EL TIEMPO DEL QUIJOTE
Julio Antonio Vaquero Iglesias,
La historia corre a borbotones por las páginas del Quijote. No sólo la de los grandes acontecimientos: Lepanto, la Armada Invencible, la piratería berberisca, la expulsión de los moriscos. Algunos de ellos Cervantes los vivió y sufrió en sus carnes como la manquedad por su participación en la batalla contra el turco o su cautiverio de cinco años en Argel; de otros sólo tuvo una experiencia indirecta Pero, además, el inmortal libro recoge trazos de la no menos importante historia de la vida cotidiana rural de aquel tiempo (Barcelona es el único escenario urbano de las aventuras quijotescas). Esto último gracias a la revolucionaria innovación que el autor introdujo en su obra colocando las andanzas del caballero y el escudero en medio de la vida real y describiéndolas con minuciosidad y detalle en su discurrir entre ventas y caminos, entre clérigos e hidalgos, campesinos y barberos, galeotes y bandidos.
No es extraño, pues, que en estos
últimos años, una de las tendencias más fecundas de la crítica cervantina es la
del análisis de los aspectos socioeconómicos,
políticos y culturales (sea entendido este último término en su sentido amplio,
antropológico) históricos del Quijote.
Del mismo modo que algunas de las interpretaciones más sugestivas de la novela son
las de naturaleza histórica.
El tiempo (histórico) del Quijote- por decirlo con el título del
espléndido trabajo de Pierre Vilar escrito ya en 1964, pero todavía hoy válido
en sus planteamientos básicos- se corresponde con el reinado de Felipe III. Las
dos partes de la obra cervantina se publicaron respectivamente en 1605 y 1615. Pero parece ser que la
primera parte, cuyo aniversario conmemoramos este año que acaba de nacer,
comenzó a gestarse en 1590,
esto es, en medio de la última y crítica etapa del reinado de Felipe II,
iniciada en con el desastre de la
Invencible, y dos años antes de que Cervantes fuese encarcelado en Castro del
Río como consecuencia de su actuación como comisionado regio para llevar a cabo
las requisas de alimentos destinados a aprovisionar la Armada Invencible.
Ese tiempo histórico de gestación
del primer Quijote es,
pues, el del inicio del declive del imperialismo providencialista filipino y se corresponde en el tiempo biográfico de
Cervantes con la etapa de su problemática y dificultosa labor como comisario
regio en Andalucía, primero, para realizar los embargos de trigo y aceite para
la Armada Invencible y, después, como cobrador en Granada de alcabalas,
impuestos indirectos que gravaban los intercambios de mercancías, tarea esta
última que terminó con su nueva prisión
en Sevilla, en 1597 por problemas derivados de las cuentas de su gestión
.recaudatoria. Liberado de la prisión, sólo tenía una alternativa. Su
intento de pasar a las Indias a ocupar
un puesto en la administración colonial ya había fracasado anteriormente. Únicamente le quedaba intentar reemprender su frustrada
carrera de escritor y para tratar de
continuarla, ya en tiempos del nuevo rey Flipe III, se domicilió, con toda su
familia, en Valladolid, adonde el duque de Lerma, el privado real, había
trasladado la capital desde Madrid, con el objetivo de impulsar la postrada
situación de la Meseta norte. Allí nace definitivamente la primera parte del Quijote.
Aunque la edición original viese la luz en Madrid.
Tal
inicio del declive del imperialismo español, que fue el caldo de cultivo en el
que, como hemos visto, se incubó la novela de Cervantes, comenzó realmente con
el fracaso, más que derrota, de la empresa de la Gran Armada o Armada
Invencible destinada a invadir la Inglaterra protestante de Isabel I. Tal fracaso dio paso al último
decenio del reinado de Felipe II, caracterizado ya por una profunda crisis
económica, social y política que se irá agravando con su sucesor, Felipe III,
esto es, el tiempo en que aparecen publicadas las dos partes del Quijote.
