sábado, 2 de abril de 2016

IMPERIO DEPREDADOR

                                           IMPERIO DEPREDADOR
    
                                                           Julio Antonio Vaquero Iglesias

   






     


ENMANUEL TOOD




  El capitalismo globalizado neoliberal, surgido como respuesta a la crisis económica que arrastra el sistema capitalista desde los años setenta, ha colocado en el puesto de mando de la economía globalizada al capital  financiero que domina la economía de EE UU frente a los intereses del capital transnacional productivo. Sin embargo, las propias contradicciones inherentes a ese forma de desarrollo del capital, han terminado engendrando, a su vez, en estos últimos años una aguda crisis del   denominado Régimen  Dólar- Wall Street  de la que el actual gobierno de Bush hijo está tratando de salir con una huída hacia delante por medio de una estrategia militarista de “control del planeta” que impone como prioridad de la agenda estadounidense la guerra permanente.
            Las bases de esa hegemonía de EE UU, dentro del modelo de capitalismo financiero global, están, sin duda, en el doble control que ha venido ejerciendo  sobre los medios de pago universalmente aceptados- el dólar-, y el ejercicio del dominio militar a escala global. Pero, en estos últimos años, se está produciendo el resquebrajamiento del primer control mencionado. La combinación de un enorme déficit comercial y unas bajas tasas de ahorro estadounidense  hacen cada vez más difícil  que el flujo de capitales globales siga compensando ese gran déficit y, con ello, más palpable la amenaza de que la economía norteamericana  pueda seguir sosteniendo la estabilidad del dólar y el capitalismo de casino de los mercados financieros de Wall Street. “Europa”  frente a EE UU y el euro frente al dólar aparecen, además, en el horizonte como una posible alternativa ante ese Imperio depredador, uno de cuyos fundamentos de su poder- el control monetario- comienza a tambalearse.
            No es extraño, pues, que, como una huída hacia delante, la clase dirigente americana ligada a los intereses de ese capitalismo financiero global , a través del apoyo del gobierno de Bush junior y la camarilla de “halcones” neoconservadores que le rodea, haya optado por el camino más fácil: poner el énfasis en el otro control en el que se basa su poder imperial, a saber, acentuar el despliegue de una estrategia estrictamente militar de dominio del planeta, basada en la ideología de la guerra inevitable y  permanente, como vía para apuntalar el dólar como medio de pago universal y para tratar de impedir que se volatilice el “valor- dinero” originado por la especulación en los mercados financieros. La necesidad de subordinar el euro y  “Europa” a ese poder imperial impidiendo que emerjan como moneda y centro financiero alternativos, parece ser también una condición necesaria para poder conseguir su verdadero objetivo esa estrategia imperial. Y esa situación explica en gran medida la insubordinación y la negativa a seguirla por el sector de países de la Unión Europea más ligados al modelo del capitalismo transnacional productivo.
            El discurso producido por los laboratorios de ideas de los “halcones” legitima la deriva del capitalismo norteamericano hacia  esa vía de militarismo agresivo con categorías como la de  países del “eje del mal” y la legalidad de la guerra preventiva contra ellos o cualesquiera que se opongan al imperio estadounidense.( Guerra preventiva, por cierto, de la que  el  propio presidente Eisenhower llegó a decir en 1953 que fue   un invento de Adolfo Hitler, añadiendo que “ francamente yo no tomaría en serio a nadie que me viniera a proponer una cosa semejante”). A la vez  que ese discurso justifica la práctica del unilateralismo  que exige esa opción militarista y deslegitima o trata de subordinar a ella a  los organismos multilaterales como las Naciones Unidas o expresa explícitamente el fundamentalismo liberal democrático de la nación estadounidense que identifica el interés de su expansionismo con el de la Humanidad.
            En dos recientes  libros aparecidos al calor de la “inevitable” y “preventiva”  invasión de Iraq  podemos encontrar una interpretación del Imperio estadounidense desde la orientación que hemos expuesto más arriba, aunque, a mi entender, el fundamento teórico de los análisis de uno y otro sea realmente muy  diferente y de ello se derive unas propuestas de praxis antimperial también diferentes por parte de sus dos  autores: Emmanuel Todd, Después del Imperio (Foca, 2003), y Ramón Fernández Durán, Capitalismo financiero global y guerra permanente ( Virus Editorial, 2003). Por su parte, el libro de Robert Kagan,  Poder y debilidad ( Tauros 2003), cuya presentación  en Madrid por su autor ha causado días atrás una airada protesta por parte de los opositores al ataque angloamericano contra Iraq, es una clara muestra de ese discurso legitimador de la nueva política imperial estadounidense, más que una descripción objetiva del actual escenario internacional como quieren hacernos creer algunos analistas del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, ese laboratorio de ideas creado recientemente en nuestro país y que viene dando cobertura ideológica a las posiciones internacionales del gobierno Aznar.
