sábado, 20 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                          LA HISTORIA DEL SIGLO XXI

                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias

Eric Hobsbawm es el historiador del siglo XX por excelencia. No sólo porque  es el que mejor ha historiado la pasada  centuria, sino también por la calidad del conjunto de su obra historiográfica. Hasta tal punto que esa valoración positiva ha logrado una no rara, sino excepcional unanimidad  por toda clase de  historiadores y lectores de todo el arco ideológico y de  diferentes  niveles intelectuales. Lo que es todavía más difícil siendo como es un historiador que se mueve dentro de las coordenadas teóricas del materialismo histórico a las que  nunca ha renunciado
Y no ha renunciado a sus fundamentos teóricos a pesar de la crisis que han experimentado desde los últimos decenios de ese siglo los paradigmas “fuertes” historiográficos  como el vinculado al pensamiento marxiano.  Pero siempre lo ha hecho el historiador británico al margen de cualquier planteamiento esencialista doctrinal. Y siempre  ha tenido, además, como prioridad  defender en la teoría y en la práctica el carácter científico del conocimiento histórico por el que  ha hecho una apuesta decidida en toda su obra, huyendo de cualquier veleidad o inclinación hacia esa nueva historia “blanda” posmoderna y narrativa que se ha puesto de moda en los últimos tiempos. Quizás sea la conjunción de estas dos características lo que  explique en parte esa aceptación generalizada que tiene  su obra.  
Paradójicamente, siendo como es el gran historiador del siglo XX, pocos historiadores como él nos han contado con tanta fiabilidad la historia del siglo XIX. Y, además, como nos demuestra  su último libro, a sus lúcidos 90 años, rizando el rizo,   pronostica, conjugando de manera magistral el análisis del  pasado y del presente, cómo puede ser el futuro de la historia del siglo XXI.
Efectivamente,. Guerra y paz en el siglo XXI  (Editorial Crítica, 2007) reúne un conjunto de conferencias dictadas por Hobsbawm en importantes foros políticos, culturales y académicos internacionales, que fueron editadas después en diversas revistas especializadas. Tratan estos artículos  acerca de cinco de las  grandes cuestiones políticas a las que se enfrenta hoy  la humanidad en el  nuevo milenio: los problemas de la paz y la guerra; del imperio y las prácticas imperialistas; la nación y el nacionalismo; la realidad de la democracia liberal; y el de la violencia social y el terrorismo 
Historia no profética
Precisemos el contenido del libro y su significado. No trata concretamente nuestro historiador en él de los problemas económicos mundiales. Pero deja claro que en el fondo de esos graves problemas políticos están  la gran capacidad  tecnológica y de transformación del medio que el hombre ha llegado alcanzar. Así como los profundos cambios que nuestra civilización ha experimentado desde la segunda mitad de la pasada centuria. Cambios que considera como un verdadero salto cualitativo desde la implantación de la revolución neolítica. Y destaca, sobre todo, como telón de fondo de esos graves problemas políticos, el proceso de globalización realmente existente con las secuelas de  polarización económica y social que ha producido a escala mundial y dentro de los estados. Lo que lo convierte por ello en el otro foco generador de inestabilidad política y social que padece el mundo hoy.
Tampoco está en la intención de Hobsbawm hacer de profeta. Sino de practicar algo que sí  se ha considerado siempre una de las funciones sociales más importantes de la historia: contribuir a  explicar el presente y a arrojar toda la luz posible  sobre el futuro que nos espera. Práctica que ahora se desdeña por esa  historia que dedica sus esfuerzos a explicar acontecimientos tan “relevantes” como una matanza de gatos, asunto de una de las obras emblemáticas de esa historia culturalista y narrativa que nos ha traído el posmodernismo. Pero no trata de ser adivino ni de arañar la costra del presente para predecir el futuro ni de determinar lo que va a suceder desde ninguna ortodoxia doctrinal. Sino que intenta, desde el análisis en profundidad de los procesos históricos políticos seculares y sus tendencias actuales, identificar las diferentes y probables alternativas que esas graves y fundamentales cuestiones políticas pueden tener para el futuro de la humanidad.      
