LA VÍA
ESPAÑOLA A LA MODERNIZACIÓN
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España / porque termina mal…/ Estos versos de Gil de Biedma expresan mejor que cualquier tratado histórico el que fue el paradigma dominante (casi hasta ayer) de la excepcionalidad (negativa) de la historia de España. Una historia contemporánea llena de violencia en la que la excepción fue la democracia y la norma, la inestabilidad política y las guerras civiles, anormalidad que habría llegado a su máxima expresión en la guerra civil de 1936. Evolución que habría culminado con la excepcionalidad (positiva) de la Transición en la democracia tras el final de la Dictadura. Una historia en la que la revolución industrial habría sido un fracaso, el proceso secularizador, incompleto ( incluso hasta hoy mismo) por el dominio abrumador de una Iglesia católica, siempre en lucha con el anticlericalismo beligerante e intenso que habría constituido uno de los rasgos peculiares de nuestro proceso histórico contemporáneo. Una historia, en fin, que nos había separado de Europa que siempre fue el camino a seguir y la meta a llegar para todos los intelectuales y políticos progresistas que en España han sido en los siglos XIX y XX para los que España se vio y se escribió siempre como “problema”: institucionistas, generaciones del 98 y del 14....
Sin embargo, hoy tras los avances de
la historiografía más reciente ese paradigma de la anormalidad negativa ya no se sostiene y cada vez aparece
más claro que la historia de España no fue tan diferente a las historias de los otros países de Europa
Occidental En realidad, esta visión de
la historia española ha dejado claro que aquella percepción de anormalidad
ocultaba un planteamiento equivocado. No había, en realidad, tal “problema de
España”, como se denominaba a la pretendida excepcionalidad española. Porque,
en realidad, no hay una historia “normal” europea: los grandes estados
europeos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, y el resto de los pertenecientes a
lo que se ha denominado Europa occidental se “modernizaron” (digámoslo sin
tapujos: accedieron al capitalismo industrial con democracia liberal) por vías claramente
diferentes. No hay pues una historia de Europa “normal” ( a no ser la
idealizada por nuestros intelectuales y políticos) que haya supuesto ni un
camino común ni implique unas etapas prefijadas: las rutas hacia la
modernización de Gran Bretaña, Francia y Alemania fueron claramente diferentes entre sí. La
pregunta pertinente para España es, pues, ¿cómo fue la vía que siguió nuestro
país hacia la modernización? Y la respuesta sólo puede venir de la historia
comparada y desgraciadamente los historiadores españoles no la han practicado
con frecuencia y todavía la practican escasamente.
De ahí la oportunidad de este
libro que trata de hallar respuesta a esa pregunta por la vía comparativa. Me
refiero a “¿Es España diferente?. Una mirada
comparativa (siglos XIX y XX) (Taurus 2010) que ha dirigido el profesor de la Universidad
Complutense, Nigel Townson y en el que intervienen, además de él, otros
destacados historiadores españoles y anglosajones: José Álvarez Junco (la
cuestión nacional), María Cruz Romeo Mateo ( la violencia y la inestabilidad
políticas), Edward Malefakis ( la II República), Nigel Townson ( la
secularización y el anticlericalismo y el franquismo) y Pamela Radcliff (la
Transición), autora por cierto (por qué no recordarlo otra vez) de un excelente
libro sobre la clase obrera gijonesa.
Las contribuciones de estos
historiadores demuestran que, si en ciertas etapas y algunos de los aspectos de
la contemporaneidad tratados en este libro, España ha sido diferente, eso mismo
se puede atribuir a las diferentes historias de los países europeos: desde las
de Gran Bretaña y Francia hasta la de
Alemania, pasando por las de Italia y
Portugal y demás países de nuestro entorno, cada una de las cuales tiene sus
propias peculiaridades y rasgos, ritmos y períodos históricos diferenciados.
La
gran laguna del libro, a pesar de ciertas referencias puntuales que se hacen a
ello, es la ausencia de un capítulo dedicado al supuesto fracaso económico español. Precisamente, uno de los
pocos aspectos de nuestra supuesta excepcionalidad que los historiadores españoles
han tratado ya comparativamente llegando a la conclusión de que no hubo tal
fracaso, sino cierto retraso en el XIX y un brusco frenazo en el XX consecuencia
del paréntesis que supuso la guerra civil. Y quizás también la guerra civil
hubiese requerido dentro del libro un tratamiento con entidad propia. A pesar de ello, estamos ante un libro aprovechable
que deja claramente obsoleto el paradigma de la anormalidad de la historia
española y bien puede servir como punto
de partida para continuar con el debate historiográfico de cuál fue la vía
española a la modernidad. Debate que, sin duda, se convertirá, a medida que la
historia comparada vaya avanzando en nuestro país, en una de las cuestiones más sugestivas y
necesarias para el conocimiento de la historia de España.
( Publicado en Cultura, suplemento cultural de La Nueva España de Oviedo)
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