viernes, 18 de mayo de 2018


          
    



         LA VIGENCIA DE MARX (SIN …ISMOS)
                                             JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
 La conmemoración  del bicentenario del nacimiento de Karl  Marx  es, sin duda, una propicia  ocasión  para  revisitar su figura y su pensamiento  y tratar de establecer si su obra  es ya solamente  carne de las historias de la filosofía, la economía, la historiografía y  las ciencias sociales o si  todavía sus propuestas tienen cierta vigencia en los momentos actuales en que parece cada vez más claro que estamos ante un imparable cambio de  época.  Me refiero a una vigencia  entendida como algo que  supere  la que pueda tener  el pensamiento de un clásico,  esto es, que no solo nos interpele hoy o nos oriente  sobre nuestros problemas actuales, sino que  vaya más allá y en sus planteamientos se encuentren todavía elementos pertinentes y útiles  para poder  entender y transformar el mundo en que vivimos, como  pretendió  hacer Marx.      
   Desde las posiciones ideológicas de la derecha y del pensamiento neoliberal es claro que el  pensamiento marxiano, como el de los marxismos posteriores, es rechazado no solo por sus supuestos  errores teóricos, sino también por las negativas consecuencias que para sus intereses y para sus valores causaron (además de la víctimas que originaron) los regímenes marxistas  que se derivaron de las premisas del pensamiento marxiano. Marx no es para ellos, pues, sólo un clásico negativo, sino el creador de un pensamiento  radicalmente equivocado e inaceptable. 
   Los que participan de esa perspectiva ideológica y política –la del pensamiento de derecha y liberal- entienden, sin duda, que el  hundimiento y final del Imperio soviético, ha sido la demostración inapelable de la falsedad e inconsistencia  de los planteamientos teóricos del pensamiento de Marx. Pero también defienden además  que ese trascendental colapso histórico no es sino también  la prueba definitiva de que el capitalismo es el sistema económico idóneo para el desarrollo de la Humanidad. Desde luego, esos argumentos no sólo  no distinguen entre el pensamiento de Marx (quien, por cierto, siempre mantuvo que él nunca había sido marxista), y el de los marxismos posteriores, sobre todo, el de la vulgata que se  desarrolló y difundió como un catecismo entre  la población de la Unión soviética. Sino que también, con gran incongruencia lógica, coligen que la inviabilidad del sistema soviético es a la vez  la prueba de las bondades teóricas y prácticas del sistema capitalista.
  Sin embargo, la realidad es que ante nuestros ojos  se está desarrollando una gran paradoja, aunque sólo sea aparente. El final “del socialismo realmente existente” está  originando, en cambio, un interés creciente por el  pensamiento marxiano. Interés que está ligado, sin duda, a  los efectos negativos de empobrecimiento y desigualdad social que en las clases populares y medias está causando la Gran Recesión, una más de las crisis económicas (en este caso,  la más profunda, con la del 29, que ha sufrido el capitalismo) que Marx dedujo que necesariamente iría desencadenando en su desarrollo el sistema capitalista.             
 Sin duda, el pensamiento marxiano es hijo de su tiempo y la  concepción de Marx de la filosofía, la economía y la historia adolece de limitaciones  y debilidades, inexactitudes  y hasta de errores  y  no es posible hoy validarlo en su unidad  como ciencia en sentido estricto. Pero presenta y desarrolla un conjunto de intuiciones, conceptos, categorías  y teorías que siguen teniendo  validez  hoy  como instrumentos para el análisis científico  de la economía, la historia, la filosofía y otras ciencias sociales. Y de hecho  ese repertorio sigue siendo utilizado actualmente  por muchos  historiadores, científicos sociales, filósofos y economistas en sus  planteamientos.
