viernes, 30 de septiembre de 2016

ESPADAS Y PLEGARIAS

                                  



                                                ESPADAS Y PLEGARIAS

       Aristocracia asturleonesa  y religiosidad altomedieval

                               julio Antonio Vaquero Iglesias
           


  Desde luego,  el conde  Suero Vermúdez no es Guillemo el Mariscal. Entre otras cosas, porque el autor de este libro, El conde  Suero Vermúdez, su parentela, su entorno social. La aristocracia asturleonesa en los siglos XI y XII ( KRK, 2002), Miguel Calleja, no es Georges Duby. Pero, sin duda, su trabajo está realizado con gran maestría en pos de  las huellas del gran maestro del medievalismo francés y la prolífica cohorte de historiadores e investigaciones que se ampararon y se realizaron- y lo siguen haciendo- tras su brillante estela. Y llama más la atención ese buen hacer historiográfico de este joven medievalista asturiano, si se tiene en cuenta que esta obra es, en teoría y en términos académicos, su “opera prima”, puesto que, en origen, es un trabajo presentado como tesis doctoral en la Universidad de Oviedo bajo la dirección de Ignacio Ruiz de la Peña. La investigación ha sido, además, galardonada, con pleno merecimiento, con el  Premio Juan Uría Riú en su última edición.
            Dentro de  la escuela historiográfica francesa de Anales y en el contexto de aquella “nueva historia” que propusieron los analistas de su generación, Duby fue uno de los que mejor supo fundamentar y practicar la historia de las mentalidades, dando cobertura teórica a su integración en la globalidad histórica a través del concepto de ideología, de raíz althusseriana, que consideraba lo mental no como mero reflejo de la realidad sino realidad  fundada en los otros niveles los niveles de la sociedad, pero tan determinante como lo político o lo económico del proceso histórico. La historia de las mentalidades se convertía así- como dijo otro de los maestros de esa clase de historia, Michel Vovelle- en la punta fina de la historia social. Pero, además, el medievalista francés fue, también, entre los historiadores de Anales, el que trató de anudar la vieja historia de los acontecimientos y de las “personalidades” históricas con la “nueva” de las estructuras que la escuela francesa proponía. La biografía, como el caso de la Guillermo el Mariscal, o las batallas, como la de Bouvines, podían convertirse en vía o llave para reconstruir las estructuras de la guerra, el poder o la nobleza medievales, como demostró brillantemente en sendos trabajos, que son hoy ya obras clásicas de la historia de  la historiografía
            Esos dos planteamientos están presentes en esta obra. Calleja no ha  tratado de hacer un biografía de corte  tradicional sobre el conde Vermúdez, sino reconstruir su medio social familiar, la parentela, elemento básico en una sociedad como la medieval en que la personalidad del individuo se diluye en la comunidad, las bases económicas de su patrimonio y el ejercicio de poder político, para tratar de comprender el papel que tuvo en los siglos XI y XII  la nobleza del reino asturleonés. Y esta perspectiva más amplia convierte este libro en un brillante y significativo recorrido por las estructuras sociales, económicas, políticas y eclesiásticas de la Asturias de la plena Edad Media ( siglos XI y XII).
Suero Vermúdez fue miembro de una familia noble asturiana, de origen real como descendiente de Vermudo II y comenzó su “cursus honorum” en la corte de Alfonso VI vinculado a Raimundo de Borgoña como conde de Galicia y León y terminó convirtiéndose en uno de los personajes  más destacados del reino, como conde de Asturias, en el reinado de  Urraca de quien fue su más importante valedor y, sobre todo, en el de su hijo Alfonso VII. Apoyó a éste  en sus luchas contra el noble asturiano Gonzalo Peláez cuya rebelión contra el monarca algunos historiadores, como Javier Fernández Conde, consideran como un frustrado intento de escisión de Asturias del reino leonés y que el autor entiende, sin embargo, con sólidos argumentos, como un  episodio más de la lucha entre aristocracia y monarquía. El núcleo de su dominios territoriales se hallaban en la zona centro occidental de Asturias y norte de  León. En vida y por no tener herederos y en el contexto de la reforma eclesiástica que en la diócesis ovetense protagonizó el famoso obispo Pelayo, él y su mujer, que habían ido unificando como propietarios el patrimonio del monasterio particular de Cornellana, lo donaron a la orden de Cluny. Del significado de esta conocida donación, de la que han escrito ya tantos medievalistas, Calleja, realiza aquí un atinado y completo análisis.
La conclusión general de este libro es que en el siglo XII en el reino de León no existe todavía una nobleza en sentido estricto, sino únicamente aristocracia. Ni los datos antroponímicos, ni la existencia de un solar familiar (sus residencias son varias en relación con su vida itinerante tras la corte real), ni la conciencia familiar en sentido horizontal y vertical ni el discurso de la muerte que expresa su sepultura, como tampoco la forma de  herencia  bilateral y igualitaria entre los hijos - que en este caso, al no haberlos, se traduce en la comentada donación religiosa- permiten detectar la idea de un linaje y el ideal un patrimonio familiar indiviso, que son el fundamento de la nobleza de privilegio. Estamos todavía ante una nobleza de servicios que se conforma y distingue por su relación con el rey y servicios a la monarquía, de quien depende no sólo su encumbramiento social, sino económico a través de las mercedes reales, como demuestra Calleja en este caso, analizando las fuentes de la riqueza de Suero Vermúdez.
