viernes, 23 de septiembre de 2016

eUROPA, UN JARDÍN POSMODERNO

                                 EUROPA, UN JARDÍN POSMODERNO
                                                     

                                                          Julio Antonio Vaquero Iglesias

                     

          Sin duda, es innegable el mérito de oportunidad con que ha sido valorado por el jurado el ensayo del catedrático de Filosofía Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, Félix Duque, Los buenos europeos. Hacia un pensamiento filosófico europeo, para concederle el Premio de Ensayo “Jovellanos” de la Editorial Nobel en su IX y última edición. Doblemente oportuno, se puede matizar. El enfrentamiento de la “vieja Europa” con el Imperio estadounidense apoyado por otra parte de Europa, pone en candelero el problema de la identidad y el futuro de Europa. En el momento, además, en que la Unión Europa trata de darse una Constitución y el actual Papa reclama se haga referencia en ella a la raíz cristiana de Europa. Y todo ello en el marco del proceso de macroampliación  en que está inmersa la Unión Europea.
                        La filosofía de Europa, en el doble sentido del genitivo objetivo y subjetivo, constituye el contenido de este premiado ensayo. El pensamiento que los filósofos alemanes han elaborado sobre Europa, desde la guerra franco- prusiana- cuanto cristaliza Alemania como estado-nación- hasta hoy. Pensadores alemanes- justifica Duque sin que su argumento convenza mucho por su determinismo- porque las condiciones geográficas  de Alemania en la Mitteleuropa como país abierto y sin fronteras naturales les llevaba a plantearse, más que a otros europeos, su apertura hacia Europa. Y de ellos, aquellos para los que Europa ha constituido el núcleo de su pensamiento, Husserl, Heidegger y Nietzsche (y por qué no también J.Habermas(1) que ha escrito, está escribiendo, cosas importantes sobre Europa y su futuro político, puede preguntarse algún lector). Pero además filósofos españoles que  se plantearon también con énfasis la cuestión de Europa. En este caso, según el autor, por razones geopolíticas(que siguen sin convencernos mucho por la misma causa que en el caso del origen del pensamiento alemán sobre Europa) como que España es, a pequeña escala, una reproducción de Europa. Y, además, por razones históricas vinculadas a la crisis de identidad española surgida con el 98. Y de ellos, sólo Unamuno y Ortega (y por qué tampoco, volvemos a preguntarnos, Gustavo Bueno, por ejemplo, pensador de una interesante tesis sobre España frente Europa).
                        El autor nos presenta en la tercera parte de la obra su propio pensamiento filosófico de Europa, claramente deudor de esa filosofía alemana europea. Desde un análisis de sus raíces griegas y judeocristianas realizado a través de dos  mitos contrapuestos: el griego de la “autoctonía” y el judeocristiano de la “implantación” (ambos ligados a la vinculación mítica de los europeos con la tierra y, más concretamente, con la imagen del paraíso, del jardín) hasta el examen de sus frutos amargos como la  guerra, pasando por el de la flor revolucionaria que brotó en Francia y se expandió por el continente en la primavera de los ciudadanos, las naciones y los pueblos.
                        En resumen, y por continuar con la imagen del pensil utilizada en el libro por nuestro filósofo, podríamos caracterizar el ensayo premiado como un “jardín posmoderno” en un doble sentido.
Por una parte,  la interpretación de Europa de los filósofos alemanes que nos propone  supone un rechazo frontal por parte de ellos de la realidad europea realmente existente que vivieron: la Europa de las patrias o de los estados nacionales degenerados en nacionalismos. En ese rechazo va incluido también el del nazismo y su racismo justificador- avant la lettre, claro es, en el caso de Nietzsche-, a pesar de la apropiación y utilización sesgada y parcial que aquella ideología exterminadora hizo de su pensamiento. La  etiología de esa Europa enferma la buscan en una Modernidad no tanto degenerada en su evolución fáctica como viciada en sí misma, en su propia concepción. No casualmente se ha buscado el germen del posmodernismo actual en el pensamiento de  algunos de estos filósofos, aunque, a mi modo de ver, inoportunamente, porque sus propuestas van más allá y no tienen, desde luego, el mismo significado ideológico.
En ese sentido, la Europa de los pueblos de Heidegger y la Europa de los “buenos europeos” de Nietzsche- que ellos, desde su perspectiva teleológica, vaticinan ”van – a- venir”-  están más cerca de “ el jardín posmoderno” que de “el jardín moderno” de la Europa de las naciones ( de los estados nacionales) en que  abocó una Modernidad mal concebida, polarizada sobre el “nihilismo” y el imperio de la técnica, la mercancía y el consumo (y cuyo paradigmático representante es hoy  EE UU). Esto es: la Europa realmente existente, la Europa de los mercaderes, que, como a nuestro ensayista, a tantos nos parece también inaceptable.
 En efecto, a más de un lector esos síntomas de enfermedad detectados por Nietzsche y Heidegger, nos pueden parecer tan reales como que entendemos que todavía los padecemos hoy en nuestros “cuerpos y almas” europeos. Pero algunos, entre los que me encuentro, consideramos que las causas de esas disfunciones son otras y que se explican mejor en otras claves que no parten del principio de una Modernidad “ab initio” inaceptable. Según eso, el modelo de la Europa unida que debería superar al realmente existente de  la Europa de las naciones y de los mercaderes, difícilmente encaja ni con la Europa de los pueblos heideggeriana ni con la Europa de “los buenos europeos” nitzscheana.
 Con todo lo aceptable que esas Europas pensadas por ellos puedan presentar- tanto  su rechazo de la Europa de las naciones y su condena de las connotaciones negativas de su pasado belicoso y racista, como su consideración de crisol de culturas compatibles con  las peculiaridades del modo de ser nacional-, difícilmente pueden encajar con la Europa unida que surgiría de la aplicación de los principios y valores de una Modernidad bien entendida. Esto es: la Europa laica y social, mestiza y plural, ciudadana y federal de la Europa de los ciudadanos.
Por otro lado, la imagen del “jardín posmoderno” (“posmoderno” entendido ahora sí como estrechamente relacionado con la cultura  posmoderna), antes utilizada para valorar a los pensadores alemanes de Europa y cierta tácita complacencia que “emana”  del libro de Félix Duque con ellos, también parece útil para caracterizarlo, desde el punto de vista metodológico y formal. La desesctructuración estructurada de su contenido nos produce la impresión de uno de esos juegos intelectuales tan caros a los posmodernos; del mismo modo que la colocación en el texto de algunos “collages” procedentes de material escrito anteriormente por el autor, le dan a su composición un cierto aire de familia con el arte posmoderno. Asimismo, la “interpretación”, no la “explicación”, del pensamiento de los filósofos que estudia, está también más en la línea del “pensamiento débil” posmoderno que del “pensamiento fuerte” de la Modernidad. Con todo y sin duda, a los lectores inficionados todavía por la Modernidad, les gustará el elevado nivel intelectual, filosófico y cultural de la obra, así como el excelente estilo literario de este brillante  ensayo filosófico.
                                 