          La tesis central del libro de Emmanuel Todd es la de que EE UU se ha convertido en un imperio depredador, porque, en realidad, es ya un imperio en declive y sin futuro. Esta fase agresiva  y belicosa en la que ha entrado no es sino el canto del  cisne del Imperio, el estertor que anuncia su agonía. Las verdaderas formaciones imperiales  siempre han ofrecido dos características que ya no se cumplen en el actual imperio norteamericano. Los recursos imperiales estadounidenses son ya insuficientes en este momento  para mantenerlas . El Imperio estadounidense no tiene ya la  capacidad de coacción militar y económica suficiente para  permitir la exacción de un tributo que nutre el centro a costa la explotación de todo el planeta. Y el universalismo ideológico, el otro atributo que acompaña a todo verdadero imperio  y  permite la expansión continua de su sistema de poder con la integración en el núcleo central de los pueblos y los individuos conquistados, ha entrado en un claro retroceso en esta agresiva fase imperial. “ A la vista  de estos criterios- concluye Todd- los Estados Unidos presentan insuficiencias notables cuyo examen permite predecir con seguridad que, hacia el año 2050, no existirá un imperio norteamericano”.
            Aunque la demostración que hace Tood del carácter parasitario del Imperio estadounidense en la actualidad se corresponde, a nuestro entender, con la realidad, los principios en que basa su análisis- la educación y la demografía como motores últimos de la historia y su argumentación comparatista para predecir  su ineluctable fin a fecha fija- nos parecen tan poco aceptables como la incapacidad militar que le supone para controlar el mundo. Y lo que es peor es  una tesis que, al obviar el factor de resistencia de la opinión pública mundial que está surgiendo contra esa belicosa fórmula imperial, favorece la desmovilización de la lucha contra ella.
            En cambio, el análisis de Ramón Fernández Durán, se realiza desde un planteamiento teórico diferente del que se deriva una explicación y la proposición de una praxis antimperial  muy distintas. Coincide Fernández Durán con el  autor francés en la condición depredadora y disfuncional del actual Imperio norteamericano y en el carácter militarista y agresivo de la “solución” que han adoptado  los neoconservadores americanos que controlan el gobierno estadounidense, para salir de la crisis de la globalización neoliberal financiera con su estrategia de la guerra permanente. Pero la tesis central del ecologista español tiene un claro fundamento anticapitalista: se enmarca en el contexto de la dinámica de un capitalismo que cada vez más se revela como un sistema obsoleto para dar satisfacción a las necesidades de los hombres. Lo cual puede constatarse, según el autor, en esta última crisis del capitalismo financiero global. La única  salida dentro del sistema es  reorientarlo hacia una fase militarista y agresiva que plantea la guerra  permanente como algo inevitable y necesario. Por eso tampoco para Fernández Durán el Imperio estadounidense tiene futuro, pero por otras razones diferentes de  las apunta Tood: por su propia incapacidad económica para mantener la asimetría depredadora en que se fundamenta, pero también por la ausencia de legitimidad para mantener esa situación ante una oposición cada vez más creciente de la opinión mundial  y, además, por su incompatibilidad con la nueva organización productiva del capitalismo global posfordista que exige una flexibilidad que dificulta en gran medida el carácter controlador y agresivo que ha adoptado el imperialismo estadounidense.
            El discurso justificador de Robert Kagan acerca de esa acentuación de la política internacional estadounidense unilateralista y militarista plantea la oposición de “Europa”- es decir, de un sector de Europa, como han demostrado los hechos- a esa clase de política. Esa política internacional hobbesiana que practica EE UU se basa en una concepción distinta del poder de la que defienden los estados europeos desde el fin de la segunda guerra mundial. Desde entonces Europa se ha inclinado más bien por un orden internacional fundamentado en los principios kantianos de la paz perpetua y del respeto al derecho internacional y el multilateralismo. Pero esto lo ha podido hacer, sigue argumentando Kagan, gracias al paraguas de EE UU que  secundó una política de esa naturaleza por la amenaza del bloque soviético. Finalizada la guerra fría, esa condición del vínculo trasatlántico ya no es oportuna y EE UU debe volver- reconoce explícitamente el ideólogo neoconservador- a su política tradicional hobbesiana que entiende como un realista y necesario recurso unilateral defensivo en un planeta lleno de peligros para los estadounidenses.
                        

