POR UNA HISTORIA NO
NACIONALISTA
Juan Sisinio Pérez Garzón,
Eduardo Manzano,
Ramón López Facal y Aurora
Rivière
LA GESTIÓN DE LA MEMORIA
La historia de España al servicio del poder
BARCELONA, CRÍTICA, 2000
Estamos ante un libro con una
clara dimensión política, entendiendo
aquí lo político en el sentido más noble del término. Porque se refiere, desde
la perspectiva española, al problema de la función social de la historia y
plantea cómo se debe superar la historia nacionalista para que esta disciplina
, tanto en su faceta académica como
escolar, pueda realmente contribuir a la formación de ciudadanos con capacidad
crítica y actitudes transformadoras, orientadas a tratar de conseguir o caminar
en dirección de una mayor justicia en el contexto del mundo global en que hoy
vivimos.
Pero también es, obviamente, un libro académico. Porque su
objetivo ha exigido desarrollar un
análisis metódico del discurso historiográfico nacionalista a nivel abstracto,
pero también del contenido y evolución que experimentó a lo largo de la edad
contemporánea el del nacionalismo español, así como el que hoy, en el marco de
nuestro Estado autonómico, desarrollan sobre su propia historia los otros
nacionalismos o entidades autonómicas peninsulares . Además de tratar de los contenidos y la función socializadora
nacionalista que dentro del sistema educativo español ejerció y sigue
ejerciendo la historia como disciplina escolar.
Así pues,
como apunta el coordinador y coautor del libro, Juan Sisinio Pérez Garzón, en
su introducción, las razones de replantearse en él la funciones socializadoras de la historia
hoy desde una crítica de las que cumplió y parece que se trata siga cumpliendo
la historia nacionalista, están
relacionadas con dos hechos actuales de diferente escala, pero no de diferente
naturaleza.
Por una parte, a escala del
Estado español, y a partir de la implantación del Estado de las autonomías, se
ha producido en estas entidades autonómicas, y de manera más acusada en las
denominadas nacionalidades históricas, el desarrollo de una historia
nacionalista que está en clara contradicción
con la versión nacional de la historia de España que se ha ido
construyendo desde los orígenes del estado-nación español, y cuyos contenidos y
modos son todavía reconocibles en la
historiografía española actual. Lo cual ha producido un rearme del
nacionalismo españolista por parte del partido gobernante de la derecha,
secundado por determinadas instancias académicas, como la Real Academia de la Historia con la
publicación de su controvertido informe sobre la enseñanza de la Historia, para
controlar la difusión de esas otras versiones nacionalistas e impulsar la
visión nacionalista española en el sistema educativo no universitario a través
de la concreción del currículo de esta disciplina escolar en el contexto de la
reforma de las Humanidades que ha llevado a cabo.
El otro hecho al que se hace
referencia para justificar la oportunidad de este libro es de escala global y
no es ajeno al reavivamiento que han
experimentado en los últimos tiempos esos nacionalismos de referente no español. La restructuración del capitalismo en su fase
neoliberal ha dado lugar a un proceso de globalización económica con
implicaciones culturales, tecnológicas y sociales, y ha tenido como
consecuencia una mayor relación entre
las sociedades humanas. Pero esa mayor integración se ha realizado a través de
una relación asimétrica con un nuevo tipo de subordinación de los países periféricos
con relación a los países centrales dirigentes cuyo efecto más negativo ha sido
el aumento y la extensión de la pobreza y los desequilibrios sociales,
económicos y medioambientales.
En esa doble coyuntura ( la del
uso de la historia nacionalista en el caso de España como instrumento del
enfrentamiento entre el nacionalismo español y los denominados nacionalismos
periféricos, y la del avance de una realidad humana interconectada a nivel
global cuyos problemas afectan a la
especie humana y cuyas soluciones, por tanto, deben ser adoptadas a esa misma
escala) los autores, como plantea Pérez Garzón en las conclusiones del libro,
ven más necesaria que nunca la superación de esa función social identitaria que
ha tenido la historia nacionalista de uno y otro signo y con la que de nuevo
se trata de impregnar el currículo escolar como consecuencia de esa
nueva dialéctica de enfrentamiento de
nacionalismos en que estamos inmersos.
Frente a esto, la historia debe
concebirse con otros objetivos y contenidos, esto es, con otra función social
que, además de explicar el cambio histórico, contribuya a desarrollar una
identidad de los ciudadanos más universal, como miembros de la especie humana,
haciéndola, incluso, compatible – pero no reduciéndola - con su identidad local, nacional, estatal o transnacional. Y,
además, esa función social debe de incluir una perspectiva ética, la de
estimular el compromiso ético con la solución de esos problemas de dimensión
global que afectan hoy a la especie humana.
