viernes, 17 de julio de 2015

LOS RELATOS DE ESPAÑA


                                        LOS RELATOS DE  ESPAÑA

                                                      Julio Antonio Vaquero Iglesias

        
   
Historias de las dos  Españas (Taurus, 2004) del historiador Santos Juliá no sólo  trata de los “relatos” que los intelectuales españoles nos han ido contando a lo largo de la edad contemporánea sobre la historia de España, sino que intenta ser también una historia de esos intelectuales que los construyeron y, sobre todo, de la intelectualidad que los difunde. Estamos, pues, ante un intento loable y conseguido en cierta manera de trazar una historia de los intelectuales españoles contemporáneos. Santos Julíá era, desde luego, por sus trabajos previos, uno de los historiadores españoles más idóneos para llevar a cabo esta tarea.  Algunos de esos trabajos, de excelente contenido y factura, fueron publicados  como artículos en  la revista Claves de la Razón Práctica,  tales como los referidos a los intelectuales falangistas liberales de la guerra civil y del primer franquismo o el dedicado a los discursos sobre la historia de España entendida como anomalía y  en el que ya estaba en germen el contenido de este libro.

            No es que este libro sea el primero y único sobre este asunto. Tenemos algunos excelentes como el de Javier Varela, que denomina “novela” a esas visiones de la historia de España, y los de  Sisinio Pérez Garzón y José Álvarez Junco sobre el contenido y la construcción de discurso histórico  del nacionalismo español. Pero lo singular o específico de este último de Santos Juliá  es, en mi opinión, el enfoque o modelo teórico desde el que se escribe. Ese enfoque supone el fijar el punto de atención, tanto en  al contenido de esos “relatos” de las historias de las dos Españas, como en la caracterización sociológica y en el modo de ser, percibirse y actuar de sus autores, los intelectuales o la intelectualidad, esto es, el grupo generacional. Además de que el contenido del libro abarca todo el arco de la historia contemporánea y trata tanto los discursos del nacionalismo español como de los del periférico. Visión de conjunto que no existía. Aunque, en el caso del discurso del nacionalismo periférico, nuestro autor sólo trate del catalán y no del vasco. Lo que deja un clamoroso e inexplicable por inexplicado hueco en el libro.

            Veamos, pues, a continuación esos dos aspectos. Lo que en Javier Varela era “novela”, y en  la aportación de Sisinio Pérez Garzón y, en cierto sentido, en la de José Álvarez Junco, discurso ideológico, aquí es “relato”. Juliá  atribuye a esas visiones de la historia de España de nuestros intelectuales la condición de “grandes relatos”, esto es, adopta la categoría analítica del posmoderno Lyotard. Desde esa perspectiva posmoderna, los grandes relatos son o tienen poco que ver con los análisis historiográficos  de carácter científico, son construcciones, según la terminología posmoderna, metahistóricas. Desde ese fundamento teórico, se les niega, pues, su condición de discursos ideológicos que, en otro modelo teórico más “duro” que el posmoderno, deberían ser objeto del análisis historiográfico relacionándolos con los otros niveles de  de la realidad histórica para explicar, no sólo comprender, el proceso histórico total y la función  que, dentro del mismo, ejercen tales discursos.  De ahí que Juliá, aunque no se limite únicamente al análisis de los contenidos de esos relatos, no vaya más allá de la contextualización política y social de la situación histórica concreta  desde la que se emiten. Lo que, por otra parte, no es poco, dado que todavía frecuentemente  los historiadores  no  practican tal contextualización en sus análisis de los discursos ideológicos y  porque, además, dentro de ese, a nuestro entender, limitado enfoque, Juliá se muestra como un consumado historiador no sólo por la gran capacidad de análisis y el profundo conocimiento que tiene  de la bibliografía y las fuentes que maneja, sino también por las brillantez de su forma de exposición.

               La influencia del posmodernismo no sólo se limita a Lyotard, sino que el autor también toma, en este caso, de un historiador posmoderno, Hayden White, sus análisis sobre la estructura y la forma de los “relatos”. Los relatos de la nación que Juliá va reconstruyendo, a partir de los escritos públicos, no privados, de nuestros intelectuales  contemporáneos, responden a una tipología constante. Son  narraciones  en las que la trama del relato, casi siempre trágico, pero con un posible final feliz,  parte de un núcleo argumental, la consideración de  que la  nación actual, la coetánea del intelectual que la interpreta , sea ésta  la española o la catalana, está destruida  por una anomalía ocurrida durante su desarrollo histórico, sea ésta  la intervención de una monarquía extranjera o un pueblo invasor, o la influencia de una cultura o nación extraña a su ser nacional, o la acción de una masa amorfa que  ha pervertido la esencia de la nación. Esencia de la nación que garantiza la unidad nacional y se identifica con la asunción de un determinado elemento nacional en cada relato como pueden ser la libertad del pueblo, la religión católica, una identidad basada en la  raza, o la existencia de un pueblo consciente. El relato se construye desde el presente, busca su  justificación en el pasado y se proyecta hacia un cambio en el futuro con la erradicación de la anomalía.

