sábado, 19 de septiembre de 2015

ESPAÑA ENSANGRENTADA


                               ESPAÑA ENSANGRENTADA

El hispanista inglés Paul Preston realiza un análisis integral de la represión roja y azul en la guerra civil española

                                                  Julio Antonio Vaquero Iglesias
Paul Preston

         
   Pascual López, gallego, tras la toma de Asturias por los sublevados, fue apresado e ingresado en un campo de concentración cerca de Oviedo. Enterada su familia, su hijo Pascualín, de trece años, viajó a Asturias hasta dar con su paradero y clandestinamente convivió con su padre en el campo de concentración. Un grupo de falangistas se llevó a los prisioneros gallegos para ejecutarlos en Gijón. Pascualín siguió a su padre durante doce días. Finalmente, los falangistas fusilaron en el espigón del Musel a los presos, disparándoles en las rodillas para que tardaran más tiempo en desangrarse, arrojando después  sus cuerpos al mar. Pascual fue echado al mar sin estar muerto y su hijo logró sacarlo del agua y llevarlo a la montaña donde le curó las heridas. Cuando se recuperó envió a su hijo a casa y él se unió a la guerrilla.

            La represión en el Gijón republicano alcanzó también niveles de odio y crueldad  extremos. El 14 de agosto, como represalia por los 54 muertos y 78 heridos graves causados por los ataques de la aviación y la artillería naval de los sublevados, un grupo de milicianos de la FAI, acompañados de algunos comunistas, se dirigieron a la Iglesia de San José, donde estaban retenidos dos centenares de derechistas y asesinaron a lo más prominentes. Más tarde, otro grupo de milicianos, sacó y fusiló  a más  detenidos entre los que se encontraban 26 sacerdotes y religiosos. En total, en esas sacas, fueron asesinadas 106  personas.  

Estos son dos de los episodios – uno por cada bando- de la represión llevada a cabo en Asturias de los cientos de ellos que Paul Preston nos relata para toda España  a modo de ilustración en  El Holocausto español. Odio y Extermino en la guerra civil y después ( Debate, 2011) El término holocausto lo emplea el hispanista inglés en su título en el sentido de matanza de inocentes dado el gran volumen de víctimas civiles y la intensidad del horror y dolor que produjo nuestra contienda , que es, después de las dos guerras mundiales y la guerra civil rusa, el conflicto más sangriento del siglo XX Alrededor de 200.000 víctimas de la represión en la retaguardia para el conjunto de los dos bandos, frente a los 300. 000 de los caídos en los frentes de batalla. Además de los 20.000 republicanos que fueron ejecutados tras la victoria de los sublevados. A los que hay que añadir los que murieron de hambre y enfermedades en las prisiones, campos de concentración y batallones de trabajo, amén de los miles que murieron en los campos de exterminio nazis y la tragedia del medio millón de exiliados que originó  el conflicto.

        Los trabajos locales y regionales sobre la represión en la guerra son desde hace más de veinte años muy numerosos y abarcan ya toda España.  El propósito de Preston en este libro ha sido a partir de ellos hacer un análisis integral de aquella larga noche de piedra en que se convirtió nuestra guerra incivil. Para ello, el contenido del libro comprende desde la explicación  de la  génesis  de aquel odio que engendró y estimuló la  represión y ya estuvo presente en ambos bandos desde el inicio de la guerra a través de un análisis de sus posibles fundamentos en la previa etapa republicana por la  obstrucción de la derecha a las reformas democráticas republicanas, hasta el análisis de la acción represora y del aparato represor en los primeros años de la posguerra, resultado final y coherente con lo que el autor denomina la “inversión” en terror que Franco había ya mantenido como estrategia desde el origen de la guerra.

 En medio, Preston realiza el análisis de la cruel  represión contra obreros y campesinos llevada a cabo por el ejército de Queipo de Llano en Andalucía occidental y la que realizó el ejército de Mola en Navarra, Galicia, León y Castilla la Vieja,  regiones en las que apenas hubo resistencia republicana, pero donde la represión alcanzó también una intensidad desproporcionada (aunque menor que en Andalucía). Analiza también  la acción represora en la zona republicana que alcanzó en Madrid y Barcelona sus cotas más elevadas. Y reconstruye con detalle el  reguero de sangre que dejó el ejército africanista- la llamada Columna de la Muerte-  en su marcha desde Sevilla a Madrid y  la reacción represora que produjo en el Madrid sitiado con las matanzas de Paracuellos como su episodio más negro. La represión con la que el bando republicano trató de defenderse del enemigo interior, contra la Quinta Columna y la extrema izquierda es tratada como contrapunto con la deliberadamente lenta campaña militar de ocupación del País Vasco, Santander, Asturias, Aragón y Cataluña para poder llevar a cabo una aniquilación completa de  de los enemigos.  