Como argumenta Pérez Garzón a
partir de los análisis sobre la historia nacionalista que se desarrollan en el
libro, es claro que la función social de esa historia nacionalista no sólo es
que no contribuya a estos objetivos que se proponen como tales para la
historia, sino que obstaculiza su consecución. Entre otros aspectos, está el
hecho de que el reduccionismo que supone la función identitaria esencialista no permite considerar la aportaciones
enriquecedoras de otros pueblos y el hecho universal del mestizaje que han
experimentado todas las sociedades humanas. Pero también hay que considerar el
corsé que impone el método teleológico,
común a ese tipo de historia, que enfoca el cambio histórico
unidireccionalmente, casi exclusivamente
en función de la constitución de la nación e impide por ello una explicación
objetivada de las causas de las transformaciones históricas. Y a eso hay que añadir el carácter subjetivo,
interclasista y personificado del sujeto histórico que únicamente considera, la
nación, que obstaculiza la visión de los intereses de clase y los conflictos
sociales como uno de los factores de mayor competencia explicativa en el cambio
de las sociedades y oscurece o al menos reduce a un papel secundario esa
dimensión ética que debe incorporar la función social de la historia así
concebida.
Desde luego, un planteamiento
como el que hace este libro está, en mi opinión, en la misma dirección en que nos movemos todos o casi todos aquellos
profesores que tenemos por referente de nuestro trabajo educativo la educación
crítica. De ahí que también puede ser perfectamente aceptable la propuesta que
el coordinador del libro hace de someter a un debate público tales criterios
para establecer qué historia se debe enseñar a nuestros alumnos. Debate que hoy
ya ha dejado de tener el sentido con el que se propone en este libro, porque la
Administración educativa lo ha zanjado desde arriba. Con la opinión únicamente
de determinados expertos y el acuerdo de
algunos partidos políticos, incluidos
los nacionalistas, se han establecido
por decreto los contenidos históricos mínimos que deben enseñarse en el sistema
educativo español. Se ha hurtado así, como se proponía en las conclusiones de
este libro, la participación en él de los profesores del nivel no
universitario, de los padres y de los propios alumnos como sectores de la
sociedad civil directamente implicados en este asunto.
El cuerpo central de este
libro, como ya hemos mencionado, lo constituyen los cuatro trabajos a partir de
los cuales se han establecido las conclusiones y la propuesta que acabamos de sintetizar. En el primero, La
construcción histórica del pasado de Eduardo Manzano Moreno se realiza un
análisis del contenido del discurso histórico nacionalista y de su uso para
aplicarlo después al caso concreto de cómo se ha interpretado desde esa historia
nacional española la invasión y la etapa musulmanas. El discurso
historiográfico del nacionalismo procede por selección del pasado para
construir una narración cuyo objeto no es explicar la verdad histórica sino
constatar el pasado nacional como haciéndose y caminando “teleológicamente”
hacia la constitución de la nación. Como narración que es, selecciona siempre
hechos singulares que tienen coherencia propia y se articula en la conjunción
de razón y sentimiento con un fuerte componente reivindicativo y dramático y un
protagonista singularizado y con rasgos antropomórficos que es la nación. El
uso de tal discurso historiográfico no busca la objetividad interpretativa,
sino que supedita ésta a la verdad
utilitaria de la constatación de la presencia y construcción de la nación. De
este uso, según Manzano, pueden participar incluso historiadores profesionales
ajenos a la ideología del nacionalismo por su dependencia del poder académico,
económico o estrictamente político, por su necesidad de adaptarse a las leyes
del mercado o la necesidad que tienen de obtener el reconocimiento público de
su labor.
Por su parte, Juan Sisinio
Pérez Garzón trata en su trabajo, La creación de la Historia de España,
con cierto detalle para el siglo XIX, el
contenido del discurso historiográfico nacionalista español, resaltando los
elementos comunes de las historiografías
de los diferentes proyectos sociales y
políticos nacionalistas que tratan de aplicarse en España: el del moderantismo
en su doble formulación isabelina y restauradora, el tradicionalista y el
republicano- demócrata que toma cuerpo
en el Sexenio y se prolonga, con los matices debidos, en el republicanismo
posterior. En todos los discursos historiográficos nacionales que legitiman
esas alternativas políticas, además del método teleológico, va a predominar la
explicación esencialista de la nación de base organicista, más que la de
contenido contractual. Pérez Garzón ha visto perfectamente cómo la formulación
nacional que impregna la concepción histórica de la “otra burguesía” que
disputaba el poder al canovismo, hizo compatibles la modernización
historiográfica – sólo basta recordar la historia de España como historia de la
civilización que difundió Rafael
Altamira- con la concepción organicista del origen y evolución de las naciones
que desarrolló el krausopositivismo.