 Guerra y paz
            La desaparición de los países del socialismo realmente existente  ha cambiado radicalmente el marco político internacional y con ello ha aparecido un nuevo escenario de la guerra y la paz desde las últimas décadas del pasado siglo. No sólo ha desaparecido el anterior equilibrio de la amenaza nuclear, sino también el  orden internacional creado en el siglo XVII tras la Guerra de los Treinta Años, basado en estados territoriales que tenían un verdadero monopolio de la fuerza dentro de sus fronteras y dirimían sus conflictos dentro de ciertas reglas. Su sustitución por un nuevo orden internacional basado en una sola superpotencia como quiere el actual gobierno de Estados Unidos no podrá, según Hobsbawm, mantener la paz mundial. El siglo XXI será un siglo de guerras endémicas, si no epidémicas. Pero no tanto entre estados como dentro de cada estado, alimentadas por las intervenciones militares de otros estados, dada la crisis y falta de legitimidad que padece el estado- nación y la ausencia de una eficaz y verdadera institución arbitral de carácter supraestatal global. Del mismo modo que por esa y otras razones la violencia social que ha padecido el mundo en  la centuria pasada se hará recurrente Sostiene nuestro historiador, sin embargo, que, a pesar de la nueva naturaleza del terrorismo actual, la lucha contra el mismo no puede considerarse como una verdadera guerra. Su verdadero peligro está más en la manipulación que de él hagan los gobiernos, como ya está ocurriendo.              
De imperios y naciones
Con el nuevo siglo y tras el atentado de las Torres Gemelas, el gobierno de G. W, Bush practica una nueva política imperialista que ha supuesto un cambio radical de la anterior práctica imperial norteamericana. Busca implantar un nuevo modelo de imperio. Se trata de un imperio global que se distingue de todos los imperios históricos que se han conocido. Ningún imperio histórico tuvo ese proyecto de dominio global como se pretende alcanzar ahora. Ni siquiera puede reconocerse en  el modelo más cercano posible, el Imperio inglés del siglo XVIII y XIX. Ésta es la conclusión a la que llega  Hobsbawm tras un magistral análisis del nuevo proyecto imperial norteamericano y sus causas y el que llevaron a la práctica los británicos. Si bien es cierto que éste también tuvo un alcance global, nunca buscó el dominio global. Y su finalidad fue prioritariamente  la explotación  económica de los territorios dominados, no el control estratégico de todo el planeta como pretende ahora el actual  gobierno norteamericano.
Hobsbawm, que  ha sido además  un excepcional y cualificado testigo del fin de algunos de esos imperios regionales del pasado siglo (como nos ha contado en su brillante autobiografía), considera los imperios no sólo como una forma política injusta de dominio, sino también inoperante para mantener el orden político y social, como pretenden algunos de sus propugnadores. Nunca hubo realmente  ni Pax  Romana ni Pax Británnica. Como tampoco hay hoy Pax Americana. No la puede haber bajo un sistema de dominación imperial, porque, como predica el viejo dicho: “Puedes hacer lo que quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella”.  Por eso en todos los imperios, dentro y fuera de ellos, los historiadores han constatado siempre rebeliones  y conflictos entre los dominados que los padecen  y no se creen las justificaciones imperiales. En los imperios históricos, la legitimación era la implantación de la civilización como si de un cultivo se tratara. Sobre  aquellas “razas inferiores y sin ley” de las que  hablaba Kipling. (Por cierto, uno de los autores de cabecera del señor Aznar). En el americano actual son los derechos humanos y la democracia liberal. Lo que Hobsbawm denomina como “imperialismo de los derechos humanos”.
