viernes, 9 de octubre de 2015

La desmitificación de la Guerra de la Independencia

      


LA DESMITIFICACIÓN DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias

El año que viene se conmemora el bicentenario de la guerra de la Independencia. Aquella guerra de España, que, con la derrota del ejército francés, no sólo significó  el principio del fin del imperio napoleónico en Europa, sino que fue también la primera etapa del nacionalismo español (la nación como fuente originaria  de la soberanía política) contemporáneo. La revolución- utilizo un término de la época-  de las Cortes de Cádiz fue el inicio del proceso que condujo posteriormente, a lo largo del siglo XIX, a la formación del estado nacional español. Fue, pues, una guerra “patriótica” para los españoles en el doble sentido de oponerse a una invasión extranjera y aprovechar  a la vez su desarrollo para iniciar la construcción del estado-nación. Para  los franceses partidarios del Imperio napoleónico fue, en cambio, una “maldita” guerra, como la denominó el propio Napoleón en Santa Elena, porque significó el inicio del declive de su hasta entonces imparable imperialismo

             Sin duda, esa inminente conmemoración dará lugar,  como viene siendo habitual en esta clase de eventos, a un nuevo ejercicio del uso público de la memoria histórica. Y, a pesar del pesimismo al que pueden inducirnos las experiencias precedentes de esa clase de conmemoraciones, es de desear que en este caso esa memoria que se difunda de aquellos acontecimientos responda al saber histórico más reciente que tenemos sobre ellos y no reproduzca sin más los  tradicionales mitos de uno y otro signo ideológico con que han venido siendo interpretados ya desde sus inicios. Porque si el  control de la memoria histórica siempre ha sido uno de los campos de batalla ideológicos habituales de la confrontación política, este episodio por su importancia decisiva como matriz del posterior el proceso histórico español contemporáneo, tiene, además,  un alto  valor añadido para el combate ideológico.

Historia desmitificadora

La realidad es que desde hace unos veinte años ya contamos con un buen “corpus” de literatura histórica desmitificadora  sobre la guerra de la Independencia. Esa literatura  ha ido aclarando y desmontando las interpretaciones sesgadas y mitos patrióticos en que iban envuelta no sólo la copiosa literatura testimonial  que el conflicto produjo (las justificatorias “representaciones”procedentes de la pluma de sus protagonistas). Sino también  las historias publicadas durante el siglo XIX, impregnadas , desde una óptica conservadora o liberal, de esa mitología patriótica y nacional. Visiones sesgadas que han perdurado en las  interpretaciones históricas dominantes durante  gran parte del XX. Pero  que han sido reelaboradas en el pasado siglo desde las perspectivas bien del nacionalismo español integrista antidemocrático bien del liberal democrático. Con mayor énfasis la primera en  los acontecimientos del  2  de mayo; la segunda, en la obra de las Cortes gaditanas.

El tratamiento con que esa historia desmitificadora ha realizado su tarea ha respondido a dos enfoques diferentes. O bien ha dado preferencia a la reconstrucción de la guerra a través de nuevas y más diversas fuentes históricas o bien ha preferido  incidir directamente en la deconstrucción de los aspectos míticos- ideológicos  que esa literatura testimonial e historiográfica sobre la guerra comportaba.

Los dos libros  que vamos a comentar aquí son dos excelentes ejemplos de esas dos diferentes  maneras  con  que esa nueva historiografía sobre la guerra de la Independencia ha abordado su estudio. Ronald Fraser es un conocido hispanista , autor  de aquel libro ya clásico sobre la guerra civil española titulado con el verso de Cernuda, Recuérdalo tu y recuérdalo a otros (1979) que nos proporcionó una impresionante visión  testimonial del conflicto desde abajo a través de las fuentes orales. Es la misma perspectiva que ha utilizado para escribir este libro sobre la guerra de la Independencia, La maldita guerra de España (Crítica, 2006). La falta de fuentes orales las ha  sustituido aquí por la utilización de  una masiva y muy diversificada documentación que le ha permitido componer una auténtica historia social de la guerra contra el francés, como bien reza el subtítulo de su obra. El resultado de su análisis ha sido la desmitificación de  numerosos aspectos del conflicto. Estamos, sin duda, ante una de las obras más importante escrita sobre aquellos acontecimientos, resultado de diez años de laboriosa investigación. Y, en mi modesta opinión, ante  uno de los libros de historia de España más importantes publicados en el pasado año.         

