El IMPERIO CONTRA LA NACIÓN
ESPAÑOLA
Julio Antonio Vaquero Iglesias
El resultado de todas esas investigaciones
toma ahora cuerpo en este último e importante
libro, España, un proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio
(Editorial Ambos Mundos, 2005), Su propósito no ha sido, dada la orientación
mencionada, el análisis del colonialismo español, que también lo es, sino,
sobre todo, el de la relación recíproca entre la práctica colonial e imperial
española y el proceso de construcción del estado nacional en España. Desde que ese
proceso se inició con los Reyes
Católicos, en el siglo XV, a la vez que
se descubría y se ponía en explotación América, hasta 1824, año en el que el imperio
colonial español se vino abajo en el territorio continental americano.
Esta perspectiva que adopta Bernal
en su estudio es, desde luego, una
perspectiva poco tratada, casi inédita, en nuestra historiografía y, como
demuestra este libro, de suma
importancia para comprender el proceso y las peculiaridades de la construcción del Estado-nación en
España y, consecuentemente, profundamente reveladora de los antecedentes de la cuestión
nacionalista de nuestro país y, por tanto, de plena actualidad para
entender de qué polvos vienen estos lodos que padecemos hoy en relación con esta agitada coyuntura que está produciendo la
negociación de la reforma estatutaria de
Zapatero.
En realidad, Bernal traza desde ella una nueva visión de la historia de la España imperial
al relacionar en su análisis el influjo recíproco de ambos procesos- el del
desarrollo del Imperio español ( con su doble ámbito americano y europeo) y el de la construcción del Estado nacional español
Enfoque que le permite ofrecer una significativa y rica interpretación de conjunto de esta decisiva
etapa de nuestra historia de más de tres siglos, en la que España no sólo
fue la principal protagonista de la Historia universal, sino también la etapa en la que nuestro país, como
todos los grandes países europeos, pusieron las bases del estado nacional y con
él su posible acceso a la modernidad. Procesos estrechamente vinculados con la
gestión de sus respectivos imperios coloniales que condicionó, ineludiblemente,
su economía y su modelo nacional futuros.
. .
La
tesis central de Bernal es que fueron, precisamente, el modelo y práctica del sistema colonial de
la monarquía española en América, y la subordinación de ambos al mantenimiento
de la hegemonía imperial en Europa, los factores decisivos que explican, en
gran medida, las dificultades y el retraso en la construcción de un estado
nacional moderno e integrado en España. Estado nacional al que sí consiguieron
acceder, como demuestra el autor, con un análisis comparativo, los otros grandes
países europeos con diferentes modelos
y prácticas en sus respectivos imperios coloniales.
Las reformas coloniales que se
llevaron a cabo durante el reformismo borbónico en el siglo XVIII fueron
superficiales y no alteraron el inicial modelo mercantilista de la explotación
colonial. No dieron más autonomía a la
burguesía criolla ni cambiaron la
dedicación dominante de las colonias a
la producción de metales monetarios. De ahí que
tampoco el colonialismo español del siglo XVIII contribuyese como un
factor importante al proceso de nacionalización
que inició la dinastía borbónica.
Lo mismo sucedió con el inicio de
construcción del estado nacional que llevó a cabo el liberalismo gaditano, ni aun el de los
doceañistas y exaltados del Trienio. Nuestro liberalismo no concibió la
posibilidad de conceder la libertad a nuestras colonias y mantener con ellas
una relación económica armónica y beneficiosa. Lo que, plausiblemente, habría potenciado
el desarrollo de una burguesía nacional con un claro papel modernizador
económico e integrador nacional. La
insistencia en mantener el viejo y obsoleto modelo colonial terminó alimentado
la actitud independentista de la burguesía criolla y la separación traumática
de las colonias con todos los problemas que ello conllevó para la modernización
e integración del Estado-.nación español.
En efecto, abundando en esta tesis
central, en el plano político, primero el Imperio Universal carolino y después
la Monarquía hispánica de Felipe II y los Austrias menores integraron los territorios americanos como un Reino
de la Corona de Castilla, esto es, no
dependientes del conjunto de la monarquía compuesta que fue la forma política
de España hasta la llegada de la
monarquía borbónica. Y su gobernación quedó en manos de la Corona, o lo que es
lo mismo, del Rey que la ejerció indirectamente a través una burocracia delegada,
nombrada por la metrópoli. El primer aspecto- la dependencia de las Indias de
Castilla- no favoreció, desde luego, la integración y nacionalización de la
Monarquía. Y el segundo- el gobierno de las colonias por la Corona- por la
falta de autonomía de los criollos, subordinó aquellos territorios a las
necesidades hegemónicas del Imperio y no al desarrollo económico de Castilla,
impidiendo con ello la consecuente
modernización económica metropolitana.
