del Día de Reyes, estas hipótesis como plausibles, sin motejarlas de historicistas y materialistas y no se cuántos “istas” más, inmediatamente, a continuación, sin pausa, habría que añadir que el Quijote puede ser eso, pero es también mucho más. Como todo clásico,  es una obra abierta que cada generación ha leído y  seguirá leyendo de manera diferente. Y, desde esta hipotética interpretación histórica que aquí hemos esbozado, su lectura hoy, en el siglo XXI, nos habla de procesos que perfectamente podemos relacionar con otros análogos que vivimos en la actualidad: imperialismos en decadencia, fundamentalismos ideológicos de contenido religioso y transiciones hacia economías virtuales que crecen a la sombra de frecuentes bancarrotas financieras y desencadenan crisis económicas cuyos costos, hoy como en el tiempo del Quijote, siempre los pagan los más débiles.
             EL QUIJOTE Y LA HISTORIA  CULTURAL
                                           J. A. V. I.
Lo primero que se deduce del contenido del Quijote en relación con su contexto cultural  es que es un libro que trata de libros y refleja muy bien muchos de los aspectos de la nueva historia cultural. Las mejoras técnicas de la imprenta consiguieron abaratar el precio de los libros impresos, aunque éstos siguieran siendo muy caros para la inmensa  mayoría de la población que era, además, analfabeta. Pero, incluso, con estas dificultades, la difusión del  Quijote fue amplia entre toda clase de lectores que lo entendieron esencialmente como un libro de entretenimiento. La razón de esa aparente paradoja  la explica el propio texto cervantino cuando nos describe, en el episodio de la venta, la  extendida  costumbre en la época de la lectura colectiva compartida. Además, el libro impreso no sustituyó a los manuscritos que siguieron corriendo de mano en mano a través de las copias. El mismo Cervantes aparece  en su propio libro comprando en el mercado de Toledo el manuscrito del Quijote. Este hecho de comprar el libro en el mercado nos está diciendo, por otra parte, que estamos ante un autor que escribe para vender. Y, como nos cuenta en la segunda parte de su obra cuando visita la imprenta en Barcelona, en el circuito de producción del libro un elemento ya decisivo es el editor. Por cierto que acusa a éste de engañar al escritor. Sin duda, los malos hábitos de origen perduran en el tiempo y se resisten a  desaparecer.


( Articulo publicado en La Nueva España, de Oviedo con motivo de la conmemoración del aniversario de la publicación de El Quijote)

lunes, 4 de mayo de 2015

¿EL FIN DE LA POBREZA?

        ¿ EL FIN DE LA POBREZA?
                                                                       Julio Antonio Vaquero Iglesias
          
