LA
TRANSICIÓN, ENTRE EL HUMOR Y EL TIMO
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Historia y política se mezclan inextricablemente
en las interpretaciones de la Transición. Hasta tal punto que es habitual buscar las bondades o déficit de nuestro
presente democrático, treinta años después, en aquella etapa. La Transición
para algunos viene siendo algo así como el momento seminal y mítico en que todo
nació y los dioses marcaron lo creado con un soplo teleológico que ha
predeterminado el devenir posterior de
nuestra democracia.
De ahí que, según la diferente valoración que merezca
nuestro presente político, existen dos grandes clases de interpretaciones de la
Transición. La de los que la consideran como una transición modélica en cuanto que fue una vía pacífica para pasar de la dictadura a la democracia
gracias a la transacción entre un sector
reformista de las élites del régimen y las fuerzas de la oposición. Todo ello escuchando
a un”pueblo” anhelante de paz y concordia. Para muchos de ellos las bases de
ese pacto y la Constitución que lo
expresa son intocables y todos los males democráticos provienen de no
respetarlo. La otra clase de
interpretaciones, con su innumerable gama de matices, es la de los que entienden
que aquel no fue sino el tiempo de un
pacto de silencio entre el sector reformista del franquismo y el de la
oposición que, abandonando su pretensión de una auténtica ruptura, terminó
aceptando, para algunos de manera vergonzante, para otros por la fuerza de la
realidad, una reforma que, para los más
críticos, dejaba en pie los cimientos del edificio anterior. De ese pecado
original provienen, según éstos últimos, nuestro déficit democrático de hoy.
Estos dos libros que vamos a comentar,
publicados al calor de la conmemoración del trigésimo aniversario de las
primeras elecciones democráticas celebradas después de cuarenta años de
dictadura, y de naturaleza, finalidad y factura tan diferente, son en cierto
modo un ejemplo de cada uno de esas dos clases de interpretaciones de la
Transición
Con
humor serio
Con sus chistes en aquella esplendora
generación o de revistas humorísticas que acompañó la Transición, Antonio
Fraguas, Forges, no sólo fue un testigo de esa etapa, sino uno más de sus actores. Ahora publica el tomo
correspondiente de su Historia de aquí que trata de ella, 1978- 1982 LA CONSTTUción
Y LA TRANSIción ( Espejo de Tinta, 2007). En la línea de toda su
Historia, se nos presenta una
Transición en clave de humor pero muy seria, que está destinada preferentemente
a nuestros escolares, pero que leemos, sobre todo, los adultos. Desde sus
hilarantes viñetas, chistes y
cronologías, con sus tradicionales personajes, como el inspector Romerales y
doña Concha, Forges nos cuenta
lo “asaz arduo” que fue aquello. El patrón de su relato es el de la
versión oficial. Pero, como no podía ser de otra forma en un humorista progresista
como él, su mirada aparece a menudo cargada de fina ironía crítica y de
cierto escepticismo sutil.
La otra Transición
Cada vez es
más claro el protagonismo que los movimientos sociales tuvieron en aquellos
cruciales años. Pero no sólo los “viejos”, como el movimiento obrero y sindical
y el estudiantil, sino también los “nuevos” como los movimientos feminista, ecologista,
pacifista, de penenes, vecinal y otros muchos más Una buena prueba de ello es este excelente
y bien escrito libro sobre la primera época de la barcelonesa revista
libertaria Ajoblanco por el que fue su fundador y director, Josè
Ribas. Además de ofrecernos
formalmente una bien lograda
combinación de géneros, memoria, crónica, historia, este libro (Los 70 a destajo,
ajoblanco y libertad, RBA 2007) nos presenta, a través de la biografía de Ajoblanco,
las voces de los que quisieron otra Transición diferente de la que fue y
lucharon por ella desde la calle y desde una avanzada cultura alternativa.
Querían una transición que fuera algo más que una
ruptura, deseaban una “fractura” que
para muchos de ellos significaba ir más allá del modelo de las democracias
europeas: una sociedad alternativa al capitalismo. La Transición que nos
presenta Ribas poco tiene que ver,
además, con la versión oficial y rosa con que en estos días nos machaquean los
medios de comunicación. El guión de la Transición para él ya estaba escrito de
antemano, aunque no se supiese el orden de aparición en el reparto de los
actores. Lo habían escrito las fuerzas del gran capital y así lo exigía el
Gobierno de los Estados Unidos para mantener la estabilidad internacional.
Que la ruptura no fue “fractura”, como
pedían los ajoblanquistas, y que, por ende, para ellos la versión oficial de la
Transición fue un mito y, sobre todo, la realmente existente, un timo, es
evidente. Para muchos de ellos no sólo no hubo “fractura” sino siquiera
verdadera ruptura. Y me imagino que ésos, si no se han pasado a los partidos
institucionales o no militan, como alguno, en el de la COPE episcopal, pueden pensar hoy, a la vista de los
acontecimientos y como hipótesis contrafactual, que de haberse producido una
auténtica ruptura, tampoco se habrían superado los límites y déficit que son
inherentes a las democracias liberales formales occidentales. Esto es, si no
hubiese habido escamoteo de la soberanía popular, ni hubiesen pesado sobre el
proceso “reales” hipotecas del lejano pasado oligárquico y del reciente pasado
dictatorial, y aquél se hubiese producido al margen de los monitoreos y
“tutelas” internacionales norteamericanas y alemanas (como nos demostrado el libro
de Joan Garcés). Porque no todos los males de nuestra democracia provienen del
pecado original de la Transición.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO )
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL, DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO )
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