 Los poderes señoriales de esos magnates son, pues, delegados del verdadero poder político que es el de la monarquía.. El proceso de señorialización que se producirá posteriormente en los siglos de la baja Edad Media, a través del desarrollo del señorío jurisdiccional, todavía está en el reino leonés en sus inicios y los lazos feudovasalláticos son tenues. Es decir, el feudalismo institucional aparece aquí, no pleno como el europeo, sino “inacabado”, como definió  Sánchez Albornoz al feudalismo que se desarrolló en España. Pero sí estamos ante un intenso proceso de feudalización, aspecto en el que el autor incide en menor medida y no destaca, a nuestro juicio, tanto como debiera. Es decir, si entendemos el feudalismo como fenómeno socioeconómico, cuyo  rasgo esencial es la dependencia económica y social de los campesinos de los señores que se materializa en la extracción del excedente producido por aquéllos, el cuadro que nos presenta Calleja  es el de una sociedad plenamente feudalizada con campesinos no siervos sino esclavos en el siglo XI, que comienzan a desaparecer en el XII, unificando su estatus con el de los campesinos dependientes. Los cuales, paralelamente, están creciendo por engrosar sus filas aquellos campesinos con dificultades económicas del grupo de los pequeños propietarios, que no eran, por cierto, muy numerosos en la Asturias de aquel tiempo.        
  Toda este análisis histórico lo realiza  el medievalista asturiano en el doble plano de lo ideológico- en el sentido con que  Duby utilizó esta categoría analítica- y lo material y reconstruye las interacciones entre los tres niveles de  análisis con gran oficio y maestría, además de ofrecernos un texto muy bien escrito, en lo que también parece seguir las pautas del autor de El caballero, la mujer y el cura que siempre mantuvo-  y practicó- que la historia debía de ser un conocimiento científico expresado literariamente. Los planteamientos teóricos que lo fundamentan y el utillaje conceptual que utiliza aparecen mencionados aquí y allá en el texto o se deducen del mismo. Quizás el autor tendría que haber dedicado un espacio más amplio y concreto del libro a explicitarlos y desarrollarlos, rompiendo con el “horror teórico” tan habitual entre los  historiadores.       
            Dentro de la Edad Media, pero con otro ámbito temático, espacial y cronológico, se ha publicado la obra del catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo,  Javier Fernández Conde, Religiosidad en la Alta Edad Media en España.1. Alta Edad Media (siglos VII-X) (Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, 2000). En este caso, se trata, no de un investigador joven, en los inicios de su carrera, sino de un historiador con gran experiencia y con una importante bagaje historiográfico a sus espaldas, considerado como uno de los mejores especialistas en España en ese campo. Su obra ha tenido el reconocimiento de ser seleccionada en una revista de historia como uno de los mejores libros de historia del año pasado. En ella, sí hay ya un marco y una preocupación teórica más explicita que en la anterior, como lo demuestran su utilización de las categorías de análisis materialismo histórico o sus referencias e intentos de fundamentar teóricamente sus incursiones por las mentalidades colectivas o la religiosidad popular.
            Este libro es el primer tomo publicado de una proyectada historia del medievalista asturiano sobre la religiosidad medieval en España que va más allá de lo que suelen ofrecer las tradicionales historias de la iglesia centradas preferentemente en lo institucional eclesiástico y en lo doctrinal.. En esta obra se pretende analizar y describir el fenómeno más amplio de la religiosidad medieval no sólo como expresión de las relaciones de aculturación asimétricas de las tres grandes religiones del Libro: cristianismo, islamismo y judaísmo, sino también hallar su significado en el marco de las estructuras económicas y sociales del feudalismo, tanto en el plano de las influencias que esas estructuras tuvieron sobre las formas y el contenido de esa religiosidad como el papel agente que ésta ejerció en el proceso histórico medieval. Pero, además, Conde  considera esa religiosidad como un elemento más de un sistema más amplio que es el de la religiosidad popular y las mentalidades colectivas y se plantea también un análisis de estas mentalidades medievales. Desde esos planteamientos trata el autor en este libro la religiosidad altomedieval en España: Cristianismo y religiosidad de Al- Andalus; restauración o consolidación del cristianismo en los núcleos cristianos del norte y nordeste peninsular; la religiosidad del primer monacato y su función social; las implicaciones políticas de la religiosidad apocalíptica; y lo más novedoso, la mentalidad colectiva y la religiosidad popular medievales.  
            En fin, estamos ante dos excelentes trabajos de historia que evidencian, además, el alto nivel alcanzado por el medievalismo asturiano académico. A propósito de esto último y dicho sea fuera de guión y con negra boca, ¿ habrán sido seleccionados  estos medievalistas asturianos por el Gobierno de Areces como equipo universitario de excelencia investigadora?. Después de la que ha caído, cualquier cosa es posible por estos lares en ese sentido. Lo cierto es que, se hayan postulado o no para ello, lo tendrían bien merecido, como demuestran estos dos libros.     
         
