viernes, 21 de agosto de 2015

La Junta asturiana y la revolución liberal


                     LA JUNTA  ASTURIANA Y LA REVOLUCIÓN LIBERAL

 

                                                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

Sala capitular de la catedral de Oviedo donde se reunia la Junta General del Principado
 

           

 En los últimos tiempos han  aparecido varios trabajos  acerca de la guerra de la Independencia que vuelven a mantener la tesis tradicional de la historiografía conservadora sobre los significados de la sublevación popular y las juntas a las que el levantamiento de la guerra de la independencia dio origen.

Esa  tesis de la historiografía conservadora mantenía que el levantamiento y la revolución, por decirlo con los términos del libro del conde de Toreno, había que  entenderlos, el primero, el levantamiento, como un movimiento integrado mayoritariamente por  parte del  pueblo tradicional con un evidente contenido y significado conservador en defensa del Antiguo Régimen y de sus dos pilares el Altar y el Trono. El segundo, esto es: en cuanto la actuación de las juntas, que ésta no habría tenido nada que ver con la revolución liberal. La composición social dominante de las Juntas estaría formada  por nobles, funcionarios  y clérigos de clara significación ideológica tradicional y por ello sus actuaciones habrían sido también de una orientación defensiva  conservadora.

 . En realidad, estos historiadores  vuelven a reproducir- como bien ha visto Francisco Carantoña-  dos de las  interpretaciones contemporáneas de los hechos, legitimadoras del proceso que se estaba produciendo, y que implicaban dos valoraciones divergentes. Por una parte, era  la interpretación de ese proceso entendida como la defensa necesaria, en clave casi de supervivencia, de la monarquía y los valores religiosos tradicionales. Y, por otra, desde la perspectiva de los invasores y los afrancesados, la acción de esos actores tradicionales, pueblo y élites tradicionales se entendía como la actuación de un  pueblo ignorante, el “populacho”, dirigido por unas élites defensoras del Antiguo Régimen, que rechazaban la “modernización” que traía el nuevo poder. Porque, decían, suponía una ideología reaccionaria que, en realidad, lo que pretendía era encubrir la defensa de sus intereses materiales, sociales y políticos.

El propio Alvaro Flórez Estrada era consciente de que, al menos, Napoleón no podía aceptar esa interpretación como verdadera, sino como una racionalización ideológica, como un elemento más de la guerra de propaganda que también fue la Guerra de la Independencia: “.A pesar de todo lo que aparentaba,  Bonaparte no ignoraba- argumentaba Flórez- que los verdaderos autores de la revolución eran las luces. Los que han contribuido con más calor a inflamar a sus conciudadanos han sido aquellas personas de todas las clases que más odiaban el despotismo y la injusticia; han sido aquellos hombres más ilustrados acerca de la libertad  y de la dignidad  a que debe aspirar todo el que no se halle corrompido por el crimen o la bajeza, aquellos mismos, finalmente , que más defendían la causa de los franceses cuando luchaban por recobrar su libertad” ( Introducción para la historia de la revolución de España)    

            No parece, sin embargo, que la vuelta a esa interpretación por parte de  estos historiadores actuales  signifique un revisionismo de naturaleza ideológica como sí es evidente hoy en el caso del que se está realizando sobre  la guerra civil. Sus defensores son más bien historiadores profesionales y algunos claramente progresistas como es el caso de Javier Varela. Pero, a mi entender, supone una interpretación errónea porque  deja a un lado dos significados relevantes  de ese proceso histórico. Uno, que el movimiento popular que produce y da legitimidad a  la formación de las juntas no es sino la prolongación del descontento anterior  de las clases populares contra Carlos IV y Godoy y que había tenido una de sus principales expresiones  en el motín de Aranjuez y se tradujo en demandas de cambios y reformas sociales. Y, dos, que, a pesar de la presencia, incluso mayoritaria, en las juntas de las élites tradicionales, no se puede obviar, asimismo, la participación en las juntas de elementos ilustrados y liberales cuya actuación fue decisiva para el triunfo final, aunque temporal, del  primer liberalismo español en las Cortes gaditanas.

