lunes, 7 de agosto de 2017




               RÉQUIEM POR  UNA LIBRERÍA
                            Julio Antonio Vaquero Iglesias     





Me  escribe  Julio  Rojo, el actual propietario de la centenaria Librería Ojanguren, anunciándome su cierre definitivo en Septiembre y la noticia me produce la angustia que me generan las noticias sobre la frecuente desaparición de librerías de cierta tradición que la crisis económica  y los nuevos modos de venta  de libros por internet está originando al avizorar con ello el próximo final de lo que algunos de aquellos establecimientos significaron para los que éramos asiduos clientes  de ellos. Una verdadera  librería era para nosotros,  como lo fue Ojanguren, no sólo un “comercio” de venta y compra de libros, sino un lugar de culto dada su función de transmisión de cultura  en el  que se podían seguir las novedades editoriales que exhibían sus anaqueles, mientras aquello fue posible, hojear los libros y diseñar nuestro programa de lecturas mensual o trimestral.
Pero  era también, como en algunas de aquellas  librerías de antaño,  un lugar de sociabilidad, de encuentro, de intercambio cultural y hasta de mentidero donde uno podía enterarse de sabrosas noticias y toda clase rumores sobre el mundo cultural, profesional y político. Fue, sin duda, también nuestra librería una verdadera institución cultural  por  su atención a las demandas de libros de la Universidad ovetense, sobre todo, de obras y libros de texto de Derecho, Lengua e Historia de la Literatura y Ciencias Sociales  Y de obras y libros de texto para los institutos de enseñanza secundaria de nuestra ciudad. Y lo fue también con su provisión de libros  para las bibliotecas  públicas, las facultades universitarias y los institutos. Así como la especial  atención que  siempre dedicó a los libros de origen o temática asturiana.  
         Esa  angustia que me produce la noticia de ese cierre  como principio del fin de esa clase de librerías como lo fue  Ojanguren se desdobla también en una profunda nostalgia de lo que significó para mi vida como para  las de otros muchos de nosotros ese establecimiento. La visita semanal constituía un elemento esencial del ritual de nuestra vida, como lo podían ser la asistencia al cine o al teatro o a cualquier otra actividad cultural. Repaso  las estanterías de mi biblioteca personal y los alrededor de 2500/3000 libros que la componen  y calculo que al menos un 60/70%  tienen su procedencia de la librería ovetense. Lo que significa que gran parte de mi bagaje cultural ha tenido su origen en libros adquiridos en esa librería.
 En ella, he hecho amigos o he encontrado a otros cuyo contacto creía ya haber perdido; en ella se han vendido  mis libros o he logrado encontrar gracias a la eficacia de su personal otros que eran de difícil localización o tenían procedencia extranjera. En ella, he constatado cómo la confianza que la librería que depositaba en sus clientes era plena como ocurría con el servicio que te permitía llevarte a tu domicilio los libros en examen para saber si te interesaban o no. En ella, en fin, he sentido esa inefable sensación, que sólo pueden entender los que amamos a los libros, de encontrar y acariciar el libro que buscábamos o la que produce el hallazgo inesperado del libro desconocido que descubrimos por azar curioseando por las estanterías.    
    Y qué decir de los profesionales que atendían la librería. Eran, en general, además de eficientes, personas de gran amabilidad y buen trato. No ha habido consulta sobre publicaciones, títulos y pistas  de libros sobre cualquier tema que  no te resolviese José María, una de las personas que he conocido que más saben de libros y del mundo editorial. La relación con los trabajadores se convertía en muchas ocasiones en amistad y uno recuerda, por citar sólo algunos de los últimos años, y aunque sea por ello injusto con otros muchos, a Begoña, uno de los puntales de la casa. O a Cristina y  Lilián, dos grandes profesionales del mundo de los libros, además de personas entrañables y amigas ya para siempre. Porque con ellas se cumple la tradición de que las relaciones de  amistad que se hacen  en torno a los libros son eternas.
       Puede estar seguro el señor Rojo que su librería, en su etapa y a lo largo de toda su historia, cumplió con creces esa labor de institución difusora de cultura, que está muy por encima de su función como mero negocio de venta libros y, por ello, forma ya parte ineludible de la historia cultural de Oviedo. Y que su positivo recuerdo es ya parte de la memoria de varias generaciones de lectores ovetenses y asturianos.

(PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)   

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