  En estos días en que en  el Occidente opulento el consumismo alcanza sus más altas cotas, las fiestas navideñas  se celebran con comidas  pantagruélicas y el rito de las buenas intenciones y los saludos de paz y felicidad se renuevan al son de  los villancicos, hablar de esos mil y pico millones de  pobres entre los pobres que sobreviven a duras penas en el mundo, no sólo no me parece inconveniente, sino necesario. Aunque alguien pueda pensar que éste no sea el momento políticamente correcto de recordarlos y me tilde de  inoportuna y molesta  mosca cojonera.
            Porque si lo hago  no es con la intención de sentar caritativamente a esos  pobres  a mi simbólica mesa de Navidad  y después olvidarme de ellos el resto del año, sino para expresar mi malestar conmigo mismo, reavivar en mi memoria la injusticia sobre la que asienta nuestro mundo rico y tratar de despertar mi habitual  conciencia adormecida con el brutal contraste  entre esa  pobreza extrema y la orgía de consumo de alimentos y mercancías de estas  fechas y la vacuidad de los deseos de paz y  felicidad para toda la humanidad  con los que nos saludamos y abrazamos estos días. Más por ritual, creo, que por cinismo. Lo cual aún me parece peor.
            La lectura de este libro del economista norteamericano Jeffrey Sachs que acaba de editarse en España, El fin de la pobreza (Debate, 2005) es, sin duda, un buen motivo para hacerse esa clase de reflexiones bien sea  en estas fiestas navideñas o en cualquier otro momento del año.  Se acepten o no sus planteamientos, es, sin duda, una buena radiografía de la pobreza extrema (la que no permite cubrir las necesidades más básicas) y defiende la tesis de  la posibilidad de ponerle fin en esta generación.
 Mi deseo es que su lectura en estas fechas no se convierta en un elemento más de las buenas intenciones que conlleva el rito de paso de un año para otro. Ni que se limite a ser una mera comprensión platónica del problema. Si no, al contrario, que su lectura sirva de motivo para unirnos a esa legión de personas que están ya comprometidas y luchan denodadamente para derribar los muros de la  pobreza y devolver el mínimo de dignidad humana a esos miles de millones  que la padecen, y también  para  construir otra sociedad en la que no exista ninguna clase de limitación evitable para el desarrollo humano. 
            La importancia de este libro no proviene sólo de su contenido, si no que cobra su real importancia teniendo en cuenta quién es su autor.  Jeffrey Sachs, además de haber sido catedrático de economía  de Harvard y estar considerado como uno de los economistas más importantes del mundo, es hoy asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan para el Proyecto de Desarrollo  del Milenio y presidente del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, una de las instituciones más importantes en las cuestiones de economía del desarrollo. Sus planteamientos  orientan y fundamentan, pues, en gran medida, las políticas de desarrollo que en estos momentos se están tratando de  aplicar en el mundo por las Naciones Unidas a través de sus organismos multilaterales.
 Este libro es precisamente eso. Un intento de divulgación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y del modelo y la estrategia de desarrollo económico que las NU proponen para alcanzarlos.. De ahí que no utilice  la abstrusa jerga económica de los especialistas  y esté escrito con un lenguaje sencillo, accesible a toda clase de lectores y venga precedido de un prólogo del cantante del grupo musical U2, Bono, profundamente comprometido en la lucha contra  la pobreza en África.
Sachs ha reformulado el inicial  Objetivo de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad la pobreza extrema que padece el planeta en 2015 y ha establecido como meta  plausible para erradicarla el año 2025. Son unos 1300 millones de personas que viven en la pobreza aguda en su inmensa mayoría  en tres regiones del mundo: Extremo Oriente, el sur de Asia y el África subsahariana; dominantemente en países de renta baja, pero también dentro de otros de renta media y con crecimiento económico
Su modelo de desarrollo económico es claramente diferente del que durante los últimos decenios del siglo anterior aplicó el neoliberalismo basado en el famoso “ajuste estructural” y trataron de llevar a cabo el FMI y el BM. Ese modelo se basaba exclusivamente en recetas para  “apretarse el cinturón” y en la práctica eliminación de la Ayuda Oficial al Desarrollo. Sachs, al contrario, considera que la ayuda oficial al desarrollo por parte de los donantes del primer mundo es fundamental. Sólo a través de ella esos países de renta baja donde se concentra la pobreza extrema, pueden salir de la “trampa de la pobreza” que les hace cada vez ser más pobres y les impide tener las inversiones de capital necesarias para acceder al primer escalón del desarrollo a partir del cual, según nuestro economista, ya es posible que esos países puedan comenzar a subir progresivamente por la escalera del desarrollo y mantener un crecimiento económico autosostenido.
 La cuantía de la  Ayuda Oficial al Desarrollo que se necesita para ello, según Sachs,  no es tan elevada que haga imposible su aportación por los países ricos y éstos tienen razones de interés para donarlas. Los países pobres son fuente de inestabilidad política y la mejor y más duradera forma  de luchar contra el terrorismo internacional es erradicar la pobreza. Para ello, un paso decisivo es  contrarrestar la actitud unilateral que ante estos problemas ha adoptado el actual Gobierno de EE UU con Bush hijo y abordarlos a escala mundial y de manera multilateral como  tomar medidas para el fin de la deuda pública, el establecimiento de una política comercial global justa, el fomento de la ciencia aplicada al desarrollo y la gestión mundial del medioambiente.    
¿Es posible el fin de la pobreza extrema en el plazo de esta generación con este modelo de desarrollo  keynesiano que propone Sachs? ¿Podría conseguirse en el marco de esta fase del capitalismo globalizado dominado por multinacionales que son más poderosas que muchos estados, y que sólo invierten en los países que les interesan y trasladan sus inversiones en escaso tiempo a otros países buscando el beneficio especulativo o los costes más bajos? ¿Esto es, dentro de un sistema que busca obtener los máximos beneficios en el menor tiempo posible y sin tener en cuenta, frecuentemente, ni  sus propios intereses a largo plazo?
 Si ese objetivo llegase a cumplirse, sería, sin duda, una de los mejores y más deseables cambios que podría experimentar nuestro mundo. Pero, aunque me gustaría equivocarme, parece poco probable. Y, además, si hipotéticamente esos  países pobres lograsen salir de la trampa de la pobreza y comenzar a subir los escalones del desarrollo capitalista, como piensa Sachs que ocurriría, caerían finalmente en otra trampa. Porque, al final de la escalera, no encontrarán sino estas navidades de consumo desaforado y retóricos y vacíos deseos de felicidad. Lo que no significa sino otra clase de pobreza dentro de una prosperidad material siempre desigual. Por eso, mucha gente piensa hoy que es necesario seguir luchando para poner fin  tanto a una como a otra clase de  pobreza y conseguir  construir otro mundo posible.
 ( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURA DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