 El otro libro al que hacíamos mención es el de Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable (Temas de Hoy, 2007). García Cárcel es un conocido y reconocido  historiador modernista, catedrático de la disciplina en la Universidad Autónoma de Barcelona, además de un excelente critico de literatura histórica del suplemento cultural del diario ABC. Su perspectiva es, como decíamos, diferente de la de Fraser. Se incide ahora, sobre todo y directamente, en la tarea de la identificación y análisis de los mitos implícitos en la literatura  testimonial e historiográfica producida sobre la guerra de Independencia. Y se contrastan esos mitos con las aportaciones   proporcionadas por la bibliografía reciente que el  autor considera  más  científica y objetiva.

Lo más novedoso de este libro de García Cárcel es, ciertamente, lo primero, la deconstrucción que realiza de los mitos sobre aquella guerra. Pero, sin duda, lo segundo- el balance historiográfico que establece sobre cuál fue la realidad histórica correspondiente- supone también una notable y aprovechable aportación para cualquier lector interesado no sólo en este episodio, sino en la historia de España en su conjunto. Y en cuanto a los asuntos que trata- además de los aspectos tradicionales estudiados  como la insurrección de los madrileños, el levantamiento juntero, el curso de la guerra y la acción de la guerrilla- quizás lo más interesante del libro sea la deconstrucción que realiza  de los mitos liberales y la reconstrucción de su realidad histórica en relación con la obra de  las Cortes gaditanas. Concretamente, en lo relativo,  tanto a las limitaciones de aquella asamblea nacional en su  intento de  creación de una nación de ciudadanos y de implantación del centralismo jacobino como a la naturaleza escasamente revolucionaria del cambio político que supusieron las medidas políticas y sociales que los diputados gaditanos adoptaron.

 La desmitificación alcanza también, además,  en  este libro a la visión parcial y maniquea que venía dándose de los grandes  protagonistas  históricos de aquella  convulsa y decisiva etapa de  la historia de España como Fernando VII, Godoy, Napoleón, José I y Wellington. Pero también el autor  nos va presentando, al hilo de su relato, una rica  galería biográfica de los otros destacados  actores de  la historia de aquel tiempo.

Ni espontánea ni generalizado

   Los dos libros constatan que ni la insurrección madrileña, como denominó el conde de  Toreno a los sucesos  del  2 de mayo en Madrid,  ni el apoyo al levantamiento popular  y la creación de juntas de resistencia que se fue produciendo en toda España  tres semanas después, fueron  en realidad tan generalizados y espontáneos como se ha venido contando por la historia patriótica de uno u otro cuño.

 El excelente análisis de Fraser de ese doble proceso deja claro en ese sentido dos aspectos. Lo mucho que aquellos sucesos debieron su origen  a la manipulación por el “partido” fernandino del generalizado sentimiento antigodoyista que existía en España. Pero, además, cómo los sucesos del dos de mayo no fueron en realidad el acontecimiento germinal  desencadenante más decisivo de todo el proceso bélico y revolucionario como  nos lo han presentado las versiones míticas y patrióticas. La difusión de lo ocurrido en Madrid a través del famoso bando del alcalde de Móstoles, redactado por el naviego Juan Pérez Villamil, no engendró sino un conato de movimiento de apoyo allí donde se conoció la proclama patriótica que se vino abajo por la presión de las autoridades godoyistas. En realidad, el movimiento juntero posterior debió su principal impulso a otro acontecimiento que se produjo unos días después. El conocimiento que se tuvo en toda España por la Gaceta de Madrid de las abdicaciones en Bayona de ambos reyes en la persona de Napoleón. Ni siquiera, según Fraser, la versión del bando del alcalde de Móstoles que siempre hemos conocido  como original, lo es. Sino una reelaboración posterior de Pérez Villamil de su propio texto primigenio. Una muestra más, de ser cierto, de la instrumentalización posterior que se hizo de aquellos hechos.   