            En el caso asturiano estos dos hechos  me parecen  indiscutibles. Los acontecimientos de la sublevación popular del 9 de mayo en Oviedo vinieron precedidos de otras manifestaciones de descontento en Gijón y en Oviedo y el sustrato popular de esas sublevaciones claramente espontáneas puede apreciarse en la sociología de los amotinados: estudiantes y los armeros vizcaínos de  la Fábrica de armas, además de otras gentes del diferentes clases sociales   y de ambos géneros. Las dos mujeres más significadas en esos hechos eran miembros de los estratos  bajos de la sociedad ovetense. María Andallón era  tabernera, criada, madre de una hija  ilegítima y tampoco parece ser de elevada cuna, Xuaca Bobela, que tuvo, además, una destacada intervención en los acontecimientos del 24/25 de mayo. También está documentada la participación  de mujeres en los motines que se produjeron en Gijón. Ahora que la historia de las mujeres es un nuevo campo de la historiografía, creo que tendría interés  intentar investigar con detalle la presencia y actuación  femenina en estos acontecimientos. De hecho, en las historias generales de Asturias esa participación femenina ni siquiera se menciona.

            La intervención de personajes de ideología ilustrada o preliberal en la preparación del golpe de mano que concluye en la noche del 24 al 25 de mayo es también otro dato perfectamente documentado. Cuando la Audiencia logra reconducir el motín del 9 de mayo y rectificar los acuerdos tomados por la Junta General bajo la presión de la multitud que llenaba este claustro catedralicio y la Corrada del Obispo, van a ser tres personas claramente reformistas las que preparan el golpe de mano posterior: Ramón Llano Ponte, José Argüelles Cifuentes y Antonio Merconchini.

            Del mismo modo, el documento en el  que se  explicitaban  las “demandas de la voluntad del pueblo de esta capital, fiel intérprete de la de todos los del Principado”  y pedía la formación de una Junta Suprema con plena soberanía, fue redactado por otro reformista, José García del Busto y de los 15 miembros requeridos en ese documento para formarla, cinco al menos pueden considerarse por su trayectoria ideológica posterior claramente afectos al ideario ilustrado- liberal.

            Todos sabemos, además, el claro liderazgo que ejerció en esa Junta Suprema, después, de nuevo, Junta General, su procurador general Alvaro Florez Estrada y las ideas avanzadas que defendía. Y si bien es cierto que, como ocurrió con otras Juntas en el resto de España, hubo un claro predomino numérico de  sus miembros conservadores, Flórez Estrada, dada la relación de fuerzas o los intereses comunes,  tuvo que contar y apoyarse en los más importantes miembros de la nobleza titulada asturiana presentes en la Junta, en sus enfrentamientos con la Audiencia y la Iglesia asturiana. Lo que explica las contradicciones de la obra de la Junta  y los fracasos que cosechó al tratar de adoptar disposiciones de claro contenido liberal como ocurrió con  el  intento de la aprobación de un decreto sobre la libertad de imprenta, mientras  consiguió que otras medidas de esa clase fueran aceptadas como sucedió con el intento de una convocatoria de Cortes no estamentales en Oviedo, fundamentado ya en el principio de la  soberanía nacional. “La soberanía, se dice en ese acuerdo, reside siempre en el pueblo, principalmente, cuando no existe la persona en la que la haya cedido y el consentimiento máximo de una nación autoriza todas las funciones que quiera ejercer”

            El caso de la Junta asturiana no es excepcional como mantienen algunos de estos historiadores, sino paradigmático. No sólo, como la asturiana, la junta barcelonesa propone unas reformas de claro contenido liberal, sino que prácticamente en todas las juntas  está presente un destacado grupo de “liberales”: Tilly en la sevillana, Calvo de Rozas en la aragonesa, Romero Alpuente o Antillon en la de Teruel, el vizconde de Quintanilla, en la de León; o Bertran de Lis, en la de Valencia y otros más. La mayor parte de ellos terminaron formando después, en las Cortes gaditanas, el “partido liberal” que condujo la revolución liberal a buen puerto a partir de 1810. La Juntas fueron, sin duda, un espacio en el que  esos liberales trataron hacer realidad sus ideas y donde  adquirieron vital experiencia  política para su práctica parlamentaria posterior. Es decir, fueron  un espacio fundamental  para su propia socialización política, pero también para  la de algunos otros sectores de la población española  Por eso, me reafirmo en la consideración de que ese inicial movimiento juntero hay que entenderlo, más allá de esas recientes, pero, en realidad, viejas interpretaciones  a las que me he referido, como la fase inicial de la revolución liberal en España.

 Este texto fue presentado por el autor  el pasado 25 de mayo en el tradicional acto conmemorativo del histórico pronunciamiento del 25 de mayo de 1808 de la Junta General del Principado, organizado por las sociedades Amigos del País de Asturias, Asociación Asturias 2008 y Sociedad de Amigos del País de Avilés y comarca. Y fue publicado en La Nueva España, de Oviedo. 

 

 

 

 

 

 

 

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