viernes, 1 de mayo de 2015

Los antecedentes de la LOMCE

SIN NIDO NI ARPA

            El profesor don José Luis Magro contesta en este periódico ( LNE, 18/11/02) a mi réplica a su artículo, Los huevos de la “cuquiella” y la huelga general en la enseñanza pública ( LNE, 29/10/02). Dejando por sentado mi respeto hacia su persona y el reconocimiento de su larga  trayectoria de reflexión y análisis sobre temas educativos que viene realizando en las páginas de este diario, quisiera realizar unas puntualizaciones al contenido de su último artículo con el objetivo de aclarar mi posición acerca de un asunto, como es el de la Ley de Calidad de la Educación, de plena actualidad y gran importancia social. Y quiero hacerlo de la manera más precisa y concreta. Sin referirme a  nidos, “cuquiellas” o arpas que son  símiles y ejemplos que pueden tener cierto sentido literario, pero que me da la impresión que en este caso más que aclarar, han confundido, oscurecido y simplificado el debate. 
  1ª)  En primer lugar, el fundamento de mi réplica al primer artículo del profesor Magro era que, a mi entender, metía en el mismo saco indiscriminadamente algunas de las reformas técnicas que desarrolla la ley para corregir disfunciones palpables que ha traído la LOGSE, con otras medidas que son la expresión de un modelo educativo que responde, en mi opinión, a un planteamiento ideológico conservador. En su contestación, don José Luis termina dándome en cierta medida la razón cuando reconoce que tras “estas discusiones se encuentra el modelo de ciudadano y de sociedad que a través del sistema educativo se pretende alcanzar”. Pero sin terminar de reconocer- contradictoriamente, entiendo- que la Ley de Calidad implica precisamente “la pretensión de alcanzar” un nuevo modelo de ciudadano y de sociedad afín a los planteamientos ideológicos de la derecha gobernante. Sin duda, ésta ejerce un legítimo derecho al hacerlo como mi compañero al apoyarlo. Nadie se lo ha negado. Pero lo que no es aceptable es que nos trate de presentarla como una exclusiva reforma técnica. Es algo más y hasta mi adversario dialéctico lo reconoce confusamente cuando afirma que la Ley de Calidad trata de resolver “ los graves problemas que el modelo de educación  comprensiva lleva aparejados en su misma esencia”.
 2ª) Mi deducción de que su posición contraria a una huelga que se hizo para protestar  contra la Ley de Calidad , significaba implícitamente una defensa de esa norma, aparece ahora corroborada explícitamente con su legítimo apoyo hacia ella. Como legítimo es también mi derecho de criticarla y no aceptarla en sus fundamentos, porque éstos no responden a mis convicciones ciudadanas ni a mi criterios profesionales. Aun reconociendo la oportunidad de algunas de las medidas de carácter propiamente técnico que se adoptan en ella, como me imagino que también lo pensarán  bastantes de ese 70 % de profesores que dice el profesor Magro que apoyan la Ley.
3º) Si, como mantengo en mi escrito, la Ley de Calidad de Educación supone un cambio de modelo educativo con relación al que estableció la Reforma educativa que cristalizó en la LOGSE, me parece que el término contrarreforma que he utilizado en él es perfectamente congruente con el significado que para mi tiene el nuevo texto legal. No se bien a qué viene esa digresión, con confusión de planos, sobre la Contrarreforma tridentina y la Ilustración con que me replica mi interlocutor. Si lo que quiere decir es que, con ese término, le atribuyo a la ley y, por extensión, a sus defensores una posición conservadora tradicional, está profundamente equivocado. Conservadores y progresistas, derechas e izquierdas ( aunque ahora se diga con el posmodernismo que ya no existen), surgen del ideario de la Ilustración. Y en ese sentido sí considero que el modelo educativo que traza la ley es claramente conservador y de derechas, con cierta orientación enmascarada neoliberal como indica el propio uso del término “calidad” que corona el título de la ley, tan querido, utilizado  y justificado por la derecha neoliberal.
            4º) Es, en sus principios, una ley conservadora y de derechas. Porque, además de romper con el modelo comprehensivo de una enseñanza igualitaria, pero diversificada  para todos que, al menos teóricamente, inspiraba la LOGSE, e implantar también un modelo socialmente segregador ( a lo que me referiré en el punto siguiente), la Ley de Calidad establece otros aspectos claramente afines al ideario conservador.
