LA
LACRA DE LA POBREZA INFANTIL EN ESPAÑA
JULIO
ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Los datos son irrefutables: España es uno de
los países de la Unión Europea con los índices de pobreza infantil más elevados
de la entidad supranacional. Sólo están detrás de nuestro país Rumania y Bulgaria. Cómo es posible que un
país como España, que es la cuarta
potencia económica entre los países que integran la Comunidad europea, pueda
tener un déficit social de tal envergadura en un aspecto que no sólo supone la
negación de uno de los derechos sociales y éticos fundamentales que debe satisfacer
todo estado, sino también una condición fundamental e inexcusable para su
continuidad y futuro.
Alguien podría pensar que esta
situación es una consecuencia social más de la pandemia que estamos sufriendo
y/o de la Gran Recesión de 2008. Nada más lejos de la realidad. Los valores de
la pobreza infantil ya eran muy elevados en nuestro país antes de esos procesos
negativos que, en realidad, no han hecho más que agudizarlos. La situación es
en ese aspecto de tal gravedad que la propia Unión Europea ha tenido que llamar
a capítulo a nuestro país para que tome medidas y trate de remediar esa
situación de pobreza estructural de nuestra infancia con valores que rondan el
30% de nuestros menores en esas circunstancias. Lo que vienen a ser en torno a 2
millones de niños que viven bajo el
umbral de pobreza.
Está claro que esa alarmante situación tiene
causas estructurales. Y que en resumidas cuentas están en que nuestro Estado no
ha contribuido adecuadamente, como hacen la mayoría de los restantes países
europeos, en acabar con ella, dedicando unos porcentajes de ayudas a la
infancia inferiores a los que destinan aquéllos. Y que, además, éstas están mal diseñadas para poner fin o
remediar de manera ostensible esa lacra que nos avergüenza como ciudadanos
españoles. La mayor cuantía son ayudas indirectas y no dirigidas directamente a
las familias con hijos para que puedan paliar las situaciones insuficientes de
alimentación, vivienda y educación que tienen esas familias con hijos.
No es que esos niños que se mueven
dentro del umbral de la pobreza en nuestro país pasen hambre, pero sí que están
infra alimentados. Como tampoco que no accedan a la educación, pero sí que tienen
dificultades para cubrir los gastos que
ésta conlleva y que no son gratuitos. Y desde luego son niños que están más
propensos a abandonar los estudios y tiene más difícil su acceso a la educación
superior. Del mismo modo que si tienen (los que lo tengan) un techo donde
guarecerse viven, en cambio, en condiciones de hacinamiento, sin que tengan
espacios para el estudio o la intimidad y habitualmente sufran condiciones de
frio y humedad que pueden deteriorar su
salud. Tampoco significa que no puedan acceder al médico, pero sí tienen
problemas para pagar sus tratamientos y
acceder a las prestaciones no contempladas por la sanidad pública.
La localización de esa pobreza infantil ha experimentado también en
estas últimas décadas un profundo cambio en nuestro país. Ya no es
principalmente en el mundo rural donde se localizan la mayoría de los niños
pobres en España, sino en el mundo urbano. Es
en los suburbios de las grandes ciudades españolas donde se hacinan estas
bolsas de niños pobres o en riesgo de pobreza y exclusión.
Esa grave situación de un sensible sector de
nuestra infancia ha llevado a que sea la propia Unión Europea la que tome
medidas para su remedio o disminución diseñando un plan denominado Garantía Infantil Europea que coordinado por
UNICEF tiene como objetivo luchar contra la exclusión social de nuestros
menores. El Gobierno español deberá presentar antes del quince de marzo de 2022
el mencionado Plan con una veintena de
objetivos para alcanzar en 2030 entre los que está el de reducir al menos a la
mitad a los niños en riesgo de pobreza y exclusión en nuestro país, destinando
para ello 779 millones de euros, de los cuales 527 proceden de fondos
europeos y el resto lo aportarán las
Administraciones españolas.
Esperemos que tales objetivos se cumplan y se vaya poniendo remedio a
una situación inaceptable que nos avergüenza como españoles, europeos y
miembros de la humanidad.
(Publicado en las páginas de
Opinión de La Nueva España, de Oviedo)
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