Ésa es la estructura y la trama argumental que el autor constata en todos los relatos de los intelectuales españoles contemporáneos sobre la nación. Relatos sobre la nación, porque la reconstrucción comprensiva que Juliá realiza de los temas tratados  por éstos, nos muestra, según él,  un contenido polarizado  por el asunto de   España como nación. Y en todos ellos aparece una España desdoblada. La que participa de la esencia de la nación y aquella otra que expresa y  participa de la anomalía: la vieja y la nueva España, la España oficial y la real, la España verdadera y la Anti- España. Tales relatos sobre la nación componen, pues, la historia de las historias de las dos Españas. Sus autores, los intelectuales, las difundieron a través de la palabra escrita o la voz. Y para ello utilizaron variadas plataformas, organizaciones e instrumentos de intervención en los espacios públicos, desde el libro, la prensa y la tribuna al mitin y la protesta en la calle  y desde los partidos a las organizaciones no partidarias, pasando por muchas otras formas. Esos intelectuales, casi siempre, sobre todo a partir de fines del siglo XIX, no actuaron de manera individual, sino relacionados entre sí agrupados en  marcos generacionales,      

  En coherencia con tales planteamientos, Santos Juliá desarrolla detalladamente en cada uno de los diez capítulos que componen su libro, tanto los contextos y el contenido de los relatos sobre España de las diferentes generaciones de intelectuales, como algunos de sus rasgos sociológicos y los procedimientos que emplean para su labor de difusión.

Comienza el autor, en el primer capitulo,  con los relatos  de los “escritores públicos” (todavía no existía el término intelectual y no se había producido la separación entre los políticos profesionales y los escritores) de la revolución liberal distinguiendo entre el discurso sobre la nación de los liberales revolucionarios, que inventan la nación para contar la revolución, y el de los liberales conservadores que, frente aquellos, buscan en la religión católica la esencia y la unidad de la nación que los revolucionaros, según ellos, destruían introduciendo entre los españoles doctrinas ajenas a las esencias patrias..

Tras el fracaso del Sexenio Democrático, se recompone el relato nacional. Los krausistas e institucionistas ven la anomalía en la ignorancia del pueblo español y depositan en la educación  a largo plazo la solución. Mientras que los del “98” ven ante ellos masa y no pueblo e incluso degeneración de la raza. Con tanta tragedia encima no es extraño que  pronostiquen  la muerte de la nación como fundamento para que se produzca  una nueva resurrección,  pero su acción se limita a protestar y agitar a la masa  para después irse a casa y esperar sin hacer nada a que la muerta resucite (2º capítulo).        

           Los intelectuales catalanes construyen primero el relato de la “doble patria” para después, pasando del regionalismo al nacionalismo, desarrollar el de la nación única dormida que hay que despertar y conseguir articularla en el Estado español, tratando de obtener primero la hegemonía cultural en su nación y después participar del poder político (3º capitulo).

            La generación del 1914, con Ortega a la cabeza, supone el final de la protesta lastimera y  sin fin de los noventyochos y el intento de encauzar a través de la política el desvío de Europa que había sufrido España, desvío que era el nervio crucial de su relato. La función del intelectual era para ellos ayudar a formar una minoría selecta que penetrase, educase y condujese a la masa. Y su forma de actuar a través del libro, el artículo, la conferencia y la formación de agrupaciones de intelectuales que no fueran partidarias. Aunque casi todos ellos, incluido Ortega, se dejaron llevar por el canto de sirena que era la retórica de Melquíades Älvarez y formaron  un tiempo parte  de la criatura de éste: el Partido Reformista. Clarificada la posición del reformismo con su colaboracionismo con los  decrépitos gobiernos dinásticos de la Restauración, muchos de los intelectuales de esa generación abandonaron el barco monárquico que hacia aguas por todas las partes y se mostraba inviable para cualquier reforma democrática del régimen, se hicieron republicanos de verdad y trataron de establecer relaciones con el partido socialista o crear su propio partido de intelectuales como fue el caso de Azaña. Éste desarrolló el relato  de España- valoro yo, no el autor- que más se pareció a una  interpretación historiográfica de la historia de España y que, por cierto, más allá del mito de la nación desviada de su esencia, tomaba su fundamento de la historia inmediata, la de revolución liberal- burguesa y de  la  lucha de clases. Era el discurso de la revolución popular y democrática. Esto es, vuelvo a interpretar yo, no el autor, casi  un antirrelato (capítulos 4 Y 5ª).