            Como lo  es, en mi modesta opinión, el de la vuelta a  la jerarquización de los profesores en el aspecto profesional al  dividir a los profesores de secundaria entre  los  catedráticos y los que no lo son, estableciendo funciones diferenciadas para unos y otros. Pero también en el plano de la gestión: los directores de los centros dejarán de ser elegidos y pasarán a ser nombrados por la Administración dentro de un nuevo Cuerpo de Directores. Definitivamente, la dirección de los centros  no representará ya ni a los alumnos ni a los padres, ni a los profesores ni al personal no docente, será únicamente la representante de la Administración en ellos. Se acentúa  así con esas dos medidas ese proceso que ya está en marcha desde hace bastante tiempo que es el de la proletarización de los profesores  en el sentido de perder  éstos otra cota de autonomía en su práctica docente y  en  la organización y gestión de los centros. Como también pierden capacidad de intervención en esos aspectos los propios alumnos y los padres.
            El tratamiento que da la Ley a la enseñanza de la Religión volviendo a convertirla en un asignatura académica más, me parece también otra clara expresión del conservadurismo de la Ley, además de poco coherente con el carácter aconfesional del Estado que establece la Constitución. Como también lo es el componente academicista que predomina en los currículos que estableció el Decreto de contenidos mínimos- que con la LOCE es la otra pata de la contrarreforma educativa del PP- y la relegación que en ellos ha quedado la educación en valores. Educación en valores que constituía potencialmente uno de los instrumentos principales para alcanzar algunos de los  más importantes fines educativos de la LOGSE, aunque, desgraciadamente, su aplicación no se haya correspondido con esa importancia.
 5º) La comprehensividad de la ESO entendida como enseñanza igual para todos según sus 
capacidades, que es el principio fundamental  para que la enseñanza corrija en lo que es posible las desigualdades formativas derivadas del origen social  de los alumnos, es perfectamente compatible con la diversidad. Es decir, la posibilidad  que los alumnos tienen hoy de elegir caminos diferentes ( asignaturas optativas) para  conseguir las mismas capacidades. Me parece, en cambio, incompatible con esa acción educativa contra la desigualdad establecer en la ESO, como pretende la Ley, tres “itinerarios” formativos cerrados que van a “predeterminar” ya desde los 14 años el futuro de los alumnos: hacia el bachillerato, la formación profesional o el mundo laboral. Esa elección adelantada da menores posibilidades al sistema educativo para tratar de atenuar esas desigualdades formativas de origen social. Más bien, en cambio, favorece su reproducción. En la realidad, se abandonan los objetivos comunes de la ESO, aunque formalmente todos los “itinerarios” conduzcan al mismo título. No son lo mismo, como apunta don José Luis, uno y otro procedimiento. Y mucho menos, si como pretende la Ley, los centros van a poder seleccionar a sus alumnos y especializarse en esos “itinerarios” formativos. ¿Quién tendrá, finalmente, que atender a la mayoría de los alumnos del “itinerario” dirigido hacia el mundo laboral en el que se incluirán los alumnos con mayores problemas?. ¿ Los centros estatales o los privados concertados?. Para mi la respuesta es clara.

       Por mi parte, con estas puntualizaciones doy por terminado este debate con el profesor Magro. Creo que las posiciones de uno y otro han quedado finalmente bien  definidas. Y en los principios es difícil que se pueda llegar a una síntesis dialéctica entre ellas, como me parece que quiere dar a entender en su último escrito. Le agradezco además su tono mesurado y educado. Ésa ha sido también mi intención. Si no lo he conseguido, le pido disculpas por ello. Porque, al fin y cabo, si quienes educamos a adolescentes, no fuésemos capaces de mantener entre nosotros un debate civilizado y racional sobre cuestiones de claro interés público y social, estaríamos actuando a contracorriente de lo que es- creo- una de  nuestras principales misiones como profesores. Esto es: además de enseñar nuestras respectivas disciplinas, formar, sobre todo, personas con criterios fundamentados y críticos para vivir en una sociedad que sea verdaderamente democrática.   
( Artículo publicado en La Nueva España, de Oviedo)