             Para el historiador británico el actual modelo de imperio americano tiene escasa o ninguna viabilidad. No sólo a largo plazo porque la historia demuestra que todos imperios fenecen víctimas de sus contradicciones. Sino que por razones propiamente internas no tendrá gran duración. Ni los propios ciudadanos americanos están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial; ni la economía estadounidense está en condiciones de sostener uno y otra. Tampoco la actual política imperial de Bush hijo satisface a los intereses de importantes sectores del capitalismo norteamericano. Por todo ello, deduce Hobsbawm, llegará  un momento en que los electores y otro gobierno decidirán que es mucho más importante concentrarse en la economía y los asuntos domésticos que en esa desorbitada e irracional  aventura imperial. La actuación de la oposición demócrata y las manifestaciones actuales de  la opinión pública  estadounidense parecen confirmar tal pronóstico.
            Hobsbawm es autor de uno de los más importantes estudios que se han realizado sobre la historia del nacionalismo. De ahí que su análisis y reflexiones sobre la situación actual y el futuro de la nación-estado y el nacionalismo tengan un especial interés. Y la verdad es que a pesar de su corta extensión, su enfoque y contenido no sólo no  defrauda, sino que sabe a poco.
El autor de Nación y nacionalismo desde 1780  evalúa la situación por la que atraviesan la nación-estado y el nacionalismo al comenzar el siglo XXI como un estado de crisis  y ambigüedad. Situación que relaciona con dos importantes transformaciones que afectan al mundo actual y origina una de las más graves consecuencias que padece, a saber. Por una parte, está la inestabilidad política internacional surgida tras el colapso de la URSS  y su secuela de intervenciones militares de las potencias occidentales en los denominados “estados fallidos”. Entre cuyos gobiernos y poblaciones provocan por reacción un fuerte resentimiento contra ellas bajo la forma de un  renovado y virulento nacionalismo.
 La otra causa que mencionábamos son los flujos migratorios internacionales masivos de la globalización que han producido una situación de creciente cosmopolitismo en los viejos estados- naciones, rompiendo su homogeneidad cultural nacional. La carta de la identidad  ciudadana  comienza ya a no ser la partida de nacimiento, sino el pasaporte. Esa dialéctica entre reacción nacionalista y avance cosmopolita no expresa sino la crisis que vive hoy el estado- nación y cuya principal manifestación y consecuencia es el avance en nuestras sociedades de la xenofobia. Hobsbawm ilustra esa contradictoria situación, como buen británico, con  un expresivo, sociológico y delicioso ejemplo sobre la actual situación del fútbol. Pero, no se atreve a pronosticar, si esa crisis finalmente  se consumara, cuál puede ser el posible sustituto del estado-nación.
Democracia de baja calidad.
El siglo XX ha terminado con la difusión por todo el planeta de la democracia liberal como forma política más valorada y aplicada Pero ahora en los umbrales del nuevo siglo, tras la desaparición de los regímenes del socialismo real, la conciencia sobre sus limitadas virtualidades es todavía más evidente. El escepticismo que latía en la conocida sentencia de Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás”, se ha hecho ahora, sin duda, más visible. Pero, además, el nuevo escenario económico y político mundial ha agravado aún más, según Hobsbawm, la condición de baja calidad inherente a la democracia liberal, poniendo incluso en peligro sus elementos positivos. Cumple ya con dificultad las tres funciones y condiciones  básicas que venia realizando: tener más poder  que otras unidades que operan en su territorio; la aceptación sin reservas por sus ciudadanos de su autoridad; y, sobre todo,  la prestación al ciudadano de los servicios que comprende el Estado de bienestar. El capitalismo globalizado neoliberal  vigente ha privatizado muchos de esos servicios. Subordina con ello sectores vitales para el interés público  a los intereses del mercado Y no sólo reduce la extensión y eficacia de tales servicios, sino que contribuye a adelgazar aún más la ya escasa participación ciudadana en la política que existe en la democracia liberal. Por ello, la soberanía del mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una verdadera alternativa a la misma.        
      En fin, Hobsbawm nos vuelve a dejar con este libro una muestra de su gran capacidad de reflexión y finura de análisis histórico, además de su consumada habilidad en el manejo de una vasta y significativa erudición. Esperemos que no sea el último y su lucidez nos pueda seguir iluminando, hasta donde sea posible, el futuro con sus profundos y magistrales análisis del pasado. 

            

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