viernes, 23 de septiembre de 2016

                                                ¡INDIGNAOS!, QUE YA ES HORA!


                                                                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS




 Este pequeño - sesenta páginas en la edición española-  panfleto (dicho lo de panfleto sin ningún matiz peyorativo) ha alcanzado el éxito editorial en el país galo y tras su traducción lo sigue cosechando en el resto de Europa. Nada menos que en torno a un millón y medio de  ejemplares lleva  vendidos en Francia. Y no está  escrito precisamente por un joven o, por mejor decir si nos atenemos a su contenido y a la vitalidad que expresa su texto, lo está por un joven de 93 años: Stéphane Hessel, todo un personaje de la Francia del siglo XX.( nació en Berlín, pero ha vivido toda su vida en París). Miembro destacado de la Resistencia fue hecho preso por los nazis y logró escapar del terrible campo donde tantos republicanos españoles murieron: Buchemwald, se convirtió después en diplomático y colaboró en la creación de las Naciones Unidas y es hoy el único firmante vivo de la Declaración de Derechos Humanos de 1948. Y es específicamente un libro dirigido a los jóvenes franceses y del todo el mundo, aunque su mensaje nos afecte a todos los habitantes, jóvenes y menos jóvenes, l de este mundo globalizado que vivimos.
            Como panfleto que es, nuestro opúsculo  tiene una connotación de agresividad que viene contenida en  la consigna del “indignaos” que dirige a los jóvenes y de la que deriva una llamada a la rebelión contra lo el mundo que vivimos (o malvivimos hoy), pero es ésta  una incitación a la rebelión pacífica para cambiar el mundo. También, como panfleto que es, el autor  se dirige tanto a las emociones como a la razones. Y, sin duda, la razones para esta incitación que enumera Hessel son numerosas y de peso. El mundo que surgió tras la Segunda Guerra Mundial y que el autor colaboró a construir, aunque no perfecto, al menos se trataba de edificar sobre unos valores que fueron los que se reconocieron como universales en la Declaración Universal de Derechos Humanos. La mercadocracia ha logrado imponerse a todos y ha convertido en aguas de borraja todas las conquistas sociales y políticas que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial habían logrado implantar. Lo que tanto trabajo ha costado conquistar está siendo arrebatado en una o dos generaciones a los todos los hombres, pero los más lo van sufrir son los jóvenes. El Estado del  Bienestar que limitaba el capitalismo postbélico y permitía en cierta medida hacer realidad los derechos civiles, políticos y sociales está siendo desmantelado por la ola del capitalismo neoliberal que ha anegado al mundo globalizado. La propaganda mediática ha hecho indiferentes a los jóvenes al expropiación que se está llevando a cabo de la tendencia a la igualdad y la justicia redistributiva, a la vez que la democracia se va vaciando de contenido y convirtiéndose en partitocracia. Los jóvenes han caído en la indiferencia y, en parte, no porque sean ciegos, sino han sido cegados por el brillo de un triunfo material que se les promete y  paradójicamente a la vez se les niega. Quizás también porque, al contrario de la generación Hessel, las razones para el compromiso no les parecen tan evidentes como lo eran para las aquellas generaciones que tuvieron que luchar contra el nazismo y tuvieron en Sastre un guía modélico. Pero en realidad no es sino simple apariencia, porque el fascismo también existe hoy, aunque sea de una manera difusa y con otros comportamientos como puede apreciarse en el trato y la discriminación de los emigrantes. La lucha por otro mundo menos malo que el que vive hoy la mayoría de la población. Entre la propaganda y la complejidad del mundo globalizado de hoy las razones para indignarse pueden no aparecer tan nítidas, pero son de una gravedad enorme y nos hacen pensar que todavía nos queda alguna esperanza.

( Publicado en el suplemento cultural de La  Nueva España, de Oviedo). 

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