Para pagar los gastos de la “Invencible”,
Felipe II pide a las Cortes la concesión de un servicio, esto es, de un
impuesto extraordinario de una cuantía nunca vista, 8 millones de ducados
(“millones” se le denominó) cuyo pago se trasladó a los segmentos nos
privilegiados de la población a través de la sisa que consistía en reducir un
parte del peso de determinados productos de primera necesidad, causando manifestaciones de descontento entre la
población. Al clima de descontento se le sumó el de la inseguridad por los
continuos ataques a las costas españolas occidentales de la escuadra inglesa
que desembarcó en Galicia (1589) y ocupó Cádiz algunas semanas (1596). Por si
no fueran suficientes estos hechos para sumir al país en un estado de
postración, en ese mismo año una epidemia de peste se desencadenó en Santander
y fue extendiéndose hacia el sur provocando una gran mortandad y el déficit
fiscal provocó la segunda bancarrota del reinado de Felipe II. El mismo
Cervantes sufrió en sus mismas carnes esa bancarrota. Había confiado los
dineros de los impuestos recaudados en manos de un banquero sevillano que
quebró a causa del hundimiento fiscal del Estado y dio por segunda vez, como ya hemos anticipado
más arriba, con sus huesos en una cárcel
de Sevilla.
Ésa era la situación de la Monarquía
hispana en 1598 cuando muere Felipe II. La conciencia de descontento y fracaso
se extendía por todos los sectores sociales. De ella participa también
Cervantes, como lo prueban los versos que dedicó al rey muerto con motivo del
grandioso túmulo instalado en Sevilla en la ceremonia de sus funerales. En esos
versos ya se aprecia una crítica al modelo del imperialismo filipino:”Quedan las arcas vacías/Donde se encerraba
el oro/Que dicen que recogías/Nos muestran que tu tesoro/En el cielo
escondías/.
En el marco de ese sombrío panorama
comenzó a germinar en la cabeza de Cervantes la genial obra. Las medidas que
tomó el sucesor, Felipe III, no sólo no paliaron esa grave situación, sino que
la agravaron.
El gobierno de Felipe III, encabezado
por su privado/valido, el duque de Lerma, llevó a cabo un repliegue de la
política imperial. No era sino una adaptación forzada a la falta de recursos
financieros de la Monarquía hispana que hacia imposible poder seguir llevando a cabo sus guerras
imperiales y el intento de conseguir así un respiro para tratar de resolver los
graves problemas sociales y económicos por los que atravesaba la Monarquía. El
mismo Felipe II ya en el último año de su reinado había firmado la paz con la Francia de Enrique IV. Felipe
III, por su parte, la hizo con los
estados protestantes contra los que combatía. Con el sucesor de Isabel I
de Inglaterra, Jacobo I estableció la paz en 1604 y con las Provincias Unidas (Holanda),
la Tregua de los 12 años en 1609. Ese
mismo año, como compensación al forzado reflujo imperialista, el duque de Lerma
daba el visto bueno a la expulsión de los moriscos, o musulmanes conversos, que
se extendería hasta 1614. Expulsión de la que Cervantes trata en
el Quijote a través del
tendero morisco Ricote, amigo de Sancho y cuyo nombre hace referencia a una
zona de Murcia, donde habitaba un importante grupo de esta minoría.
