jueves, 28 de abril de 2016

El fracaso de la Ilustración en Asturias

EL FRACASO  DE LA ILUSTRACIÓN EN ASTURIAS
                                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias



La Hora de Asturias en el siglo XVIII ( Real Instituto de Estudios Asturianos, Instituto Feijoo del Estudios del Siglo XVIII)  es una obra   de difícil clasificación. Por una parte, es un libro de factura académica con su correspondiente  aparato erudito de notas y citas y su carácter demostrativo; por otro, tiene una clara vocación ensayística (como bien apunta Inmaculada Urzainqui en el excelente prólogo que le precede) como  prueban la excelencia de su prosa, las variadas y tentativas hipótesis que se  proponen en  sus páginas y hasta la falta de carácter sistemático de su contenido que el propio autor reconoce. Ese carácter híbrido tiene su explicación en la propia genealogía del libro.  Su origen  es la tesis doctoral del  autor, Álvaro Ruiz de la Peña Solar, profesor de Literatura de la Universidad de Oviedo, especialista en la centuria ilustrada y director del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, leída a finales de los años ochenta, pero cuyo contenido ha sido remozado y actualizado  en el libro con las nuevas e importantes  aportaciones y conocimientos que la bibliografía ha ido acumulando sobre el Setecientos español y asturiano.
            Por el contenido que desarrolla  Álvaro Ruiz de la Peña en su libro  casi podríamos etiquetarlo como una historia cultural de la Ilustración en Asturias centrada  en el análisis de la producción de la cultura escrita, incluida la de lengua asturiana, en – casi- todas sus facetas y períodos. Ese análisis  de la cultura letrada o alta cultura en la Asturias del siglo XVIII  está precedido, además. tanto  de un  sólido y fundamental estudio de las bases sociales y económicas que sustentaron esa producción cultural como de un  no menos significativo estudio de las instituciones difusoras de esa cultura letrada (Universidad de Oviedo, Sociedad Económica de Asturias, Instituto de Gijón, Escuela e  Iglesia), pero sin dejar de tratar también aspectos de la cultura y la religión  popular. Además, se incluye el análisis de todo el circuito de la lectura en Asturias en  la centuria ilustrada: impresores, libreros, bibliotecas y lectores, aspecto apenas tratado por la historiografía sobre el siglo XVIII asturiano. Y como no podía ser de otro modo, el autor dedica también un amplio capítulo al análisis de la figura y la obra de Jovelllanos que es la llave  que abre los capítulos dedicados a la producción escrita, incluida la literatura en asturiano. Ese capítulo  acerca de Jovellanos es, en mi humilde entender, lo más logrado e interesante de la obra. Desde una perspectiva ensayística, Álvaro Ruiz de la Peña nos ofrece en él  una excelente reflexión valorativa y matizada sobre la actuación y obra del prócer gijonés, alejada de toda  tentación hagiográfica y anacrónica y en la que incorpora  el enorme material que se ha venido  aportando  en los últimos años con motivo, sobre todo, de la publicación de sus obras completas y la celebración del centenario de su muerte 
          A partir de los resultados obtenidos de  esos análisis y reflexiones, el autor se encuentra en la mejor disposición para contestar fundamentadamente a la pregunta clave que se han venido haciendo casi todos los historiadores y estudiosos de la Asturias ilustrada. ¿Cómo se explica la paradoja de una región como Asturias que ha dado lugar a una legión de ilustrados de primer orden ( Feijoo, Casal, marqués de Santa Cruz, Campillo, Campomanes, Jovellanos, el obispo González Pisador,  González Posada, Rubín de Celis, Martínez Marina, el marqués de Sargadelos… por mencionar sólo algunos de los más destacados ) y, en cambio, el impacto de las reformas ilustradas intentadas en Asturias fue sólo puntual y su balance puede considerarse, como demuestran matizadamente todos los resultados de este estudio, un verdadero fracaso?
 La respuesta es clara. La paradoja mencionada es solamente aparente. Porque en Asturias hubo, apunta Álvaro, mucho pensamiento reformador, pero poca acción reformadora.  En una región atrasada como era  la  Asturias del Setecientos, la mayoría de la nobleza y el clero – esto es, los agentes en quienes el despotismo ilustrado pretendía apoyarse para llevar a cabo sus reformas- supeditada a sus intereses como clases propietarias y beneficiarias de la sociedad estamental, o  no se sumaron al proyecto reformista o  lo hicieron tibiamente. Al contrario de  que ocurrió  en otras regiones de España en las  que los avances  económicas del siglo hicieron conscientes tanto a  esas elites estamentales como a una incipiente burguesía (allí donde aquélla estaba emergiendo) de la necesidad de esas reformas, eso sí, siempre dentro del corsé estamental y de la monarquía absoluta. La explicación para este proceso nos la proporciona el autor en clave “funcionalista” y no en el marco de las categorías del materialismo histórico, como otros historiadores han hecho. Lo que es coherente con  el significado que el autor atribuye al reformismo ilustrado, pues, concebirlo desde esa segunda perspectiva supondría reconocer su contradicción inherente  con la sociedad estamental y la monarquía absoluta y su corolario: que el Despotismo ilustrado llevaba en sí mismo el germen de su fracaso. Y no es esa, desde luego, la visión que el autor tiene de la Ilustración y las reformas del Despotismo ilustrado y las causas de su general fracaso.
Más allá de la ausencia de ciertas referencias bibliográficas significativas, de la falta de aclaración de un concepto tan controvertido como es el de “cultura popular”, cuyo análisis limita exclusivamente a la cultura popular urbana o  de no haber utilizado para el análisis de la religión popular en Asturias algunos estudios cuantitativos significativos sobre las actitudes colectivas ante la muerte, estamos ante una libro  que es realmente aprovechable y no sólo oportuna, sino necesaria su publicación. Además de que su lectura es un verdadero deleite  por lo bien escrito que está, como es ya habitual en todos los trabajos del autor.                      
    Desde luego, Álvaro Ruiz de la Peña no sólo constata, sino que demuestra fehacientemente con su estudio  que aquella no fue, desde luego, “la hora de Asturias” a la que se refiere el carobarojiano título del  libro.
(Publicado en el suplemento de cultura Cultrua, de la Nueva España de Oviedo)






















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