Fraser nos cuenta cómo en Asturias  el temprano movimiento insurreccional del 9 de mayo sí tuvo relación  con la llegada de las noticias de lo ocurrido en Madrid y el envío de un bando represivo de Murat (aunque no haga referencia a los incidentes antifranceses ocurridos en la región antes del 2 de mayo). Pero terminó siendo abortado por las autoridades godoyistas de la Audiencia. Los  fernandinos asturianos  lograron, finalmente, con el apoyo no espontáneo, sino pagado de los campesinos de los alrededores  imponerse  entre el 24 y 25 de ese mes y constituir una junta soberana que asumió la soberanía y  declaró  la guerra a Francia. Lo que se produjo casi al mismo tiempo que la formación de juntas  en otras ciudades españolas como Valencia o Zaragoza.

No sólo Fraser demuestra convincentemente que la insurrección y el levantamiento no fueron tan espontáneos ni generalizados como decían las versiones patrióticas. Sino que da bastantes pruebas de que, aparte de los afrancesados, sectores importantes de las clases privilegiadas, nobleza y alto clero, fueron más bien tibios en el apoyo a la guerra contra el francés. Hubo resistencias por parte de un sector de obispos a contribuir con las riquezas de sus diócesis a los gastos de la guerra y, al contrario que el Papa que sí lo hizo, no hubo una declaración institucional por parte de la Iglesia española declarando  la guerra como guerra santa.

 Por su parte, García Cárcel no hace sino corroborar la interpretación de Fraser de la falta de espontaneidad de la insurrección madrileña y el levantamiento posterior  insistiendo en su carácter de motines en gran medida provocados y organizados en el contexto de enfrentamiento entre las élites godoyistas y fernandinas. Del mismo modo que mantiene que las orientaciones y móviles  de las Juntas se plantearon desde los principios tradicionales de la defensa de la Monarquía, el Rey, la Patria y la Religión y no desde los supuestos de la ideología liberal. Tiene razón, sin duda. Pero  no es precisamente el ejemplo de la de Asturias, al que acude, el más idóneo para demostrar su tesis. Sólo basta constatar algunas de sus  declaraciones inspiradas por  Flórez Estrada de clara naturaleza liberal.  

El ejército invisible

La imagen romántica de la guerrilla antinapoleónica-el ejército invisible como significativamente la denominó un alto funcionario josefino- como “el pueblo en armas” en lucha contra el invasor y amparado por una población civil volcada sin ninguna restricción en su apoyo  también es desmitificada por estos libros.

Fraser realiza un  pormenorizado análisis de su origen, estrategia y acciones, efectivos,  sociología y eficacia. La “petite guerre” no fue una invención española en su lucha contra los franceses, que tenía, según esa versión, ya una larga tradición en la península ibérica desde Viriato, sino que lo realmente  peculiar  fue la gran dimensión  que esa clase de guerra alcanzó en este conflicto. Las relaciones que mantuvieron los guerrilleros con el ejército regular y con la población civil no fueron siempre tan armoniosas como se ha dicho, ni fue exclusivamente el celo patriótico el móvil de muchas de aquellas partidas. Fraser calcula en torno a unos  50.000 los efectivos de la guerrilla, dividida en unas seis grandes partidas de más de 1000 componentes y multitud de partidas de menor entidad e integradas por gentes de todos los grupos sociales. Elabora hasta estimaciones de las bajas que causó entre los franceses. Su conclusión es que este ejército invisible fue decisivo en la derrota del invasor. García Cárcel, en cambio, en la línea del estudio de Esdaile, relativiza esa eficacia considerándola como un complemento importante, eso sí, de la acción del ejército regular.

