viernes, 4 de septiembre de 2015

POR UNA HISTORIA NO NACIONALISTA


POR  UNA HISTORIA NO NACIONALISTA

 JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 

Juan Sisinio Pérez Garzón, Eduardo Manzano,

Ramón López Facal y Aurora Rivière

LA GESTIÓN DE LA MEMORIA


La historia de España al servicio del poder


BARCELONA, CRÍTICA, 2000


 

Estamos ante un libro con una clara dimensión  política, entendiendo aquí lo político en el sentido más noble del término. Porque se refiere, desde la perspectiva española, al problema de la función social de la historia y plantea cómo se debe superar la historia nacionalista para que esta disciplina , tanto en su faceta académica  como escolar, pueda realmente contribuir a la formación de ciudadanos con capacidad crítica y actitudes transformadoras, orientadas a tratar de conseguir o caminar en dirección de una mayor justicia en el contexto del mundo global en que hoy vivimos.

Pero también es, obviamente, un libro académico. Porque su objetivo ha  exigido desarrollar un análisis metódico del discurso historiográfico nacionalista a nivel abstracto, pero también del contenido y evolución que experimentó a lo largo de la edad contemporánea el del nacionalismo español, así como el que hoy, en el marco de nuestro Estado autonómico, desarrollan sobre su propia historia los otros nacionalismos o entidades autonómicas peninsulares . Además de tratar de  los contenidos y la función socializadora nacionalista que dentro del sistema educativo español ejerció y sigue ejerciendo la historia como disciplina escolar.

        Así pues, como apunta el coordinador y coautor del libro, Juan Sisinio Pérez Garzón, en su introducción, las razones de replantearse en él  la funciones socializadoras de la historia hoy desde una crítica de las que cumplió y parece que se trata siga cumpliendo la historia nacionalista,  están relacionadas con dos hechos actuales de diferente escala, pero no de diferente naturaleza.

Por una parte, a escala del Estado español, y a partir de la implantación del Estado de las autonomías, se ha producido en estas entidades autonómicas, y de manera más acusada en las denominadas nacionalidades históricas, el desarrollo de una historia nacionalista que está en clara contradicción  con la versión nacional de la  historia de España que se ha ido construyendo desde los orígenes del estado-nación español, y cuyos contenidos y modos son todavía  reconocibles  en la  historiografía española actual. Lo cual ha producido un rearme del nacionalismo españolista por parte del partido gobernante de la derecha, secundado por determinadas instancias académicas,  como la Real Academia de la Historia con la publicación de su controvertido informe sobre la enseñanza de la Historia, para controlar la difusión de esas otras versiones nacionalistas e impulsar la visión nacionalista española en el sistema educativo no universitario a través de la concreción del currículo de esta disciplina escolar en el contexto de la reforma de las Humanidades que ha llevado a cabo.

El otro hecho al que se hace referencia para justificar la oportunidad de este libro es de escala global y no es ajeno al  reavivamiento que han experimentado en los últimos tiempos esos nacionalismos de referente  no español. La  restructuración del capitalismo en su fase neoliberal ha dado lugar a un proceso de globalización económica con implicaciones culturales, tecnológicas y sociales, y ha tenido como consecuencia una  mayor relación entre las sociedades humanas. Pero esa mayor integración se ha realizado a través de una relación asimétrica con un nuevo tipo de subordinación de los países periféricos con relación a los países centrales dirigentes cuyo efecto más negativo ha sido el aumento y la extensión de la pobreza y los desequilibrios sociales, económicos y medioambientales.

En esa doble coyuntura ( la del uso de la historia nacionalista en el caso de España como instrumento del enfrentamiento entre el nacionalismo español y los denominados nacionalismos periféricos, y la del avance de una realidad humana interconectada a nivel global cuyos  problemas afectan a la especie humana y cuyas soluciones, por tanto, deben ser adoptadas a esa misma escala) los autores, como plantea Pérez Garzón en las conclusiones del libro, ven más necesaria que nunca la superación de esa función social identitaria que ha tenido la historia nacionalista de uno y otro signo y con la que de  nuevo  se trata de impregnar el currículo escolar como consecuencia de esa nueva dialéctica de enfrentamiento de  nacionalismos en que estamos inmersos.

