EUROPA,
UN JARDÍN POSMODERNO
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Sin
duda, es innegable el mérito de oportunidad con que ha sido valorado por el
jurado el ensayo del catedrático de Filosofía Moderna de la Universidad
Autónoma de Madrid, Félix Duque, Los buenos europeos. Hacia un pensamiento
filosófico europeo, para concederle el Premio de Ensayo “Jovellanos” de la
Editorial Nobel en su IX y última edición. Doblemente oportuno, se puede
matizar. El enfrentamiento de la “vieja Europa” con el Imperio estadounidense
apoyado por otra parte de Europa, pone en candelero el problema de la identidad
y el futuro de Europa. En el momento, además, en que la Unión Europa trata de
darse una Constitución y el actual Papa reclama se haga referencia en ella a la
raíz cristiana de Europa. Y todo ello en el marco del proceso de
macroampliación en que está inmersa la
Unión Europea.
La
filosofía de Europa, en el doble sentido del genitivo objetivo y subjetivo,
constituye el contenido de este premiado ensayo. El pensamiento que los
filósofos alemanes han elaborado sobre Europa, desde la guerra franco-
prusiana- cuanto cristaliza Alemania como estado-nación- hasta hoy. Pensadores
alemanes- justifica Duque sin que su argumento convenza mucho por su
determinismo- porque las condiciones geográficas de Alemania en la Mitteleuropa como país
abierto y sin fronteras naturales les llevaba a plantearse, más que a otros
europeos, su apertura hacia Europa. Y de ellos, aquellos para los que Europa ha
constituido el núcleo de su pensamiento, Husserl, Heidegger y Nietzsche (y por
qué no también J.Habermas(1) que ha escrito, está escribiendo, cosas
importantes sobre Europa y su futuro político, puede preguntarse algún lector).
Pero además filósofos españoles que se
plantearon también con énfasis la cuestión de Europa. En este caso, según el
autor, por razones geopolíticas(que siguen sin convencernos mucho por la misma
causa que en el caso del origen del pensamiento alemán sobre Europa) como que
España es, a pequeña escala, una reproducción de Europa. Y, además, por razones
históricas vinculadas a la crisis de identidad española surgida con el 98. Y de
ellos, sólo Unamuno y Ortega (y por qué tampoco, volvemos a preguntarnos,
Gustavo Bueno, por ejemplo, pensador de una interesante tesis sobre España
frente Europa).
El autor nos presenta en
la tercera parte de la obra su propio pensamiento filosófico de Europa,
claramente deudor de esa filosofía alemana europea. Desde un análisis de sus
raíces griegas y judeocristianas realizado a través de dos mitos contrapuestos: el griego de la
“autoctonía” y el judeocristiano de la “implantación” (ambos ligados a la
vinculación mítica de los europeos con la tierra y, más concretamente, con la
imagen del paraíso, del jardín) hasta el examen de sus frutos amargos como
la guerra, pasando por el de la flor
revolucionaria que brotó en Francia y se expandió por el continente en la
primavera de los ciudadanos, las naciones y los pueblos.
En resumen, y por continuar con la
imagen del pensil utilizada en el libro por nuestro filósofo, podríamos
caracterizar el ensayo premiado como un “jardín posmoderno” en un doble
sentido.
Por una parte, la interpretación de Europa de los filósofos
alemanes que nos propone supone un
rechazo frontal por parte de ellos de la realidad europea realmente existente
que vivieron: la Europa de las patrias o de los estados nacionales degenerados
en nacionalismos. En ese rechazo va incluido también el del nazismo y su
racismo justificador- avant la lettre, claro es, en el caso de
Nietzsche-, a pesar de la apropiación y utilización sesgada y parcial que
aquella ideología exterminadora hizo de su pensamiento. La etiología de esa Europa enferma la buscan en
una Modernidad no tanto degenerada en su evolución fáctica como viciada en sí
misma, en su propia concepción. No casualmente se ha buscado el germen del
posmodernismo actual en el pensamiento de
algunos de estos filósofos, aunque, a mi modo de ver, inoportunamente,
porque sus propuestas van más allá y no tienen, desde luego, el mismo
significado ideológico.
En ese sentido, la Europa
de los pueblos de Heidegger y la Europa de los “buenos europeos” de Nietzsche-
que ellos, desde su perspectiva teleológica, vaticinan ”van – a- venir”- están más cerca de “ el jardín posmoderno”
que de “el jardín moderno” de la Europa de las naciones ( de los estados
nacionales) en que abocó una Modernidad
mal concebida, polarizada sobre el “nihilismo” y el imperio de la técnica, la
mercancía y el consumo (y cuyo paradigmático representante es hoy EE UU). Esto es: la Europa realmente
existente, la Europa de los mercaderes, que, como a nuestro ensayista, a tantos
nos parece también inaceptable.