Esa política de apaciguamiento de
Felipe III no solucionó los graves problemas interiores a los que se enfrentaba el nuevo rey. El
descenso de la población inducido por la peste del reinado anterior y
acrecentado por la expulsión de alrededor de 300.000 moriscos, produjo una
disminución de la población trabajadora que encareció los salarios. Estos
salarios elevados repercutieron a su vez sobre el precio de los productos
artesanales y agrarios españoles que no eran competitivos en relación con los
productos ingleses y holandeses. Éstos se importaban más baratos que los
españoles, en el contexto de libertad comercial que había traído la paz. Las consecuencias
negativas de esa situación fueron la reducción de la producción nacional y la
salida hacia el exterior de la plata
americana para pagar las importaciones, plata que, además, comenzaba a llegar
más escasamente de las colonias. Los remedios tomados para tratar de solucionar
esa negativa realidad económica fueron más graves que la propia enfermedad. Se
eliminó la plata del contenido de las monedas de vellón que fueron acuñadas
únicamente a base de cobre, lo que produjo una tendencia a la inflación o
subida generalizada de los precios que castigó, sobre todo, a los sectores más
pobres de la población. Y hubo necesidad de nuevo de solicitar a las Cortes otro impuesto de
millones, en este caso de 18 millones de ducados, que se cargó otra vez sobre los
productos de primera necesidad, es decir, sobre las espaldas de los más
necesitados.
Esos desajustes económicos y la
grave situación social del reinado de Felipe III no eran sino consecuencia, en
ultima instancia, de la penetración cada
vez más intensa de las formas del capitalismo comercial que emergía dentro de
la economía feudal. Amanecía un nuevo mundo sin que el anterior, del que éste
surgía, desapareciese. Los grupos privilegiados, para poder seguir detentando
el poder, tuvieron que acogerse, avant la lettre, a la lampedusiana
fórmula del cambiar para que todo siguiese igual. Pero en este caso el cambio
formal no era hacia delante sino hacia atrás. La nueva forma de la Monarquía
hispana supuso la elevación al poder como clase dirigente de la nobleza que lo
ejerció directamente a través de los
validos o privados, o, indirectamente, a través de las Cortes como
“representación” del Reino, que limitaban el gran poder
que ostentaban los monarcas dentro de las monarquías autoritarias. El
proceso de refeudalización estaba en marcha. Era necesario cerrar los canales
de acceso a los estados de privilegio a los otros grupos sociales a través de
la aplicación más rigurosa de los estatutos de limpieza de sangre que impidiese a los que tenían su sangre manchada, esto es,
a los descendientes de conversos de origen judío o musulmán (moriscos), acceder
a la nobleza. Pero, sobre todo, dada su inmensa mayoría, eliminar de esa
posibilidad de acceso nobiliario a los cristianos viejos que no tenían
ascendientes judíos o moriscos, pero ejercían oficios mecánicos o viles
incompatibles con el honor nobiliario. Todo ello conllevó consecuentemente un
reforzamiento de la ideología del honor que legitimaba la preeminencia de la
nobleza.
Tratados directa o indirectamente,
de manera explícita o con ambigüedad calculada en algunos casos derivada del miedo a la Inquisición o de las contradicciones de la
propia ideología de Cervantes, en el Quijote se pueden rastrear la mayor parte de esos topoi históricos que hemos analizado.
Entre otros, la dicotomía entre ricos y pobres que aparece en varios episodios,
la frecuente presencia de marginados, galeotes y bandoleros como es el caso del
catalán Roque Guinart que hace referencia a un personaje real y al crónico y
grave problema del bandolerismo en Cataluña, la cuestión morisca que se nos
presenta por medio de la historia del morisco Ricote…. La actitud
crítica de Cervantes ante las situaciones de esos personajes es evidente como
demuestra el que en algunos casos don
Quijote los pone en libertad
enfrentándose a la propia autoridad real y, en otros, el caballero y el
escudero expresan hacia ellos una clara simpatía.