                                         LAS RAZONES DE AZNAR
                                                                       J. A. V. I.
            Ramón Fernández Durán identifica las razones del alineamiento de Aznar con la política militarista del gobierno Bush en el marco  de la respuesta que los neoconservadores estadounidenses, defendiendo los intereses  del capitalismo financiero global, han dado a la crisis del Régimen Dólar- Wall Street. Ese planteamiento rebasa con mucho, por tanto, la idea de que lo que  haya buscado Aznar como razón prioritaria sean los beneficios económicos y políticos que le han atribuido los análisis que consideran la agresión a Irak estrictamente como una “guerra por el petróleo” o, incluso, por el control estratégico de Oriente Próximo. “ Por lo que se refiere a las razones del apoyo tan incondicional de Aznar- escribe Fernández Durán-, éstas son difíciles de comprender , pues no se pueden explicar sólo en base a los compromisos militares  suscritos con EEUU, al rédito político que el PP obtiene en la lucha contra el terrorismo, al autoritatismo del inquilino de la Moncloa o al protagonismo mundial que el jefe de Gobierno consigue al respecto(...). Quizás cabría hacer una posible interpretación al respecto. En la economía española, al igual que EE UU y Reino Unido (...), en los últimos tiempos, la balanza por cuenta corriente se ha vuelto negativa (...). Pero se ha logrado el equilibrio exterior porque ha habido una ingente inversión extranjera que ha acudido al sector inmobiliario(..) Si este flujo de capitales desapareciera, los desequilibrios de la economía española se manifestarían en toda su crudeza(..).¿ Intenta, pues, Aznar mantener la ficción de la fortaleza de la situación española, sumándose al carro de los posibles “vencedores” y dar de esta forma  apariencia de  seguridad a los inversores que acuden a especular aquí? (...)”.

        

               LA JUSTIFICACIÓN DEL IMPERIO

                                                           J. A.V. I.


            La legitimación que Robert Kagan realiza de esta nueva fase de imperialismo estadounidense agresivo impulsada por los neoconservadores americanos, le lleva a reconocer explícitamente que la tendencia dominante de la  política tradicional exterior de EE UU, desde su independencia inclusive, no ha sido el aislacionismo, sino el expansionismo y  que, en consecuencia, la fase imperialista estrictamente  agresiva que comienza ahora no es una excepción sino una continuación de la tradición expansionista norteamericana. Aunque, según el vocero neoconservador, en la mentalidad estadounidense ese expansionismo siempre se entendió como la identificación de los intereses de la nación norteamericana con los intereses de la Humanidad.”Esta persistente visión estadounidense- escribe Kagan  en ese sentido- de la posición excepcional de su nación en la historia y la convicción de que sus intereses y los del mundo se identifican, puede ser bienvenida, ridiculizada o lamentada(...).(Pero así seguirá siendo y)  salvo una catástrofe imprevista es razonable presumir que no hemos hecho más que entrar en una larga era de la hegemonía de Estados Unidos”. Es difícil con tales planteamientos que Marte pueda aparearse por voluntad con Venus y engendrar ninguna Armonía.

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