                                      Los inicios  del Cristianismo en Asturias
            Desde hace unos años, la tesis tradicional- que habían confirmado Vigil y Barbero en su clásico libro sobre los orígenes sociales de la Reconquista-  de la debilidad de la romanización y la pervivencia de la estructuras indígenas en el norte de España, llevaba aparejada la de la tardía introducción del cristianismo como fenómeno asociado a la aculturación romana. En los últimos años, se va imponiendo la tesis contraria. La romanización en Asturias ( la Asturias transmontana) no fue tan tardía ni tan superficial como se decía y con esa nueva visión también se adelanta la  implantación y propagación de cristianismo en tierras asturianas.
            Javier Fernández Conde asume, en su libro, esa nueva interpretación y establece la implantación y propagación en Asturias de la nueva religión cristiana en la época tardorromana, desde los siglos IV y V, aunque todavía pervivieran importantes bolsas de las creencias y religiosidad precristianas. La arqueología, la epigrafía y otras fuentes han permitido rastrear la presencia de los primeros templos, símbolos cristianos y referencias escritas cristianas  en lugares muy romanizados como Gijón, Veranes, Lugo de Llanera y Pravia. En la zona oriental, donde surgió la Monarquía asturiana, dominada por los vadinienses, las fuentes epigráficas demuestran cierta  aculturación romana y se pueden encontrar vestigios de Cristianismo tardorromano en posibles lugares de culto asociados a probables santuarios paganos como es el caso de Covadonga.
 ( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA)

                                         

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