De excelente se puede calificar
el trabajo de Ramón López Facal titulado La nación ocultada, en el que,
a través de los textos escolares, se realiza un análisis de la historia escolar
que se difundió en el sistema educativo durante el franquismo, demostrando su
contenido y finalidad no siempre explícitamente nacionalistas españoles. De la
historia nacional ultraconservadora e integrista de las primeras etapas del
franquismo, que tenía en común con la de las otras opciones ideológicas que
venían de atrás su organicismo y el mantenimiento del mito del “carácter
español”, se pasó con la Ley General de Educación a la difusión dentro del
sistema escolar de una historia de España modernizada por las corrientes
imperantes la historiografía europea como la historia total de los Annales
y el materialismo histórico. Pero implícitamente, ocultamente, esa historia
escolar siguió manteniendo en su mayoría un fundamento y una orientación
decididamente nacional españolista. Historia enseñada de la nación oculta que,
con matices, los libros de texto de historia de las grandes editoriales , manejados por López Facal, siguieron
difundiendo tanto en la ESO como en el Bachillerato, en el seno de una sociedad
ya democrática y pluralista e incluso en el marco de un currículo un poco más
flexible como el de la LOGSE. De la misma manera que los libros de texto que se
publicaron en las comunidades
históricas, al menos en el caso gallego que
analiza López Facal, con referentes en los correspondientes
nacionalismos, simplemente lo que hacen es reproducir el concepto de nación
característico de la historia nacional española, pero atribuyéndolo a su
comunidad histórica en vez de España. Incluso ese discurso historiográfico nacional
sigue influyendo, como ha detectado el profesor gallego, en los materiales
didácticos más renovadores realizados por los grupos de profesores afines a la
educación crítica.
Aurora Rivière, por su parte,
examina esa floración desbordada de manuales sobre la historia de las
“comunidades y nacionalidades” que forman el Estado de las autonomías, y
destaca de su contenido la dimensión nacionalista del discurso
historiográfico en la que se mueven.
Este responde en todos los casos a la misma estructura narrativa y sus
elementos, con algunos matices, coinciden con los que se identifican en el
trabajo de Eduardo Manzano, y la autora
los sintetiza en el título del suyo: Envejecimiento
del presente y dramatización del pasado. El rasgo especifico o diferente de
este trabajo en el plano teórico en relación con los otros que componen este libro y ponen la razón de
ser de la historiografía nacionalista en la cuestión del poder, es que la autora sigue aquellas teorías de carácter “psicologista” y cierto sesgo idealista
que vinculan más este discurso historiográfico del nacionalismo con la propia
naturaleza cognitiva del hombre, según las cuales éste se diferencia
de los otros primates porque necesita
“contarse” para dar sentido al presente desde el pasado y desde un
proyecto de futuro.
Hasta aquí hemos realizado un
análisis del contenido de libro y la vez
hemos hecho una valoración positiva de su tesis central y de las
propuestas que los autores deducen consecuentemente de ella. Pero este análisis
crítico quedaría incompleto si no nos refiriéramos a las limitaciones,
insuficiencias, vacíos y preguntas sin respuesta que - en mi opinión y como
ocurre con cualquier libro sugerente con aportaciones importantes, como es el caso- se detectan en éste.
En primer lugar, y desde una
perspectiva de conjunto, la impresión que uno tiene, no se si equivocada o no,
es que el cuerpo central de su contenido no se ha desarrollado como
consecuencia de su planteamiento, para llegar a la tesis central que se
mantiene en él, sino que, al contrario, tal planteamiento se ha realizado a
posteriori. Esto es: a partir de unos textos previos que podían ser
perfectamente utilizados como base de aquél. Esto explicaría en cierto modo algunos de los
vacíos que presenta su contenido, difícilmente justificables de no haber sido
este su origen. Sea así o no, el hecho es que parece evidente la falta del tratamiento con más detalle de la historiografia nacionalista española
del siglo XX y concretamente el vacío que existe sobre la de la etapa
franquista y la actual ( aunque podría rebatírseme con aquello de que para
muestra basta un botón haciendo alusión a ese libro colectivo de la Real
Academia de la Historia de título tan significativo como España.