Los territorios americanos, además
de estar subordinados a la hegemonía imperial, funcionaron como auténticas colonias. El
modelo colonial español les asignó el papel de la producción de metales monetarios, plata y
oro. Y su explotación quedó en manos de
agentes privados mientras la Corona se reservaba los ingresos fiscales que se
derivaban de esa producción metálica. El mercantilismo fue el paradigma teórico
que dominó esa relación económica y con él el régimen de monopolio comercial
sobre el que se asentó la explotación colonial. Los metales preciosos activaron
el capitalismo mercantil europeo, pero tuvieron negativas consecuencias para el
español en variados aspectos de la economía y la sociedad.
Bernal analiza todos estos aspectos,
repasa la inmensa bibliografía que han generado. Y, con la nueva información
que han aportado los últimos estudios y sus propias investigaciones, desarrolla con
sólidas argumentaciones una serie de
novedosas tesis complementarias que revisan y matizan numerosas de las interpretaciones y tópicos
que la historiografía anterior venía manteniendo. Para, finalmente, concluir en
la tesis central que hemos expuesto más arriba.
Algunas de sus s novedosas
reinterpretaciones atraerán
especialmente, sin duda, la atención de los lectores. Veamos sólo algunas de las
que nos parecen más interesantes.
El europeismo, modernidad y españolización del
emperador Carlos V que nos han venido contando numerosos historiadores al calor
de la última conmemoración quedan en entredicho aquí. El Imperio carolino fue
más medieval que moderno (“moderno” en el sentido de participar en el proceso
iniciado en aquel tiempo de avanzar hacia la construcción del estado nacional) por lo que buscar en él los antecedentes de la
Unión Europea no es sino instrumentalización propagandista de la historia a la
que nos tienen acostumbrados estas conmemoraciones. A no ser que se pretenda
mantener que el significado político de la
Unión sea una vuelta hacia atrás y no una adaptación a los nuevos tiempos. Lo mismo
ocurre con la pretendida españolización
del emperador. Bernal nos habla de que hasta sus últimos momentos no fue el
castellano la lengua utilizada en sus
escritos por el emperador.
La imposición fiscal sobre las remesas de plata y oro parece ser, según
Bernal, que no aportaban a la Hacienda castellana la cantidad suficiente para
compensar los elevados gastos que generaba el mantenimiento del Imperio. Pero
sí ejercieron en ese sentido la función primordial de servir de aval para
los cuantiosos préstamos que los
Austrias tuvieron que pedir sobre ellas para poder mantener los gastos de las
guerras imperiales. Aunque acepta que sí fue Castilla la que soportó el mayor peso de la presión fiscal
para pagar los gastos de las guerras
imperiales, Bernal nos ofrece una visión matizada de esa contribución según los
diferentes monarcas de la dinastía
austriaca española y señala que, en menor medida, también colaboraron a ello
los otros reinos y territorios de la Monarquía.
El grueso de las remesas de oro y de plata que venían de América
nada más llegar a Castilla, por estar subvaloradas en este reino, salían de inmediato para Europa De este modo,
la gran paradoja consistía en que era Castilla la que aportaba los metales preciosos, pero donde el
oro y la plata eran más escasos,
obligando a practicar una política económica tendente desvalorizar su moneda
con cobre (moneda de vellón). Lo cual alimentaba
aún más la inflación provocada por la llegada de los metales preciosos y,
consecuentemente, dificultaba con ello el desarrollo económico nacional. El
dinero tendía a invertirse, por ello, en
bienes raíces, inmuebles y gastos suntuarios.
Bernal también acepta estos planteamientos respecto a la
especulación con los metales monetarios y sus negativas consecuencias para
España. Pero los matiza dando una interpretación global de ese ciclo infernal
que permitía a la Monarquía española ostentar
la hegemonía mundial y lubrificaba el capitalismo mercantil europeo,
pero a la vez empobrecía a la metrópoli
y obstaculizaba el desarrollo económico castellano y con ello la modernización
económica y la integración nacional. Señala nuestro autor, en ese sentido, que
la salida de los metales fuera del Reino castellano se debió también a otros
factores que no eran los de la pura especulación
monetaria.
En efecto, además de la salida generada por los gastos de las guerras para la defensa del
Imperio, la del oro y la plata también se producía para pagar el gran volumen
de mercancías que los comerciantes extranjeros aportaban al abastecimiento de las colonias americanas, cuya
demanda la industria castellana no estuvo en condiciones de satisfacer. A pesar
de ello, la solución que se intentó, quedó reducida exclusivamente a medidas de política monetaria, de devaluación de la
moneda, que no sólo no remediaron la situación de Castilla, sino que la
empeoraron.