 Y si hay que destacar por su vigencia ciertos elementos de su pensamiento, estos son, sin duda, los que  constituyen su análisis crítico del capitalismo realmente existente de su tiempo que excluía  del bienestar social a una gran parte de la sociedad. Esos elementos explicativos  pueden seguir siendo utilizados todavía  hoy para describir y analizar también  algunos de los rasgos fundamentales de la actual forma del capitalismo globalizado financiero que padecemos. Entre otros,  la consideración de las crisis económicas como un elemento sistémico del  desarrollo del capitalismo, la explotación económica de los de abajo  y la lucha de clases consecuente, aunque ahora sea ésta más plural y compleja al incorporar una variedad de sujetos y demandas. O la tendencia inexorable a la  expansión mundial del sistema a través del comercio y las finanzas. Análisis este último, por cierto,  que hace de Marx uno de los primeros teóricos del proceso de la globalización económica actual. O, en el marco de su teoría de las ideologías, el efecto alienador, cosificador que este sistema económico genera, y sigue aún hoy generando, sobre las personas  para conseguir la reproducción y la aceptación del sistema.
  Pero del pensamiento marxiano hay que rescatar hoy también su componente ético. Su consideración de la igualdad como uno de los valores supremos del hombre, su crítica a la exclusión de la riqueza social de una gran parte de la población que origina el capitalismo y su propuesta de emancipación  de los desposeídos a través de la lucha social y política.
      En fin, lo cierto es que, aunque son muchos los  que desean ver a Marx encerrado en el arcón de la historia para siempre, es paradójicamente   el propio capitalismo en su despliegue continúo de riqueza concentrada en unos pocos y de desigualdad y pobreza para muchos quien  nos lo hace recordar de  continúo

(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO




             



     1968: EL AÑO QUE PUDO CAMBIAR EL MUNDO
                                JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
      El cincuenta aniversario de la denominada revolución de Mayo de 1968 no parece estar aportando ninguna novedad editorial destacada en el análisis de aquellos  acontecimientos. No es sólo que los libros publicados sean sobre todo escritos testimoniales, en muchos casos de los que ni siquiera estuvieron en París en aquel mayo caliente en el que  se podía encontrar la playa bajo los adoquines o los universitarios, no sólo de Paris, sino también de México y hasta de los campus de Estados Unidos, España, Italia, Alemania, Grecia y otros trataban de llevar la imaginación al poder tratando de romper no sólo con la realidad política existente sino también  con  los modos de vivir con aquel mundo surgido tras la ola de prosperidad capitalista de la que el mundo desarrollado gozó tras la Segunda Guerra Mundial y que comenzaba a cuartearse en la década de los  sesenta.
  No sólo, pues, no parece hallarse ninguna novedad importante en esta literatura reciente del 68, sino que, además, en muchos de los análisis publicados en estos últimos meses da la impresión que lo que tratan la mayoría de ellos no es sino blanquear aquella etapa revolucionaria, limitando su significado a un movimiento  de carácter  romántico y al margen de la realidad llevado a cabo por estudiantes franceses, mexicanos, norteamericanos o del resto del mundo desarrollado que protestaban y luchaban por una  revolución sin causa justificada viviendo como vivían en sociedades de un alto  nivel de vida en las que no sólo sus necesidades vitales estaban cubiertas sino que, además, como miembros de familias de la burguesía o de las capas más elevadas de las clases medias, tenían por delante  un halagüeño futuro con la posibilidad instalarse en buenas condiciones en sus respectivas sociedades.
En realidad, se ha dicho y se vuelve a repetir en estos días (y esto tiene, sin duda, un punto de verdad, pero que limitado sólo a ello no deja de ser sino un reduccionismo) que aquellos acontecimientos no fueron sino solo una  revolución cultural que trató de hacer realidad los valores de los sentimientos  equiparándolos con los de la racionalidad instrumental imperante. Que en resumidas cuentas -dicen los que así interpretan mayo del 68- que aquella explosión revolucionaria solo fue flor de un mes y nunca trató de ser en la realidad una verdadera revolución política y social que quisiera transformar radicalmente el mundo. Y esas críticas (lo cual  es realmente muy significativo) provinieron tanto desde el socialismo burocrático de raíz estalinista, asustado por los acontecimientos de Praga, como de los sectores de la derecha liberal y de la socialdemocracia reformista que tenía como única meta política y social la consecución del estado de bienestar.                               