                

                               LA EUROPA PENSADA DESDE ESPAÑA
                                                             J. A. V. I
                        Unamuno y Ortega pensaron Europa desde España y ambos lo hicieron desde la percepción de una  civilización occidental en estado de  crisis; los dos con un clara perspectiva  eurocéntrica y un larvado tono racista ;  y, sin embargo, uno y otro, con una visión negativa de los nacionalismos “ del suelo y de la sangre”.  Pero su actitud ante Europa fue diferente como distintos fueron sus presupuestos filosóficos. Para el agónico Unamuno, España no  sólo fue Europa, sino incluso la principal fermentadora de su componente espiritual. Pero Europa- esa verdadera Europa- ya no existe ni tiene futuro por haber desarrollado una Modernidad que excluía lo espiritual cristiano en aras de una razón unidimensional, de naturaleza materialista y finalidad pragmática.
 Para el egregio Ortega, en cambio, Europa la crearon los pueblos germánicos, y por eso España, más latina que visigótica, no es Europa. Las masas en rebelión y las minorías rectoras de vacaciones: esa es la causa de la crisis de la declinante Europa de los nacionalismos. La solución: una Europa vertebrada en la que sus minorías rectoras, siguiendo el pensamiento de los hombres superiores, logren vertebrarse, de verdad, con las masas. La forma: los Estados Unidos de Europa que deben de ser una Confederación antes que una Federación, una Supernación más que un Superestado. Según el filósofo madrileño, la  condición necesaria sería- aquí no hay teleología que valga, sino causa final “decisionista”- “la coleta china asomando por los Urales”. Es decir, la necesidad de una Europa unida  como valladar frente al “amenazante” Superestado comunista.
Esta interpretación y  valoración de la filosofía de Europa de Unamuno y Ortega desarrolladas por  Félix Duque nos parecen finas y acertadas. No es poco. Pero, con todo, como ocurría con su análisis de los pensadores alemanes de Europa, no rebasa la frontera de la “interpretación” adentrándose en la de la “explicación” y la teoría. Sin duda, de haberlo hecho, dada la elevada cualificación filosófica e intelectual que demuestra, la visión que nos hubiese proporcionado habría sido todavía mucho más significativa, rica y compleja.  
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           (1) La referencia a Habermas fue escrita anteriormente a serle concedido el Premio “Príncipe de Asturias” de Ciencias Sociales. 

(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE “LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO))





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