Frente a esto, la historia debe concebirse con otros objetivos y contenidos, esto es, con otra función social que, además de explicar el cambio histórico, contribuya a desarrollar una identidad de los ciudadanos más universal, como miembros de la especie humana, haciéndola, incluso, compatible – pero no reduciéndola - con su identidad  local, nacional, estatal o transnacional. Y, además, esa función social debe de incluir una perspectiva ética, la de estimular el compromiso ético con la solución de esos problemas de dimensión global que afectan hoy a la especie humana.

Como argumenta Pérez Garzón a partir de los análisis sobre la historia nacionalista que se desarrollan en el libro, es claro que la función social de esa historia nacionalista no sólo es que no contribuya a estos objetivos que se proponen como tales para la historia, sino que obstaculiza su consecución. Entre otros aspectos, está el hecho de que el reduccionismo que supone la función  identitaria esencialista  no permite considerar la aportaciones enriquecedoras de otros pueblos y el hecho universal del mestizaje que han experimentado todas las sociedades humanas. Pero también hay que considerar el corsé  que impone el método teleológico, común a ese tipo de historia, que enfoca el cambio histórico unidireccionalmente,  casi exclusivamente en función de la constitución de la nación e impide por ello una explicación objetivada de las causas de las transformaciones históricas. Y  a eso hay que añadir el carácter subjetivo, interclasista y personificado del sujeto histórico que únicamente considera, la nación, que obstaculiza la visión de los intereses de clase y los conflictos sociales como uno de los factores de mayor competencia explicativa en el cambio de las sociedades y oscurece o al menos reduce a un papel secundario esa dimensión ética que debe incorporar la función social de la historia así concebida.

Desde luego, un planteamiento como el que hace este libro está, en mi opinión,  en la misma dirección en  que nos movemos todos o casi todos aquellos profesores que tenemos por referente de nuestro trabajo educativo la educación crítica. De ahí que también puede ser perfectamente aceptable la propuesta que el coordinador del libro hace de someter a un debate público tales criterios para establecer qué historia se debe enseñar a nuestros alumnos. Debate que hoy ya ha dejado de tener el sentido con el que se propone en este libro, porque la Administración educativa lo ha zanjado desde arriba. Con la opinión únicamente de  determinados expertos y el acuerdo de algunos   partidos políticos, incluidos los nacionalistas, se  han establecido por decreto los contenidos históricos mínimos que deben enseñarse en el sistema educativo español. Se ha hurtado así, como se proponía en las conclusiones de este libro, la participación en él de los profesores del nivel no universitario, de los padres y de los propios alumnos como sectores de la sociedad civil directamente implicados en este asunto.

El cuerpo central de este libro, como ya hemos mencionado, lo constituyen los cuatro trabajos a partir de los cuales se han establecido las conclusiones y la propuesta  que acabamos de sintetizar. En el primero, La construcción histórica del pasado de Eduardo Manzano Moreno se realiza un análisis del contenido del discurso histórico nacionalista y de su uso para aplicarlo después al caso concreto de cómo se ha interpretado desde esa historia nacional española la invasión y la etapa musulmanas. El discurso historiográfico del nacionalismo procede por selección del pasado para construir una narración cuyo objeto no es explicar la verdad histórica sino constatar el pasado nacional como haciéndose y caminando “teleológicamente” hacia la constitución de la nación. Como narración que es, selecciona siempre hechos singulares que tienen coherencia propia y se articula en la conjunción de razón y sentimiento con un fuerte componente reivindicativo y dramático y un protagonista singularizado y con rasgos antropomórficos que es la nación. El uso de tal discurso historiográfico no busca la objetividad interpretativa, sino que  supedita ésta a la verdad utilitaria de la constatación de la presencia y construcción de la nación. De este uso, según Manzano, pueden participar incluso historiadores profesionales ajenos a la ideología del nacionalismo por su dependencia del poder académico, económico o estrictamente político, por su necesidad de adaptarse a las leyes del mercado o la necesidad que tienen de obtener el reconocimiento público de su labor.

Por su parte, Juan Sisinio Pérez Garzón trata en su trabajo, La creación de la Historia de España, con cierto detalle para el  siglo XIX, el contenido del discurso historiográfico nacionalista español, resaltando los elementos comunes de  las historiografías de los diferentes  proyectos sociales y políticos nacionalistas que tratan de aplicarse en España: el del moderantismo en su doble formulación isabelina y restauradora, el tradicionalista y el republicano- demócrata  que toma cuerpo en el Sexenio y se prolonga, con los matices debidos, en el republicanismo posterior. En todos los discursos historiográficos nacionales que legitiman esas alternativas políticas, además del método teleológico, va a predominar la explicación esencialista de la nación de base organicista, más que la de contenido contractual. Pérez Garzón ha visto perfectamente cómo la formulación nacional que impregna la concepción histórica de la “otra burguesía” que disputaba el poder al canovismo, hizo compatibles la modernización historiográfica – sólo basta recordar la historia de España como historia de la civilización  que difundió Rafael Altamira- con la concepción organicista del origen y evolución de las naciones que desarrolló el krausopositivismo. 

