viernes, 8 de mayo de 2015

EL TIEMPO DEL QUIJOTE

                                         EL TIEMPO DEL QUIJOTE
                                                         Julio Antonio Vaquero Iglesias,

La historia corre a borbotones por las páginas del Quijote. No sólo la de los grandes acontecimientos: Lepanto, la Armada Invencible, la piratería berberisca, la expulsión de los moriscos. Algunos de ellos Cervantes los vivió y sufrió en sus carnes como la manquedad por su participación en la batalla contra el turco o su cautiverio de cinco años en Argel; de otros sólo tuvo una experiencia indirecta Pero, además, el inmortal libro recoge trazos de  la no menos importante historia de la vida cotidiana rural de aquel tiempo (Barcelona es el único escenario urbano de las aventuras quijotescas).  Esto último gracias a la revolucionaria  innovación que el  autor introdujo en su obra colocando las andanzas del caballero y el escudero en medio de la vida real y describiéndolas con minuciosidad y detalle en su discurrir entre ventas y caminos, entre clérigos e hidalgos, campesinos y barberos, galeotes y bandidos.
            No es extraño, pues, que en estos últimos años, una de las tendencias más fecundas de la crítica cervantina es la del análisis de los aspectos  socioeconómicos, políticos y culturales (sea entendido este último término en su sentido amplio, antropológico) históricos del Quijote. Del mismo modo que algunas de las interpretaciones más sugestivas de la novela son las de naturaleza histórica.
            El tiempo (histórico) del Quijote- por decirlo con el título del espléndido trabajo de Pierre Vilar escrito ya en 1964, pero todavía hoy válido en sus planteamientos básicos- se corresponde con el reinado de Felipe III. Las dos partes de la obra cervantina se publicaron respectivamente  en 1605 y 1615. Pero parece ser que la primera parte, cuyo aniversario conmemoramos este año que acaba de nacer, comenzó a gestarse  en   1590, esto es, en medio de la última y crítica etapa del reinado de Felipe II, iniciada en  con el desastre de la Invencible, y dos años antes de que Cervantes fuese encarcelado en Castro del Río como consecuencia de su actuación como comisionado regio para llevar a cabo las requisas de alimentos destinados a aprovisionar la Armada Invencible.
            Ese tiempo histórico de gestación del primer  Quijote es, pues, el del inicio del declive del imperialismo providencialista filipino y  se corresponde en el tiempo biográfico de Cervantes con la etapa de su problemática y dificultosa labor como comisario regio en Andalucía, primero, para realizar los embargos de trigo y aceite para la Armada Invencible y, después, como cobrador en Granada de alcabalas, impuestos indirectos que gravaban los intercambios de mercancías, tarea esta última que terminó  con su nueva prisión en Sevilla, en 1597 por problemas derivados de las cuentas de su gestión .recaudatoria. Liberado de la prisión, sólo tenía una alternativa. Su intento  de pasar a las Indias a ocupar un puesto en la administración colonial ya había fracasado  anteriormente. Únicamente  le quedaba intentar reemprender su frustrada carrera de escritor y para  tratar de continuarla, ya en tiempos del nuevo rey Flipe III, se domicilió, con toda su familia, en Valladolid, adonde el duque de Lerma, el privado real, había trasladado la capital desde Madrid, con el objetivo de impulsar la postrada situación de la Meseta norte. Allí nace definitivamente la primera parte del  Quijote. Aunque la edición original viese la luz en Madrid.   
            Tal inicio del declive del imperialismo español, que fue el caldo de cultivo en el que, como hemos visto, se incubó la novela de Cervantes, comenzó realmente con el fracaso, más que derrota, de la empresa de la Gran Armada o Armada Invencible destinada a invadir la Inglaterra protestante  de Isabel I. Tal fracaso dio paso al último decenio del reinado de Felipe II, caracterizado ya por una profunda crisis económica, social y política que se irá agravando con su sucesor, Felipe III, esto es, el tiempo en que aparecen publicadas las dos partes del Quijote.