Los otros patriotas

            La visión mítico-patriótica consideró siempre  a los colaboracionistas con el invasor francés como pérfidos  traidores y los conoció  como afrancesados, esto es, no españoles. Esa maniquea interpretación comenzó ya a no ser sostenible desde el  clásico estudio que les dedicó  Miguel Artola, a pesar de las reticencias con que fue recibida por algunos de los intelectuales orgánicos del franquismo. (Todavía  recuerdo la crítica negativa que la interpretación del libro del historiador liberal recibió del ministro de Franco, Gonzalo Fernández de la Mora, basada en que no se podía reivindicar a  aquellos que, según él, habían aceptado  la incorporación al imperio napoleónico del territorio del norte del Ebro que ordenó  Napoleón, incluso contra la opinión de su propio hermano José).

Fraser, como Artola, distingue claramente aquellos que apoyaron al régimen bonapartista por oportunismo y arribismo de los “afrancesados” comprometidos ideológicamente con las reformas que José trataba de implantar y que no eran muy diferentes de las que adoptaron las Cortes gaditanas. De hecho, estos “afrancesados”  se consideraban tan patriotas como los españoles del otro bando. En el mismo sentido, García Cárcel explica que en la realidad la separación entre esa clase de “afrancesados” y los patriotas no fue en la realidad tan  rígida como mantuvieron después las versiones patrióticas de la guerra. De hecho, muchos de ellos terminaron colaborando con el otro bando. Como fue el caso del clérigo liberal asturiano Martínez Marina, que terminó siendo uno de los más importantes ideólogos de las Cortes de Cádiz.

 Personajes desmitificados

             La visión épica de la guerra proporcionó una valoración maniquea y caricaturesca de los principales personajes de la guerra que los recientes estudios han ido desmontando. Ni Godoy fue un traidor ni el rey José un borracho y dócil instrumento de su hermano. Como tampoco Napoleón un monstruo ni Fernando VII un príncipe mártir primero, un rey deseado después y un monstruo sanguinario finalmente. La pertinente revisión que realiza García Cárcel de todos esos mitos, analizando la última  literatura histórica acerca de esos personajes, lo deja muy claro Lo que no quiere decir que después de esa desmitificación tales personajes salgan bien parados, como recientemente ha demostrado Fontana en el caso de Fernando VII.

       En fin, dos obras de lectura muy recomendable para estar adecuadamente pertrechados ante  lo que se nos avecina con la conmemoración bicentenaria.

                           ¿JOVELLANOS DESMITIFICADO?
                                                                  J. A. V. I
            Ricardo García Cárcel  recoge en su libro un fragmento de la carta  en que Jovellanos declina el ofrecimiento a colaborar con el régimen bonapartista, exponiendo sus razones de patriota. E insinúa incluso que la tardanza en esa contestación pudo deberse a las dudas que pudo tener en colaborar o no con el régimen de Bayona. Por otra parte, pertinentemente, en mi opinión, lo sitúa en la tendencia conservadora como partidario, cara a la convocatoria de Cortes, de la soberanía compartida del Rey y la nación. Pero lo considera, además, como un arrepentido compañero de viaje del “partido” liberal como legitimador a través de la historia de la convocatoria de Cortes. Ambas  referencias no argumentadas son, en mi opinión, poco adecuadas. La primera, porque no deja de ser una mera especulación. La segunda, porque su mención requería una mayor matización.       

 
Publicado en el suplemento cultrual de La Nueva España, de Oviedo)
 

            

 

 

 

 

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