De excelente se puede calificar el trabajo de Ramón López Facal titulado La nación ocultada, en el que, a través de los textos escolares, se realiza un análisis de la historia escolar que se difundió en el sistema educativo durante el franquismo, demostrando su contenido y finalidad no siempre explícitamente nacionalistas españoles. De la historia nacional ultraconservadora e integrista de las primeras etapas del franquismo, que tenía en común con la de las otras opciones ideológicas que venían de atrás su organicismo y el mantenimiento del mito del “carácter español”, se pasó con la Ley General de Educación a la difusión dentro del sistema escolar de una historia de España modernizada por las corrientes imperantes la historiografía europea como la historia total de los Annales y el materialismo histórico. Pero implícitamente, ocultamente, esa historia escolar siguió manteniendo en su mayoría un fundamento y una orientación decididamente nacional españolista. Historia enseñada de la nación oculta que, con matices, los libros de texto de historia de las grandes editoriales  , manejados por López Facal, siguieron difundiendo tanto en la ESO como en el Bachillerato, en el seno de una sociedad ya democrática y pluralista e incluso en el marco de un currículo un poco más flexible como el de la LOGSE. De la misma manera que los libros de texto que se publicaron   en las comunidades históricas, al menos en el caso gallego que  analiza López Facal, con referentes en los correspondientes nacionalismos, simplemente lo que hacen es reproducir el concepto de nación característico de la historia nacional española, pero atribuyéndolo a su comunidad histórica en vez de España. Incluso ese discurso historiográfico nacional sigue influyendo, como ha detectado el profesor gallego, en los materiales didácticos más renovadores realizados por los grupos de profesores afines a la educación crítica.

Aurora Rivière, por su parte, examina esa floración desbordada de manuales sobre la historia de las “comunidades y nacionalidades” que forman el Estado de las autonomías, y destaca de su contenido la dimensión nacionalista del discurso historiográfico  en la que se mueven. Este responde en todos los casos a la misma estructura narrativa y sus elementos, con algunos matices, coinciden con los que se identifican en el trabajo de Eduardo Manzano, y  la autora los  sintetiza en el título del suyo: Envejecimiento del presente y dramatización del pasado. El rasgo especifico o diferente de este trabajo en el plano teórico en relación con los otros  que componen este libro y ponen la razón de ser de la historiografía nacionalista en la cuestión del poder,  es que la autora sigue  aquellas teorías  de carácter “psicologista” y cierto sesgo idealista que vinculan más este discurso historiográfico del nacionalismo con  la propia  naturaleza cognitiva del hombre, según las cuales éste  se diferencia  de  los otros primates porque  necesita  “contarse” para dar sentido al presente desde el pasado y desde un proyecto de futuro.

Hasta aquí hemos realizado un análisis del contenido de libro y la vez  hemos hecho una valoración positiva de su tesis central y de las propuestas que los autores deducen consecuentemente de ella. Pero este análisis crítico quedaría incompleto si no nos refiriéramos a las limitaciones, insuficiencias, vacíos y preguntas sin respuesta que - en mi opinión y como ocurre con cualquier libro sugerente con aportaciones importantes, como es  el caso- se detectan en éste.

En primer lugar, y desde una perspectiva de conjunto, la impresión que uno tiene, no se si equivocada o no, es que el cuerpo central de su contenido no se ha desarrollado como consecuencia de su planteamiento, para llegar a la tesis central que se mantiene en él, sino que, al contrario, tal planteamiento se ha realizado a posteriori. Esto es: a partir de unos textos previos que podían ser perfectamente utilizados como base de aquél. Esto  explicaría en cierto modo algunos de los vacíos que presenta su contenido, difícilmente justificables de no haber sido este su origen. Sea así o no, el hecho es que parece evidente la falta  del tratamiento con más detalle  de la historiografia nacionalista española del siglo XX y concretamente el vacío que existe sobre la de la etapa franquista y la actual ( aunque podría rebatírseme con aquello de que para muestra basta un botón haciendo alusión a ese libro colectivo de la Real Academia de la Historia de título tan significativo como España. Reflexiones sobre el ser de España, que ha recibido recientemente incluso el Premio Nacional de Historia). Etapa que no cubre el trabajo de López Facal que está enfocado principalmente a la enseñanza de la historia escolar. Tal ausencia no es baladí para mantener con mayor solidez la tesis central del libro, porque su tratamiento, además de permitir ver completo el proceso que ha seguido la historia nacionalista de España, confirmaría – o no- de una manera más fehaciente el mantenimiento de esa orientación historiográfica nacionalista hasta este momento actual, en el que se ha dado o pretende dársele un impulso desde arriba  por las circunstancias ya mencionadas. Lo cual nos demostraría la  honda raíz  que tiene en nuestra historiografía y, desde los planteamientos que aquí se exponen y que compartimos, la necesidad acuciante  de superarla.