            Para pagar los gastos de la “Invencible”, Felipe II pide a las Cortes la concesión de un servicio, esto es, de un impuesto extraordinario de una cuantía nunca vista, 8 millones de ducados (“millones” se le denominó) cuyo pago se trasladó a los segmentos nos privilegiados de la población a través de la sisa que consistía en reducir un parte del peso de determinados productos de primera necesidad, causando  manifestaciones de descontento entre la población. Al clima de descontento se le sumó el de la inseguridad por los continuos ataques a las costas españolas occidentales de la escuadra inglesa que desembarcó en Galicia (1589) y ocupó Cádiz algunas semanas (1596). Por si no fueran suficientes estos hechos para sumir al país en un estado de postración, en ese mismo año una epidemia de peste se desencadenó en Santander y fue extendiéndose hacia el sur provocando una gran mortandad y el déficit fiscal provocó la segunda bancarrota del reinado de Felipe II. El mismo Cervantes sufrió en sus mismas carnes esa bancarrota. Había confiado los dineros de los impuestos recaudados en manos de un banquero sevillano que quebró a causa del hundimiento fiscal del Estado y  dio por segunda vez, como ya hemos anticipado más arriba, con sus huesos en una  cárcel de Sevilla.
            Ésa era la situación de la Monarquía hispana en 1598 cuando muere Felipe II. La conciencia de descontento y fracaso se extendía por todos los sectores sociales. De ella participa también Cervantes, como lo prueban los versos que dedicó al rey muerto con motivo del grandioso túmulo instalado en Sevilla en la ceremonia de sus funerales. En esos versos ya se aprecia una crítica al modelo del imperialismo filipino:”Quedan las arcas vacías/Donde se encerraba el oro/Que dicen que recogías/Nos muestran que tu tesoro/En el cielo escondías/.
            En el marco de ese sombrío panorama comenzó a germinar en la cabeza de Cervantes la genial obra. Las medidas que tomó el sucesor, Felipe III, no sólo no paliaron esa grave situación, sino que la agravaron.
          El gobierno de Felipe III, encabezado por su privado/valido, el duque de Lerma, llevó a cabo un repliegue de la política imperial. No era sino una adaptación forzada a la falta de recursos financieros de la Monarquía hispana que hacia imposible  poder seguir llevando a cabo sus guerras imperiales y el intento de conseguir así un respiro para tratar de resolver los graves problemas sociales y económicos por los que atravesaba la Monarquía. El mismo Felipe II ya en el último año de su reinado había firmado  la paz con la Francia de Enrique IV. Felipe III, por su parte, la hizo con los  estados protestantes contra los que combatía. Con el sucesor de Isabel I de Inglaterra, Jacobo I estableció la paz en 1604 y con las Provincias Unidas (Holanda), la  Tregua de los 12 años en 1609. Ese mismo año, como compensación al forzado reflujo imperialista, el duque de Lerma daba el visto bueno a la expulsión de los moriscos, o musulmanes conversos, que se extendería hasta 1614. Expulsión de la que Cervantes  trata en  el Quijote a través del tendero morisco Ricote, amigo de Sancho y cuyo nombre hace referencia a una zona de Murcia, donde habitaba un importante grupo de esta minoría.