De gran interés es, sin duda, la explicación que realiza el historiador sevillano
sobre el hecho de que, finalmente, el
grueso del comercio colonial quedase en su mayor parte bajo el control de mercaderes internacionales.
Hecho que ha generado numerosas interpretaciones seminales de la historia de
España. ¿Fue esa falta de protagonismo económico de la burguesía mercantil
castellana en la Carrera de Indias la que explica su escaso desarrollo posterior y su
poca presencia y participación en la
construcción de un estado nacional moderno e integrado? ¿Se debió esa falta de participación, que tan
graves consecuencias tuvo para el futuro de la historia de España, a una
traición, sometimiento o retraimiento de
esa burguesía mercantil castellana? La
explicación de Bernal nos parece convincente. Hay que descartar cualquier interpretación
que se base en la incapacidad genética de los castellanos para el comercio. No sólo por ahistórica,
sino por antihistórica, esto es, porque
va contra la evidencia histórica. Ésta demuestra que esa burguesía mercantil
castellana sí se supo adaptar al capitalismo comercial desde sus inicios y fue moderna y eficiente durante gran parte
del siglo XVI.
Ese abandono se debió más a razones derivadas de la falta de eficacia del
conjunto del sistema que a motivaciones surgidas de una posible mentalidad
tradicional de esa burguesía mercantil. Los volátiles beneficios derivados de
una elevada inflación derivaron sus inversiones hacia los bienes más sólidos y
seguros. Su tendencia hacia el ennoblecimiento fue una actitud compartida con
la que mantuvieron otras burguesías del resto de Europa. La diferencia fue que
éstas lograron participar del poder político y defender sus intereses a través
de su actividad en los Parlamentos, mientras la española estuvo apartada de él.
En fin, estamos, sin duda, ante
uno de los libros más importantes de historia que se han publicado este pasado
año en España, destinado a convertirse en una obra de referencia no sólo para
el conocimiento del colonialismo español, sino para una interpretación general
de la Historia de España. Por eso no deja de llamar la atención que su
recepción en los espacios culturales de los medios de comunicación, al menos
hasta ahora, haya sido tan parca.
Las luces son en este libro
incomparablemente más intensas que las sombras En cuanto a éstas, uno puede
echar de menos en él la ausencia de una capítulo de conclusiones, donde se
recogiera de manera nítida y clara la tesis fundamental que se mantiene en el
libro y a partir de ella las otras tesis complementarias que se engarzan con ella y la sostienen.
Respecto a la ausencia en el libro del tratamiento los aspectos
culturales de la interacción entre
metrópoli, colonia e Imperio, el propio autor es consciente de ello y, hay que considerar que su desarrollo, sin duda, rebasaría los
límites aceptables de un libro como éste cuyo contenido se desarrolla en seiscientas densas páginas. Me imagino que
también ocurrirá lo mismo con el silencio del libro sobre el importante
análisis histórico de los costos y beneficios de la práctica colonial para las
propias colonias, incluidos criollos e indígenas. ¿Hubo algún beneficio para
éstos últimos? Por lo menos por la
percepción que de ello tiene hoy el resurgido
movimiento indigenista, parece
que sólo fueron costos para sus
antecesores y ningún o escaso beneficio.
Bernal nos demuestra en estas
páginas sobradamente que no es sólo un
excelente historiador de historia económica, sino un gran historiador a secas, y
deseamos que cubra pronto esos vacíos
que hemos señalado y consiga al hacerlo
la calidad y maestría que demuestra en este libro. Las expectativas que ha
abierto con él lo justifican plenamente.
IMPERIO, NACIÓN Y NACIONALISMOS
“
(…) Todavía,
como puede comprobarse cada vez que el tema adquiere actualidad ( se
refiere Bernal al asunto de la nación española y los nacionalismos ) queda mucho por decir sobre la
formación del Estado nacional en España. Los problemas que le aquejan hunden
sus raíces más profundas en la teoría y
práctica del Imperio; con él se
legitiman las supremacías rectoras centralistas en la construcción de España;
de él arrancan los resabios y desengaños de las periferias (…). Pero si se quiere ahondar en el problema que
aqueja al nacionalismo español, a la hora de formar opinión más allá de la
divulgación acrítica , de los bestseller
prefabricados industrialmente o
de los programas de los tertulianos televisivos y radiofónicos, habría que
convenir que lo que faltan son libros con investigaciones renovadas. De no
haberlas, persisten los manidos tópicos, los viejos prejuicios. La raquítica
formación histórica de los políticos hace el resto (…)” ( Página 13).
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