Desde luego, en mi opinión, si de algo no adolecen la tesis y la propuesta que recorren el libro- como se  le ha reprochado  por Santos Juliá en la reseña que ha realizado del mismo en Babelia- es de funcionalismo por la visión que dan los autores – no todos como hemos visto- de una historia nacionalista determinada por su  función al servicio del poder. Casi hasta se podría considerar como defecto que no haya insistido más en esa perspectiva en su análisis del discurso histórico nacionalista, dejando así en la sombra parte de su función ideológica. Me explico. El discurso historiográfico  nacionalista se caracteriza, como se deja bien claro este libro, por su contenido interclasista y su finalidad de movilización, pero, en la realidad, en la mayoría de los casos, aparece vinculado a los intereses del sector o bloque social concreto que controla  el Estado o pretende instituirlo; intereses que se traducen en un proyecto social diferente en cada caso. Por ello, dentro de unas características comunes, el discurso nacionalista también tendrá que reflejar variaciones en su estructura, en la intensidad o en la naturaleza de algunos de sus  elementos en relación con cada uno de esos proyectos sociales que legitima. Así, por ejemplo, habría que ver si existen  diferencias o no entre el  discurso nacionalista que fundamenta el proyecto social democrático- republicano, basado  en el organicismo nacional esencialista y armonizador krausopositivista, que emerge como alternativa a la Restauración canovista, y el discurso nacionalista  que difunde y justifica el Estado nacional que propone aquélla y responde a los valores tradicionales y conservadores del bloque de poder que domina en ella. ¿ No hubo también diferencias entre el discurso historiográfico nacionalista que implementó el franquismo y el que modernizado por los Annales y el materialismo histórico sirvió para legitimar un proyecto social democrático alternativo a la dictadura?.¿ O es  que éste último no puede catalogarse estrictamente como historiografía nacionalista española contra la tesis que mantiene López Facal?.

Quizás el trabajo menos sólido de todos sea el de Aurora Riviére sobre la reconstrucción del discurso historiográfico de las autonomías y comunidades históricas, no ya  por su fundamento teórico que no compartimos, sino por  la endeble base documental que utiliza . Con una base empírica tan escasa más bien parece la mera aplicación a todas ellas del modelo de historiografía nacionalista que desarrolla, que una demostración real de que esas historiografías se ajustan fielmente a tal modelo. Por eso, la duda que a uno le queda es si es exactamente igual el modelo del discurso historiográfico  de los nacionalismos denominados históricos con pretensiones más avanzadas de autogobierno que el de las autonomías recién creadas en el marco del Estado autonómico. El tratamiento que la autora le da a la historiografía asturiana es un muestra ilustrativa de lo que decimos. La única fuente que utiliza para realizar su demostración es una breve síntesis de  una historia de Asturias escrita por dos autores que no podrían catalogarse, precisamente, como historiadores nacionalistas asturianos. Y  ni siquiera trata  uno de los tópicos históricos en que más frecuentemente se ha fundamentado esa historiografía asturiana para legitimar su condición de comunidad histórica que es el de la su constitución como Principado de Asturias en la Edad Media y la cristalización definitiva que su creación supuso para el idealizado instrumento de autogobierno representativo asturiano que se pretende fue la Junta General.

Los comentarios críticos anteriores no invalidan para nada ni la tesis central que se defiende en este libro ni la valoración global positiva que nos merece. Es más. Nos parece un libro imprescindible para adquirir una conciencia clara de la situación problemática en que se encuentra en la actualidad la enseñanza de la historia en España y, por ello, de lectura más que recomendable para todos aquellos que nos dedicamos a esa tarea.

 

 

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