CABALLERO Y MAESTRO DE MEDIEVALISTAS
JULIO ANTONIO VAQURO IGLESIAS
Recibo la notificación del RIDEA de la luctuosa
noticia del fallecimiento de Nacho Ruiz de la Peña y con la tristeza embargándome el corazón, hago memoria de la
relación que he mantenido con él y de inmediato me viene a la cabeza una idea que define lo que
siempre he pensado de él: ha muerto un caballero, además de un excelente
medievalista. Siempre recuerdo cómo me apoyó para que publicase en aquella
excelente revista cultural que fue Ástura, de la que Nacho fue uno, con los profesores Santiago Melón y Francisco Quirós, de sus
principales promotores y en la que muchos de los que comenzábamos nuestras
investigaciones históricas tuvimos sus páginas a nuestra disposición sin tener en
cuenta nuestro pedigrí universitario, sino sólo la calidad de los trabajos que
presentábamos. Así se comportó también en otras ocasiones con el que esto
escribe cuando, con el catedrático de
Geografía Quirós, formó parte del jurado que me concedió el premio de Trabajos
históricos del concejo de Llanera por una investigación sobre los vaqueiros de
la zona central de Asturias que trashumaban a Torrestío.
Todo ello lo digo como expresión de su calidad
humana y científica y como reconocimiento de la gran labor que llevó a cabo en todo lo referente a la
difusión de la cultura asturiana. Su labor en los últimos años como director
del RIDEA fue también enormemente valiosa tratando de modernizar la institución
e incrementando su actividad científica.
Que todos los que en Asturias nos dedicamos a esto de la
investigación histórica hemos reconocido la importancia de su labor de
historiador y difusor de la cultura asturiana, lo demuestra la sesión que
dedicó a presentar sus Obras completas con motivo de su jubilación. Allí
estábamos presentes, y esto es difícil de lograr en nuestro gremio,
historiadores de todas las tendencias y especialidades y representantes de
todos los sectores de cultura asturiana Y la gran ovación que escuchó al final de su
parlamento por su humildad y bonhomía fue la expresión del reconocimiento de
todos nosotros por su obra, pero también por la dignidad, bondad y calidad
humana con que ha ejercido su profesión y llevado su vida. Siempre recuerdo que
él decía que había sido una persona con suerte en la vida, porque se había
dedicado a lo que más le gustaba: la
historia, y encima le pagaban.
La última relación que tuve con él fue con
motivo de la recensión de sus Obras completas en las páginas de este periódico y como siempre sentí en esa relación la alta valoración que tenía
de la amistad, su bondad y su sencillez. Alguien más capaz que yo deberá hacer
ahora una valoración de la importancia de su obra de medievalista y su labor
como creado y difusor divulgador de la
cultura asturiana (siempre me asombró los profundos y amplios conocimientos que poseía sobre ella). Desde
luego, y como no podía ser de otra manera, dada su calidad científica y humana, serán sus discípulos los encargados de hacerlo, porque, como
maestro que fue, deja una escuela
formada por un nutrido grupo de
excelentes discípulos.
Su mujer e hijas y el resto de su familia
y amigos (un fuerte abrazo para Álvaro y para Florencio Friera) deben paliar su
dolor en lo que es posible con el
orgullo de haberlo tenido a su lado.
( PUBLICADO EN LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
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