Pero el topos histórico más
frecuente, el que envuelve con su atmósfera casi todo el libro, es el tema del
honor y la relación entre los grupos estamentales privilegiados y no
privilegiados. Tanto Alonso Quijano, hidalgo sin don, esto es, miembro del
último escalón del estado noble, que por
decisión propia se convierte en el caballero don Quijote, como Sancho (sin don), perteneciente al estado llano,
pero cristiano viejo, manifiestan en numerosas ocasiones su rechazo a la ideología
nobiliaria del honor y a los obstáculos para impedir la movilidad estamental
que conlleva. Pero ese rechazo no deja entrever su negativa al mantenimiento de la estructura de la
sociedad estamental. Sancho llega a decir que a partir de la condición
necesaria de ser cristiano viejo cualquier miembro del estado llano debería
tener la condición suficiente para poder llegar a alcanzar cualquier grado
nobiliario. Y, por su parte, Cervantes dice sin decir la contradicción entre
conducta y honor que manifiesta el comportamiento de los personajes del duque y
su esposa. La condición de su sangre noble debería determinar en la pareja
nobiliaria, como defendía la ideología del honor, una conducta tal que implicase ese reconocimiento de prestigio
y preeminencia social y, sin embargo, Cervantes los presenta como personajes
repulsivos, a los que difícilmente .puede atribuirse cualquier honor.
¿Todo lo dicho anteriormente nos
pone ante un autor, Cervantes, que habla en el Quijote por boca de esos grupos sociales medios, protoburgueses,
los “medianos”, como les denominan las fuentes de la época, a quienes el proceso de refeudalización limitaba
en gran medida las posibilidades de su ascenso social, pero que aún no tienen
la entidad ni la conciencia suficientes para plantear un proyecto de supresión de
la sociedad estamental? ¿Es el Quijote el
libro de la decadencia del Imperio español y de la transición del feudalismo
hacia el capitalismo comercial y de todas las contradicciones que ello generó?
Aun si aceptaras provisionalmente, desocupado lector del Día de Reyes,
estas hipótesis como plausibles, sin motejarlas de historicistas y
materialistas y no se cuántos “istas” más, inmediatamente, a continuación, sin
pausa, habría que añadir que el Quijote
puede ser eso, pero es también mucho más. Como todo clásico, es una obra abierta que cada generación ha
leído y seguirá leyendo de manera
diferente. Y, desde esta hipotética interpretación histórica que aquí hemos
esbozado, su lectura hoy, en el siglo XXI, nos habla de procesos que
perfectamente podemos relacionar con otros análogos que vivimos en la
actualidad: imperialismos en decadencia, fundamentalismos ideológicos de
contenido religioso y transiciones hacia economías virtuales que crecen a la
sombra de frecuentes bancarrotas financieras y desencadenan crisis económicas
cuyos costos, hoy como en el tiempo del Quijote,
siempre los pagan los más débiles.
EL QUIJOTE Y LA HISTORIA CULTURAL
J.
A. V. I.
Lo primero que se deduce del contenido del Quijote en relación con su contexto cultural es que es un libro que trata de libros y
refleja muy bien muchos de los aspectos de la nueva historia cultural. Las
mejoras técnicas de la imprenta consiguieron abaratar el precio de los libros
impresos, aunque éstos siguieran siendo muy caros para la inmensa mayoría de la población que era, además,
analfabeta. Pero, incluso, con estas dificultades, la difusión del Quijote
fue amplia entre toda clase de lectores que lo entendieron esencialmente
como un libro de entretenimiento. La razón de esa aparente paradoja la explica el propio texto cervantino cuando
nos describe, en el episodio de la venta, la extendida costumbre en la época de la lectura colectiva
compartida. Además, el libro impreso no sustituyó a los manuscritos que
siguieron corriendo de mano en mano a través de las copias. El mismo Cervantes aparece
en su propio libro comprando en el
mercado de Toledo el manuscrito del Quijote.
Este hecho de comprar el libro en el mercado nos está diciendo, por otra parte,
que estamos ante un autor que escribe para vender. Y, como nos cuenta en la
segunda parte de su obra cuando visita la imprenta en Barcelona, en el circuito
de producción del libro un elemento ya decisivo es el editor. Por cierto que
acusa a éste de engañar al escritor. Sin duda, los malos hábitos de origen perduran
en el tiempo y se resisten a desaparecer.
( Articulo publicado en La Nueva España, de Oviedo con
motivo de la conmemoración del aniversario de la publicación de El Quijote)
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