REYES MAGOS DE ASTURIAS PARA
LOS NIÑOS AFGANOS
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE lA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
Oculta tras la “burka”, Anna Tortajada realizó un viaje
clandestino al Afganistán de los talibanes. La denuncia que realizó en su libro
El Grito silenciado del horror
en que allí vivían mujeres afganas tuvo un gran impacto solidario en
Asturias. Dio lugar a la creación en 2001 de la Plataforma Xuvenil d´ayuda a
les muyeres afganas formada por los Consejos de la Juventud y las asociaciones
juveniles de mujeres que se integran en éstos. Esta Plataforma llevó a cabo en
Asturias una amplia y eficaz labor informativa, de sensibilización sobre la
situación de Afganistán y la situación de miseria y precariedad en que
vivían los centenares de miles de refugiados que habían huido del
aquel horror y, en especial, de los que más sufrían aquellas situación que eran
las mujeres y los niños.
La derrota de los talibanes
tras el 11 de septiembre ha puesto fin a aquella pesadilla que sometía a las
mujeres a la dictadura de la burka y
prohibía a las niñas afganas la asistencia a la escuela, además de las otras muchas discriminaciones y maltratos
a que estaban sometidas. Pero estos problemas y los demás del pueblo afgano
siguen todavía en gran medida sin solucionar. Las promesas de EE. UU y la
comunidad internacional no se han cumplido. La reconstrucción de Afganistán,
como siguen denunciando numerosas ONG, está parcialmente paralizada. La
democracia prometida sigue sin hacerse realidad y “los señores de la guerra”
controlan y dominan gran parte del territorio. Incluso, las vejaciones hacia
las mujeres, que fueron, además de la captura Bin Laden, una de las principales
justificaciones de “la intervención humanitaria” de EE UU, siguen siendo
habituales en algunos de los territorios
de esos “·señores de la guerra”. Como ocurre en el del dictador Khan, donde la
presión social obliga a las mujeres a seguir vistiendo la “burka”, y continúan
siendo sometidas a otras bárbaras
discriminaciones de género.
En esta situación la necesidad
de apoyo al pueblo afgano continúa. Y con ese objetivo, centrado ahora en la
ayuda a los niños, acaba de ser editado en Asturias por la referida Plataforma
Xuvenil d´ayuda a les muyeres afganas, con financiación del Instituto Asturiano
de la Mujer, Consejo de la Juventud, Forma y la Universidad de Oviedo, un libro
ilustrado titulado ¡Sahar,
despierta! cuyos beneficios irán destinados a la realización
de programas de la organización HAWCA de ayuda a Afganistán. La autora de los
textos es Anna Tortajada y las ilustraciones han sido realizadas por Antonio
Acebal.
Sahar es una niña afgana,
miembro de una familia de refugiados del terror talibán que malvive en un campo
de refugiados y tras la derrota de éstos inicia su vuelta a Afganistán al
pueblo de sus padres. Allí sólo encuentra desolación y muerte y la familia
tiene que regresar a Kabul., donde Sahar podrá ir por primera vez a la escuela.
Ese día es, sin duda, un gran día en la vida de
Sahar. Nunca pudo ir a la escuela
en su país por el fundamentalismo discriminador de los talibanes; tampoco en el
campo de refugiados por la pobreza. Allí se dedicaba a cuidar de su hermano
mientras su madre busca comida, mendigar con los otros niños o arrastrar un
saco de plástico en el que recogía en las basuras papeles, cartones, trapos y
mendrugos de pan. Por eso, al contrario de lo que ocurría en su vida anterior,
Sahar no remolonea este día. Se levanta de un salto, cuando recién llegada a
Kabul, su madre la despierta para ir por primera vez en su vida a la escuela.
No son migajas de caridad lo
que necesita Afganistán ni los niños afganos, sino paz con justicia, no “infinita”, sino
concreta, y también solidaridad internacional con ayuda desinteresada, no
“derecho humanitario” a la fuerza. No podemos quedarnos únicamente en que los
Reyes magos inviertan la dirección de su
viaje, de Occidente a Oriente, de Asturias a Afganistán, y recordar sólo
en Navidad a los niños, mujeres y todo el pueblo afgano. La solidaridad con
Sahar bien puede iniciarse con el gesto navideño de comprar este libro. Pero lo
esencial es que este punto de solidaridad se convierta en una línea continua de
apoyo y ayuda para el pueblo afgano, que
no sea un gesto aislado que sirva para adormecer nuestra conciencia,
sino el punto de arranque de un conjunto de actos sin fecha fija, pero con
duración determinada. Hasta que Sahar no considere su asistencia a la escuela
como algo extraordinario, sino como un derecho más como el que tienen todos los
niños de Occidente. Hasta que Sahar, como nuestros hijos, remolonee en la cama cuando su madre la llame para ir a la escuela.
Hasta que, para el pueblo afgano como para nosotros, los Reyes magos vuelvan a
venir de Oriente. Será sólo entonces cuando Afganistán habrá sobrepasado
definitivamente la meta impuesta de la “libertad duradera” y pueda comenzar a
caminar por su propia voluntad hacia la libertad posible.
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