En efecto, a más de un lector esos síntomas de
enfermedad detectados por Nietzsche y Heidegger, nos pueden parecer tan reales
como que entendemos que todavía los padecemos hoy en nuestros “cuerpos y almas”
europeos. Pero algunos, entre los que me encuentro, consideramos que las causas
de esas disfunciones son otras y que se explican mejor en otras claves que no
parten del principio de una Modernidad “ab initio” inaceptable. Según eso, el
modelo de la Europa unida que debería superar al realmente existente de la Europa de las naciones y de los
mercaderes, difícilmente encaja ni con la Europa de los pueblos heideggeriana
ni con la Europa de “los buenos europeos” nitzscheana.
Con todo lo aceptable que esas Europas
pensadas por ellos puedan presentar- tanto
su rechazo de la Europa de las naciones y su condena de las connotaciones
negativas de su pasado belicoso y racista, como su consideración de crisol de
culturas compatibles con las
peculiaridades del modo de ser nacional-, difícilmente pueden encajar con la
Europa unida que surgiría de la aplicación de los principios y valores de una
Modernidad bien entendida. Esto es: la Europa laica y social, mestiza y plural,
ciudadana y federal de la Europa de los ciudadanos.
Por
otro lado, la imagen del “jardín posmoderno” (“posmoderno” entendido ahora sí
como estrechamente relacionado con la cultura
posmoderna), antes utilizada para valorar a los pensadores alemanes de
Europa y cierta tácita complacencia que “emana”
del libro de Félix Duque con ellos, también parece útil para
caracterizarlo, desde el punto de vista metodológico y formal. La
desesctructuración estructurada de su contenido nos produce la impresión de uno
de esos juegos intelectuales tan caros a los posmodernos; del mismo modo que la
colocación en el texto de algunos “collages” procedentes de material escrito
anteriormente por el autor, le dan a su composición un cierto aire de familia
con el arte posmoderno. Asimismo, la “interpretación”, no la “explicación”, del
pensamiento de los filósofos que estudia, está también más en la línea del
“pensamiento débil” posmoderno que del “pensamiento fuerte” de la Modernidad.
Con todo y sin duda, a los lectores inficionados todavía por la Modernidad, les
gustará el elevado nivel intelectual, filosófico y cultural de la obra, así
como el excelente estilo literario de este brillante ensayo filosófico.
LA
EUROPA PENSADA DESDE ESPAÑA
J. A. V. I
Unamuno y
Ortega pensaron Europa desde España y ambos lo hicieron desde la percepción de
una civilización occidental en estado
de crisis; los dos con un clara
perspectiva eurocéntrica y un larvado
tono racista ; y, sin embargo, uno y
otro, con una visión negativa de los nacionalismos “ del suelo y de la
sangre”. Pero su actitud ante Europa fue
diferente como distintos fueron sus presupuestos filosóficos. Para el agónico
Unamuno, España no sólo fue Europa, sino
incluso la principal fermentadora de su componente espiritual. Pero Europa- esa
verdadera Europa- ya no existe ni tiene futuro por haber desarrollado una
Modernidad que excluía lo espiritual cristiano en aras de una razón
unidimensional, de naturaleza materialista y finalidad pragmática.
Para el egregio
Ortega, en cambio, Europa la crearon los pueblos germánicos, y por eso España,
más latina que visigótica, no es Europa. Las masas en rebelión y las minorías
rectoras de vacaciones: esa es la causa de la crisis de la declinante Europa de
los nacionalismos. La solución: una Europa vertebrada en la que sus minorías
rectoras, siguiendo el pensamiento de los hombres superiores, logren
vertebrarse, de verdad, con las masas. La forma: los Estados Unidos de Europa
que deben de ser una Confederación antes que una Federación, una Supernación
más que un Superestado. Según el filósofo madrileño, la condición necesaria sería- aquí no hay
teleología que valga, sino causa final “decisionista”- “la coleta china
asomando por los Urales”. Es decir, la necesidad de una Europa unida como valladar frente al “amenazante”
Superestado comunista.
Esta interpretación y
valoración de la filosofía de Europa de Unamuno y Ortega desarrolladas
por Félix Duque nos parecen finas y
acertadas. No es poco. Pero, con todo, como ocurría con su análisis de los
pensadores alemanes de Europa, no rebasa la frontera de la “interpretación”
adentrándose en la de la “explicación” y la teoría. Sin duda, de haberlo hecho,
dada la elevada cualificación filosófica e intelectual que demuestra, la visión
que nos hubiese proporcionado habría sido todavía mucho más significativa, rica
y compleja.
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(1)
La referencia a Habermas fue escrita anteriormente a serle concedido el Premio
“Príncipe de Asturias” de Ciencias Sociales.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE “LA NUEVA
ESPAÑA, DE OVIEDO))
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