            En el denso y pormenorizado capítulo que dedica a las matanzas de  Paracuellos, además de establecer el contexto en que se llevaron a cabo, el autor analiza la autorización, organización y  ejecución de aquella masacre. La organización fue obra de los comunistas  y anarquistas y en su autorización y organización tuvieron un destacado papel  los consejeros rusos. Considera que  Santiago Carrillo, que ha negado siempre su conocimiento de los hechos y ha mantenido en varias ocasiones que fueron obra de elementos incontrolados, tuvo parte de responsabilidad en su organización. Pero no  fue el único responsable de la misma, ni, desde luego, quien dio la autorización para llevarla a cabo.

            La tesis central del libro constata lo que ya venían manteniendo otros  historiadores anteriores. La represión fue cuantitativa y cualitativamente diferente en uno y otro bando. En sus dimensiones: las víctimas de la represión  fueron tres veces más numerosas en el bando sublevado que en el republicano (150.000 y 50.000 respectivamente). En el tiempo: la acción represora disminuyó en el bando republicano hasta casi desaparecer a partir de diciembre de 1936 cuando el gobierno republicano logró hacerse con el control de la revolución espontánea surgida tras el golpe militar; la  del bando sublevado, en cambio, no sólo duró toda la guerra, sino, como hemos dicho, se prolongó durante la posguerra. Ambas características están, sin duda, relacionadas con la naturaleza diferente que la represión tuvo para  uno y otro bando. En el republicano fue espontánea, no organizada, mientras que en el bando sublevado constituyó parte de una estrategia institucionalizada y perfectamente planificada cuya finalidad era el exterminio del enemigo. En palabras del director del golpe militar, el general Mola, su objetivo era:”elinimar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. Cada bando tuvo, además, su propio “chivo expiatorio”. En el republicano, el clero, cuya represión alcanzó su mayor virulencia en Cataluña; los maestros, en el de los insurrectos. Sabe a poco la referencia que hace a la persecución que sufrieron éstos últimos y con lo que hoy sabemos ya de la misma podría haberles dedicado Preston mayor atención. La represión de las mujeres alcanzó, además, un especial tono de violencia sexual  y de crueldad material y simbólica en el bando franquista derivado de la actitud de desprecio que existía entre los sublevados hacia las mujeres republicanas.     

            El holocausto  español  es un volumen  de casi  700 páginas, 150 de ellas de referencias bibliográficas, al que Preston ha dedicado alrededor de ocho años de empeño y la lectura de más de mil libros y que, además, le ha supuesto un elevado coste emocional. Pero no se asusten los potenciales o posibles interesados en su lectura.  La historia que escribe Preston es un auténtico paradigma de las buenas características de la historiografía inglesa y este libro es por demás  un buen ejemplo de ella.  El rigor del historiador meticuloso se combina aquí con un envidiable y claro estilo que permite una fácil lectura y  le permite, además, recrear magistralmente el ambiente de odio, terror y muerte  que impregnó la España ensangrentada de  aquellos años.  

            Los datos, interpretaciones e innumerables  casos que jalonan las páginas de este libro nos confirman lo que ya sabíamos: que el odio,  el miedo y la violencia  alcanzaron cotas de un salvajismo inimaginable en la España de la guerra civil y que no hubo ni un atisbo de perdón entre los partidarios de uno y otro bando. Pero, además, lo que deja claro el historiador británico es que, dada la naturaleza exterminadora e institucionalizada con que, desde el principio de la guerra, se llevó a cabo la represión por el bando sublevado, no era posible- como así ocurrió- el perdón de los vencidos, sino que su victoria  fue  una prolongación de la guerra contra la República por otros medios entre los que la represión  siguió siendo un arma letal en manos de los vencedores. Los flecos de todo ello están hoy todavía presentes. Sus víctimas fueron enterradas y honradas, pero  las de los vencidos siguen en las fosas comunes y en la cunetas, dada la  actitud tibia- y hasta cobarde- con  que la democracia las ha tratado.
  ( Publicado los suplementos de cultura de La Nueva España, de Oviedo, y el Diario de Mallorca, de Palma de Mallorca)

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