USO Y ABUSO DEL SIGLO XVIII CATALÁN
JULIO ANTONIO VAQUERO
IGLESIAS
Roberto Fernández, catedrático de
Historia moderna de la Universidad de Lleida y uno de nuestros más destacados modernistas,
profundo conocedor de la historia del siglo XVIII en Cataluña acaba de recibir
el Premio Nacional de Historia de este año
por su libro “Cataluña y el
absolutismo borbónico” (Crítica, 2014). Sin duda, por su planteamiento ( un
riguroso análisis de la historiografía catalana sobre el Setecientos catalán
desde el XVIII hasta hoy) y la tesis que
mantiene el libro (el uso y abuso con
que la historiografía nacionalista catalana
ha tratado la actuación borbónica en Cataluña durante esa centuria) es,
sin duda, un libro oportuno en el contexto del pulso secesionista
que la Autonomía catalana está planteando al Estado español.
Desde luego, alguien podría
malpensar que en vez de oportuna, esta
obra no es sino una muestra de
oportunismo por parte del autor, dada la actualidad de la cuestión catalana. Lo
que hay que descartar en este caso porque estamos ante un libro que su autor comenzó a preparar hace siete años. Y
aún más. Si así fuera sería lo de menos porque lo que le da validez es su riguroso y aprovechable o
contenido y los propósitos que le han
guiado. Porque, además de haber demostrado la manipulación político-ideológica
con que esa historiografía catalanista ha tratado la etapa del absolutismo
borbónico en Cataluña, el autor desarrolla, también en sus páginas. una oportuna,
pertinente y profunda reflexión sobre el
mal uso de la Historia como justificadora y legitimadora del presente político.
Mal del que ha adolecido en gran
medida esa historiografía nacionalista
catalana sobre siglo XVIII que el autor ha analizado y constituye el núcleo de
su libro.
Abuso y deformación historiográfica
que no sólo el autor constata entre los
historiadores catanes del siglo XVIII (
Antonio de Capmany y Y Llacert Dou), sino, sobre todo, entre los del siglo XIX a través de la historiografía romántica
nacionalista catalana e integrista (Bofarull y Torres i Bages, respectivamente).
Esa historia filonacionalista catalana
continúa hoy con una actualizada historiografía catalana de cuño nacionalista,
a la que pertenecen importantes historiadores profesionales y de la Academia
que pueden encuadrarse en el marco de un paradigma neoaustracista de base
progresista ( Joaquín Nadal y Josep Fontana, entre otros). Frente a ellos,
otros historiadores, como el autor de este libro y el catedrático y destacado modernista Carlos Martínez Shaw, mantienen, en cambio, una visión
renovada del carácter positivo que tuvo para Cataluña el reformismo borbónico. Entre la visión
nacionalista y deformada de la historiografía decimonónica y estos dos
paradigmas encontrados actuales, hay que situar la visión revisionista de
aquélla encabezada por historiadores de la talla de Jaime Vicens Vives y Pierre
Vilar.
El balance de ese recorrido de tres
siglos de la historiografía catalana
en torno el siglo XVIII catalán
es claro para el autor : la importancia de la visión austracista del
siglo XVIII derivada de los planteamientos ideológicos del nacionalismo catalán.
La prosperidad innegable del desarrollo de la economía y la sociedad en la Cataluña setecentista lo fue para ellos
“a pesar” del régimen borbónico, que trituró, mantienen, la singularidad
catalana y hasta incluso persiguió a los defensores del nacionalismo catalán.
Esto es: más agravios después del Gran Agravio de la derrota austracista de
1714. Interpretación que Roberto Fernández considera sesgada y maniquea y cuyo
fin no busca sino legitimar, tanto ayer como hoy, los planteamientos políticos
del nacionalismo catalanista.
Dado lo expuesto, no es, pues, arbitrario ni
está fuera del contexto del libro que el
autor acompañe su análisis historiográfico
con una reflexión sobre el frecuente uso y abuso de esa “Historia” que se subordina a los intereses e
ideologías políticas como suele ocurrir con la historia nacional y nacionalista y en la que a menudo, y esto es
lo grave y triste, colaboran la Academia
y los historiadores profesionales. Porque el historiador no debe “fabricar”
memoria nacionalista, sino ciencia y contribuir con ella, dada la inherente
función social del conocimiento histórico, al derecho de los ciudadanos a tener al alcance de su conocimiento una
historiografía no sesgada y elaborada con la mayor calidad científica posible
como parte de su necesario bagaje cívico. Planteado esto por nuestro
historiador no desde un positivismo cerril, sino desde la conciencia de que
toda interpretación historiográfica tiene siempre su connotación ideológica,
pero debe ser conscientemente imparcial y construirse con hechos y datos
veraces, y planteamientos e interpretaciones no sesgadas congruentes con esos
datos y hechos.
En fin, un libro más que aprovechable y de
gran actualidad, merecedor, sin duda, del premio que ha recibido y cuyo
contenido es fácil pensar que pueda ser objeto, en el contexto actual del
secesionismo catalán, de instrumentalización política, como ya lo ha sido, por
el propio ministro de Educación, Cultura y Deporte, el señor
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