Reflexiones sobre el ser de España, que ha recibido
recientemente incluso el Premio Nacional de Historia). Etapa que no cubre el
trabajo de López Facal que está enfocado principalmente a la enseñanza de la
historia escolar. Tal ausencia no es baladí para mantener con mayor solidez la
tesis central del libro, porque su tratamiento, además de permitir ver completo
el proceso que ha seguido la historia nacionalista de España, confirmaría – o
no- de una manera más fehaciente el mantenimiento de esa orientación
historiográfica nacionalista hasta este momento actual, en el que se ha dado o
pretende dársele un impulso desde arriba
por las circunstancias ya mencionadas. Lo cual nos demostraría la honda raíz
que tiene en nuestra historiografía y, desde los planteamientos que aquí
se exponen y que compartimos, la necesidad acuciante de superarla.
Desde luego, en mi opinión, si
de algo no adolecen la tesis y la propuesta que recorren el libro- como se le ha reprochado por Santos Juliá en la reseña que ha
realizado del mismo en Babelia- es de funcionalismo por la visión que
dan los autores – no todos como hemos visto- de una historia nacionalista
determinada por su función al servicio
del poder. Casi hasta se podría considerar como defecto que no haya insistido
más en esa perspectiva en su análisis del discurso histórico nacionalista,
dejando así en la sombra parte de su función ideológica. Me explico. El
discurso historiográfico nacionalista se
caracteriza, como se deja bien claro este libro, por su contenido interclasista
y su finalidad de movilización, pero, en la realidad, en la mayoría de los
casos, aparece vinculado a los intereses del sector o bloque social concreto
que controla el Estado o pretende
instituirlo; intereses que se traducen en un proyecto social diferente en cada
caso. Por ello, dentro de unas características comunes, el discurso
nacionalista también tendrá que reflejar variaciones en su estructura, en la
intensidad o en la naturaleza de algunos de sus
elementos en relación con cada uno de esos proyectos sociales que
legitima. Así, por ejemplo, habría que ver si existen diferencias o no entre el discurso nacionalista que fundamenta el
proyecto social democrático- republicano, basado en el organicismo nacional esencialista y
armonizador krausopositivista, que emerge como alternativa a la Restauración
canovista, y el discurso nacionalista
que difunde y justifica el Estado nacional que propone aquélla y
responde a los valores tradicionales y conservadores del bloque de poder que
domina en ella. ¿ No hubo también diferencias entre el discurso historiográfico
nacionalista que implementó el franquismo y el que modernizado por los Annales
y el materialismo histórico sirvió para legitimar un proyecto social
democrático alternativo a la dictadura?.¿ O es
que éste último no puede catalogarse estrictamente como historiografía
nacionalista española contra la tesis que mantiene López Facal?.
Quizás el trabajo menos sólido
de todos sea el de Aurora Riviére sobre la reconstrucción del discurso
historiográfico de las autonomías y comunidades históricas, no ya por su fundamento teórico que no compartimos,
sino por la endeble base documental que
utiliza . Con una base empírica tan escasa más bien parece la mera aplicación a
todas ellas del modelo de historiografía nacionalista que desarrolla, que una
demostración real de que esas historiografías se ajustan fielmente a tal
modelo. Por eso, la duda que a uno le queda es si es exactamente igual el
modelo del discurso historiográfico de
los nacionalismos denominados históricos con pretensiones más avanzadas de
autogobierno que el de las autonomías recién creadas en el marco del Estado
autonómico. El tratamiento que la autora le da a la historiografía asturiana es
un muestra ilustrativa de lo que decimos. La única fuente que utiliza para
realizar su demostración es una breve síntesis de una historia de Asturias escrita por dos
autores que no podrían catalogarse, precisamente, como historiadores
nacionalistas asturianos. Y ni siquiera
trata uno de los tópicos históricos en
que más frecuentemente se ha fundamentado esa historiografía asturiana para
legitimar su condición de comunidad histórica que es el de la su constitución
como Principado de Asturias en la Edad Media y la cristalización definitiva que
su creación supuso para el idealizado instrumento de autogobierno
representativo asturiano que se pretende fue la Junta General.
Los comentarios críticos anteriores no invalidan para
nada ni la tesis central que se defiende en este libro ni la valoración global
positiva que nos merece. Es más. Nos parece un libro imprescindible para
adquirir una conciencia clara de la situación problemática en que se encuentra
en la actualidad la enseñanza de la historia en España y, por ello, de lectura
más que recomendable para todos aquellos que nos dedicamos a esa tarea.
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