martes, 12 de julio de 2016

La Transición, entre la el humor y el timo

                LA TRANSICIÓN, ENTRE EL HUMOR Y EL TIMO
                                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias


      


 Historia  y  política se mezclan inextricablemente en las interpretaciones de la Transición. Hasta tal punto que es habitual  buscar las bondades o déficit de nuestro presente democrático, treinta años después, en aquella etapa. La Transición para algunos viene siendo algo así como el momento seminal y mítico en que todo nació y los dioses marcaron lo creado con un soplo teleológico que ha predeterminado  el devenir posterior de nuestra democracia.
De ahí que,  según la diferente valoración que merezca nuestro presente político, existen dos grandes clases de interpretaciones de la Transición. La de los que la consideran como una transición modélica en cuanto  que fue una vía pacífica  para pasar de la dictadura a la democracia gracias a la transacción entre  un sector reformista de las élites del régimen y las  fuerzas de la oposición. Todo ello escuchando a un”pueblo” anhelante de paz y concordia. Para muchos de ellos las bases de ese pacto y  la Constitución que lo expresa son intocables y todos los males democráticos provienen de no respetarlo.  La otra clase de interpretaciones, con su innumerable gama de matices, es la de los que entienden que aquel no fue sino el tiempo de  un pacto de silencio entre el sector reformista del franquismo y el de la oposición que, abandonando su pretensión de una auténtica ruptura, terminó aceptando, para algunos de manera vergonzante, para otros por la fuerza de la realidad, una reforma  que, para los más críticos, dejaba en pie los cimientos del edificio anterior. De ese pecado original provienen, según éstos últimos, nuestro déficit democrático de hoy.
Estos dos libros que vamos a comentar, publicados al calor de la conmemoración del trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas celebradas después de cuarenta años de dictadura, y de naturaleza, finalidad y factura tan diferente, son en cierto modo un ejemplo de cada uno de esas dos clases de interpretaciones de la Transición    
            Con humor serio
            Con sus chistes en aquella esplendora generación o de revistas humorísticas que acompañó la Transición, Antonio Fraguas, Forges, no sólo fue un testigo de esa etapa, sino  uno más de sus actores. Ahora publica el tomo correspondiente de su Historia de aquí  que trata de ella, 1978- 1982 LA CONSTTUción Y LA TRANSIción ( Espejo de Tinta, 2007). En la línea de toda su  Historia, se nos presenta una Transición en clave de humor pero muy seria, que está destinada preferentemente a nuestros escolares, pero que leemos, sobre todo, los adultos. Desde sus hilarantes  viñetas, chistes y cronologías, con sus tradicionales personajes, como el inspector Romerales y doña Concha, Forges nos cuenta  lo “asaz arduo” que fue aquello. El patrón de su relato es el de la versión oficial. Pero, como no podía ser de otra forma en un humorista progresista  como él, su mirada aparece a  menudo cargada de fina ironía crítica y de cierto escepticismo sutil.  
              La otra Transición
            Cada vez es más claro el protagonismo que los movimientos sociales tuvieron en aquellos cruciales años. Pero no sólo los “viejos”, como el movimiento obrero y sindical y el estudiantil, sino también los “nuevos” como los movimientos feminista, ecologista, pacifista, de penenes, vecinal y otros muchos  más Una buena prueba de ello es este excelente y bien escrito libro sobre la primera época de la barcelonesa revista libertaria Ajoblanco por el que fue su fundador y director, Josè Ribas. Además de ofrecernos  formalmente  una bien lograda combinación de géneros, memoria, crónica,  historia, este libro (Los 70 a destajo, ajoblanco y libertad, RBA 2007) nos presenta, a través de la biografía de Ajoblanco, las voces de los que quisieron otra Transición diferente de la que fue y lucharon por ella desde la calle y desde una avanzada cultura alternativa. Querían  una  transición que fuera algo más que una ruptura, deseaban una “fractura”  que para muchos de ellos significaba ir más allá del modelo de las democracias europeas: una sociedad alternativa al capitalismo. La Transición que nos presenta  Ribas poco tiene que ver, además, con la versión oficial y rosa con que en estos días nos machaquean los medios de comunicación. El guión de la Transición para él ya estaba escrito de antemano, aunque no se supiese el orden de aparición en el reparto de los actores. Lo habían escrito las fuerzas del gran capital y así lo exigía el Gobierno de los Estados Unidos para mantener  la estabilidad internacional.    

Que la ruptura no fue “fractura”, como pedían los ajoblanquistas, y que, por ende, para ellos la versión oficial de la Transición fue un mito y, sobre todo, la realmente existente, un timo, es evidente. Para muchos de ellos no sólo no hubo “fractura” sino siquiera verdadera ruptura. Y me imagino que ésos, si no se han pasado a los partidos institucionales o no militan, como alguno, en el de la COPE episcopal,  pueden pensar hoy, a la vista de los acontecimientos y como hipótesis  contrafactual, que de haberse producido una auténtica ruptura, tampoco se habrían superado los límites y déficit que son inherentes a las democracias liberales formales occidentales. Esto es, si no hubiese habido escamoteo de la soberanía popular, ni hubiesen pesado sobre el proceso “reales” hipotecas del lejano pasado oligárquico y del reciente pasado dictatorial, y aquél se hubiese producido al margen de los monitoreos y “tutelas” internacionales norteamericanas y alemanas (como nos demostrado el libro de Joan Garcés). Porque no todos los males de nuestra democracia provienen del pecado original de la Transición.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO )   

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