            Esa política de apaciguamiento de Felipe III no solucionó los graves problemas interiores  a los que se enfrentaba el nuevo rey. El descenso de la población inducido por la peste del reinado anterior y acrecentado por la expulsión de alrededor de 300.000 moriscos, produjo una disminución de la población trabajadora que encareció los salarios. Estos salarios elevados repercutieron a su vez sobre el precio de los productos artesanales y agrarios españoles que no eran competitivos en relación con los productos ingleses y holandeses. Éstos se importaban más baratos que los españoles, en el contexto de libertad comercial que había traído la paz. Las consecuencias negativas de esa situación fueron la reducción de la producción nacional y la salida hacia el exterior  de la plata americana para pagar las importaciones, plata que, además, comenzaba a llegar más escasamente de las colonias. Los remedios tomados para tratar de solucionar esa negativa realidad económica fueron más graves que la propia enfermedad. Se eliminó la plata del contenido de las monedas de vellón que fueron acuñadas únicamente a base de cobre, lo que produjo una tendencia a la inflación o subida generalizada de los precios que castigó, sobre todo, a los sectores más pobres de la población. Y hubo necesidad de nuevo de  solicitar a las Cortes otro impuesto de millones, en este caso de 18 millones de ducados, que se cargó otra vez sobre los productos de primera necesidad, es decir, sobre las espaldas de los más necesitados.
            Esos desajustes económicos y la grave situación social del reinado de Felipe III no eran sino consecuencia, en ultima instancia,  de la penetración cada vez más intensa de las formas del capitalismo comercial que emergía dentro de la economía feudal. Amanecía un nuevo mundo sin que el anterior, del que éste surgía, desapareciese. Los grupos privilegiados, para poder seguir detentando el poder, tuvieron  que acogerse, avant la lettre, a la lampedusiana fórmula del cambiar para que todo siguiese igual. Pero en este caso el cambio formal no era hacia delante sino hacia atrás. La nueva forma de la Monarquía hispana supuso la elevación al poder como clase dirigente de la nobleza que lo ejerció directamente  a través de los validos o privados, o, indirectamente, a través de las Cortes como “representación” del Reino, que limitaban el gran  poder  que ostentaban los monarcas dentro de las monarquías autoritarias. El proceso de refeudalización estaba en marcha. Era necesario cerrar los canales de acceso a los estados de privilegio a los otros grupos sociales a través de la aplicación más rigurosa de los estatutos de limpieza de sangre que impidiese  a los que tenían su sangre manchada, esto es, a los descendientes de conversos de origen judío o musulmán (moriscos), acceder a la nobleza. Pero, sobre todo, dada su inmensa mayoría, eliminar de esa posibilidad de acceso nobiliario a los cristianos viejos que no tenían ascendientes judíos o moriscos, pero ejercían oficios mecánicos o viles incompatibles con el honor nobiliario. Todo ello conllevó consecuentemente un reforzamiento de la ideología del honor que legitimaba la preeminencia de la nobleza.
            Tratados directa o indirectamente, de manera explícita o con ambigüedad calculada en algunos casos  derivada del miedo a la  Inquisición o de las contradicciones de la propia ideología de Cervantes, en el  Quijote  se pueden rastrear la mayor parte de esos topoi históricos que hemos analizado. Entre otros, la dicotomía entre ricos y pobres que aparece en varios episodios, la frecuente presencia de marginados, galeotes y bandoleros como es el caso del catalán Roque Guinart que hace referencia a un personaje real y al crónico y grave problema del bandolerismo en Cataluña, la cuestión morisca que se nos presenta por  medio  de la historia del morisco Ricote…. La actitud crítica de Cervantes ante las  situaciones de esos personajes es evidente como demuestra el que  en algunos casos don Quijote  los pone en libertad enfrentándose a la propia autoridad real y, en otros, el caballero y el escudero expresan hacia ellos una clara simpatía.