             En el marco, en España, de la caída de la Dictadura de Primo de Rivera y, en el plano internacional, en el de de  la crisis de las democracias y el surgimiento de los fascismos y el avance de la Rusia soviética, los intelectuales de la nueva generación la del 27 y la guerra o bien adoptaron, la mayoría, la actitud de apoyo del antifascismo o bien, los menos, la defensa de éste. El relato de España dominante durante la guerra civil fue para los primeros el de la lucha del pueblo español  contra los invasores y traidores (capítulo 6º).

            En la primera etapa de la era franquista, se desarrollan los relatos y las actividades  de los intelectuales que representan a los vencedores de la guerra civil. Por una parte, los católicos, tanto los totalistas que venían de Acción Española y Renovación Española, como los gradualistas, cuyo origen estaba en Acción Popular y en la CEDA. Por otra, los fascistas. Los primeros, los católicos dedicados a reconquistar para Cristo la sociedad y el Estado, insistiendo en la difusión del relato que consideraba su España, la de los vencedores, como la única verdadera  y la otra, la de los vencidos, como la Anti- España. Los segundos tuvieron como objetivo  construir el nuevo Estado totalitario. Son los que se han denominado falangistas liberales y que, con plena razón, Juliá considera que de liberales no tuvieron nada. Ni en su actividad política ni en su recuperación, a través de la revista Escorial, de algunos de los escritores del bando de los vencidos como Antonio Machado. Su tarea política fue derribar los restos que quedaban del régimen liberal, construir un Estado totalitario e intentar imponer una política imperialista. La integración de los intelectuales del otro bando se planteaba desde la subordinación de sus principios a los del nuevo régimen o, al menos, de su aceptación de un silencio cómplice. Pasada la etapa fascista del régimen, en los años cincuenta,  esas dos clases de intelectuales, los católicos y los de procedencia fascista, adoptaron posturas encontradas, al menos formalmente. Unos,  los de origen fascista, mantuvieron actitudes comprensivas (Laín, Tovar) y otros, el sector católico que se movía en el entorno del Opus Dei, actitudes excluyentes. Ambas posturas enfrentadas, se expresaron también en sus relatos de España como los que aparecen en la polémica entre Pedro Laín Entralgo, con su interpretación de “España como problema”, y  Rafael Calvo Serer, miembro de la Obra,  con su “España sin problema” (capítulos 7º, 8º y 9º).        

            El último capítulo lo dedica Santos Juliá análisis de la actividad y el discurso de los intelectuales disidentes del franquismo. Éstos, argumenta Juliá, siguiendo la interpretación aceptada hoy por la mayoría de  los historiadores, no procedieron de la tradición liberal ni de las de otras ideologías. Fueron los hijos de los vencedores y de los vencidos quienes tomaron conciencia en la Universidad de la realidad oprobiosa del régimen y una gran parte de ellos encauzó su disidencia a través de la ideología marxista y de las organizaciones de izquierda. En esa toma de conciencia, los incidentes universitarios de 1956 fueron decisivos. A partir de ese momento comprendieron que sus maestros universitarios, los procedentes del sector comprensivo, eran de barro, como dijo expresivamente Juan Benet, y comenzaron a romper todas las amarras con la Dictadura, apuntándose al discurso de la reconciliación nacional.    

            En resumen: si dejamos a un lado las limitaciones derivadas de su modelo teórico, limitaciones que,  mi modo de ver, lastran el estudio de Juliá en cuanto a  sus posibilidades explicativas, quedando su análisis en el nivel puramente comprensivo de los discursos ideológicos, que no relatos, sobre las historias de las dos Españas; si, además,  pasamos por alto algún vacío grave como el no tratamiento del relato del nacionalismo vasco, el escaso espacio que dedica al de los regeneracionistas de la Institución Libre de Enseñanza y la  poca sistematicidad con que trata el componente sociológico de los intelectuales, si no reparamos en todo lo anterior, repito, y hacemos una valoración global, estamos entonces ante un libro no sólo de referencia para historiadores, sino de recomendable lectura  para toda clase de lectores, sobre todo, en estos tiempos tensos que se nos avecinan con la reforma del modelo de Estado. Sólo por la finura de los  análisis de los contextos en los que los intelectuales construyen sus relatos de España, merece la pena su lectura, la cual  es, además, agradable por la brillante capacidad de exposición a que nos tiene acostumbrados Santos Juliá.  Ojalá que su pronóstico acerca de que la democracia traerá el fin de los “grandes relatos” sobre las dos Españas, se cumpla alguna vez. Pero basta mirar a nuestro alrededor estos últimos tiempos, hacia dentro y hacia fuera, para ser conscientes de que, hoy por hoy, desgraciadamente, tal pronóstico no se ha cumplido en la realidad política que vivimos. Tal vez porque el modelo teórico de los “relatos” en que fundamenta ese pronóstico no sea el más adecuado.

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