   Frente a estas interpretaciones blanqueadoras y reduccionistas que vuelven a pretender ser hegemónicas con motivo del actual cincuentenario de aquellos acontecimientos, se alza la voz de los que mantienen su interpretación de aquellos hechos revolucionarios como un intento frustrado de un cambio radicalmente transformador. Para ellos, aquel proceso  fue un acontecimiento global que se desarrolló en  numerosos países con causas diferentes, pero con un denominador común: el descontento producido por los efectos negativos del  declive en que comenzaba entrar, en esa década de los 60, aquella larga marcha triunfal del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial.
 Los escenarios de aquella crisis amenazante  fueron  múltiples: la ofensiva del Têt en Indochina, la Primavera de Praga, las revueltas estudiantiles con la famosa huelga general en Paris  secundada por los obreros y acompañada con la toma de fábricas, las manifestaciones en México, Estados Unidos, Alemania, Italia, Grecia, España, Pakistán….  Y específicas fueron  también en cada caso las causas que originaron aquellos estallidos revolucionarios de dimensión global. Sin duda, causas inmediatas diferentes, pero todas con un origen común: los efectos negativos que estaba originando la evolución del capitalismo surgido tras el conflicto bélico mundial tanto el  liberal  del mundo desarrollado como el capitalismo de Estado surgido del burocratismo estalinista del socialismo realmente existente en el Este.
  Entre esas causas específicas  que  originaron los distintos focos revolucionarios del 68 habría que mencionar los negativos efectos que para libertad política y cotidiana tuvieron las  dictaduras de izquierda y de derecha; las graves consecuencias que, tanto para los pueblos  que el neocolonialismo imperante en los sesenta intentaba someter como para las propias sociedades de las metrópolis imperialistas, originó la descolonización en marcha; la falta de libertad real, no formal, que dominaba  en las democracias occidentales, tanto como la ausencia de libertad formal y burocratización imperante en los regímenes del socialismo real; la segregación y el racismo imperantes que desencadenó la lucha por los derechos civiles en países como Estados Unidos y el descontento por la guerra de Vietnam; y, en fin, el ascenso creciente entre las mujeres de la conciencia del sistema patriarcal dominante o la de la sensibilidad ecológica nacida como consecuencia del impulso destructor del sistema capitalista industrial.
 Es claro, pues, que, para quienes interpretan el mayo de 68 desde esta perspectiva, aquellos sucesos se entienden como verdaderamente revolucionarios e, incluso, consideran que muchas de sus demandas siguen siendo todavía hoy vigentes en  la actualidad. Incluso muchas de las  intuiciones y protestas del 68 no sólo siguen presentes  hoy, sino que se han hecho todavía más acuciantes de modo que han sido el origen del  desarrollo y las luchas de los movimientos feminista y ecologista actuales. Y han hecho cada vez más generalizada la conciencia de la necesidad  de un cambio cultural, en el marco de una nueva realidad política, social y económica, que haga efectiva  una sociedad que valore y promueva la expresión de verdaderos sentimientos personales y valores colectivos de la sociedad ante el creciente  individualismo y uniformización social  que  genera el  actual capitalismo globalizado.               
       No es extraño, pues,  que, en  este nuevo aniversario, los que piensan el 68 como lo hemos analizado más arriba consideren todavía pertinente la redición de un libro como 1968. El mundo pudo cambiar de base  que fue publicado en el anterior aniversario de aquellos hechos revolucionarios. Libro cuyo contenido desarrolla un análisis bastante  completo de aquel proceso revolucionario a través de 16 artículos y dos apartados, de reducidas dimensiones. Capítulos y apartados que abarcan desde la visión de conjunto de aquel proceso revolucionara hasta las concretas  de los diferentes focos revolucionarios, con especial atención al caso español al que dedican una parte del libro con artículos  de Jaime Pastor, Manuel Gari y Miguel Romero.