            Pero el topos histórico más frecuente, el que envuelve con su atmósfera casi todo el libro, es el tema del honor y la relación entre los grupos estamentales privilegiados y no privilegiados. Tanto Alonso Quijano, hidalgo sin don, esto es, miembro del último escalón del estado noble, que  por decisión propia se convierte en el caballero don Quijote, como Sancho (sin don), perteneciente al estado llano, pero cristiano viejo, manifiestan en numerosas ocasiones su rechazo a la ideología nobiliaria del honor y a los obstáculos para impedir la movilidad estamental que conlleva. Pero ese rechazo no deja entrever su negativa  al mantenimiento de la estructura de la sociedad estamental. Sancho llega a decir que a partir de la condición necesaria de ser cristiano viejo cualquier miembro del estado llano debería tener la condición suficiente para poder llegar a alcanzar cualquier grado nobiliario. Y, por su parte, Cervantes dice sin decir la contradicción entre conducta y honor que manifiesta el comportamiento de los personajes del duque y su esposa. La condición de su sangre noble debería determinar en la pareja nobiliaria, como defendía la ideología del honor, una conducta tal  que implicase ese reconocimiento de prestigio y preeminencia social y, sin embargo, Cervantes los presenta como personajes repulsivos, a los que difícilmente .puede atribuirse cualquier honor.            
            ¿Todo lo dicho anteriormente nos pone ante un autor, Cervantes, que habla en el Quijote por boca de esos grupos sociales medios, protoburgueses, los “medianos”, como les denominan las fuentes de la época,  a quienes el proceso de refeudalización limitaba en gran medida las posibilidades de su ascenso social, pero que aún no tienen la entidad ni la conciencia suficientes para plantear un proyecto de supresión de la sociedad estamental? ¿Es el Quijote el libro de la decadencia del Imperio español y de la transición del feudalismo hacia el capitalismo comercial y de todas las contradicciones que ello generó?
Aun si aceptaras provisionalmente, desocupado lector del Día de Reyes, estas hipótesis como plausibles, sin motejarlas de historicistas y materialistas y no se cuántos “istas” más, inmediatamente, a continuación, sin pausa, habría que añadir que el Quijote puede ser eso, pero es también mucho más. Como todo clásico,  es una obra abierta que cada generación ha leído y  seguirá leyendo de manera diferente. Y, desde esta hipotética interpretación histórica que aquí hemos esbozado, su lectura hoy, en el siglo XXI, nos habla de procesos que perfectamente podemos relacionar con otros análogos que vivimos en la actualidad: imperialismos en decadencia, fundamentalismos ideológicos de contenido religioso y transiciones hacia economías virtuales que crecen a la sombra de frecuentes bancarrotas financieras y desencadenan crisis económicas cuyos costos, hoy como en el tiempo del Quijote, siempre los pagan los más débiles.
             EL QUIJOTE Y LA HISTORIA  CULTURAL
                                           J. A. V. I.
Lo primero que se deduce del contenido del Quijote en relación con su contexto cultural  es que es un libro que trata de libros y refleja muy bien muchos de los aspectos de la nueva historia cultural. Las mejoras técnicas de la imprenta consiguieron abaratar el precio de los libros impresos, aunque éstos siguieran siendo muy caros para la inmensa  mayoría de la población que era, además, analfabeta. Pero, incluso, con estas dificultades, la difusión del  Quijote fue amplia entre toda clase de lectores que lo entendieron esencialmente como un libro de entretenimiento. La razón de esa aparente paradoja  la explica el propio texto cervantino cuando nos describe, en el episodio de la venta, la  extendida  costumbre en la época de la lectura colectiva compartida. Además, el libro impreso no sustituyó a los manuscritos que siguieron corriendo de mano en mano a través de las copias. El mismo Cervantes aparece  en su propio libro comprando en el mercado de Toledo el manuscrito del Quijote. Este hecho de comprar el libro en el mercado nos está diciendo, por otra parte, que estamos ante un autor que escribe para vender. Y, como nos cuenta en la segunda parte de su obra cuando visita la imprenta en Barcelona, en el circuito de producción del libro un elemento ya decisivo es el editor. Por cierto que acusa a éste de engañar al escritor. Sin duda, los malos hábitos de origen perduran en el tiempo y se resisten a  desaparecer.


( Articulo publicado en La Nueva España, de Oviedo con motivo de la conmemoración del aniversario de la publicación de El Quijote)

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