viernes, 4 de septiembre de 2015

MARCELINO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

El sindicalosta  Marcelino Camacho
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Marcelino que estás en los cielos

n Camacho predicó con el ejemplo y vivió como un obrero más

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Marcelino que estás en los cielos

Marcelino que estás en los cielos  
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS Marcelino que estás en los cielos, sentado a la diestra del Padre Marx, alabado tu seas por siempre por todos, hombres y mujeres, de izquierda, de centro y de derecha, ruega por los que se han quedado aquí soportando el vendaval de la crisis. No nos dejes caer en la tentación del neoliberalismo, esa herejía que se difunde por nuestras filas y amenaza con escindirlas. Y líbranos del mal de los que se dicen de izquierda pero cuyos actos no se distinguen de esos que se autotitulan como liberales, pero que no son otra cosa que la derecha de toda la vida. Perdona a tus deudores que con tanta saña te combatieron, aunque ahora te alaben, aquellos que te tuvieron encarcelado tantos años. Pero, como tu amigo entrañable, Marcos Ana, tampoco olvides esas deudas para que nunca más se reproduzcan. Años de cárcel que, si él, Marcos Ana, combatió con el arma cargada de versos, pidiendo a gritos que le dijeran cómo era un árbol, tú lo hiciste preparándote en la celda con todo empeño en el estudio de cómo combatir a la bestia y mortificando tu cuerpo en ella para soportar la dura batalla que iba a venir después. Primero, para poner fin al franquismo cuartelero y, después, en la Transición, para traer una democracia que aunase, en lo posible (que ha sido poco o no suficiente), la libertad con la igualdad e impedir, como querían algunos, que todo cambiase para que todo siguiese igual. 

No predicaste en el desierto y fundaste tu iglesia que fue Comisiones, pero tú nunca ejerciste, cuando te llegó la hora de convertirte en político, de comisionista, como tantos otros. Diste ejemplo con el «entrismo», pero nunca, después, como alguno de tus más amados discípulos, caíste en el pecado del transfuguismo. Fuiste un hombre de paz en medio de una vida que tú mismo has confesado de lucha: en tu corazón nunca anidó el odio y si te alegraste de la muerte de un dictador, nunca lo hiciste de la muerte de una persona. Llegaste a ser tan flexible que hasta escribiste en la Tercera de «ABC», pero si nunca lograron doblegarte por el látigo, tampoco pudieron hacerlo por el halago. Porque, como dijiste sobre la clase obrera, ésa que dicen algunos que ya no existe, pero «haberla hayla», como demuestra tu vida: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar». 

Pocos podrán decir como tú que predicaste con el ejemplo y que has terminando como comenzaste: como un miembro más de la clase obrera, viviendo como ellos y advirtiendo, como ellos, que no es suficiente avanzar en el camino de la democracia, sino se hace lo mismo en el de la igualdad. Como ellos has terminado: viviendo en un barrio obrero, en una casa de sesenta metros, de dos pensiones que suman 1.300 euros, vistiendo, como siempre, los jerseys de lana hechos a mano por tu compañera, amiga y esposa Josefina Samper. 

Marcelino que ya estás en los cielos sentado a la diestra del Padre Marx como otro santo laico más de esta España que algunos quieren que siga siendo eterna y otros como tú quisieron que fuera simplemente humana. Mientras tanto, que tu cuerpo tenga a partir de mañana el descanso que se merece en el cementerio civil junto con los de tantos heterodoxos que en este país dieron lo mejor de sí por todos nosotros. Amén.

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