  Estos, como los restantes 17 autores del libro (entre los que tenemos otros nombres tan conocidos como Tariq Alí, David Bensaid o Pierre Rousset), no hacen sus análisis desde una óptica académica propiamente dicha, sino desde el compromiso con los planteamientos de la izquierda radical, además de haber sido todos ellos verdaderos actores en aquellos acontecimientos revolucionarios. Al contrario que muchos de los que hoy escriben sobre mayo de 68,  estos  no  es que pasaran por allí, sino que fueron verdaderos protagonistas de aquellos acontecimientos.
     En fin, a pesar de los diez años transcurridos desde su primera edición, estamos todavía con este libro  ante uno de los análisis más completos del ciclo revolucionario del 68 con una interpretación de aquellos sucesos como una verdadera revolución que buscaba una transformación radical de la sociedad de su tiempo y cuyas demandas consideran  todavía hoy vigentes.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA)
          
                         








PACTAR EL DESACUERDO
                                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
 Como es sabido, este libro (Empantanados. Una alternativa federal  al soviet carlista, 2018 )  del sindicalista y político catalán Joan Coscubiela tiene su origen en su notable intervención en el pleno del Parlament de Cataluña como portavoz del grupo parlamentario Catalunya Sí que es  Pot ( CSQEP) los días 6 y 7 de septiembre de 2017 en los debates de la Ley del Referéndum y la Ley de Transitoriedad Jurídica  y Fundacional de la República. Debates en los que nuestro político denunció ante el Pleno la conculcación de los  derechos de las minorías y la ilegalidad de las propuestas del catalanismo unilateralista ganándose el aplauso del bloque constitucionalista y de los miembros de su grupo parlamentario.
  Alguien podría pensar que su contenido no es sino una justificación  de las posiciones discordantes que en el Parlament mantuvo su grupo parlamentario (que se autodenominó expresivamente como “la patrulla nipona”) durante los cuatro duros meses finales  tanto con los grupos constitucionalistas como con los independentistas, defendiendo una tercera posición; la de la equidistancia, pero no la neutralidad, ante el problema de la independencia de Cataluña sobre el que giraron sus debates.
 Pero eso es así sólo en cierta medida.  La primera parte del libro  sí está dedicada a explicar, más que justificar o ajustar cuentas, la posición de su grupo parlamentario  en  aquel enfrentamiento entre el bloque del independentismo unilateral, con su bochornoso intento de  aplicación del rodillo parlamentario para conseguir la desconexión con el Estado español y fundar  una república catalana, y la reacción represora, recentralizadora y exclusivamente judicial del nacionalismo españolista del Gobierno del PP jaleado por el de Ciudadanos. Pero más allá de esa explicación la segunda y tercera parte del libro -que creo  serán las que más interesen a los lectores, sobre todo, a los no catalanes- desarrollan un profundo, agudo y bien articulado análisis de las causas y naturaleza del movimiento independentista catalán y de cuáles pueden ser las soluciones  posibles que deben adoptarse para poner remedio a la que ya es la más grave crisis del Estado español desde el inicio de la democracia
 La tesis central del análisis de  Coscubiela es la de que la causa de esa ola nacionalista que amenaza con anegar toda Cataluña y llevarse por delante  a  la Autonomía catalana y al Estado español  tal y como lo conocemos hoy, no está sólo en las malas prácticas de la política autonómica seguidas desde la Transición  por los gobierno del PP, los de Aznar y Rajoy, que siempre han buscado por ideología y por táctica electoral abortar el profundo e histórico  deseo de  autogobierno de los catalanes y avanzar en cambio por el camino de la recentralización, sino que el movimiento independentista en Cataluña tiene también su origen en los negativos y limitantes efectos que para la soberanía política de los ciudadanos está originando la globalización económica producida por el capitalismo financiero mundial que nos domina.
  En efecto, la  soberanía política empieza a estar sujeta a los intereses de los mercados globales. Y si la política ya no sirve para embridar a la economía y se está convirtiendo en un poderoso factor de la uniformización del modo de vida y de pérdida de la identidad, es explicable que tal situación esté también en el origen de esta nueva oleada del nacionalismo catalán que está poniendo en jaque al Estado español. Oleada que no ha adoptado desgraciadamente las fórmulas del nacionalismo catalán inclusivo que defendieron las izquierdas nacionalistas catalanas durante su lucha contra el franquismo, sino las del nacionalismo identitario y excluyente del nacionalismo romántico decimonónico que, en algunos sectores, llega a decir Coscubiela, y así lo apunta en el subtítulo de su libro, no es sino un nuevo reverdecimiento de las posiciones del carlismo catalán tradicional que el autor denomina como neocarlismo.
  Ese nacionalimo ha adoptado para conseguir sus objetivos la estrategia de un unilateralismo que rompe con los principios democráticos y ha llevado  a Cataluña a un callejón sin salida, a “un empantanamiento” del que puede costar hasta décadas salir. Estamos, pues, dice el autor, ante un  nacionalismo unilateral que parafraseando a Lenin, no es sino la fase superior del procesismo y la enfermedad infantil del independentismo
  A partir de ese diagnóstico, el político catalán propone los remedios que habría que tomar para reconducir la lamentable situación a que nos han llevado tanto las propuestas del movimiento catalanista actual como la reacción represora, inflexible del Gobierno del PP y el centralismo a ultranza que defiende Ciudadanos.
 Para Coscubiela, desde el reconocimiento del derecho a decidir del pueblo catalán y la legalidad constitucional de un posible referéndum en Cataluña, la solución cabal sería una reforma constitucional que constituyera al Estado español como un estado federal asimétrico en el que las naciones como Cataluña tuvieran su pleno reconocimiento, pero sin que eso supusiera en ningún caso la implantación de cualquier clase de desigualdad entre territorios porque una cosa es la desigualdad y otra la diversidad. Y para poder mantener la autonomía de la política frente a la nefasta influencia de  globalización económica apostar por  la Unión  Europea como  espacio político territorial en el que reconstruir la soberanía de la ciudadanía  frente a los mercados.
 Claro es que este objetivo no es cosa de un día,  requiere un largo trayecto y aparece salpicado de numerosas dificultades. Por ello Coscubiela propone, con el sentido práctico del  buen sindicalista y el realismo y  sentido común del seny catalán,  ir avanzando, para salir del empantanamiento actual en que se encuentra  el conflicto en Cataluña a través de lo que él denomina microsoluciones. Como, por ejemplo, aprovechar los márgenes que ofrece la reforma del sistema financiero autonómico para remediar los problemas financieros de la Autonomía catalana o dar un mayor  protagonismo ideológico y político al conflicto social y económico frente a la única cuestión del problema de la independencia.
  Y todo ello debe comenzar por hacer entender a catalanes y españoles, contando para ello con la acción y apoyo de los medios de comunicación ( al contrario del papel que   han tenido hasta  hoy,  que no ha sido sino la  de ser máquinas de  crear hooligans por ambos bloques por lo que les denomina irónicamente  como División Brunete y  División Ítaca),  que la solución no está en la victoria de uno sobre el otro, la del constitucionalista sobre la del nacionalismo unilateral catalán o la inversa, sino por propiciar  la emergencia de otro tercer bloque que hoy mantiene una actitud de equidistancia ante el conflicto, pero no de  neutralidad. Y a partir de ello  Coscubiela, como experimentado sindicalista que ha sido, propone comenzar por lo que parece más razonable: pactar el desacuerdo.    
 El autor  manifiesta varias veces a lo largo de las páginas de su libro su temor de que su contenido nazca ya superado por los  venideros acontecimientos, dado el curso vertiginoso que éstos están teniendo en la crisis catalana. Puede estar tranquilo. La madurez, fineza y detalle de sus análisis (a veces hasta excesivamente prolijos) lo convertirá, sin duda, entre  la profusa bibliografía de variado valor y pelaje ideológico y político que está generando la crisis catalana, en un libro de  obligada  lectura. 
(Publicado en suplemento Cultural de La Nueva España)